Está en un pequeño cuarto, cambiando su ropa, por el uniforme de trabajo, afuera la música parece llevar una fuerte batalla por meterse en el pequeño cuarto que recoge a varias chicas, que se encuentran casi desnudas.
—¿Con quién dejaste al bebé hoy? —La voz chillona de Carolina, la distrae de su tarea.
—La señora Josefina, es un ángel, me está ayudando mucho. Si ella no me ayudara con Miguel —masajeo su frente—, no se como lograría llegar a fin de mes.
—Ya te dije que puedes bailar un rato y obtener más dinero, no estarías sufriendo todo el tiempo.
—Carolina, ya te dije que…
—Que no puedes bailar, porque no tienes talento ni trasero. Como si a esos viejos borrachos les importara —dijo en un tono de fastidio Carolina, la mujer que se había vuelto la mejor amiga de Camila.
—Caro, te quiero mucho, pero no lo voy a hacer —la mirada de la morena es dulce.
—Lo sé, tampoco quiero que lo hagas, por eso cuido al pequeño terremoto entre semana, para que puedas estudiar —se puso de pie en unos enormes tacones de 20 cm—, eres mejor que muchas de nosotras y debes salir de aquí.
—Y no sabes como te lo agradezco.
—Debes pagar por mis servicios —se río con fuerza.
—Lo sé. Me voy. debo servir muchas cervezas.
“Cherry Pie” era el nombre del bar de desnudistas en el que trabaja Camila prácticamente desde que nació su pequeño Miguel, no tuvo tiempo de descansar, porque las cuentas y los pañales no paraban, así que decidió dedicarse a servir cervezas los fines de semana, para tener dinero extra. No era un lugar lindo, y elegante, mucho menos alegre.
Era un sitio casi deprimente, oscuro y frío, a pesar de los calientes bailes que las mujeres noche tras noche practicaban para alegrar la solitaria vida de los hombres que visitaban el lugar.
Al principio, Camila se sintió morir, quería salir corriendo de aquel lugar, pero la paga era buena y a veces algún que otro tipo se apiadó de ella y le dejaban propinas, no tan jugosas como las que obtendría si se dedicara a bailar, pero eran propinas.
—Hola, ¿Cómo está todo?
—Frederick, bien y ¿Tú como estas?
Era su compañero de barra, el preparaba algo más que simples tragos, un joven castaño, de ojos verdes y hermosos, cualquier mujer podría derretirse por su seductora belleza, pero Camila no y eso lo ponía como loco, además de la dulzura con la que ella trataba a todos los demás.
—Quiero saber si es posible que hoy…¿Tomemos un café? ya sabe en la cafetería de los Waffles, sé que amas los Waffles —por lo general no era tímido, pero cuando estaba frente a Camila, las cosas cambiaban por completo para él.
—Está bien, apenas cerremos turno, vamos por ese café.
Sería una mentira si Camila dijera que aceptó la invitación porque quería mezclarse o conocer más a fondo a Frederick, pero la verdad era que no siempre le alcanzaba para tomar un buen desayuno, así que era una oportunidad de oro, para comer bien y gratis.
Cuando llegó a su casa, un pequeño patito la estaba esperando, así le decía Miguel, patito.
Con solo verlo su mundo se llenaba de colores y felicidad, se parecía un poco a su padre, seis meses tenía el pequeño y ella solo quería que cada segundo que pasara estuviese acompañada de Felipe, lo extrañaba más de lo que podía aceptar, porque no tenía permitido sentarse a llorar por el recuerdo, el tiempo no se detenía y ella no podía hacerlo tampoco.
Estudiaba todas las noches en una universidad de poca calidad, pero ella con mucho empeño investigaba y sacaba las mejores notas, no se quedaba con lo poco que los maestros del lugar se permitían enseñar, siempre tomaba la iniciativa de ir por más.
Eso sumado a un pequeño Ángel guardián que la vida le puso en su camino.
El señor Jameson, ella limpiaba su casa y cocinaba para el anciano durante el día, los 5 días de la semana razón por la cual lo veía más que a su propio hijo, los fines de semana eran los refinados hijos del viejo hombre quienes se encargaban del cuidado del pobre anciano, que como todos los lunes volvía completamente destruido y lastimado.
—Señor Jameson, buen día.
—Camila, Hija sigue, que alegría verte de nuevo. Mis hijos son unos bastardos.
—Señor ¿Qué hablamos de no ser groseros? —susurró la morena cerca al viejo y señalando con el dedo, como si de un pequeño niño se tratara.
—Se lo merecen. Me dejaron caer —el anciano le mostró su rodilla lastimada.
La chica se sorprendió en seguida, más que nada porque la herida no había sido debidamente desinfectada, sin embargo un extraño sonido la sacó de su trabajo.
—Llegó el bastardo.
—¿De qué habla señor?
