Aarón
—Alexander, hijo —Stefan se acerca a él después de unos segundos mientras mi madre lloriquea y me maldigo a mi mismo por hacerla llorar.
Alexander empuña las manos y entrecierra los ojos en realización, como si algo apenas estuviese acentuándose en su cabeza. Una ráfaga de dolor opaca el iris de sus ojos, suspira con pesar para después enfocar su mirada en su padre, que agacha la cabeza, luciendo avergonzado.
Por primera vez, Stefan muestra debilidad ante su hijo y no entiendo la razón, es como si ellos pudieran hablar con la mirada su propio idioma y es una conversación en la cual ni mi madre ni yo estamos involucrados. La confusión me embarga hasta que las palabras de Alexander invaden mis oídos.
—Tú lo sabías —es una acusación dirigida a su padre, que permanece callado. Mi mente intenta procesar las palabras pero solo la confusión aparece en mi cabeza. No entiendo de qué diablos están hablando.
—Alexander... —Stefan intenta recuperar el habla.
—Lo sabías y no tuviste la cortesía de decírmelo, preferiste callar —la acusación se convierte en una afirmación que quiebra el semblante de Stefan, haciendo que se acerque a su hijo pero este le advierte con la mirada que ni lo intente.
—Hijo, hablemos —pide Stefan, entristecido y Alexander niega bruscamente, como un animal herido.
Alexander no tarda en recuperar su perfecta e impenetrable compostura, haciendo a un lado cualquier emoción que pueda hacerle parecer vulnerable.
—Deberías aprovechar el tiempo para hablar con tu otro hijo, Stefan. Él va a necesitar que le aconsejes para lo que se avecina porque no pararé hasta ver a James entre rejas y créeme cuando te digo que no me importaría llevarme a Aarón por delante —sentencia con voz áspera. Deja escapar un resoplido cansado y luego mira a mi madre por unos segundos.
Mi madre se limita a asentir decepcionada, dándole la razón. Quiero argumentar algo pero no me da tiempo.
Alexander no dice nada más y abandona la sala de estar rápidamente, dejándome a la merced de mi madre y Stefan quienes me fulminan con los ojos.
Sin ganas de querer escuchar el sermón de ambos, salgo de la mansión siguiendo a la única persona que me interesa dejarle las cosas en claro, ya que yo no he terminado de hablar.
Lo veo en la salida de la mansión, a punto de subirse a su auto. Mi cuerpo se tensa en anticipación, como si presintiera que esto acabara mal. Ambos no nos soportamos, es demasiado evidente.
—Huye como él maldito cobarde que eres —el decreto de mi voz lo detiene en seco. Cierra la puerta del auto con fuerza y se enfoca en mí.
Su mirada desprende ese brillo sombrío que me hace sobrepensar mis actitudes.
Rodea el auto y quedamos a pocos metros, ambos nos retamos con la mirada y ninguno de los dos está dispuesto a perder.
—¿Quieres que llame a Amelia para decirle que su hijo se le escapó de nuevo? —su burla enciende mis ganas de partirle la cara y borrarle la sonrisa que se asoma en la comisura de sus labios.
Sin embargo, prefiero herirlo de la única manera que sé podré causarle un daño.
—Te crees el gran empresario que puede pisar a todo el mundo sin sufrir las consecuencias de sus actos, ese al que todo el mundo le tiene miedo —el rencor que siento hacia él empieza a hacer de las suyas—, pero no eras más que un hombre miserable que no puede superar el hecho de que su propia madre lo abandonó, y te puedo asegurar que incluso de eso debes tener la culpa. No vales absolutamente nada, Alexander —el peso de mis últimas palabras me hace entrecerrar los ojos al darme cuenta de lo que he hecho.
He dado un golpe bajo que lo hace apartar la mirada, ya que la mención de su madre en una conversación que no le compete, es lo más miserable que he hecho hasta el momento.
Pienso que se me irá a los golpes y me preparo para ello pero hace todo lo contrario, suelta una carcajada que me demuestra que es un hijo de puta que carece de sentimientos.
—¿Eso es todo lo que tienes, Aarón? —enarca una ceja con diversión—. Te creía más inteligente, pero hasta para las palabras eres un mediocre —habla airoso, por primera vez haciéndome sentir inferior.
