"Pero él sabe que la persuasión funciona,
y sus palabras al fin hacen mella a su corazón
por lo que consigue bajar sus armas,
ante lo que parecía un sin razón"
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Sarah estaba sentada en el banco donde siempre iba en sus ratos libres a leer un poco de manera tranquila.
Pero ésta vez no leía.
Frunció el ceño ante la pantalla de su celular, sin poderse creer lo que acababa de leer. Debía ser una broma de mal gusto.
—Hola —escuchó un susurro cerca de su oído, que le erizó los vellos de la nuca
Generalmente, se sobresaltaba ante este hecho y se molestaba con el autor de la osadía, pero ésta vez no dijo nada, ni siquiera se movió.
—Hola —soltó un suspiro, guardando rápidamente su celular en el bolsillo
—Luces preocupada —Edward se sentó a su lado, mirándola fijamente— ¿Ocurre algo?
—No es nada —se encogió de hombros, tratando de restarle importancia
—Sarah... —él alzó una ceja y esperó
—El pasado —volvió a encogerse de hombros, pero no dijo nada más
Ese mutismo en ella no le agradaba en lo absoluto, pero se decía que debía ser paciente. Había logrado que ella al menos se acostumbrara a su cercanía, lo demás vendría poco a poco.
—Oye, quería preguntarte algo —todo su rostro se transformó, volviendo a adoptar la expresión seria y adusta que usaba con él
—Ajá, dime —la miró curioso
—¿Por qué te dicen Kermit? —alzó una ceja
Edward sonrió un poco, quedando algo perplejo. No se esperaba esa pregunta.
—Pues mi segundo nombre es René —explicó— Los chicos pensaron que sería gracioso llamarme por la versión en inglés de la rana de los Muppets, así que terminé siendo llamados por todos de esa forma, sin derecho a pataleo
—Pues a mi me parece que es un apodo ridículo —lo miró, burlona— Te queda
Edward la miró fijamente un rato, hasta que entendió la intención de su comentario.
—Muy graciosa, Sarah —sacudió la cabeza— Me ganaste esta vez, pero espera a que...
—Ni siquiera lo intentes —lo miró con ojos entrecerrados, haciéndolo reír
—¿Ya terminaste de leer el libro? —preguntó de pronto
—Así es —sonrió un poco— Fue muy interesante
—Tal vez puedas contarme de qué trataba mientras almorzamos —sugirió él
—No puedo —sacudió la cabeza— Ya hice planes
—¿Sola o acompañada? —soltó de pronto, interesado
—No te incumbe —replicó ella
Tal vez los que pasaban por allí en esos momentos, pensarían que su respuesta había sido grosera, pero la pequeña sonrisa que acompañaban esas palabras lo desmentía.
—¿Debo ponerme celoso? —alzó una ceja, repentinamente serio
—Eso depende—Sarah sonrió más ampliamente al ver que él fruncía el ceño
—¿De qué?
—De lo celoso que seas y a quien estés celando—dijo divertida
—¿Con quién tienes planes?—insistió Edward
—Con mi mejor amiga—respondió al fin
—Ah —el la miró pensativo y luego sonrió— Pues si que depende. Tienes razón
Sarah sacudió la cabeza. A veces parecía que sabía exactamente qué decir para cambiar su estado de ánimo. Era algo muy extraño y no le había pasado antes con nadie. A veces se preguntaba si a él le pasaba lo mismo con ella.
—Edward...
—Al fin te aprendiste mi nombre —sonrió él, alzando luego las manos al cielo— ¡Aleluya!
—Tonto —hizo una mueca
—Sí, así me pones a veces —sonrió él de medio lado
Sarah rodó los ojos, pero por dentro sintió que su estómago se revolvía un poco ante sus palabras, pero se dijo que no debían significar nada.
Ya más de una vez había afirmado estar celoso de cualquiera que se le acercara y siempre le hacía cumplidos. No creía que fuesen del todo ciertos y ya debía estar acostumbrada a ellos.
—Ibas a decirme algo, lo siento —siguió diciendo él
—Ah... —se quedó sin saber qué decir. En realidad ni siquiera sabía por qué había murmurado su nombre de pronto— No es nada
—¿Sólo dijiste mi nombre y ya? —inquirió él, divertido
—Algo así —desvió la mirada, apenada
—Sarah...
—¿Qué?
—Nada, sólo dije tu nombre y ya —sonrió él, de manera inocente
Sarah lo miró un instante y luego se echó a reír, a la vez que sacudía la cabeza.
No sabía cómo hacía para hacerla reír tanto, incluso una vez lo acusó de payaso, provocando carcajadas en él, que sólo consiguieron hacerla reír más.
—¿Por qué siempre me tomas el pelo? —preguntó entre risas
—No sé, me gusta hacerte reír —se encogió de hombros— Me gusta tu sonrisa y también como ríes, Sarah
—¿Acaso hay algo que no te guste de mi? —inquirió, tratando de ignorar el aleteo en su vientre
—Pues sí que hay una cosa —dijo él, pensativo
—¿Cuál?
—Que aún no hayas cantado como te pedí —contestó Edward con una sonrisa.