Capítulo XI

4737 Words
Camille Cuatro días después de mi llegada a Seattle, me encuentro sentada en la silla de la cocina frente al comedor, mirando fijamente a mi chef favorito que no deja de arquear una ceja divertido con la situación, y el gesto me hace sonreír en complicidad porque no tenía idea cuánto extrañaba su compañía. Termino el último bocado del pedazo de tarta que me sirvió y emito un gemido de satisfacción cuando el sabor me abraza el paladar, al mismo tiempo en que le sonrío a Daniel con cierta admiración. Sus labios se curvan en una mueca juguetona, sintiéndose en las nubes, sabe que las tartas son su especialidad. Son muy buenas pero no he podido encontrar una que enamore mi paladar. —¿Y qué tal? —pregunta, haciendose el tonto. Desea que alimente su ego y en parte no me molesta hacerlo, se lo merece—. ¿Te gustó mi obra maestra? —insiste con aires de grandeza. Ahogo una carcajada y asiento en respuesta. —Está genial, no cabe duda que no has perdido tu toque —admito, enfocando la mirada en el plato vacío. —¿Quieres más? —ofrece enseguida. Hace el ademán de levantarse de su asiento y niego al instante. —No me des más, por favor, o voy a reventar —se rie—, sólo guárdale un trozo a Ellie, las fresas son sus preferidas —comento al mismo tiempo en que me levanto de mi asiento, llevando el plato al fregadero. Obedece a lo que digo. Lo veo guardar el resto de la tarta en el refrigerador después de hacer un espacio entre los toppers de comida que guardó Luz, y sonrío relajada cuando sus ojos tropiezan con los míos, vuelvo a lo que estaba haciendo inicialmente, pasan varios minutos y termino de enjuagar el plato. Me quedo en silencio y puedo sentir la intensidad de su mirada, me giro para verlo, fingiendo una enorme sonrisa, no quiero que no se preocupe y no me cuestione más. Seco mis manos con la toalla y me encamino a la sala de estar. Tomo mi abrigo y mi bolso, regreso mi mirada a él nuevamente, obteniendo toda su atención. —Ya podemos irnos —le aviso—, sé que me estará esperando, no retrasemos más el momento —él me regala una sonrisa apenada, acto seguido toma su cazadora del sofá y abre la puerta, esperando a que salga primero para después hacerlo él. Caminamos hasta la camioneta que se encuentra estacionada enfrente de la propiedad. Me hundo en la tranquilidad del silencio que nos embarga, sin saber qué más decir o hacer. Juego con mis manos en un tonto intento de ocultar mi nerviosismo, pero a medida que avanzo siento el aire comprimirse en mis pulmones. Ignoro los recuerdos que mi mente quiere evocar, no le tomo importancia a las reacciones de mi cuerpo y me subo a la camioneta antes de que me arrepienta. Me coloco el cinturón de seguridad, soltando un resoplido y me convenzo mentalmente que estoy haciendo lo correcto, que nada saldrá mal, que haber regresado no ha sido un error y que nada malo volverá a pasar. Yo puedo hacer esto. Estoy lista. Pese a que la vocecita dentro de mi cabeza que alberga toda la sensatez me diga que estoy volviendo a cometer una equivocación y que esta vez el daño será irreparable. Al cabo de una hora llegamos a nuestro destino, me bajo de la camioneta sin decirle nada a Daniel, no es necesario hacerlo, él me entiende perfectamente y sabe que necesito hacer esto sola. Tengo que hacerlo por mi misma, necesito seguir adelante y dejar atrás lo que no me hace ningún bien. Hago a un lado todos los nervios y me adentro en el hospital sintiendo como mis pasos se hacen cada vez más lentos e inseguros. Siento que el cuerpo me falla pero mi mente me obliga a seguir, me acerco a la recepción atrayendo la atención de la enfermera que está detrás del ordenador. —Buenas tardes —saludo, nerviosa—, necesito información acerca de James Brown —pido en tono bajo, deseando que tal vez no me haya escuchado y aun pueda salir corriendo de este lugar. Ella me observa de arriba a abajo con mucho detenimiento antes de volver su atención al ordenador. —¿Es usted algún familiar? —pregunta. Asiento con una incómoda sonrisa curvando mis labios. —Soy su hija, Camille Brown —le dejo saber, amablemente. —Me permite su identificación —habla extendiendo su mano. No reacciono hasta que ella carraspea la garganta, el calor sube a mis mejillas y comienzo a buscar la dichosa identificación en mi cartera, después de unos segundos la encuentro y se la entrego torpemente. Ella la observa con detenimiento y me la devuelve. —El señor James se encuentra en la habitación 23D —espeta sin dejar de verme, por alguna razón la intensidad en lo que lo hace me empieza a incomodar así que solo le muestro una sonrisa de boca cerrada y me alejo de la recepción, buscando la habitación que me dijo. Camino unos cuantos minutos, divisando cada número incrustado en las puertas de las habitaciones del hospital hasta que mis ojos se detienen en la habitación mencionada anteriormente. Tomo un profundo respiro y agarro el pomo de la puerta, una oleada de nerviosismo me invade nuevamente, y antes de que tan siquiera pueda arrepentirme, la abro ignorando el temblor de mis dedos y las gotas de sudor que adornan mi frente. Mis pies se mueven por sí solos dejándome en el medio de la habitación, completamente blanca y clínica, tan fría que me cuesta no sentirme asfixiada, levanto mi mirada para encontrarme con él, mi padre y la persona que más daño me ha hecho en mi vida. Sus ojos verdes me analizan cuidadosamente y por alguna razón también lo hago, detallando su rostro con arrugas visibles a los costados de sus párpados y las tres líneas marcadas en su frente. Su cabello tiene varias canas que ya no puede esconder. Se ve diferente a cómo lo recordaba. Tan cansado y desmejorado. —Te estaba esperando, hija —susurra débilmente, enderezando su cuerpo sobre la camilla y con una mirada me insta a que me acerque. Hago caso omiso y me quedo justo en mi lugar—. Me enteré que llegaste hace días, pero debo admitir que no pensé que vendrías tan pronto —añade sin dejar de verme. Casi inspeccionándome de pies a cabeza, como si buscara un defecto en mí. Mi respiración se desestabiliza y trato con todas mis fuerzas de no dejar que las gruesas lágrimas caigan sobre mis mejillas. No sé las merece. —No quería retrasar el momento —aclaro, apretando los labios—, tenemos una conversación pendiente. Quiero hablar contigo. —Él asiente, endureciendo el rostro con notoriedad, como si ya supiera las palabras que diré. —Tengo una idea de lo que quieres hablar conmigo y por lo que has venido con tanta urgencia —se adelanta a decir—, estás aquí por lo qué ocurrió con Alexander o me equivoco —inquiere con desprecio, agravando el sonido de su voz y retrocedo casi al instante, atónita por la mención de él. Entrecierro los ojos enfurecida y tomo un sin fin de bocanadas de aire para tranquilizarme y no gritarle en este preciso momento. Para no quebrarme por lo que ha dicho. —No. —Increpo con dureza, dándole a entender que está completamente equivocado—. Quiero hablar de tú falta de empatía y corazón —las palabras llenas de rencor salen disparadas de mi boca y la tristeza interrumpe la expresión de su rostro. Sabe perfectamente a lo que me refiero. —Hija, yo...—susurra, tratando de aliviar la tensión creada en la atmósfera—, sabes que...me arrepiento, no debí... —Se traba en las palabras y aparto la mirada para que no vea las lágrimas que resbalan por mis mejillas, lágrimas llenas de dolor porque aunque quería que él se arrepintiera por no darme la oportunidad de despedirme de mi madre, ahora no sé qué decirle, no sé cómo reaccionar. No sé sobrellevar la situación. ¿Por qué vine? No debí venir, no estoy lista. —Yo...lo siento —se disculpa, como siempre esperé que lo hiciera. Años para ser exactos, pero el rencor dentro de mi corazón no disminuye, no desaparece y me odio a mí misma por eso—. Hija, mírame a los ojos, por favor —ruega en un hilo de voz. Suspiro abrumada por la situación en que nos encontramos y me debato en si debo hacerlo o no. Lo pienso unos segundos y aunque no quiera, termino levantando la mirada para encontrarme con sus ojos cristalizados. Y pese a que luche por no sentirme así, su mirada solo logra romper mi corazon más de lo que ya está. Porque no me siento mal, verlo así no me provoca nada, llevo años esperando que sufra, que pague, que viva el dolor que me provocó. ¿Qué sucede conmigo? ¿Por qué no puedo perdonarlo? —No me sirven tus disculpas —admito dolida, reteniendo todas las lágrimas dentro de mis ojos—, no me sirve de nada que te arrepientas de lo sucedido porque eso no me devolverá a mi madre así que no lo hagas, por favor, no puedo hacer esto —me desahogo llevando una mano a mi pecho, tratando de calmarme o volveré a recaer. No estoy lista, no estoy lista. Mi mente me tortura con esas palabras que taladran dentro de mi cabeza sin cesar y no sé qué hacer para aplacar los latidos erraticos de mi corazón que me retumban hasta en los oídos. —Sé que tienes derecho a enfadarte conmigo, incluso a odiarme, pero entiende que estaba enojado contigo, la rabia me cegó y no pensé en el daño que te causaría. —Su excusa es una bofetada que logra avivar todos los sentimientos tóxicos dentro de mi ser. Esos sentimientos que luche por enterrar. —¿Esa es tu excusa? —me quedo atónita al ver que agacha la mirada—. ¡Esa es tu maldita excusa para haberme privarme de los últimos momentos de mi madre! Yo debí estar a su lado, ella me necesitaba y no estuve por tu culpa, tú me hiciste esto —grito exaltada y dolida a la vez, sintiendo como la rabia me quema la piel mientras el dolor me asfixia. Deja escapar una maldición y sus ojos adquieren un brillo sombrío. —¡Tú te fuiste y la dejaste! ¡Eso no es mi culpa! —se defiende, usando el único argumento que puede herirme porque esa espina sigue enterrándose en mi corazón—. Apenas nos diste una explicación de por qué te ibas de Seattle y cuando tu madre te pidió que te quedaras no lo hiciste. Le dijiste que tenías que irte y ella aceptó para que fueras feliz. Todos tenemos la culpa, especialmente yo por no decirte lo de la enfermedad pero no podía ir en contra de los últimos deseos de tu madre. El llanto me llena la garganta y no puedo hacer más que recibir sus palabras con la mirada abajo porque son ciertas. Incluso cuando me pidió que no lo hiciera, la dejé, fui egoísta. Mi madre me necesitaba y no estuve con ella. No estuve maldita sea...pero no lo sabía, y de haberlo sabido estoy completamente segura que todo hubiera sido diferente. —¡No te atrevas a poner esa culpa sobre mí porque no sabía nada de su enfermedad! ¡Tú fuiste el que no tuvo corazón ni mucho menos empatía para decirle a su única hija que su madre se estaba muriendo, fuiste tú el que me quiso castigar de la peor forma y lo lograste porque mi madre se murió y yo no alcancé a despedirme de ella! —Le desgarro el corazón con mis palabras y él sólo me escucha, sin saber qué hacer y siendo sinceros tampoco hay mucho que pueda arreglar, el daño ya está hecho y es irreparable—. Ahora ella ya no está y tengo que vivir el resto de mi vida con eso. Sabiendo que me quitaste momentos que pude pasar junto a mi madre —susurro, tragándome todos mis sollozos para no volver a derrumbarme enfrente de él. —Camille...princesa —su voz se quiebra y mis ojos se cristalizan cuando me vuelve a llamar como solía hacerlo—, no sabes cuanto lo siento, cariño. Fui un completo idiota y me lamentaré el resto de mi vida por lo que te hice —vuelve a disculparse y esta vez soy yo la que aparta la mirada, incapaz de verlo a los ojos porque no encuentro mas que decepcion en ellos. Me obligo a ser valiente y tener el coraje de acabar con lo que nos queda y tomo una bocanada de aire antes de volver a mirarlo. —De nada sirve que lo hagas —le digo con firmeza, aferrándome al poco oxígeno que reside en mis pulmones—, ella no regresará, ambos tendremos que lidiar con nuestras culpas —admito desolada. Eso es lo único que nos une desde hace tiempo, las culpas que nos atormentan por las noches. Esa culpa que me asfixia, esa culpa que no me deja ni respirar, esa culpa que me ahoga. Él resopla tristemente y no me atrevo a acercarme a abrazarlo y consolarlo como lo hubiese hecho años atrás. —Podemos hacerlo juntos, podemos volver a ser una familia, podemos aprender. Sólo quédate —sugiere con un atisbo de esperanza palpando en su voz. Sus ojos cristalizados son dagas directas a mi corazón porque siento que puedo ver a través de él, pero el dolor es demasiado que no puedo hacer más que herirlo. Una sonrisa vacía brota de mis labios y me acerco a él. —No te confundas, no he vuelto para reparar lo que rompiste en el pasado. Sólo quería cerrar este ciclo contigo, pero que quede claro que no te quiero en mi vida, no me interesa pretender que podemos ser lo que una vez fuimos —espeto enojada sabiendo que lo estoy hiriendo con mis palabras cargadas de veneno, pero sinceramente no me importa. Necesito que todo el dolor se vaya—. La única persona que nos mantenía como una familia está muerta. Esta relación de padre e hija ya se rompió hace tiempo y no tengo el mínimo interés en repararla —finalizo dejando que las emociones salgan a flote, mi padre solloza sin poder contenerse y la indiferencia se apodera de mí. Se lleva la mano al pecho mientras hace una mueca de dolor. El sentimiento de culpa vuelve a aparecer cuando me doy cuenta de que todavía se encuentra mal de salud. Una batalla comienza en mi interior y las ganas de abrazarlo me estremecen la piel. Ignoro toda la turbulencia emocional y reprimo mis sollozos porque sé en el fondo que aún no estoy preparada para perdonarle, si lo hago sólo nos haremos daño mutuamente. Y ya estoy cansada de sufrir por personas que no merecen absolutamente nada de mí. —Adiós padre —me despido, siendo indiferente, y no le doy tiempo de responder algo que me haga romperme enfrente de él. Salgo de la habitación, arrastrando mis pasos para salir de este maldito hospital antes de que el oxígeno abandone mis pulmones por completo. Camino y camino sin saber por donde salir, me pierdo entre los pasillos y suelto una maldición queriendo controlarme antes de que entre en pánico. —¡Camille! —Un grito detiene mi andar y me giro, buscando de dónde proviene esa voz. Reparo mi entorno y me encuentro a un Daniel sobresaltado y con una capa de sudor en la frente, como si hubiera corrido un maratón. —La prensa está aquí —suelta rápidamente, recuperando el aliento—, no sé cómo diablos se enteraron, la entrada principal está llena de ellos. Tenemos que irnos ya, saldremos por la puerta del aparcamiento —me extiende su mano y no dudo en tomarla. Él me hace sentir segura y lo último que necesito en este momento es personas invadiendo mi vida privada, eso es lo que siempre hacen. Sabia que era cuestión de tiempo para que se enteraran que regresé a Seattle, pero quería evitar a toda costa que se filtrara la información sobre mi regreso, aunque es tonto si lo pienso nuevamente, de todas formas la galeria de arte los atraeria como abejas al panal. —Él lo sabrá —me susurra en voz baja. > Resoplo mientras sigo caminando a la par. —Todo Seattle lo sabrá, Daniel —añado para restarle importancia a su comentario—. Llévame al edificio donde se llevará a cabo la exposición, tengo que cerciorarme que todo esté en orden para mañana —pido, intentando cambiar de tema porque me siento incómoda hablando de él. Luego de atravesar el ala del hospital, llegamos a la camioneta y Daniel se detiene para abrir mi puerta. —¿Eso quiere decir que vuelvo a ser su chofer, señorita Brown? —bromea, soltando una carcajada que me divierte—, porque si es así déjeme decirle que me he retirado de ese oficio desde hace años —ruedo los ojos y termino sonriéndole mientras me acomodo en mi asiento. —Nada de formalidades conmigo, Daniel. Ya no las necesitamos —aclaro antes de que siga con su juego—, sólo llámame Camille —pido. El rodea el auto en segundos y se sube al lado del conductor con una sonrisa pintada en los labios. Enciende el motor pero no conduce, al contrario, me mira fijamente y su sonrisa se amplía. —Me gusta más pequeñuela, te queda perfecto—dice con serenidad y empieza a conducir, plantando una sonrisa en mis labios mientras nos alejamos del hospital, dejando atrás a la prensa, a mi padre y mis problemas. Transcurrida una media hora, Daniel aparca el auto en la vereda del establecimiento. Los dos nos bajamos y entramos en el edificio donde se celebrará mañana la galería de arte. Hay mucha gente que va de un lado a otro trabajando para que mañana sea perfecto. Me encargo de supervisar al personal y de que todo esté en orden con las bebidas y la decoración, que es una parte fundamental para las fotografías que seleccione para esta exposición. Nada puede salir mal, esto es lo único en lo que puedo triunfar, donde puedo brillar y no puedo permitirme fallar. —¿Crees que les gusten? —le pregunto a Daniel en un susurro, sin poder esconder la inseguridad en mi voz—. Quizás son demasiados o no son suficientes... —Señalo las fotografías expuestas en el lugar. Aunque todavía faltan más. Las manos de Daniel se posan en mis hombros de manera suave y me hace verlo a los ojos. —¡Les van a encantar! ¿Me oíste? Estas fotografías son geniales, no lo dudes ni por un segundo —me anima dándome una sonrisa que me dice "todo estará bien" y por un solo momento me permito creerlo. No quiero ser pesimista. —Gracias —susurro bajito. Recorro el lugar con gran ilusión, analizando cada fotografía y alentándome a mi misma. Son perfectas. Lo son y necesito confiar en que todos lo verán así. Es mi esfuerzo y debo estar feliz, lo logré. Mañana montaré mi propia galería de arte. —¡Camille, llegaste! —La voz de Claudia, mi galerista, penetra mis oídos haciéndome girar en su dirección—. Que bueno que estás aquí, cariño, ya todo está listo para mañana, bebidas, decoración, proyectores, edición, las invitaciones fueron enviadas hace días...—me deja saber mientras revisa el papeleo en sus manos, sin verme a los ojos. —Entonces, ¿todo está listo? —intento asegurarme de que no haya ningún problema. Necesito que todo salga bien. Ella me sonríe y asiente. —Todo está listo, solo vienes mañana y haces lo tuyo, eso que hacen los artistas, chica. Me aseguraré que los invitados escogidos por la galería hayan confirmado su presencia, son esenciales —continua hablando y la escucho con atención. —¿Sabes quienes son? —inquiero, intentado saber porque de repente siento la necesidad de descubrirlo—. Las personas que ustedes invitaron, los escogidos... —le aclaro para que entienda. Me da curiosidad saber quiénes vendrán, aparte de las personas que ya conozco. Hace un mohín y revisa su celular unos segundos antes de alzar la mirada. Esta vez si se enfoca en mí. —Claro que lo sé, querida, son personas sumamente importantes e influyentes en Seattle, si a ellos les gusta una de tus fotografías se puede decir que tienes asegurado un futuro. Ellos elevarán tu carrera al siguiente nivel —comenta rápidamente, sobresaltada—. Si eso es todo, aún tengo que revisar unos asuntos, tú no te preocupes por nada, mañana será un éxito —me da un beso en la mejilla y se aleja con una sonrisa para después contestar su teléfono, dejándome en medio del lugar tratando de convencerme a mí misma que mañana será el mejor día de mi vida. Que mañana va a ser inolvidable. ****** Me despido de Daniel con un beso en la mejilla mientras lo veo alejarse y perderse en el sendero, él también tiene una vida y no puede estar todo el tiempo conmigo aunque así lo quiera. Resoplo enojada mientras siento cómo mis pensamientos se intensifican. Aunque quiera entrar a la casa y relajarme, no lo hago. Me quedo parada por un momento, meditando todo lo que ha pasado en este día. Las cosas que he tenido que experimentar, el dolor que parece no querer irse nunca. Todo lo que aún me hunde. No sé cuánto tiempo pasa pero decido dar un largo y profundo respiro para después introducirme a la casa. Diviso a mi alrededor y no encuentro señales de vida. Me encuentro agotada física y mentalmente así que no me tomo el tiempo de revisar si hay alguien y comienzo a subir las escaleras dispuesta a tomar una siesta o al menos dispersar mis pensamientos. Me adentro en mi habitación y me deshago de mi ropa cambiándola por una limpia. Amarro mi cabello en un moño alto y me dejo caer sobre el colchón. Mi mente se queda en blanco. No hay nada. Solo oscuridad. La conversación con mi padre me dejó exhausta, me agotó, me vació de toda emoción que pude haber sentido y aunque deseaba cerrar un ciclo lo único que conseguí fue abrir otro dentro de mi corazón. Me di cuenta que no quiero perdonar a mi padre, no quiero perdonarlo, quiero que siga siendo el culpable de todo mi sufrimiento porque el dolor, el rencor, y la desilusión es lo único que me queda y si lo pierdo ya no tendré nada. Me quedaré vacía. Necesito aferrarme a ese rencor no importa si enveneno mi alma en el proceso, porque prefiero estar podrida que vacía. No quiero volver a sentirme como lo hice hace tres años, no lo permitiré. Por esa razón mi padre seguirá siendo el autor principal de mi sufrimiento y la persona que me apagó. Tal vez esto me convierta en una mala persona, han pasado tres años y debería perdonarlo, seguir adelante, eso sería lo correcto. Debería volver al hospital y decirle que le perdono, que no le guardo ningún rencor, que le quiero con todo mi corazón, que le he echado mucho de menos todo este tiempo, que en mis noches más oscuras le necesitaba a mi lado para decirle que me estaba desmoronando por dentro al no tener a mamá a mi lado, que no quería estar sola, que quería que no me dejara, que quería que me demostrara que al menos para alguien valía la pena, que al menos para alguien era suficiente. No lo era. Como persona odio a mi padre por lo que ha hecho, pero como su hija lo amo. Es lo único que me queda. Así de complicadas son las cosas y de momento no me interesa que cambien, quiero seguir con este tormento que me hunde cada noche, este tormento que me hace olvidar que abandoné a mi madre sin saber que me necesitaba más que nunca, necesito este remordimiento para que la culpa no me consuma. O quizás ya lo hace. Me estoy consumiendo en mi mar de culpas. La pequeña sombra de Ellie me hace despegar la mirada de la ventana y logra alejar mis pensamientos, suelto un resoplido junto a una sonrisa y le extiendo mi mano para que venga a la cama conmigo. Ella sonríe con timidez y se acerca corriendo, se sube a la cama sin ninguna dificultad para después hacerse rollito bajo mis brazos, acercándose a mi pecho. —Cuéntame un cuento, mami —me pide en un susurro, rodeando mi cuerpo con sus pequeños brazos, lo cual merman una parte del dolor emocional que me consume—, ayer no lo hiciste —reprocha enojada haciendo que sonría. Le doy una mirada llena de ternura y empiezo a contarle el mismo cuento que insiste en escuchar aunque a mi provoque todo menos paz. —Érase una vez, hace miles de años, existía un hermoso ángel que poseía la luz más bonita de la tierra y se enamoró perdidamente de un demonio lleno de oscuridad. Ese ángel amaba con todo su corazón a ese demonio y no le importaba toda la oscuridad en la que él vivía sumergido, el ángel estaba dispuesto a enfrentar a todo el mundo para estar junto al demonio, pero había un problema; el demonio no quería estar con ese ángel. Se negaba a enamorarse de alguien. Él estaba muy herido por dentro como para amar. Las grietas de su corazón alejaban al ángel cada vez más. Ese demonio era muy cruel y muy egoísta que solo lograba hacer sufrir al pobre ángel que no hacía más que amarlo, el demonio solo jugaba con los sentimientos del ángel, apagando cada vez más su luz interior hasta que un día comprendió que...—prosigo contando el cuento mientras escucho la respiración de Ellie haciéndose cada vez más lenta. Acción que me indica que probablemente se está quedando dormida en mis brazos. Tras varios minutos concluyo el cuento y le sonrío con tristeza, recordando todas las veces que lo he hecho. Deposito un tierno beso en su frente, considerando que se ha dormido por completo, mi corazon se siente pesado dentro de mi pecho mientras la arropo para que no pase frio. Intento alejarme para darle espacio y evitar que se despierte pero la oigo hablar con los ojos cerrados. Me detengo y la observo fijamente. —Mami... —susurra tan despacio que tengo que enfocarme en el movimiento de sus labios para poder entenderla. Inhalo un poco de aire, sintiéndome abrumada—. ¿El demonio y el ángel pudieron ser felices? —me hace la misma pregunta que ha hecho desde hace meses esperando una respuesta diferente. Permanece con los ojos cerrados. Tomo una bocanada de oxígeno y abrazo a Ellie con más fuerzas. Queriendo aferrarme a ella con todo mi ser. —No mi amor, ellos no pudieron ser felices al final del cuento —admito y Ellie se remueve de su lugar, frunce los labios en gesto tierno que me da a entender que no le gustó mi respuesta. Nunca le gusta el final. A mí tampoco. —¿Por qué, mami? —la curiosidad le gana como siempre, pese a que ella ya sabe la respuesta pero se niega a aceptarla. —Porque el ángel se dio cuenta que no podía ser feliz con alguien que apagaba su luz, cariño —acercándola a mi pecho le susurro la respuesta a su pregunta, espero unos segundos a que diga algo pero no lo hace. Se aferra a mí como si quisiera quedarse a mi lado. Como si fuera ese pequeño ángel y no quisiera apagarse como yo lo hice una vez. Pero no pasará. No volveré a hundirme. No me volveré a apagar.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD