CAPÍTULO DOS

2241 Words
CAPÍTULO DOS Kyra entró al tenebroso Bosque de las espinas al oeste de la fortaleza, un bosque tan espeso que apenas se podía ver a través de él. Caminando lentamente junto a Leo, con la nieve y hielo crujiendo bajo sus pies, miró hacia arriba. Se sintió pequeñísima al ver los árboles de espinas que parecían no tener final. Eran antiguos árboles negros con ramas retorcidas que parecían espinas y gruesas hojas negras. Sintió que el lugar estaba maldito; nada bueno había salido nunca de él. Los hombres de su padre siempre regresaban heridos de las cacerías y más de una vez un trol, atravesando por las Llamas, se había refugiado aquí utilizándolo como plataforma para a****r aldeanos. Kyra sintió un escalofrío al entrar. Aquí estaba más oscuro, hacía más frío, el aire era más húmedo, el olor de los árboles de espinas se sentía pesado como el de una tierra decadente, y los enormes árboles tapaban lo que quedaba de la luz del día. Kyra, en guardia, se sentía furiosa con sus hermanos mayores. Era peligroso aventurarse aquí sin la compañía de varios guerreros —especialmente al atardecer. Cada ruido la sobresaltaba. Se oyó el lamento lejano de un animal y ella se encogió de miedo y se giró, tratando de hallarlo. Pero el bosque era denso y no pudo encontrarlo. Sin embargo, Leo gruñó a su lado y se fue en su busca de repente. —¡Leo! —gritó. Pero ya se había ido. Suspiró molesta; siempre hacía eso cuando se encontraban un animal. Aunque ella sabía que regresaría, con el tiempo. Kyra continuaba sola mientras el bosque se volvía más oscuro, luchando por seguir el rastro de sus hermanos, cuando escuchó una risa distante. Volvió toda su atención hacia ese ruido y pasó deprisa los gruesos árboles hasta que pudo divisar a sus hermanos a lo lejos. Kyra se quedó atrás, manteniendo la distancia, pues no quería ser descubierta. Sabía que si Aidan la veía, se avergonzaría y le diría que se fuera. Se decidió a observar desde las sombras, solo cuidando que no se metieran en problemas. Era mejor para Aidan que no se sintiera avergonzado, que sintiera que era un hombre. Una rama se rompió debajo de sus pies y Kyra se agachó, temiendo que el ruido la delatara, pero sus borrachos hermanos mayores lo ignoraron, pues a menos de treinta metros de distancia y caminando deprisa, el ruido se vio apagado por sus risas. Pudo ver por el lenguaje corporal de Aidan que estaba tenso, casi a punto de echarse a llorar. Apretaba su lanza con fuerza, como tratando de probar que era un hombre, pero era obvio que la lanza era muy grande y tenía problemas para soportar su peso. —¡Deprisa! —gritó Braxton girándose hacia Aidan, que se quedó unos metros atrás. —¿De qué tienes tanto miedo? —le dijo Brandon. —No tengo miedo… —insistió Aidan. —¡Silencio! —dijo Brandon de repente y se detuvo mientras ponía la mano en el pecho de Aidan, por primera vez con una expresión seria. Braxton también se detuvo, todos estaban tensos. Kyra se escondió detrás de un árbol mientras observaba a sus hermanos. Se quedaron al borde de un claro, mirando hacia enfrente como si hubieran visto algo. Ella se acercó despacio y en alerta tratando de ver mejor, y mientras pasaba entre dos grandes árboles se detuvo, pasmada, al darse cuenta de lo que estaban viendo. Ahí, de pie en el claro, buscando bellotas, había un jabalí. Pero no era un jabalí ordinario; era un monstruoso jabalí de cuernos negros, el jabalí más grande que ella había visto, con largos y enrollados colmillos blancos y tres largos y afilados cuernos negros, uno saliendo de su nariz y dos de su cabeza. Era una extraña criatura de casi el tamaño de un oso, famosa por su crueldad e impresionante velocidad. Era un animal muy temido, y uno con el que los cazadores no querían encontrarse. Significaba problemas. Kyra, con los bellos de punta, deseó que Leo estuviera ahí —pero al mismo tiempo estaba agradecida de que no estuviera, pues seguramente se lanzaría contra él sin saber si ganaría la confrontación. Kyra se acercó tomando lentamente el arco de sus hombros e, instintivamente, doblándose para coger una flecha. Trató de calcular lo lejos que estaba el jabalí de los chicos y lo lejos que estaba ella y sabía que esto no era bueno. Había muchos árboles en el camino para conseguir un impacto directo y, con un animal de este tamaño, no había margen para el erro. Dudaba que una flecha pudiera derribarlo. Kyra notó el terror en la cara de sus hermanos, después vio a Brandon y Braxton cubriendo su temor con una cara de valentía —una que ella estaba segura de que se debía a la bebida. Ambos levantaron sus lanzas y caminaron hacia delante. Braxton miró a Aidan petrificado y se giró, lo tomó de los hombros y lo hizo caminar también. —Esta es una oportunidad para que te vuelvas hombre —dijo Braxton—. Mata a este jabalí y cantarán canciones sobre ti por generaciones. —Trae su cabeza y serás famoso de por vida —dijo Brandon. —Tengo… miedo —dijo Aidan. Brandon y Braxton se rieron burlonamente. —¿Miedo? —dijo Brandon—. ¿Y qué diría nuestro padre si te oyera decir eso? El jabalí, alertado, levantó su cabeza mostrando sus brillantes ojos amarillos, y los miró mientras de su rostro escapaba un gruñido con rabia. Abrió la boca y mostró sus colmillos y babeó, mientras al mismo tiempo emitía gruñidos que parecían venir desde lo más dentro de él. Kyra, incluso estando lejos, sintió un punzón de miedo —y solo podía imaginarse el miedo que estaba sintiendo Aidan. Kyra se precipitó tratando de seguir al viento, determinada a llegar antes de que fuera muy tarde. Cuando estaba a pocos metros de sus hermanos gritó: —¡Dejadlo en paz! Su áspera voz cortó el silencio, y sus hermanos emitieron un chillido claramente impresionados. —Ya os habéis divertido —añadió—. Ya basta. Mientras que Aidan parecía aliviado, Brandon y Braxton la miraron con enojo. —¿Y tú qué sabes? —respondió Brandon—. Deja de interferir con los verdaderos hombres. Los gruñidos del jabalí crecieron mientras se acercaba a ellos, y Kyra, tanto temerosa como furiosa, se adelantó. —Si sois tan tontos como para enfrentaros a esta bestia, entonces hacedlo —dijo ella—. Pero dejad que Aidan se venga conmigo. Brandon frunció el ceño. —Aidan estará bien aquí —replicó Brandon—. Está a punto de aprender a pelear. ¿No es así, Aidan? Aidan se quedó mudo, paralizado por el miedo. Kyra estaba a punto de dar otro paso y tomar el brazo de Aidan cuando se oyó un ajetreo en el claro. Vio al jabalí acercándose, un paso tras otro, amenazante. —No atacará si no lo provocáis —dijo Kyra a sus hermanos—. Dejadlo ir. Pero sus hermanos la ignoraron, ambos se dieron la vuelta y levantaron sus lanzas. Caminaron hacia adelante, hacia el claro, como si quisieran probar lo valientes que eran. —Yo apuntaré a su cabeza —dijo Brandon. —Y yo a su garganta —acordó Braxton. El jabalí gruñó más fuerte, abrió más la boca y dejó caer saliva mientras daba otro paso. —¡Volved! —gritó Kyra desesperada. Pero Brandon y Braxton se acercaron más, levantaron sus lanzas y las arrojaron repentinamente. Kyra miró en suspenso mientras las lanzas volaban en el aire, preparándose para lo peor. Para su consternación, vio cómo la lanza de Brandon le rozaba la oreja, lo suficiente para hacerlo sangrar —y provocarlo— mientras que la lanza de Braxton pasó por un lado, pasando muy lejos de la cabeza. Por primera vez, Brandon y Braxton se miraron asustados. Se quedaron ahí, con la boca abierta y una mirada tonta en sus rostros, con el brillo de la bebida rápidamente convirtiéndose en miedo. El jabalí, enfurecido, bajó la cabeza y gruñó con un sonido horrible mientras se abalanzaba. Kyra miró con horror como se lanzaba contra sus hermanos. Era lo más rápido que había visto para su tamaño, saltando en la hierba como si fuera un ciervo. Mientras se acercaba, Brandon y Braxton corrieron para salvarse, saltando en direcciones opuestas. Esto dejó a Aidan solo, petrificado, sin poder moverse por el miedo. Abrió la boca, soltó su agarre y dejó caer su lanza en el suelo. Kyra sabía que eso no cambiaría mucho las cosas; Aidan no habría podido defenderse aunque lo hubiera intentado. Ni un hombre adulto hubiera podido. Y el jabalí, como si pudiera sentirlo, apuntó hacia Aidan y se lanzó sobre él. Kyra, con su corazón retumbando, se puso enseguida en acción sabiendo que solo