Capítulo XXXVI

4540 Words
Alexander Invierto la mayor parte de la mañana ahogado en papeleo que debería haber revisado desde ayer como me lo recordó Jenna, mi asistente, pero siendo sinceros estaba demasiado ocupado intentando memorizar la rutina que ha adquirido Camille en mi empresa. Llega exactamente a las 8:45 de la mañana, incluso cuando le aclaré a través de un mensaje de texto que su hora de entrada eran las 8:00 a.m. Ella lo ignoró deliberadamente. Lo esperaba. Y sé que sólo lo hace con el único propósito de fastidiarme porque no se quiere mostrar derrotada ante mí. Aunque no me molesta que lo haga. Al contrario, me hace feliz que siga viniendo. Pero bueno, regresando al tema, luego de llegar a la empresa se va directamente a su oficina, donde pasa exactamente cuatro horas y treinta minutos con Ava y, a veces, con otros empleados tratando de ordenar sus ideas para la nueva campaña. Cuando se llega la hora del almuerzo pide comida para llevar y come en su oficina junto con Ava, que me reporta todo de lo que discuten durante el día, aunque sospecho que se guarda algunos detalles porque comienza a sentir una especie de lealtad hacia Camille y no puedo culparla. Es imposible no encariñarse con ella. Con mi mujer. Después de comer pasa algo más de tiempo en su oficina, pide ya no ser interrumpida y luego, cuando sospecho que comienza a aburrirse de estar tantas horas en un solo lugar, se va a las otras plantas de la empresa para distraerse hasta que termina su turno. Todos los días hace lo mismo. ¿Cómo lo sé? Fácil. He hecho de mi misión personal averiguar hasta el mínimo detalle de su rutina. Aprender lo que le gusta de la empresa y lo que no, la gente con la que interactúa durante el día. Vigilo sus movimientos, y mientras la idea de instalar cámaras en su oficina comienza a tomar más terreno en mi cabeza, siempre termino desechándola porque no quiero invadir su privacidad todavía más y conseguir que me desprecie. No me conviene en este momento. Y quizá porque también no quiero escuchar cosas que me hagan sentir peor. Es necesario admitir que mi plan tiene un fallo. Porque nunca preví que sería una enorme distracción tenerla en mi espacio de trabajo, pero ahora que lo pienso bien creo que debí haberlo sabido. Por supuesto que no sería capaz de mantener la concentración cuando sé que ella está en el mismo piso que yo. Joder, apenas puedo apartar las manos de ella cuando la tengo cerca. Porque la deseo demasiado como para acallar esos instintos que me gritan que la haga mía. Hoy se cumplen cuatro días exactos desde que empezó a trabajar para mí. Y aunque me complace demasiado saber que todo está marchando bien. Ella me ha estado evitando desde aquel placentero encuentro que tuvimos en su oficina. Comprendo que no quiere ni verme porque no quiere admitirse a sí misma, que al igual que yo, también disfrutó de lo que sucedió entre nosotros. Siento un torrente de sangre concentrándose en mi ingle con solo recordar el dulce calor que presencié entre sus piernas. Trago con fuerza. Desesperado. No puedo quitarme ese encuentro de la puta cabeza, porque lo llevó repitiéndolo como un cassette desde entonces. Ella hace todo lo posible para no cruzarse conmigo y, aunque me frustra el hecho de que me ignore con tanta facilidad, como si yo no fuera nadie en su vida, también me trae un poco de alivio que sí se coma todos los pedazos de tarta de chocolate que le he preparado personalmente con la única intención de hacerla feliz. Le traigo un pedazo de tarta todas las mañanas y se lo pongo en su escritorio para que lo deguste con su café matutino, que nunca le hace falta. Aunque también es importante notar que le ha pedido a Ava, en múltiples ocasiones, que me deje muy claro que me detenga o empezará a tirarlos, pero la conozco demasiado bien para saber que no lo hará. Esa es la ventaja que tengo sobre ella. Y mientras la situación comienza a salírseme de las manos porque a pesar de que haya vuelto a probarla, a besarla como tantas veces lo anhelé, absolutamente nada ha cambiado entre nosotros, pero es también innegable el hecho de que la siento más cerca de mí. Cada vez que cruzamos miradas; en la recepción, los pasillos, o cuando sale del ascensor y se encamina a su oficina, siempre puedo ver el atisbo de vulnerabilidad que refulge en sus ojos. La manera en que su respiración se ralentiza y sus hombros se tensan bajo la tela de su ropa. Incluso cuando pone esa máscara de indiferencia para demostrar que no tengo ningún efecto sobre su persona. Porque aunque se odie por ello, sigo afectándola, de la misma manera que ella me afecta a mí. Nada ha podido cambiar eso. Ni siquiera el tiempo. La sutil llamada a mi puerta desvía mi atención lejos de mis pensamientos. Esos pensamientos que sólo giran en torno a una sola mujer. Mi mujer. Sacudo la cabeza al tiempo que dejo salir una exhalación. —Adelante —instruyo. Ya era hora que se presentara. Ava entra en mi despacho con el mismo nerviosismo que el primer día que empezó a trabajar para mí hace un año y medio. Levanto la vista por completo para examinarla de manera rápida antes de hacerle un gesto para que se acerque. Ella duda unos segundos, pero lo hace. Me mira fijamente con una expresión de ansiedad. El silencio que se crea enseguida a nuestro alrededor me impacienta. —¿Y bien? ¿Cuál es tú reporte? —Pregunto con la intención de hacerla hablar de una vez por todas. Estoy jodidamente irritado por no estar al tanto de todo. Su silencio solo me frustra. —Nada nuevo, señor —traga saliva. La miro detenidamente mientras noto que mi cuerpo se tensa. Me cuesta creer una sola palabra que salga de su boca porque he visto el acercamiento que ha tenido hacia Camille en tan pocos días. Y la manera en que desvía la mirada, creyendo que no me doy cuenta, me da la certeza que no está siendo del todo sincera. —¿Todo sigue igual con ella? —finjo estar tranquilo. Asiente despacio mientras ladea la cabeza. —Así es, señor. —¿Es esa la verdad o me estás ocultando cosas? —Utilizo un tono más serio con ella, que sacude rápidamente la cabeza, luciendo asustada. Se me escapa un bufido de exasperación en cuanto reanudo el trabajo que estaba haciendo antes de que ella entrara. Escaneo los papeles intentando poner a trabajar mi mente, sin embargo, me veo reflexionando acerca de la manera en que reacciona ante mí. Me queda muy claro que es una persona tímida, pero joder, actúa como si fuera un animal que desea atacarla en cualquier momento y, aunque en parte me divierte, también me hace replantearme mi personalidad y mi actitud hacia mis empleados. ¿De verdad soy un imbécil con mis empleados? > mi subconsciente no tarda en responder por mi. —Le prometo, señor, que no hay nada nuevo que informar sobre Camille. Todo sigue igual que desde que llegó —susurra por lo bajo, de repente atrayendo mi completa atención. Interrumpo lo que estoy haciendo en cuanto escucho la manera en que se refiere a ella. No reparo en levantar la vista y mirarla directamente. Mi expresión impasible. Desde luego, ella nota el evidente cambio de ambiente. —¿Acaso no fui lo suficientemente claro contigo sobre cómo debes dirigirte a ella? —inquiero con un timbre de irritación, flexionando la mandíbula. Veo como se estremece ante mi tono. Sus mejillas y la nariz se le comienzan a enrojecer por la vergüenza. —S-sí...usted fue muy claro, señor —balbucea entre dientes, entrando en pánico. Odio cuando la gente hace eso, pero de nuevo, no le he dado una razón para sentirse confiada a mi alrededor. Y mi tono de voz tampoco le está facilitando las cosas. —¿Entonces? —Presiono. —Fue ella la que me pidió que la llamara por su nombre —suelta deprisa mientras pasa saliva—. Me negué por las órdenes que me había dado, pero insistió en que lo hiciera, señor —me mira con ojos suplicantes—. Si tiene algún problema con ello, le prometo que no volverá a suceder. Sólo no quise contradecirla. Hago un gesto de desaprobación con la cabeza. —No. Haz lo que ella te ha dicho. Si insiste en que la llames por su nombre, sólo hazlo. Lo que pida, lo tendrá —le aclaro con voz grave—. No importa lo que sea, si ella quiere algo vienes y me lo dices. ¿Está claro? —la miro