Capítulo 3

1352 Words
Lo que está muerto,  déjese muerto, o sino otro será el muerto. Sostuve a Río por un momento cuando todas se fueron para darle no sé qué baño de la vida a Leonor, aunque le había fallado a mi compañera, ahora también lo había hecho con él. Madre detestaba que formáramos lazos con otros, sean humanos o animales, no importaba, le había dado la oportunidad de destruir el vínculo que había creado con aquel gato, quien se acurrucaba a mi lado por las noches y maullaba para que despertara. —Lo siento tanto, Río —dije en un susurro lastimero. Me senté en el último escalón con mis pies dentro del agua ahora cristalina, porque Leonor había absorbido de vuelta toda la sangre. Como era mi gato, yo tendría que enterrar el cuerpo o quemarlo, lo que quisiera, por eso nadie me molestaba. Cada quien se encarga de sus muertos, eso dice siempre madre. —Te volveré cenizas, para que no tengas que pudrirte en estas tierras oscuras —le dije al c*****r y llamé a mi grimorio con la mente, Hroefn, cerré mis ojos y pedí que apareciera frente a mi. Al abrirlos, el libro antiguo levitaba frente a mí, listo para lo que pidiera, como su ama y señora. No todas tenían un grimorio, solamente quienes nacían con el poder tenían la posibilidad de poseer uno y heredarlo al siguiente de su línea que naciera con habilidades similares. Se supone que nadie en el orfanato debía tener uno y según lo que madre dijo una vez cuando éramos niñas, quienes tuvieran grimorios debían morir. Yo sigo viva porque no se lo he contado a nadie.  —Quiero devolver a la vida a Río —dije, aunque sabía que aquello podría ponerme en evidencia —, necesito que sea poderoso, necesito un aliado… —, empezaba a tomar otro camino, tal vez podría hacer de Río un amigo poderoso —. Hroefn, animal —, la única forma para buscar algo en aquel gran libro era por medio de palabras clave y apenas dije la primera, este se abrió de par en par, seleccionando páginas que se relacionarán con animales. —Poderoso —añadí y el libro descarto algunas hojas —, protector —, más páginas dejadas de lado. —Leal —lo dije por si acaso. Aún habían muchas hojas levantadas y eso me molestaba, qué más podría añadir para hacer de mi búsqueda más sencilla. —Alma afín —, Río y yo teníamos cosas en común, como el gusto por el pescado, por lo tanto eso nos describía muy bien o eso preferí pensar, porque no se me ocurría nada. —Despertar —mencioné y aunque iba a añadir revivir, el libro ya había seleccionado una sola página para mi. La página se mostró frente a mí, escrita a mano en caligrafía antigua que me había tomado tres meses enteros con numerosos días en la biblioteca de la capital para decifrarla, reconocerla y aprenderla. Leí con cuidado, evitando hacerlo en voz alta, porque la primera vez que lo hice, terminé dándole vida a un árbol, sí, ya sé que de todos modos están vivos; pero eso no significa que se muevan libremente por el lugar o ¿sí? —Convocar un ser protector —leí el título, segura de que no causaría nada malo.    Pensé en ello y miré el cuerpo de Río con pena, iba a hacerlo. Además, lo único que me pedía era un cuerpo, el cual ya tenía en mis brazos, no exigía ningún sacrificio extraño, ni cosas asquerosas o tenebrosas. ¿Qué podría salir mal? Preferí no pensar en respuestas para esa pregunta en particular y fijé mis ojos en el… encantamiento. Ni siquiera lo había leído hasta el final, dado que la premura de la situación me llevó a tomar una decisión apresurada. —Hagamos esto —dije y puse a Río de vuelta al agua, iba a utilizar ese lugar, aprovecharía mi única oportunidad, aunque no estaba segura de que clase de liquido era aquel o qué representaba el círculo. Pero, en aquella página también se encontraba el dibujo de un círculo, aunque tenía la forma del sol y la luna en el centro. No había forma de dibujar algo en el agua, ni siquiera tenía con qué hacerlo. —Piensa, piensa —me dije y recordé la escritura del viento, muchos magos lo utilizaban para dejar mensajes ocultos, algunos utilizaban su poder mágico y otros su sangre. Madre nos lo enseñó alguna vez, se supone debemos utilizarlo como último recurso, solamente si estamos a punto de morir y debemos dejar un mensaje. Bueno, supongo que rompería esa regla. Tomé una pata de Río y presioné mi dedo índice contra una de sus garras, estaban más filosas de lo que creía y lo agradecí. Una gota de sangre emergió y entonces, hice lo mismo con mi otro dedo índice para acelerar el proceso. Debía concentrarme para convertir aquellas gotas en coágulos alargados que no se difuminaran en el agua. Dibujé el sol con Río en su interior, lo rodeé de ocho rayos de luz o como sea que se llamaran y luego lo dividí en media luna. —Ya está —dije y me apresuré a leer. Yo, hija Hroefn, convoco a mi protector quien está al otro lado del hilo por medio de este, un contrato vinculador. Tu vida me pertenecerá, mi vida te pertenecerá Tu lealtad será mía, mi lealtad será tuya Mi magia poderosa, también tuya, te protegerá Sangre por sangre, hasta que no haya más Dos almas destinadas a encontrarse te ofrezco este cuerpo y mucho más para cumplir el destino común, áireán. Terminé de leer y nada ocurrió, incluso pensé en leer todo de nuevo, tal vez había dicho algo mal. Pero, el agua empezó a moverse, por poco creí que temblaba la tierra. Mi sangre empezó a arremolinarse alrededor del gato n***o y una luz emergió desde el fondo, rodeando una figura que no pude ver, porque quedé ciega al instante. Parecía un ser humano, probablemente un hombre, o mi mente estaba confundida por completo. Entonces, el cuerpo de Río levitó y absorbió aquella luz. De nuevo, con la posibilidad de ver todo mi entorno, extendí mis manos hacia el cuerpo del gato con temor de que cayera y se golpeara. Cuando mis manos estuvieron bajo el cuerpo n***o, este cayó de forma inesperada y por poco se desliza de mi agarre. Su peso había cambiado, no se sentía tan liviano como lo recordaba, probablemente porque estaba empapado. Así que lo abracé y con alegría sentí que su cuerpo emanaba calor, Río estaba vivo, estaba de vuelta. Hice un hechizo simple de secado y salí de la habitación antes de que alguien me fuera a buscar. Me dirigí a mi habitación, una de las cinco en el ático de la gran casa antigua. Nadie debía ver a Río, ello conllevaría a preguntas que no debían ser hechas. Por lo tanto, subí las escaleras de forma silenciosa y luego me encerré en mi habitación con la emoción de haber hecho algo inimaginable. Puse a Río sobre las mantas azules y viejas de mi cama, y me senté en el suelo, al lado de la cama con la mirada fija en el gato, esperando a que abriera sus ojos. A los cinco minutos, vi sus ojos empezar a parpadear y el color que vi en ellos me asustó, no eran azules como los recordaba. Eran rojos. —¿Río? —dije y me miró fijamente, entrecerrando sus ojos como cualquier humano lo haría, excepto que aquel era un gato. —Mi nombre no es Río. Quedé petrificada, su voz hacía eco en mi mente, no muy precisa, más como un susurro imperceptible. Era difícil identificar si era grave o aguda o… No, era la voz de un hombre, de eso estaba segura. —¿Quién eres? —pregunté, más para confirmar que no estaba loca, realmente había escuchado al gato… ¿hablar? ¿pensar? —Bastian. No, no estaba loca, el gato habló.
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