Odio la sensación de sentirme por debajo de él, estoy seguro que él no vale nada. Es un hombre vacío que vive de las apariencias, esa máscara de hombre de negocios, empresario, jugador de mujeres, un maldito magnate, eso no es nada más que una farsa para ocultar que está podrido por dentro y que si se hubiese permitido apreciar a Camille tal vez y solo tal vez hubiese podido cambiar.
—No te tengo miedo, Alexander —le dejo saber, pese a que la incertidumbre de saber si tiene el poder de mandarme a la cárcel o no sigue latente.
—Deberías —contraataca—, no voy a detenerme hasta verte en la cárcel. Tienes que aprender a ser un poco más inteligente y no dejarte guiar por las mentiras que te dicen los demás. —Sus palabras me tensan, la sospecha de que James me haya estado mintiendo todo este tiempo me está aniquilando.
Confié en James y espero no arrepentirme porque ambos acabaremos mal parados si no hay evidencia que respalde nuestra denuncia. Él puede atacarnos por esa parte y con el poder que tiene en Seattle, no será muy difícil refundirnos en la cárcel si se lo propone.
Sonrío nervioso y hago el último intento en saber algo que me está carcomiendo por dentro, puedo asegurar que hay algo más que lo está impulsando a querer destruirnos.
—¿Es por ella, no? —su cuerpo se pone rígido y sus ojos adquieren un brillo sombrío, sabe perfectamente a quien me refiero—. Quieres sacarme fuera de la jugada para poder acercarte a ella, te diste cuenta que fuiste un completo imbécil que la dejó ir y ahora quieres recuperarla —lo afirmo sin dudar de mis conclusiones, tengo la certeza de que todo esto tiene que ver con Camille.
Está ensañado en hundirme y no creo que sea solo por atreverme a ir contra él, tiene que ser por ella, quiere deshacerse de mí.
—Aarón, no necesito mandarte a la cárcel para recuperarla —inquiere con arrogancia, alimentando el odio que siento por él—. Claro, si eso quiero —añade, el sarcasmo empañando su voz.
Lo fulmino con la mirada y trato de controlar los impulsos de golpearlo hasta hacerle entender que no es más que una basura que tarde se ha dado cuenta del error que cometió.
—Ni aunque lo hagas podrás alejarme de ella. Camille me ama y yo igual —la seguridad en mi voz endurece las facciones de su rostro—, nada de lo que hagas para separarme de ella funcionará. Yo no seré un estúpido como tú, no cometeré los mismos errores, no la dejaré ir por nada del mundo —asevero sin mostrar falla de debilidad—. Ten por seguro que jamás la abandonaré. Ella es mía, Alexander, y no pienso soltarla.
Las palabras que salen de mi boca son completamente sinceras, no importa lo que intente en mi contra, a Camille no la dejo por nada del mundo. Ella es mía y no la dejaré ir.
Él puede hundirme, pero ella permanecerá a mi lado.
Su lenguaje corporal no me da la suficiente información para saber qué hará. Luce tranquilo, casi relajado y eso es algo que me pone mal. No logro leerlo o anticipar sus movimientos.
Se acerca y me mira con fijeza, un atisbo de vacilación rondando su mirada.
—¿Estás seguro que no la dejarás? —inquiere, haciendo una pausa para sonreír, acción que me hace saber que viene algo más—, ni aunque te diga que si lo haces puedes ahorrarte ir a la cárcel, que puedes evitar de dos a cinco años de prisión, si la dejas. —El chantaje que utiliza me toma por sorpresa y no encuentro las palabras para hacerle frente porque me veo planteando la idea en mi cabeza.
La duda se siembra por dentro como la hiedra, es tentador lo que ha ofrecido. No quiero ir a la cárcel pero tampoco estoy dispuesto a perderla. No renunciaré a Camille.
Lo veo poner los ojos en blanco y resoplar con enojo, su respiración se agita y me mira con absoluta satisfacción, como si hubiese logrado su cometido. El semblante de superioridad me deja con una mirada llena de confusión.
—No aceptaría —esclarezco cuando consigo hablar—, jamás renunciaría a estar con ella.
La tensión es palpable entre nosotros. El aire es opresivo y advierte una confrontación mayor.
—Pero lo dudaste, Aarón —es más una afirmación que una pregunta—. Dudaste en dejarla para salvarte y no debiste hacerlo, no cuando no debes renunciar a ella por nada del mundo, así que no la mereces —musita con melancolía y podría decir que hasta con pesar.
Parpadeo desentendido, lo que dice me cala en lo profundo de mis huesos, por primera vez en la vida le doy la razón a una persona como él; no debí dudar ni por un segundo.
La moral me da un golpe certero, haciendo que la culpabilidad me invada. Intento decir algo pero las palabras no salen de mi boca, es como si me hubiese quedado mudo. No tengo nada que argumentar para defenderme porque todo lo que ha dicho es verdad. Dudé. Caí redondo en su maldita trampa y aunque él no pueda separarme de ella como piensa, ahora sé que no soy mejor que Alexander como suponía.
Ni él ni yo la merecemos.
Pero tampoco renunciaré a ella, no cuando he logrado que me ame después de tanto tiempo. Luché por ella y estaría loco si permitiera que volviera a dejarse enredar por un hombre como él.
Paso saliva y aunque la culpabilidad que siento sea demasiado grande, mis ganas de recalcarle el hijo de puta que es son peor.
—Tú no eres mejor que yo. Ni por un segundo se te ocurra pensar que lo eres —argumento y él se queda callado, dándome el impulso que necesito para continuar—. Ella te amaba con locura, fui testigo de cómo hubiese dado su vida por ti, ¿y qué hacías tú, Alexander? Solo la humillabas, la hacías sentir como si fuese un cero a la izquierda, ella se rebajó por ti y tú te dedicaste a ilusionarla con promesas falsas. Jugaste con sus sentimientos, le hiciste creer que la amabas, la heriste, la hundiste, la apagaste con todas tus acciones y como si eso no fuera suficiente, la desechaste cuando decidiste que te habías cansado —continúo con todo lo que tengo atorado en el tórax, con las palabras llenas de verdades que él merece escuchar.
Se merece sufrir, no se le puede olvidar la mierda que es.
Él permanece con la mirada puesta en mí y por primera vez en la vida puedo ver un atisbo de emoción brillar en sus ojos; dolor. Un profundo dolor que me causa un estremecimiento. Mis palabras tienen un efecto en él.
>>La dañaste, Alexander, ella se merece absolutamente todo en esta vida y tú la hiciste sentir como si no valiese nada. Hiciste que se preguntara qué estaba mal con ella cuando lo único que estaba mal en su vida eras tú. Porque si yo no me la merezco, créeme que estoy seguro que tú eres el último hombre sobre la faz de la tierra que se merece a alguien como ella. Tal vez la quisiste, no lo dudo, es imposible no albergar un sentimiento por ella, tal vez ella te llenaba el ego, te hacía sentir poderoso, te alimentaba la arrogancia y te sentías el mejor al tenerla detrás de ti, pero lo que le hiciste es imperdonable. Haberla apagado te convierte en la peor escoria.
Dejo escapar un suspiro al momento en que termino mi disputa. El silencio que nos rodea corta el oxígeno. Él está aturdido por mis palabras. Como si se enterraran en su corazón. La tensión es excesiva y el hecho de que aún se preocupe por Camille me inquieta y me molesta. Pensaba que ella era irrelevante, pero lo que me muestra su rostro es todo lo contrario.
Hay arrepentimiento, dolor, remordimiento, como si todas las emociones los estuviesen avasallando sin piedad. Intento hablar para que reaccione pero se me adelanta.
—Quizá tengas razón, soy la peor escoria sobre la tierra, no merezco a una persona tan pura como lo es ella —concuerda conmigo, cosa que me sorprende.
—¿Intentas redimirte? —inquiero con sorna.
La rabia que trasmite su mirada fluye por mi cuerpo.
—Siempre he hecho las cosas de frente y esta vez no será la excepción, Aarón, así que te haré mi única advertencia. Voy a pasar el resto de mi vida si es necesario, demostrando que soy digno de ella. Esta vez no me voy a alejar, esta vez no seré el cobarde que la deja ir, voy a luchar por ella y destruiré todo o a todos los que se interpongan en mi camino. No me importa quien sea. Sí, sé que le hice daño en el pasado y probablemente nunca me perdonará todo lo que destruí, pero no voy a renunciar a ella, no renunciaré a la única persona que me importa en este mundo, ella nunca se rindió conmigo y estoy seguro como el infierno que voy a dar pelea por ella hasta mi último aliento. Puedes discutir todo lo que quieras pero es Camille la que finalmente tendrá que tomar una decisión, y créeme cuando digo esto, haré todo lo posible para que esa elección sea yo.
Mi cuerpo se tensa de manera brusca.
Su confesión me deja estático y con un nudo en la garganta que es imposible de deshacer, prácticamente me ha confesado su amor por ella a la cara. Un hombre frívolo y sin sentimientos como él, se ha quitado la máscara y ha mostrado su verdadero rostro. Ha dicho lo que siente y eso solo hace que la opresión sobre mi pecho se extienda a cada una de mis extremidades. Sé lo que Alexander representa en la vida de Camille, sé lo mucho que ella sufrió por él, sé que fue el gran amor de su vida y el hecho de que él esté dispuesto a pelear por ella me deja lleno de inseguridad.
Sin embargo, me obligo a alzar la mirada y responder.
—No me la dejaré quitar —advierto.
Una sonrisa burlesca se forma en la comisura de sus labios.
—No será necesario que lo hagas, ella misma te dejará cuando se entere de la verdad —mi cara palidece—, no te perdonará que le hayas mentido por años acerca de tu verdadera relación con Samantha. Ambos sabemos de qué hablo.
Empuño ambas manos con fuerza y aprieto la mandíbula, sintiendo la necesidad de matarlo. Samantha es un tema cerrado desde hace años y mucho antes de que ellos se divorciaran, no quedamos en buenos términos pero ambos accedimos a guardar el secreto.
—¿Así es cómo piensas separarme de ella? Haciéndole daño al contarle lo que sucedió hace años —increpo, la rabia corriendo por mis venas.
Él da una negativa, su mirada puesta sobre mí, el aire se vuelve opresivo cuando sus ojos se ensombrecen, dándole un aspecto aterrador.
—No me corresponde a mi decirlo. Tú mismo lo harás y, cuando eso suceda, lo disfrutaré como no tienes una idea —su voz adquiere una nota mortal—, porque podré desquitar mi ira contigo por hacerla sufrir.
—¿Y qué te hace pensar que se lo diré?
Eso lo hace sonreír.
—Lo harás —no hay un indicio de falla en su voz—, porque todavía hay algo que te sigue uniendo a su mejor amiga —decreta con seguridad—. Y ese lazo es irrompible.
La confusión interrumpe la expresión de mi rostro.
—¿A qué te refieres? —indago.
—El sol no se puede tapar con un dedo, Aarón, pronto sabrás a lo que me refiero y serás el primero en confesar la verdad. No habrá necesidad de obligarte a hacerlo.
Cierro los ojos con fastidio y maldigo por lo bajo, no espero a que diga algo más y me alejo del lugar, siento que no recibo el suficiente oxígeno. Mi aliento ha sido arrebatado por esa confesión de amor y ese secreto que creí haber enterrado hace mucho tiempo. Esa maldita confesión lo cambia absolutamente todo.
Porque antes era más fácil creer que él era un hombre sin escrúpulos que solo jugaba con ella, pero la seguridad que poseía al momento de decirme las cosas me hace saber que él la ama. Él realmente la ama y aunque me niegue a admitirlo en voz alta, tengo miedo de que la confunda.
Tengo miedo de que ella vuelva a caer por sus mentiras, tengo miedo de que la vuelva a apagar como lo hizo hace tres años. Tengo miedo a que nuestro amor no sea lo suficientemente fuerte como para enfrentarse al de Alexander, porque sé que él fue su primera ilusión, su primer amor y su esposo. Él fue parte importante de su vida y yo quiero lograr que Camille me ame con la misma intensidad que algún día lo amó.
No puedo permitirme perderla, no importa lo que haga para retenerla a mi lado, no me la dejaré quitar tan fácilmente, porque está vez sé lo que se siente tenerla y ese sentimiento no es algo a lo que esté dispuesto a renunciar, no sin antes dar pelea.
Pese a que las últimas palabras de Alexander sigan resonando en mi cabeza como una profecía que puede cumplirse en cualquier momento y dejarme ver en la mentira en que he estado viviendo.