tendría una oportunidad. Sin pensarlo se lanzó hacia delante esquivando los árboles, con su arco ya en las manos sabiendo que solo podría disparar una vez y que tendría que ser un disparo perfecto. Iba a ser un disparo difícil, pues además de que el jabalí estaba moviéndose, ella estaba en estado de pánico —pero aun así tendría que ser un disparo perfecto si querían sobrevivir. —AIDAN, ¡AGÁCHATE! —gritó. Primero no se movió. Aidan bloqueaba el camino e imposibilitaba un disparo limpio y, mientras Kyra levantaba su arco y corría hacia delante, se dio cuenta de que si Aidan no se movía, su único disparo se perdería. Lanzándose por el bosque, con los pies resbalando en la nieve y la tierra húmeda, por un momento sintió que todo estaba perdido. —¡AIDAN! —gritó de nuevo, desesperada. Por un milagro esta vez la escuchó, se arrojó a la tierra en el último segundo y dejó el campo libre para el disparo de Kyra. Mientras el jabalí se lanzaba hacia Aidan, el tiempo repentinamente se hizo lento para Kyra. Sintió como entraba en una zona extraña, cómo algo se elevaba dentro de ella que no había experimentado antes y que no pudo entender por completo. El mundo se achicó y pudo enfocar. Podía escuchar el sonido de su propio corazón latiendo, su respirar, las hojas crujiendo, un cuervo que graznaba por encima. Se sintió más en sincronía con el universo de lo que nunca se había sentido, como si hubiera entrado en un reino en el que ella y el universo eran uno. Kyra sintió en sus manos un hormigueo con una energía cálida y pulsante que no podía entender, como si algo extraño estuviera invadiendo su cuerpo. Fue como si, por un instante, se hubiera convertido en alguien mucho más grande que ella, alguien mucho más poderoso. Kyra entró en un estado de inconsciencia, y se dejó llevar por el puro instinto y por esta nueva energía que fluía dentro de ella. Plantó sus pies en el suelo, levantó el arco, colocó una flecha y la dejó volar. Supo en el momento en que la soltó que este era un disparo especial. No tuvo que mirar el camino de la flecha para saber que iba exactamente a donde ella quería: el ojo derecho de la bestia. Disparó con tal fuerza que penetró casi unos centímetros antes de detenerse. La bestia gruñó de repente mientras sus patas se desplomaban y cayó de cara en la nieve. Se deslizó a través de lo que quedaba del claro, retorciéndose aún con vida hasta que llegó a Aidan. Finalmente se detuvo delante de él, a pocos centímetros, tan cerca que prácticamente se estaban tocando. Se retorcía en el suelo y Kyra, ya con otra flecha en su arco, caminó hacia adelante, se paró al lado del jabalí y le clavó otra flecha directo en la cabeza. Finalmente, dejó de moverse. Kyra se quedó en el claro en silencio, su corazón latía con fuerza, el hormigueo en las manos se iba deteniendo lentamente, la energía se desvanecía, y se preguntaba qué había pasado. ¿Realmente fue ella quien disparó? Inmediatamente se acordó de Aidan, y cuando ella dio la vuelta y lo cogió, él la miró como si mirara a su madre, con los ojos llenos de miedo pero intacto. Ella sintió un momento de alivio al darse cuenta de que estaba bien. Kyra se giró y vio a sus dos hermanos mayores aún yaciendo en el claro, mirándola con asombro y admiración. Pero había algo más en sus miradas, algo que la molestó: sospecha. Como si ella fuera diferente a ellos. Una forastera. Era una mirada que Kyra ya había visto en unas escasas ocasiones, pero las veces suficientes como para que le extrañara. Se dio la vuelta y miró abajo a la enorme bestia monstruosa yaciendo en el suelo y se preguntó como ella, de apenas quince años, pudo haberlo hecho. Sabía que esto iba más allá de la habilidad. Se requería más que un tiro de suerte. Siempre había habido algo en ella que era diferente a los demás. Se quedó allí, entumecida, queriendo moverse pero sin poder lograrlo. Ella sabía que lo que la había sacudido hoy no era la bestia, sino la forma en que la miraron sus hermanos. Y no podía dejar de preguntarse, por millonésima vez, la pregunta a la que había temido enfrentarse toda su vida: ¿Quién era ella?
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