—Mi hijo, Gilberto, dijo que quería venir a conocer a la enferma de la que hablo tan bien —el anciano suspiró cansado—. Escúchame bien, si intenta pasarse de listo, lo golpeas.
—Tiene que dejar de estar tan preocupado con la gente. Es su hijo.
—Y tu mi niña, tienes que dejar de ser tan confiada. Y porque es mi hijo, te lo digo.
Ese día el hijo menor del Señor Jameson, ingresó con toda la arrogancia de la que era dueño, miró a Camila con descarada lascivia, lo que fue incómodo para los presentes.
—¿Cuanto por ver tu perversión?
—¿Disculpe?
—Quiero que me hagas perder la razón, conozco a las de tu clase. ¿Cuánto?
—Está equivocado. Permiso.
Camila intentó salir de la cocina, pero el hombre la tomó con demasiado fuerza por la cintura, su cara estaba prisionera entre las manos del salvaje y pegó sus labios a los asquerosos labios de él, parecía un perro rabioso.
—¡Suélteme! —Camila gritaba y golpeaba al hombre, aguardando la esperanza de que la escuchara, pero sus intentos parecieron en vano.
Una tremenda lucha por evitar ser abusada de la manera más vil se dio en esa elegante cocina, sin embargo cuando todo parece estar perdido, el grito del señor Jameson, fue la esperanza que tanto buscaba.
—¿Qué mierdas crees que haces? Yo no te eduque para que hagas algo tan atroz como esto.
Camila, acomodó su uniforme tanto como pudo, pero la blusa ya estaba abierta pues por la fuerza los botones habían salido a volar muy lejos, sus piernas estaban algo rasguñadas y sus labios y mejillas estaban enrojecidos pues la fuerza que ejerce el hombre no había sido poca.
—Señor Jameson, lo siento, pero debo irme.
—Hija, lo lamento tanto.
El hombre sentía mucha vergüenza y pena por lo sucedido, pero sabía que tenía que dejarla ir, porque el desgraciado de su hijo no se detendría hasta lograr su objetivo.
Camila llegó a la pequeña habitación donde vivía, comía y dormía con su hijo, tomó un baño que duró más de lo necesario pero que fue insuficiente para sacarse la sensación de las manos de ese cerdo tocando su cuerpo. Ella jamás había sido tocada por un hombre diferente a su amado Felipe, con quién había perdido su virginidad y quién era el padre de su hijo.
Camila estaba devastada, necesitaba el dinero con urgencia, por esa razón mantenía dos trabajos, debía mantener a su hijo y tener una mejor vida, poder huir de las injusticias que parecían perseguirla, ella quería paz.
Faltaba poco para culminar sus estudios sin embargo, no se sentía apta para presentarse a entrevistas de trabajo de acuerdo a sus estudios, sin embargo y como siempre, Camila no era dueña de su destino, no todavía.
—Tenemos que ir a demandar —protestaba su amiga y vecina Carolina.
—¿A quién? al niño rico que cree que puede hacer conmigo lo que quiera o al pobre viejo Jameson que no puede casi ni moverse.
—Bueno, cuando lo planteas en esos términos todo es más complicado.
—Ni que lo digas, Carolina —la joven suspiró tomando un poco más de café—. Estoy joven, siento que no tengo derecho a decir que estoy cansada.
—¿Por qué no lo tendrías? Has pasado por cosas de mierda, eres madre soltera, apenas si puedes vivir, porque cada peso que tienes en el bolsillo es para sobrevivir. Es obvio que estás cansada Cami —su amiga la miró con dulzura—. Creo que es hora de que busques un nuevo trabajo, algo que tenga relación con eso que estás estudiando.
—Creo que no tengo experiencia.
—Obvio lenta, nunca la vas a tener si no empiezas.
Muy en el fondo y a pesar de sus miedos ella sabía que Carolina tenía toda la razón, tenía que empezar a usar sus estudios, así que buscar el trabajo ideal era lo siguiente, tarea que no fue fácil, varias entrevistas fueron terriblemente mal, algunas porque los hombres le pedían algo más que sus conocimientos básicos y otras porque las candidatas antes que ella estaban dispuestas a entregar eso que ella no.
Casi pierde la esperanza, justo parada en frente de un edificio grande, más grande de lo que ella jamás había visto, un edificio imponente y por el que atravesaban personas de vestimentas muy distinguidas contrarias a las suyas que eran muy modestas y casi descoloridas.
—Si se puede, puedes Camila.
Se dijo la joven que ingresó con actitud altiva y se presentó ante la recepcionista, que le ofreció una sonrisa de lo más amable, algo que ella no esperaba, la direccionaron al piso de recursos humanos y una rubia, joven, tal vez más joven que ella, con voz firme y que daba órdenes incluso a personas mayores que ellas dos juntas, la saludo.
—Vienes para la entrevista, sigue a esa oficina. Y bienvenida a TenPa.