Capítulo XXXIX

4865 Words
Camille Al cabo de media hora, me encuentro aparcando el auto en el estacionamiento exterior de la mansión después de que el guardia de seguridad me autorizara la entrada. Salgo del auto con una sensación de aturdimiento y con un inmenso vacío en el estómago que no desaparece por más que trate no pensar en ello. Se me seca la boca. La siento rasposa. No obstante, hago todo lo posible por ignorar esos malestares y fingir que, después de todo, estoy contenta de estar aquí. Que en verdad estoy alegre de volver a otro de los lugares que sólo me trae malos recuerdos. Un suspiro cansino brota de mis labios. Aarón debería salir en cualquier momento, ya que el guardia le ha avisado de mi llegada desde hace minutos. Supongo que no va a tardar. Él no debería notar que estoy todo menos feliz de estar aquí. No quiero fastidiarle la noche con mi actitud desganada. No se merece eso de mi parte. Mientras me debato a mi misma sobre lo que debería hacer, oigo un ruido estruendoso procedente de los arbustos del otro extremo de donde estoy, que de inmediato llama mi atención. Una rigidez me embarga cuando me percato de que estoy a solas. A oscuras también. Algo malo podría sucederme y no creo que alguien se de cuenta hasta horas después. Sin embargo, por alguna extraña razón que todavía desconozco, me siento sumamente atraída por el jardín que vislumbran mis ojos. Como si una fuerza invisible me estuviera llamando. Sé que no debería andar divagando por ahí, menos en la noche, pero sin permiso alguno, mis pies empiezan a caminar hacia el lugar de donde provino ese sonido. Las manos me sudan. A decir verdad, todo mi cuerpo lo hace. Los nervios me están comiendo viva. Reparo a mi alrededor en busca de una respuesta y nada me parece extraño. Todo en el lugar está normal. Tal vez se trataba de un animal o sólo fue producto de mi imaginación, porque hay una parte de mí que todavía siente la necesidad de salir corriendo y evitar esto a toda costa. Ojeo los alrededores del jardín una vez más, un suspiro de resignación abandona mis labios al sentirme derrotada por no encontrar nada y justo cuando estoy a punto de darme media vuelta y volver a la entrada principal de la mansión, siento una mano áspera que se cierra en torno a mi brazo y tira de mí con fuerza, adentrándome a los árboles y rósales que rodean el exterior, fuera del campo de visión de Aarón si llegara a salir para recibirme. Un grito ahogado sale de mi garganta mientras el pánico hace de las suyas cuando el desconocido rápidamente pone su otra mano en mi boca para que no haga ningún ruido. Me invade una oleada de terror al percatarme del enorme tamaño de la persona que me mantiene sujeta. Mi pecho sube y baja de manera brusca al tiempo que las alarmas de mi cuerpo se encienden, advirtiéndome que estoy en grave peligro. Forcejo para liberarme, sin embargo, ese terror que me sube por la espina dorsal desaparece en el instante que vuelvo a encontrarme con esos hermosos y endemoniados ojos verdes que me miran con absoluta diversión y una mezcla de algo que interpreto como fascinación. Aleteo las pestañas en un intento de alejar las lágrimas que se comenzaban a agolpar en mis ojos, enfoco mi visión en él, todavía sintiéndome aturdida, intentando detallarle pese a la escasez de iluminación en el lugar. Aunque la tenue luz de la luna ayuda un poco. Reconozco los cientos de tatuajes bordados en su piel, que se aprecian gracias a que lleva los primeros tres botones de su camisa blanca desabotonados. El corazón me empieza a latir tan fuerte que comienzo a pensar que sería mejor que cualquier otra persona estuviera aquí conmigo excepto él, porque él es la única persona que puede hacerme perder el control de esta manera. —Hola, preciosa, ¿acaso