fijamente. Ella asiente. —Sí, señor. Así será. Me limito a exhalar. —De acuerdo. Eso era todo. Sus ojos azules me escanean dubitativos antes de proseguir. —¿Ya puedo retirarme? —susurra. Hago el intento de despojarme de la tensión que emana mi cuerpo antes de volver a hablar. Tengo que cambiar de estrategia si quiero conseguir algo. Más cuando estoy seguro que Camille también comienza a congeniar con mi empleada. Y aunque me molesta su ineficacia al negarse a brindarme un reporte detallado sobre lo que hace mi querida ex-esposa, cambiarla por otra empleada no me beneficiaría en nada. —Claro que puedes retirarte, a menos que tengas algo más que agregar a la conversación —me tengo que esforzar para suavizar el tono de voz; incluso llego a sonar comprensivo—, ¿tienes algo que decirme, Ava? —inquiero mientras le regalo una media sonrisa fingida. Me mira un tanto descolocada. Porque aunque sea una mujer tímida, no es una tonta y entiendo que sospecha de mis intenciones. No se cree mi repentino cambio de actitud hacia ella, pero no me lo va a hacer saber. —No sé si es mi lugar —espeta, adquiriendo una postura más firme. —¿Qué es lo que quieres decir con eso? —expreso en un tono de advertencia, a punto de estallar. —No sé si deba decirle. Siento que estoy invadiendo su privacidad. Cierro los ojos por unos segundos en los que me replanteo las razones por las cuales sigue conservando su trabajo. Es buena en lo que hace. Y en el tiempo que lleva nunca he tenido una queja de ella. Dos puntos a su favor. Pero aún así, siento mi buena voluntad evaporarse. —Ava, déjame ser claro contigo una vez más, te di órdenes específicas de informarme de todo lo que Camille hiciera en mi empresa —esclarezco con autoridad—. No se te olvide que yo soy el jefe y por lo tanto espero que cumplas con lo que se te pide sin cuestionarlo. Si crees que no eres capaz de hacer esta tarea necesito que me lo digas y dejes de hacerme perder el maldito tiempo. Ella me da un débil asentimiento de cabeza, mientras traga con fuerza, sabiendo que la poca paciencia que tenía hace tiempo que se agotó. —Si, usted me dio órdenes muy específicas. Pero me dijo que le reportara todo lo que creyera necesario —me sorprende el hecho de que se atreva a intentar corregirme—, y así lo he hecho hasta ahora. Estoy haciendo el trabajo que se me pide. Aprieto la mandíbula con fuerza. —Pensé que entenderías que cuando decía "lo necesario" me refería a "todo" —increpo agitado, mis hombros rígidos; sus labios se tensan a cambio—. Pero por si necesitas escucharlo otra vez, quiero que me informes de cada cosa que hace durante el día, que come, de qué habla, con quién habla, aunque tú lo consideres una jodida tontería, quiero que me lo digas, cada puto detalle. ¡Lo quiero saber todo! —Mi voz autoritaria es ahora una advertencia cargada de desdén. Ella parpadea desequilibrada. Se da cuenta de que ya no intento ser amable con ella. Quiero algo y voy a conseguirlo. —Entendido, señor —espeta enseguida. —Muy bien, ahora te lo vuelvo a preguntar, ¿hay algo más que quieras agregar, Ava? —Esta vez sabe que no estoy jugando, me ha sacado de mis casillas y mi autocontrol está pendiente de un hilo. No sería inteligente para ella seguir callándose lo que sé que sabe. Exhala un fuerte suspiro. —Esta noche va a tener una cena familiar con su novio y la madre de éste en su casa —dice en un susurro bajo—. Eso es todo lo que sé. Consigo oírla claramente. Siento mi cuerpo rígido mientras mi visión se nubla por la rabia que me provoca saber que compartirá más tiempo que en ese maldito idiota. Debería sacarlo de mi camino de una vez por todas, pero para mí mala suerte, él es una de las razones por las cuales Camille sigue en mi empresa. Juro que odio a ese cabrón. No se merece tenerla. No se la merece en absoluto. Mi respiración se vuelve irregular mientras arrugo el papel en mis manos y suelto una maldición. Ava mira lo que hago con nerviosismo, pero se abstiene de decir algo al respecto. —¿Quieres decir en casa de mi padre? —Replanteo la pregunta, intentando no explotar por la sensación amarga que se instala en mi paladar. Para mi jodida desgracia todo el mundo aquí sabe quién es Aarón, mi maldito hermanastro. Las noticias corren rápido y fue cuestión de tiempo para que se enteraran de que Camille, mi ex esposa, está en una relación amorosa con él, más aún cuando él decidió anunciarlo apareciéndose por aquí con la estúpida excusa de recogerla de la empresa. Su maldita manera de marcar un falso territorio que no tendrá por mucho. Porque ella volverá a mí. De mi cuenta corre eso. —Sí. Se reunirán en la casa del señor Rosselló, su padre. —¿A qué hora? —pregunto enseguida. No pienso dejar escapar esta oportunidad. —Eso no lo sé —admite. Una pizca de irritación me recorre. —No quiero tener que preguntártelo otra vez —le doy un último aviso. —Estoy siendo muy honesta, señor, es todo lo que sé —Por alguna razón esta vez sí la creo, parece demasiado asustada como para no decir la verdad. —Será mejor que así lo sea, Ava, porque este trabajo que te estoy encargando es muy importante para mí y no pienso permitirme margen de error —increpo con dureza; mi tono de vuelve frío y distante—, tu lealtad podrá estar con ella, pero tú jefe sigo siendo yo. Espero que lo tengas en mente la próxima vez que pienses en ocultarme algo. Los hombros se le tensan. Me mira con una mezcla de miedo y curiosidad. Sé que quiere saber por qué le he asignado esta tarea, pero eso no es algo que yo compartiría con una simple empleada. —No volverá a suceder, señor. Puede estar seguro de ello. Estoy a punto de decirle a Ava que ya puede retirarse y retomar sus actividades cuando la puerta de mi oficina se abre de golpe, sin anunciar, y entra un Leonardo sumamente feliz, sonriendo como un niño pequeño que acaba de recibir su caramelo favorito. Lleva su habitual traje a la medida de color vino y las hebras rubias despeinadas. —¡Sólo vine a decirte lo mucho que me agrada tu ex mujer, comienzo a creer que es mi alma gemela! —canturrea en ese tono divertido que me produce una migraña, mientras se dirige a mi escritorio con pasos seguros. Cuando por fin levanta la vista y centra su mirada en la otra persona que también está en la oficina, presenciando su maldita imprudencia, esa sonrisa burlona que tiene pintada en los labios desaparece al instante. Hay un atisbo de reconocimiento en la mirada de Leonardo cuando repara de arriba abajo y sin ningún descaro a mi empleada, al tiempo que su expresión se torna sombría. Noto la rigidez que denota su cuerpo. Ava parece estar a punto de desmayarse, e intuyo que está pasando algo más de lo que yo no formo parte y que tampoco tengo interés en serlo. Carraspeo lo suficientemente fuerte para atraer la atención de ambos que no dejen de mirarse como si estuvieran sorprendidos, estáticos. Ava es la primera en sacudir la cabeza y apartar la mirada, todavía desconcertada, para enfocarse en mí; tiene las mejillas ruborizadas y su respiración es más agitada de lo normal. Ahora estoy intrigado. —¿Necesita algo más, señor Rosselló? —inquiere con un nerviosismo que no pasa desapercibido. Sus mejillas todavía encendidas. Estrecho la mirada hacia ella, desconfiando de su reacción. Me limito a negar mientras analizo su expresión. —No, sólo continúa haciendo lo que te pedí, mantenme al tanto de lo que haga y hazme saber si llega a necesitar algo. Asiente rápidamente. Su cuerpo entero tenso. —Así será. —Ya puedes retirarte, Ava —le digo. Efectúa una mueca que no se como interpretar, y no espera ni un segundo antes de darse media vuelta y prácticamente salir huyendo de la oficina. Dejo escapar un resoplido de cansancio mientras regreso la mirada a Leonardo, que tiene una expresión ilegible en su rostro y todavía sigue viendo en la dirección por donde se acaba de marchar Ava. Como si no pudiera apartar la mirada o quisiera salir corriendo detrás de ella. —Veo que sigues teniendo el mismo efecto en las mujeres que conoces —comento con un matiz de sorna, queriendo saber que es lo que acaba de suceder—, comenzaba a creer que habías perdido tu encanto. Espero su risa indiferente, esa jodida risa sarcástica que lo caracteriza cuando se le alimenta el ego porque una mujer no se le resiste, pero esto no parece divertirle. En todo caso, parece estar perdido en sus pensamientos. Ensimismado. Lo escucho suspirar. —No es lo que piensas. —¿No? —No. —puntualiza. —¿Entonces? Conozco a Leonardo demasiado bien y sé que está ocultando algo. —No es nada... Me encojo de hombros, optando por dejar pasar el tema ante su clara negativa. —Bueno, sea lo que sea, no quiero que intentes nada con ella. Te lo digo muy en serio —le advierto, deseando evitar problemas futuros que puedan perjudicarme de manera directa—, mantén tu p**o dentro de tus pantalones y no entre las faldas de mi empleada. Lo veo apretar los puños. Me mira fijamente, con una expresión sombría que nunca había presenciado en él y entonces suelta una maldición. —Creo que es demasiado tarde para esa advertencia —suelta sin más. Lo miro detenidamente antes de comprender el significado de sus palabras. Pongo los ojos en blanco al tiempo que me masajeo las sienes, para después recargar los brazos sobre el cristal del escritorio. —¿Ya te la follaste? —ambos sabemos que no es una pregunta para la cual necesite una respuesta. Conozco muy bien a Leonardo para saberlo con exactitud. Él me fulmina con la mirada. Veo un atisbo de enojo refulgir en sus ojos. —No lo digas así —advierte. Una sonrisa burlona surca mis labios. —Discúlpame por mi brusquedad, te lo preguntaré de otra manera, ¿ya le hiciste el amor a mi empleada? —inquiero con sarcasmo, ganándome un gruñido de su parte. —¡Maldito idiota! —se enfurece. Luce genuinamente frustrado. —No me digas que ya estas enamorado —ironizo con la intención de fastidiar su humor—, ¿acaso mantienes una relación amorosa a mis espaldas? Creí que éramos mejores amigos. Menea la cabeza, parece molesto por mis palabras. —Te estás divirtiendo con esto, ¿verdad, animal? —Pregunta de mala gana. Yo me río ante el mote que usa. —Claro que me divierto. Es la primera vez que veo que una mujer te afecta tanto —le digo con una sonrisa burlona—. Siempre me dijiste que no eras un hombre para una sola mujer. Y que tu corazón tenía mucho amor para compartir con todas las mujeres. Gruñe molesto. Claro aviso de que debería dejar de provocarlo con el tema porque está enfadado, pero también me conoce muy bien para saber que no lo haré. —No es lo que crees. Sólo me acosté con ella una vez —murmura esta vez, percibo la nota de vergüenza en su voz. —¿Una vez? —pregunto con desconfianza. —Sí. Sólo fue una vez. —¿Entonces por qué actúas así después de verla? —traga saliva con dificultad. —No tenía idea que trabajaba para ti hasta ahora, ni siquiera me sé su nombre..., bueno ahora sí —expresa con dificultad. Joder, está nervioso como un crío. No puedo evitarlo. Me echo a reír en su cara. —¿Así que fue cosa de una noche? —Intento controlar la risa que me asalta. Está claramente molesto. Resopla. Su expresión llena de emociones reducidas a la decepción. —Supongo que sí —dice, apenado. Le conozco mejor para saber que hay algo que no me está contando. —¿Leonardo? ¿Ya me dirás que es lo que sucede? —insisto. Se encoge de hombros. Veo la indecisión en su mirada. —Nada —dice fríamente—, ya puedes dejar de reírte como una foca con epilepsia. Una risa quiere brotar de mi garganta, pero la contengo. No me creo lo que dice. Sé que algo más sucede y juzgando por su reacción tan desequilibrada, es importante. Lo conozco demasiado bien para su propio bien. —¿El sexo no fue bueno? —le pregunto, intentando contener mi diversión—. ¿Acaso la dejaste insatisfecha? Levanto una ceja, esperando una respuesta. Me mira sumamente molesto. > —Fue bueno. Demasiado bueno —traga saliva y cierra los ojos por unos instantes—. El mejor sexo que he tenido en meses, hermano. Sacudo la cabeza mientras una sonrisa se despliega en mis labios. —¿Entonces qué es lo que pasa? —indago en el tema, esto se está poniendo más interesante a cada minuto que pasa. Y sé que Leonardo dónde quiere que vaya es sinónimo de problemas. Un músculo se tensa en su mandíbula. Finalmente suspira. —Ella me dejó, ¿vale? —Me revela pese a saber cuánto le hiere el ego hacerlo, todavía inseguro. Le miro confuso, sin entender lo que quiere decir. —¿Qué? ¿Cómo que te dejó? —Hace unos meses fui a un bar, ese en el que me dejaste plantado...bebí más de la cuenta y la conocí ahí. Hablamos durante horas antes de proponerle si quería llevar las cosas a mi hotel. Ella aceptó sin vacilaciones. Terminamos acostándonos, pero cuando me desperté al día siguiente ya no estaba en la cama y tampoco me dejó su número ni nada para que me pusiera en contacto con ella —explica brevemente, hay un deje de vergüenza y algo que reconozco como enfado palpando en su voz. Sin embargo, su reacción sólo me causa gracia. Nunca le había visto así. Tan descolocado y fuera de sus casillas por una mujer. —¿Qué es lo que esperabas? —lo miro con detenimiento—. ¡¿Una jodida propuesta de matrimonio después de una aventura de una noche?! —hago uso del sarcasmo. Se tensa cuando comprende que no lo estoy apoyando su locura como espera que lo haga. Lo veo repararme con incredulidad. —Maldito imbécil insensible. Realmente me gustaba y pensé que teníamos una conexión, hicimos clic —dice con un tono diferente que sólo me produce ganas de reír, porque con él nunca se sabe cuándo creerle. Leonardo vive enamorado de la idea del amor, creyendo qué hay demasiado en su corazón como para sólo compartirlo con una mujer. —Pues después de cómo se ha ido creo que está muy claro que no han hecho ningún "clic" —afirmo, haciendo hincapié en la última palabra. —No puedes estar seguro de eso. —Leonardo, follaron una sola vez y ella se fue, si hubiera querido algo más contigo habría esperado a que te despertaras o al menos te habría dejado un número de teléfono para que la llamaras. Pero no lo hizo, está muy claro que no está interesada —expongo los hechos sobre la mesa, para que entienda el razonamiento y no se siga haciendo ideas erróneas en la cabeza. Termina exhalando con brusquedad. —Bueno, cuando lo pones de esa manera suena como si estuviera siendo irracional. Pongo los ojos en blanco. —¡Lo estás siendo! —le respondo con obviedad. —Cálmate, de todas formas no somos nada. No tienes porqué preocuparte —dice sin mirarme fijamente a los ojos. Exhalo. —Y espero que así siga siendo. Es lo mejor —me mira de mala gana—. ¿O tengo que recordarte la regla de no relaciones entre empleados? —Intento hacerle entrar en razón porque lo conozco muy bien como para saber que no dejará el tema ir tan fácilmente. No puede mentirme cuando lo conozco como la palma de mi mano, y si mi instinto no me falla, en este momento está planeando ir detrás de ella en cuanto abandone mi oficina. —Soy tu mejor amigo. Esa regla no aplica para mí —expresa con absoluta seguridad. Frunzo el entrecejo. —Joder, sí que aplica —le dejo muy claro, a lo cual se mofa con una expresión de entretenimiento—. ¡Tú también trabajas para mí, idiota! —vocifero, intentando no perder los estribos. Entonces suspira un tanto derrotado. —De todas formas, tampoco es que como si fuera a casarme con ella —escupe con un tono amargo que comienza a preocuparme. Lo dirijo una mirada dubitativa. Por los años que llevo conociéndolo, sé que Leonardo también puede llegar a ser imprudente y demasiado temperamental cuando una idea irracional se le mete en la cabeza. Y eso se convierte en un juego más peligroso cuando cree estar enamorado de alguien, aunque después de hacer todo para conseguir su cometido, el gusto se le pasa en meses y de ahí vuelve a repetir el mismo maldito ciclo. —Da igual, Leonardo. El placer y los negocios no son una buena combinación —le digo después de unos segundos, mientras le hago un gesto de cabeza para que tome asiento frente a mí—. Y no olvides que es una empleada más y que tu posición como mi mano derecha en esta empresa y en mis negocios también te convierte en su jefe. No hagas algo de lo que te puedas arrepentir después —es la última advertencia que va a recibir de mi parte. No necesita que sea más específico para que lo entienda. Él lo sabe. Y ya es un hombre adulto como para estar consciente de sus decisiones.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD