Capítulo 4

2721 Words
Sin mucho ánimo, Megumi vistió unos jeans claros anchos y rotos a la moda, un crop top n***o sujeto detrás del cuello, zapatillas altas de bota negras y una larga casaca con capucha del mismo color, retocó su maquillaje y salió hacia la dirección que Ikki le envió. Más que disgustada por la inseguridad de James sobre un futuro juntos, estaba triste. Por más que quisiera no podría formalizar y ser feliz con la persona que ella elija. Su padre, quien le había concedido miles de caprichos, no aceptaría romper el compromiso con Los Sato solo porque se había enamorado, ¡y encima de un extranjero! Hikaru acompañaba a su joven ama a la dirección en donde sería la carrera esa noche. Ya había desplegado a su gente para protegerla de cualquier ataque directo hacia ella o de algún problema que se presente por la naturaleza ilegal del evento. Ikki y su equipo habían planeado realizar las carreras en la ruta alterna entre la zona industrial y la portuaria. Sería un recorrido de ida y vuelta, treinta kilómetros con dos curvas complicadas. Si Takeo estuviera en Tokio, de seguro estaría anotado para correr, y como copiloto llevaría a Megumi. Las carreras callejeras o clandestinas son ilegales en j***n -y en cualquier país del mundo-, pero eso es algo que no le importaba a su hermano mayor ni a ella, ya que varios hijos de familias adineradas frecuentaban esos eventos para correr o apostar. Pero la afición por ellas no se mantiene por mucho tiempo, ya que cuando los herederos toman posesión de los cargos dentro de la empresa familiar o contraen matrimonio deben dejar atrás las inmaduras y peligrosas costumbres que adoptaron en la juventud para divertirse. Con treinta y cinco años, James ya había abandonado esas oscuras preferencias. Sabía lo importante que es para los hijos de familias poderosas o famosas, que captan la atención de los medios de comunicación, el saber llevar un perfil bajo y evitar situaciones bochornosas o escandalosas que desprestigien el apellido familiar. De la peor manera había aprendido a cuidar su imagen y reputación después de que lo acusaran de ser un frecuente usuario de servicios sexuales cuando la prensa descubrió que entre sus conquistas pasajeras había una stripper muy cotizada en la movida nocturna londinense, ¡y él ni sabía que la mujer resaltaba en ese rubro! Por toda su experiencia y conociendo de que la sociedad japonesa es más conservadora que la inglesa, estaba preocupado por Megumi. Cada quien por su lado llegaron al punto de partida. Megumi caminaba escoltada por Hikaru hacia Ikki, quien la saludó con un abrazo al quererla como su hermana menor. James miraba desde lejos, aparentemente entre un grupo de amigos, pero en realidad eran agentes secretos ingleses y japoneses que cuidaban de él. A todos los había convencido con mucho dinero en ir a ese lugar solo para acompañarlo y protegerlo si algo salía mal, pero no como representantes de la ley, por lo que no pretendían impedir el evento ilegal. Ver a Ikki abrazar a Megumi no le gustó, y una vez más entendió que él y su corazón estaban rendidos a los pies de la japonesa. Comenzaba a ponerse de mal humor, en eso escuchó los gritos del organizador presentándola a todos como su hermana y dejando claro que quien ose meterse con ella se estaba metiendo con él. Una sonrisa ladeada de satisfacción se marcó en su rostro por dos motivos: entre ellos no había nada y ella siempre estaba bien cuidada. Las primeras carreras iniciaron para definir a los que competirían en la última, que era la que pagaba el mejor pozo. A James le encantó ver a Megumi rechazando varias invitaciones a beber y pedir a Hikaru que aleje a un par de tipos que de seguro le dijeron algo que no le gustó. La presencia del guardaespaldas lo desconcertaba, ya que nunca lo había visto junto a ella, y notaba que era cercano, pero no como un hermano o familiar; mientras estuviera protegiéndola, dejaría pasar la presencia de ese hombre. Definidos los contrincantes de la última carrera, las apuestas grandes comenzaron a correr. Con los seis pilotos listos en sus máquinas dieron la partida y el rugir de los motores retumbó en el ambiente. En diferentes puntos de la ruta había hombres de Ikki que aseguraban que los participantes siguieran el camino pactado y no hicieran trampa tomando algún atajo. Durante el regreso de los corredores, a minutos de terminar la carrera y retirarse a festejar en alguno de los clubs de la ciudad, aparecieron más de una docena de patrullas. Policías encubiertos llevaban meses detrás de Ikki y su ilegal negocio. Esa noche habían programado un operativo para detenerlo y arrestar a todos los participantes y espectadores que pudieran. En el caos que se armó ante la presencia policial, Hikaru perdió de vista a Megumi. La joven estaba entre el tumulto que la arrastraba de un lado a otro. Al ser de baja estatura y cuerpo delgado, no veía por donde el grupo la llevaba y no podía salir del alboroto. Desde su posición James vio cómo el mar de gente arrastraba a Megumi y fue a su rescate, ya que en cualquier momento podría caer y ser pisada por los desesperados que huían de la policía. Los agentes que lo acompañaban comenzaron a empujar y abrirse paso entre la gente para que el noble inglés llegara sin problemas donde la joven. Estaba desorientada, pero no perdía la calma, hasta que un fuerte golpe cayó en su espalda y la lanzó al suelo. Cerró los ojos y protegió su cabeza con sus brazos, esperando sentir los pisotones y el peso de los que seguían corriendo para alejarse del lugar. Cuando ya se sentía perdida, sintió que alguien la jaló y alzó. Lloraba y no quería abrir sus ojos, sentía sus rodillas arder y su cuerpo dolía, pero la voz de quien no esperaba oír la sacó de su trance nervioso. Los ojos azul turquesa de James la miraban con miedo a la par que su voz sonaba preocupada al preguntarle si algo le dolía. Ella se aferró a su cuello y su llanto fue más desgarrador. Él supo que se encontraba bien, solo estaba asustada y algo magullada. Acariciando su espalda, intercalando entre los tiernos besos que dejaba en sus cabellos y las palabras reconfortantes que ponía en su oído, James consolaba a Megumi cuando un grupo de policías que participaban del operativo se acercó a ellos con intenciones de arrestarlos y llevarlos a la delegación. Colocando suavemente a la joven sobre el capó de su auto, James presentó a los agentes su pasaporte diplomático y sus acompañantes sus credenciales como agentes del MI5 -la Agencia de Inteligencia del Reino Unido- y del Naicho –acrónimo de Naikaku Joho Chosashitsu, la Oficina de inteligencia e Investigación del Gobierno Japonés-. El líder de la seguridad del noble inglés precisó a los policías el título de James y su cercana relación con La Corona Inglesa, por lo que desistieron de arrestarlo; sin embargo, se llevarían a Megumi, ella no era extranjera con beneficios diplomáticos. James dio un paso al frente y se colocó delante de Megumi, protegiéndola, y soltó algo que delató sus sentimientos por la japonesa. - Ni lo piensen. Su beneficio es ser mi novia, mi compañera. Ella se va conmigo a nuestro apartamento. Ante tan segura confesión, y para evitar problemas con autoridades de alto nivel del Gobierno, los policías se retiraron, no sin antes ofrecer disculpas por las molestias causadas. James pidió al líder de su seguridad que ubicara a Hikaru para informarle que Megumi estaba bien y que no la busque, que se iría con él y ya mañana se comunicarían. Por el tono de voz del inglés, entendió que estaba molesto de verla con Hikaru, por lo que se atrevió a hablar y decirle que el hombre es su guardaespaldas y asistente personal, que la conoce desde que era una bebé y que la cuida como si fuera su hija, ya que es muy mayor para que sea su hermano. Los ojos azul turquesas exigían respuestas a las preguntas que rápidamente se formulaban en su cabeza. - Hay cosas que no te he contado, y tú también tienes muchas otras que explicar -dijo la japonesa apoyando su cabeza en el hombro del inglés, el dolor corporal empeoraba y se sentía muy cansada. - Ven conmigo a mi apartamento, hay mucho de qué hablar -acariciaba su mejilla mientras besaba una de sus manos al sentirse aliviado de que entre la joven y el guardaespaldas solo hubiera una relación profesional y amical. Al llegar al apartamento los esperaban una doctora y dos enfermeras que el extranjero llamó para que revisen a la joven, ayuden en su aseo, curen sus heridas y receten la medicina que necesitara. Al retirarse el personal de salud y quedar solos, James se sentó en la cama, a un lado de la japonesa que yacía descansando. Recordando el susto que se dio al ver que caía entre los pies de tanta gente que escapaba frenéticamente, acercó su pecho al de ella, rodeó su espalda con sus brazos y la atrajo, levantándola de la cama. En silencio, James agradeció a lo más sagrado en el universo por tenerla a su lado, sin heridas de gravedad, en buena condición. Megumi aceptó el abrazo, rodeó el cuello del inglés con sus brazos y descansó su cabeza en su pecho; se sentía tan cálido, como si estuviera en casa. - Gracias por salvarme -la joven rompió el silencio al recordar que había mucho que debían hablar. - No sé qué decir -la japonesa se alejó de él y lo miró desconcertada. ¿En serio no era capaz de decir algo a una mujer enamorada y agradecida? No lo podía creer-. Si te digo “cuando gustes”, estaría dándote pase libre para que vuelvas a meterte en problemas; si te digo “gracias a ti”, es como si tu comportamiento inadecuado fuera bueno para mí, y si te digo “es un placer”, puedes pensar que me gusta la idea de ir detrás de ti para salvarte -tras captar la broma rio y frotó su nariz sobre la del inglés, como lo hacen los esquimales cuando quieren besarse. - Prometo que no lo volveré a hacer -puso su mano derecha sobre su corazón y levantó la izquierda en señal de promesa. - Y así será, aunque tenga que amarrarte a mí para que no escapes -tomó su mano izquierda y la besó. Acariciaba el dedo anular, imaginando cómo luciría un anillo de compromiso en él. - Eso de amarrarme a ti, me gusta -su voz salió con un toque de provocación que llamó la atención del extranjero y quedaron mirándose fijamente-, pero antes de que tomes cualquier decisión debo confesarte quien soy. - Antes, debo ser yo el que confiese -la interrumpió, ya que había mentido cuando le preguntó qué lo había traído a j***n. La sentó apoyada al respaldar de la cama y se dispuso a hablar-. Como escuchaste, soy un noble inglés, el siguiente Duque de Somerset. Llegué a j***n para perfeccionar mi domino de la lengua y estudiar la cultura japonesa porque Su Majestad quiere concederme el cargo de Embajador en este país mientras llega el momento de tomar posesión del título nobiliario y determinar para mí otras funciones según mi preparación y experiencia profesional. Sí estudié Negocios Internacionales, tengo un MBA y proyectos para iniciar un PHD. No trabajo en las empresas de otros, sino en las mías. Soy socio en una cadena de hoteles de lujo que se desarrollan en Asia, en una cadena de tiendas de trajes para varones en Europa, en una constructora de grandes proyectos inmobiliarios y urbanísticos en Latinoamérica y en una cadena de restaurantes de comida rápida conocida mundialmente. Soy un hombre con muchos defectos; el peor y que trajo deshonra a mi familia es que soy mujeriego -los ojos de la japonesa se abrieron de par en par y sus labios formaron un óvalo de sorpresa. Él dejó la cama y comenzó a caminar alrededor de ella-. Sí, me he acostado con más de cien mujeres, y sin saberlo estuve con una stripper, por ella son los rumores de que me gusta pagar por favores sexuales -su gesto de fastidio por la loca idea de que él, con todo lo guapo y bueno que está, necesitara pagar por sexo hizo reír a la joven, y él lo notó-. ¿Acaso crees que necesito pagar por sexo? -le preguntó pensando que reía porque así lo creía. - ¡Claro que no! -soltó riendo Megumi-. Yo me acostaría contigo gratis -guiñó un ojo y siguió riendo. - Entonces, ¿por qué te ríes? -preguntó indignado. - Porque esos periodistas están ciegos. Un hombre como tú no paga por sexo, solo necesita soltar una sonrisa “moja bragas” para que uno solita comience a bajárselas -se acercó a ella, la tomó por la cintura y la sacó de la cama para mantenerla abrazada, bien pegada a su cuerpo. Ver que solo usaba una de sus camisas, sin ropa interior, encendió su deseo. - He estado sobre el cuerpo desnudo de ciento ochenta y siete mujeres desde que inicié mi vida s****l a los dieciséis años -su cálido aliento inundaba los labios de la japonesa, y provocaba que el cosquilleo que nacía en su estómago bajase a su entrepierna-. Hace un año atrás terminé con la última relación obligada a la que me han sometido por favorecer a mi familia. Un año de abstinencia, solo para probarme a mí mismo que no soy un adicto al sexo, y lo he logrado, aunque he sido tentado por ti, pequeña. Al principio, era tu cuerpo y la idea de hundirme en ti la que hacía que te mire, que quiera estar cerca de ti, pero ahora es mi corazón el que hace que no me aleje, que te busque, que me acerque, que desee perderme en el fondo de tu intimidad y luego quedarme dormido a tu lado -la joven ya temblaba en sus brazos y eso elevaba más su deseo por ella-. Megumi Nagata, de Nagoya, me gustas mucho, estoy enamorado de ti y quiero una relación seria contigo. Quiero que seas la número ciento ochenta y ocho y contigo cerrar el conteo. Quiero ser exclusivo para ti y que tú lo seas para mí. Conmovida por la confesión de James, Megumi solo atinó a recorrer el escaso espacio entre sus bocas e iniciar un beso lleno de deseo y pasión. Apoyó los pies de la japonesa sobre la cama, liberando sus brazos. Llevó sus manos a la cadera de la joven y fue bajando para tocarla por debajo de la camisa. Saber que estaba sin ropa interior hizo que él soltara un gruñido y ella mordiera su labio inferior al sentirse sexy. Quitó la camisa y la recostó sobre la cama. Ver su cuerpo desnudo era un gran placer que por noches recreó en su mente. Arrodillado a un costado de la cama, empezó a tocar cada centímetro de piel de la joven. Ella cerraba los ojos al sentir que el roce de sus dedos aumentaba el cosquilleo en su estómago y se esparcía por todo su cuerpo. Después de haberse extasiado de contemplarla, se desnudó bajo la sonrojada, pero curiosa mirada de Megumi. Su cuerpo parecía esculpido, como si un maestro renacentista hubiera cincelado en mármol cada músculo. A horcajadas sobre ella, continuó con los besos y caricias que deleitaban a ambos. Al sentir la virilidad de James lista para embestirla, el miedo llegó. El inglés, con amplia experiencia, notó su nerviosismo, por lo que le preguntó si algo la incomodaba. Cubriendo su rostro con sus manos, Megumi confesó su virginidad. Él creyó que la joven ya había estado en otras camas, y todavía así la quería, la deseaba, se había enamorado, pero saber que nunca había sido tocada por otro hombre fue acogido con una infinita alegría. - Si quieres, paramos -le susurró al oído, ya que no sabía si la joven prefería esperar. - No. Esta noche es perfecta, me estoy entregando al hombre que quiero y del que me he enamorado.
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