te has perdido? —su voz ronca hace que mi cuerpo se estremezca de pies a cabeza. Dios, me estoy hundiendo en la oscuridad. La caída es cada vez más inevitable. Mi respiración se vuelve más agitada. Arreciada. E intento hablar por encima de su mano, pero apenas consigo decir algo distinguible. Y se ríe, se ríe, joder, de esa manera que me hace doler el pecho. Siento que me flaquean las piernas. —¿Tienes planeado gritar? —pregunta con un deje de inconfundible diversión. Pongo los ojos en blanco al instante. No tengo idea por qué está haciendo esto. Ni siquiera sé qué hace aquí. Estoy bastante segura de que Aarón no le invitaría a él, mi ex esposo, a cenar con nosotros, y Stefan es un hombre muy inteligente que no se atrevería a sentar en la misma mesa a dos hombres que han dejado perfectamente claro que no se toleran. Pero al fin y al cabo es su hijo. No debería sorprendernos, pero con Alexander nada es una simple casualidad, él siempre va un paso por delante. —Si no me das una respuesta, no voy a quitarte la mano de encima —lo miro de mala gana al tiempo que me remuevo con la intención de zafarme de su ajuste, pero no me lo permite—, decide lo que quieres —vuelvo a hacer el intento de decir algo pero ni siquiera es entendible—. Sólo asiente con la cabeza si lo has entendido, preciosa —dice con tono despreocupado, como si no estuviera siendo un maldito psicópata secuestrándome. Bueno, técnicamente no me está secuestrando. Pero tampoco es una blanca paloma. Me tiene retenida en un maldito jardín en contra de mi voluntad. Y no me permite hablar, ni siquiera moverme. El pensamiento de no obedecerle y pedirle que me suelte de una buena vez cruza mi mente, pero la verdad es que aunque me cueste admitirlo, no quiero que me suelte. No quiero entrar a cenar con ellos. Sólo quiero quedarme aquí... con él. Así que contra todo pensamiento racional, asiento con la cabeza. Le doy lo que quiere. Una sonrisa torcida roza la comisura de sus labios. Me toca tragar grueso cuando una oleada de calor me sube por la columna vertebral. —¿Vas a ser una buena chica y no vas a gritar? —su voz tranquila se vuelve sádica, impura, y siento que se me escapa el aire de los pulmones al presenciar la manera en que sus ojos se tornan tan oscuros como la noche. Vuelvo a asentir. Parece complacido conmigo mientras retira lentamente la mano de mi boca. Noto el brillo de arrogancia por toda la cara. Voy a matarlo, joder. —¿¡Qué es lo que te pasa, maldito psicópata!? ¿Acaso te has vuelto loco? Casi me provocas un infarto —le espeto con indignación, intentando apartarlo de mi para poder huir de lo que comienzo a sentir y que ya no puedo detener. Pero parece estar construido como un puto muro de ladrillos y ni siquiera puedo hacerle retroceder. La estúpida sonrisa en su rostro se ensancha al percatarse de mí pésimo intento de escapar. Me mira fijamente con esos ojos que hacen que empiece a ablandarme. —No era mi intención —espeta. Le miro incrédula. Irritada. Me da cólera que no se de cuenta de lo que sus acciones están desencadenando dentro de mí. O tal vez si lo hace. Y ese precisamente es el propósito. —¿¡Entonces cuál era tu maldita intención al atacarme de esa manera?! —vocifero todavía exaltada. Se ríe entre dientes. Veo como se le achinan los ojos cuando lo hace. El torrente de ira en mi sangre se intensifica. —En primer lugar: no te he atacado, en segundo: no soy yo el que husmea a solas en el jardín de los demás —responde mientras me acerca a más su cuerpo, halando de la mano que tiene en mi brazo, de manera que lo tengo a sólo centímetros de distancia y comienzo a percibir ese envolvente aroma a menta que me debilita. Cada segundo qué pasa más consciente de su tacto, de la manera posesiva en que me sujeta para que no me vaya, porque siento que la piel me burbujea de una necesidad devastadora. El aire empieza a abandonarme. No puedo hacer nada para impedirlo. —Bueno... —carraspeo para aclararme la voz—, la gente que está bien de sus facultades mentales no va por el mundo casualmente agarrando a la gente así, porque usan su sentido común y saben que no deben hacerlo, en especial de noche —respondo con cierto sarcasmo, haciendo una mueca de reproche con los labios—. Además, me asustaste. Esa diversión que vislumbró es reemplazada por un atisbo de arrepentimiento que se instala en sus ojos. —Siento haberte asustado. Nunca fue mi intención —se apresura a decir—. Lo último que quiero es hacerte daño —murmura con tanta sinceridad, sin apartar la mirada de la mía. Aquello es lo último que pensé que iba a decir. Sus palabras me enternecen el corazón. No deberían, pero lo hacen. Trago saliva y noto que mi respiración se agita cuando estira la mano y me acaricia sutilmente la mejilla con el pulgar. —Ya estoy bien. —Eso parece —no deja mirarme con los ojos brillantes. —¿Piensas soltarme...? —¿Me perdonas, preciosa? —interrumpe con esa voz que hace casi imposible decir que no. Su pulgar se acerca a la comisura de mis labios, rozándome con sutileza. Empiezo a sonreír. Y hay un indicio de victoria en su expresión, porque cree que ya he caído rendida ante él. —No —le digo y, sin previo aviso, atrapo el pulgar que tiene sobre mis labios entre mis dientes. Lo veo estremecerse y noto el dolor que provoca mi acción en sus facciones cuando maldice, pero no aparta la mano. Su mueca de dolor pasa a ser una de puro asombro. Y entonces esboza una sonrisa enorme, como si fuera el hombre más feliz de la tierra. —Te juro que eres la mujer más increíble que he conocido en mi vida —tiene la cara iluminada—. Me fascinas cada día más, joder —increpa con voz profunda. Sacudo la cabeza, sintiendo que el corazón me golpea con tanta vehemencia contra la caja torácica. Sus palabras son tan cálidas. Parecen ciertas. Y aunque no quiera creerle, le creo. —Uff, es una verdadera pena que el sentimiento no sea mutuo —respondo cuando empiezo a sentirme vulnerable. Él me mira con los ojos entrecerrados. Quizá no sea cree ni una sola palabra de lo que digo. —Eres una completa mentirosa —se ríe. —¿Acaso quieres que te muerda otra vez? —le advierto, arqueando ambas cejas. Se le vuelve a iluminar el rostro. —Por favor, hazlo. No me negaré a semejante propuesta. Su respuesta me inquieta y me hace preguntarme sobre eso estado mental. Me quedo mirándole, intrigada. También confundida. —Estás jodidamente loco —suelto sin más. No duda en asentir con la cabeza. —Sólo por ti, preciosa. Y se me vuelve a salir el corazón del pecho. ¿Cómo puede decir todas estas palabras y no confundirme? ¿Por qué las dice siquiera? ¿Qué es lo que busca? Estoy tan cansada de entenderle, porque este no es el mismo Alexander que me quería fuera de su vida hace tres años. Y eso me aterra, porque parece que está intentando recuperarme e incluso contemplar la idea de que eso pueda llegar a ser cierto me produce espasmos. Me ahoga. Me asfixia. No puedo seguir ni un segundo a su lado o puede que termine haciendo algo de lo que después me voy a arrepentir. —Ya suéltame, Alexander. He tardado demasiado aquí afuera contigo y ahora tengo que entrar, deben estar esperando por mí. —¿Tú ya te quieres ir? —percibo el timbre de decepción en su voz. Se me hace un nudo en la garganta. —Me están esperando —no hace el amago de soltar su agarre, lo dirijo una mirada de advertencia—. Alexander... —Eso no es lo que te pregunté —inquiere voraz. —¿Y a ti que más te da? No tienes ningún derecho a cuestionarme ni a hacer nada de esto. Ni siquiera debería importarte. —Sí me importa porque tú me importas, demasiado, ¿suficiente razón para ti? —su voz adquiere una nota sombría. —¡Ya no es razón suficiente! Estoy agotada de esto. Estoy harta de tratar de entender lo que está pasando entre nosotros desde que regresé. Pero sea lo que sea, no importa más porque he terminado, he llegado a mi límite, ¿me oyes? Un músculo se tensa en su mandíbula. Esos ojos salvajes me reparan ahora con fijeza. Feroces. Como si yo fuera una presa a la que va a acechar. Y ciertamente me siento como tal. —¿Qué es lo que quieres decir? —la aspereza de su voz me advierte que no diga ni una palabra más, que estoy forzando demasiado su control. No lo tomo importancia. —He terminado contigo, joder. No más confusión. No más juegos. No más nada —suelto incapaz de detenerme—. Se acabó. Su rostro se endurece. —Nunca terminarás conmigo, Camille. Nunca —sus palabras encierran un juramento que me aterra—. Métetelo en la cabeza de una buena vez —me amenaza con un tono que me hace hervir la sangre. Su cuerpo se pone rígido cuando intento apartarlo porque se está volviendo a comportar como un patán. —Ya lo hice una vez —le recuerdo—, lo volveré a intentar hasta que lo logre. Se ríe. Pero no hay nada divertido en ese sonido que sale de sus labios apretados. —Eso es lo que quieres creer, porque te gusta mentirte a ti misma antes que admitir lo que sientes de verdad por mí, te sigues rehusando a aceptarlo —evidencia, con la mirada feroz. No hay signos de calma en su rostro. Su racionalidad hace tiempo que desapareció. Y es por mi culpa. Mi respiración se hace más pesada. Noto la adrenalina fluyendo por mi cuerpo. —No siento absolutamente nada por ti, ¿feliz ahora? ¿Es eso lo que querías oír? Porque ésa es la única verdad que vas a escuchar de mí. No voy a admitir algo que no siento. Su mirada se torna fría al digerir mis palabras. Indiferente. Puedo ver el atisbo de decepción en sus ojos mientras me libera de su ajuste y se aparta de mí, haciendo lo que le pedí en primer lugar. Pero no me siento feliz. No me siento mejor. Espero y espero y la satisfacción que deseo que me invada al tenerlo lejos no llega y quiero hacerme un ovillo y echarme a llorar por horas, porque no se me hace justo que me siga importando tanto después de todo. —Si es así como te sientes realmente, eres libre de marcharte. No te lo impediré —susurra en un tono distante. Me quedo paralizada. No me muevo ni un milímetro. Tengo los pies pegados al suelo. —Vete, Camille —me advierte con falsa mesura, casi como si estuviera a punto de perder el control. Abro la boca para decir algo, pero no sale nada. Me he quedado sin palabras. Siento que mi cuerpo tiembla. —Por favor. No puedo tenerte cerca ahora. Estoy a mi maldito límite —susurra. Su voz suena como si le doliera de manera física. —No quiero irme —consigo admitir. No sé por qué lo hago. Se sorprende. No esperaba mi sinceridad y yo tampoco. Parpadea dos veces, mirándome ahora con un deseo profundo y vehemente que me deja sin aliento porque sé lo que representa. —Entonces haz la pregunta que quieres saber —da un paso más hacia mí. Sus movimientos son seguros. La tensión entre nosotros empieza a aumentar. Me duele el corazón en el pecho. —Camille... —su voz se entrecorta. Se da cuenta de mi silencio y no le gusta. En absoluto. Trago saliva mientras hago el esfuerzo de reunir fuerzas para obligar a mis cuerdas vocales a pronunciar una frase. Lo que sea. —¿Qué es lo que en verdad quieres de mí? —Ni siquiera reconozco mi voz bajo el susurro asustado que brota de mi garganta. Él coge aire. Profundamente. Me mira fijamente a los ojos sin apartarse de los míos. Me pierdo en esas esmeraldas brillantes. Mi corazón martillea dentro de mi pecho. Rápido. Avasallador. Los latidos me retumban en los oídos. —Lo quiero todo —responde al fin—. Joder, lo quiero absolutamente todo de ti y mucho más —continúa mientras me mira con una expectación que me quema los sentidos. Noto la sangre abandonando mi rostro por el impacto de su respuesta. Me cosquillean la punta de los dedos. No estaba preparada para su honestidad brutal. Nunca lo había previsto. Meneo la cabeza en desaprobación, no quiero caer en su maldito juego porque comienzo a sentirme expuesta y demasiado frágil. —No te creo una palabra —respiro con fuerza contra sus mejillas cuando se inclina más hacia mí y acuna mi cara con sus ásperas manos. —Está bien, puedes desconfiar todo lo que tú quieras, porque estoy dispuesto a pasarme el resto de mi vida intentando lograr que creas en mí —me sonríe de esa forma que sólo lo hace conmigo mientras acaricia mi mejilla con sus nudillos rasposos. Su gesto se siente íntimo. El aire se me atasca en los pulmones al sospechar lo que está a punto de hacer. No respiro. No puedo. Tengo el conocimiento de que todavía estoy a tiempo de detenerlo pero no puedo. A decir verdad, no quiero hacerlo. Creo que he vuelto a perder la cordura por este hombre que no hace más que poner mi mundo de cabeza. —Alexander... —el intento de protesta que quiero dar muere en su boca en el momento en que sus labios se aplastan contra los míos con una fuerza destinada a sacudirlo todo. Pero esta vez no dejo que me conquiste, esta vez me defiendo de sus labios que intentan tomar el control de la situación. Me mantengo aferrada a sus brazos. Pero no le suelto. Correspondo a su boca que exige más de mí y me muevo en completa sincronía, intentando conservar un poco de oxígeno, aunque él me arrebata todo. Es como una fuerza imponente que me obliga a ceder. Pasa su mano por mi nuca, tira con fuerza hacia él y profundiza el beso, tomándome por la cintura con el otro brazo mientras suelta unos cuantos jadeos desesperados entre mis labios. Deleitándose de mi sabor a si como yo del suyo, porque tenerlo así vuelve a arreciar los latidos de mi corazón. No puedo pensar en hacer lo correcto. En nadie más. Gimo en protesta cuando se separa de mí para mirarme a los ojos. Nuestras respiraciones son rápidas y entrecortadas. Millones de emociones flotando a nuestro alrededor, consumiéndolo todo. Ya no soy racional, pero tampoco quiero serlo cuando se trata de él. —No sabes cuánto me encanta besarte —reconoce—, lo mucho que me fascina cuando tengo tu sabor en mi boca. Ninguna sensación se puede comparar a esto —vuelve a inclinarse y susurra solemnemente contra la suave piel de mi cuello. Su poblada barba me hace cosquillas al frotar su cara contra mi piel y sin evitarlo suelto una risa ahogada. Como respuesta a mi risa, un ronroneo de satisfacción se escapa de sus labios, al tiempo que me deja húmedos besos en la curva del cuello y me estremezco bajo el ardiente contacto que impone sus labios. La sensación es electrizante y adictiva, que termino ladeando la cabeza al lado opuesto para darle mejor acceso. Se da cuenta de lo que hago. Su cuerpo se tensa todavía más. —Este es el momento exacto en el que me dices que me detenga o de lo contrario no lo haré —me da un último aviso—, no voy a poder parar, contigo siempre pierdo el control —roza la comisura de mi labio inferior con su pulgar; su voz está cargada de lujuria y puedo percibir ese atisbo de anhelo a que no le detenga—. La decisión es completamente tuya, ¿cuál va a ser, preciosa? Trago grueso. Las mariposas revolotean en mi estómago y me suben por la garganta. Mi pecho exaltado. Nunca pensé que echaría de menos esa sensación de estar flotando en el aire, como si el mundo a nuestro alrededor ya no existiera, sólo nosotros. —No te detengas más, demonio —sello mi destino con esas palabras, volviendo a nombrarlo como alguna vez lo hice. Abro una nueva puerta que sé con certeza nunca más voy a poder cerrar. Lo escucho gruñir de placer antes de levantarme del suelo y apoderarse de mis labios con tal ferocidad que me deja sin aliento. Con sus grandes manos me insta a rodearle la cintura con las piernas y empiezo a frotarme contra él en busca de mi propio placer mientras su creciente erección palpita debajo de mí. Una oleada de calor se concentra en mi entrepierna y empiezo a sentir la necesidad de tenerlo dentro de mí, porque, joder, lo deseo, claro que lo hago. Lo que estoy haciendo es moralmente incorrecto. Lo sé. No debería estar aquí cuando Aarón me está esperando adentro con su familia, le estoy fallando a alguien que de verdad me ha demostrado que me ama, pero no puedo parar. Estoy tan excitada que no me importa que alguien pueda atraparnos en cualquier momento. En este preciso instante no hay cabida para sentirme culpable o siquiera avergonzada. Ya me ocuparé de esos sentimientos más tarde. Porque ni siquiera puedo pensar en hacer lo correcto ahora mismo. Estoy completamente rendida cuando siento su lengua reclamando mi boca, succionando mis gemidos necesitados, tocándome por todas partes como si estuviera hambriento de mí y no pudiera saciar su hambre a pesar de estar besándome. Noto que mis pezones se endurecen contra la tela de satén de mi vestido, anhelando la misma atención que él le está prestando al resto de mi cuerpo en ese momento. Y como si pudiera leerme el pensamiento, una de sus manos se desplaza hasta llegar a mis pechos. Un sonido de aprobación vibra en su pecho al percatarse que no llevo sujetador puesto y amasa uno con fuerza, para después repetir la misma acción con el segundo hasta que los siento demasiado sensibles, que sólo un roce suyo me pone a temblar. —¿Quieres que me detenga? —lo escucho preguntar, agitado. Mis pensamientos se vuelven borrosos. He vuelto a perder la maldita cordura y no me interesa recuperarla mientras me siga tocando como lo está haciendo ahora. —No, por favor. Jadeo sorprendida cuando desliza la palma de su mano por la abertura de mi vestido y me roza los muslos hasta llegar al elástico de mis bragas. Me vuelvo a estremecer al anticipar lo que está a punto de hacer. —Alexander... —mi voz debería sonar como una advertencia, pero es sólo un gemido lleno de necesidad que le invita a continuar con lo suyo. A tomarme. Y me escucha. Escucha mis necesidades. —Te deseo tanto —jadea contra mi boca—, no tienes una jodida idea cuanto. Necesito estar dentro de ti. Estoy enloqueciendo por ti. —Yo también —se me escapan las palabras en el calor del momento. Siento su sonrisa contra mis labios. Al tener mi permiso para proseguir, me aparta las bragas y, con un áspero gemido saliendo de su boca, se abre paso entre mis húmedos pliegues. Me estremezco bajo su tacto ardiente, a la vez que abandona mis labios y empieza a dejar un rastro de besos en mi cara, mi mandíbula, descendiendo tortuosamente hasta mi cuello, buscando impacientarme para que suplique por lo que quiero. Arqueo la espalda porque el placer que me dan sus dedos es excesivo. Su pulgar encuentra mi clítoris y empieza a frotarlo lentamente con movimientos circulares que me arrancan múltiples gemidos de satisfacción. Se siente tan bien, que cierro los ojos cuando la sensación empieza a ser muy abrumadora para soportar. Es demasiado. —Oh, Dios, no pares —ni siquiera reconozco mi voz perdida en el deseo y la lascivia. Mi respiración es incontrolable. La suya es mucho peor. Pero él no se detiene. Al contrario, sus movimientos se aceleran. —Eso es, preciosa. Córrete para mí —Su tono me deshace por completo y me orilla al límite. Pero necesito más. Necesito algo más. Y él también lo sabe. Porque, aunque lo odio, me conoce demasiado bien. No espera a que le otorgue permiso porque no lo necesita, él también luce desesperado, que no vacila en hundir dos dedos en mi interior. Gotas de sudor recorren mi frente. Mi piel arde de deseo al tiempo que la piernas me tiemblan de placer cuando empieza a moverse más deprisa. Todo es demasiado. —Deberías ver lo hermosa que te ves follando mis dedos, nena —elogia con egocentrismo—. Sigue moviéndote así, empápalos —me ordena mientras aumenta su ritmo. Y mi respiración se vuelve errática. —Ohh, Alexander... —no puedo soportar más. El placer se vuelve demasiado. Me deshago por completo en sus dedos, empapándolos tal y como me ordenó, pero él no detiene sus movimientos, todo lo contrario, sigue avanzando mientras su pulgar encuentra de nuevo mi clítoris y empieza a frotarlo mientras me folla con sus grandes dedos. La sensación es devastadora. Sus ojos desorbitados con los párpados caídos a causa de la lujuria no se apartan de los míos, me consumen entera y eso es todo lo que necesito para alcanzar el segundo orgasmo que me deja ansiando más. Parece tan satisfecho de sí mismo con lo que ha conseguido. Siento el calor subiendo a mis mejillas. Le dedico una tímida sonrisa y trago saliva con fuerza, intentando encontrar un equilibrio en mi agitada respiración. Él hace lo mismo. Su pecho se levanta con pesados suspiros. Pero me siento tan agotada que sólo recargo la cabeza en su hombro mientras él me abraza con más fuerza y no hace ademán de dejarme en el suelo. Y doy gracias por ello porque siento que me flaquean tanto las piernas por las secuelas de haberme corrido dos veces. En sólo minutos. Es vergonzoso pero no me arrepiento, todavía. —Ha estado bien —susurro para romper la tensión, sin atreverme a mirarle a la cara. No tengo fuerzas. Todo el coraje que sentía antes se ha esfumado gracias a lo que acabamos de hacer. Hay un silencio antes de que una carcajada se desprenda de él. Mi cuerpo responde al sonido. —No ha estado bien —se ofende—. Ha estado increíble, preciosa. Esta vez yo también me río. Porque por este pequeño instante me siento feliz. —Pudo ser mejor —lo provoco. —¿Quieres que vuelva demostrártelo? —inquiere con desafío. Niego contra su hombro, inclinándome hasta la curva de su cuello, donde inhalo con fuerza esa aroma que tanto me gusta. —Me vas a matar. Estoy exhausta —resoplo cansada. —¿Tan rápido, preciosa? —suena incrédulo. —Sólo bájame —le pido—. Tengo que entrar, están esperando por mí. No me hace caso, por supuesto. —Todavía no. Sólo permíteme unos cuantos minutos más así. —¿Por qué? —Quiero abrazarte un poco más antes de que te arrepientas de lo que ha sucedido entre nosotros —admite mientras empieza a acariciarme la parte baja de la espalda con cariño. Me estremezco ante su gesto. —No me voy a arrepentir —expreso en un susurro incierto. Suspira derrotado. —Estás mintiendo —señala. No puedo negarlo. —Tienes razón —coincido—. No me sueltes, Alexander. Al menos no todavía —le pido, sintiendo una opresión en el pecho, confirmando sus palabras. Esta vez sí me obedece. No me pone en el suelo. No me suelta. Al contrario, me abraza tan fuerte que por primera vez en meses me siento bien, segura y protegida en los brazos de una persona. Pero mi mente empieza a jugarme malas pasadas y mi corazón empieza a latir más fuerte de lo normal con la única persona que no quiero que lo haga. No puedo detener los sentimientos que acabo de desatar. Es demasiado tarde para eso. Porque siento que drásticamente he cruzado una línea hacia un territorio inestable que me va a absorber por completo y que nunca voy a poder volver a ser como antes. Alexander lo ha cambiado todo... una vez más. Y debería estar enfadada, furiosa, pero no lo estoy. Ni siquiera un poco.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD