Renuncia

1739 Words
Saco las cosas de mi casillero con mucha nostalgia y las meto en una caja. He pedido la baja en el ejército. ¿Razón? Oh...pasaron muchas cosas en estos últimos meses. Carlos ascendió a coronel, descubrió que hay narcos y políticos implicados en el asesinato de su padre, le organizó una especie de golpe de Estado al gobierno, quedando como el presidente interino de la República, y un mafioso italiano llamado Massimo Mancini aprovechó esa situación para secuestrarle a la novia y devolvérsela a cambio de que lo ayudara a hacer un acto terrorista en la ciudad del Vaticano. Menudo embrollo. El caso fue que Carlos nos llevó a Nicolás, Jorge y a mí para que lo ayudáramos en la complicada misión de ingresar en la santa sede para cumplir con el cometido de ese loco mafioso italiano, que para completar tiene un hijo con ínfulas de emperador que nos sacó de quicio, y pudimos completar la misión, haciendo que el Vaticano ardiera en llamas, y ayudando a la familia Mancini a salir de Italia sanos y salvos, y Carlos, en sus facultades de presidente interino de la República, les concedió el asilo, ya que ellos estaban siendo perseguidos en Italia por cuestiones de mafia y política que aun no entiendo ni quiero entender, ya que no es mi asunto. Lo único que me importó de toda esa odisea, fue que Massimo nos pagó una buena cantidad de dinero a todos los que le colaboramos, y puedo decir que ya no dependo de mi salario como militar ─el cual en Colombia no es tan bueno como la gente cree ─ para vivir. Carlos, Nicolás y Jorge también se retiraron, y Carlos lo hizo específicamente porque en esos meses en que fue presidente del país, le resultó apareciendo un hijo que tuvo con una cacique indígena hace ocho años y que él no tenía ni idea de su existencia. Lo típico de los hombres latinoamericanos. Quisiera decir que amo la vida militar y que me quedaré trabajando en el ejército por gusto y no por necesidad, pero, seamos francos: nadie se une al ejército de este país por vocación y sin pensar en el dinero. Bueno, tal vez Carlos sí. En este país, los que tienen la facilidad económica estudian una carrera profesional, pero los que somos como yo, de familias humildes y entornos sociales complicados, vemos en la vida militar una estabilidad económica. Eso, y que en las fuerzas armadas de Colombia las personas se jubilan a los 20 años de servicio. Carlos, Nicolás y Jorge ya han quedado jubilados, y todavía no se acercan a los 40 años de edad. Yo podría haberme esperado hasta cumplir los años de servicio y quedar jubilada a mis 40 años, pero la verdad es que no me aguantaba un día más en el ejército. El desgaste físico y emocional es terrible. Algo que los civiles no se imaginan, y si yo quedé con varios millones en mi cuenta bancaria, ¿para qué seguir matándome la cabeza? Sé que mi padre se decepcionará cuando le diga que renuncié al ejército, ya que él se partió la espalda para poder pagarme la carrera militar ─lamentablemente, en Colombia se deben pagar costos de ingreso a la academia militar ─, pero sé que mi madre se alegrará porque ya no debe preocuparse porque algún día dos militares lleguen a su casa a darle la triste noticia de que su hija falleció sirviéndole a la patria. Sonrío con nostalgia al ver la foto que tenía pegada en la puerta de mi casillero. Aparecemos los cuatro. Carlos, Nico, Jorge y yo, pretendiendo posar como super modelos en mi ceremonia de ascenso a capitán. La cuadrilla de la muerte. Cuando yo conocí a esos tres idiotas, ya se hacían apodar así, y es que, antes de que yo los conociera, había otro hombre completando el cuarteto de militares idiotas que se creían Rambo. Se llamaba Salomón, y lamentablemente falleció hace ocho años en una misión en el Amazonas que no salió como se tenía planeado. Eso es lo que mi mamá tanto temía. Que un día cualquiera recibiera la fatal noticia de que su hija falleció sirviendo a una patria que en realidad no vela por la seguridad de sus soldados. En mis casi diez años de servicio, me pude dar cuenta de cosas muy decepcionantes. Corrupción, en su mayoría. Voy a la oficina del nuevo comandante de la unidad y entrego mi uniforme militar. Lo único que puedo conservar son algunas pertenencias que tenía en el casillero, mis insignias y mi boina roja que me identificaba como soldado de las fuerzas especiales. Entro en la oficina, y ya no tengo que hacer el saludo militar al ver al comandante, ya que, firmada mi acta de aprobación de retiro desde hace una semana, ya no hago parte del ejército. Solo estoy cumpliendo con entregar mi uniforme. ─Gracias por sus servicios, capitán Restrepo ─dice el comandante, recibiéndome el uniforme ─. Es una lástima perder a una soldado tan talentosa como usted. ─Gracias, comandante. Fue un placer servirle a la patria. Salgo caminando de la base ya no con mi uniforme de camuflaje, sino con unos jeans, camiseta de la banda de rock italiana Maneskin, chaqueta de cuero y botas rockeras, y mi cabello ya no está recogido en una incómoda cebolla, sino que ahora puedo llevar mi larga y sedosa melena azabache suelta. Al fin puedo ser yo. Aleluya. Nicolás me está esperando en el voluminoso auto deportivo que se compró con el dinero que le dieron los Mancini. Él no se ha cohibido de nada, mientras que yo le di casi todo mi dinero a mis padres para que al fin montarán el restaurante que tanto querían tener, y pagar las deudas que los tenían asfixiados desde hace años. Algunos podrán criticarme por ayudar a mis padres, pero es que ellos lo son todo para mí, y además soy su única hija. Soy todo lo que tienen. ─¿Y ahora? ¿A dónde vamos? ─me pregunta Nico mientras me abre la puerta del copiloto como todo un caballero. ─A casa ─le digo, mirando el equipaje que está en los asientos traseros ─. Espero que no haya mucho tráfico. Quiero llegar a Medellín cuanto antes. Quisiera poder decir que me iré de Bogotá para nunca más volver, pero tengo que terminar mi carrera universitaria. Carlos me convenció hace unos años de estudiar una carrera, y me pagó la matrícula de ingeniería de sistemas en la prestigiosa universidad Jorge Tadeo Lozano, una de las mejores de Colombia y de Latinoamérica, así que debo quedarme en Bogotá hasta que termine de estudiar. ─No más no dejo abandonada la carrera porque me daría mucho dolor que Carlos perdiera esos milloncitos que se gastó en la matrícula ─le digo a Nicolás mientras que hacemos frente al monumental tráfico que es el pan de cada día en Bogotá. ─Tienes la suerte que muchas mujeres no tienen ─me recuerda Nico ─. Tienes como patrocinador a uno de los hombres más ricos de Colombia, sin necesidad de acostarte con él. Carlos no debió de haber sido militar. Creció en una de las familias más pudientes de Colombia. Los Bustamante. Ellos son la familia que controla el emporio del café. Fueron los que hicieron que Colombia fuera reconocida por ser la potencia productora de ese exquisito grano, y desde que falleció su madre cuando él tan solo tenía 13 años de edad, es el dueño de un porcentaje de las acciones de la multinacional Café Bustamante, así que en realidad él no tiene la necesidad de trabajar. Se regaló al ejército porque así lo quiso, y como una especie de acto de rebeldía contra su familia. ─Sí, tal vez tengo suerte ─lo miro con cariño ─, pero siempre te voy a pertenecer a ti. Nicolás es gay. Un gay que, al igual que yo, estaba en el closet hasta hace un par de meses, y se había mantenido muy bien oculto ahí ya que aparentaba ser un hombre “común y corriente” al hacer muy bien el papel de mujeriego. Es un hombre muy hermoso y sexy. A sus 36 años de edad está mucho mejor que un jovencito de 20, así que las mujeres de todas las edades le caían por montones, pero él solo salía con ellas por aparentar. Su verdadero gusto son los hombres, y está en una relación con el hermano menor de Carlos, Alejandro, quien tiene apenas 20 años. Sí, Nicolás es un asalta cunas. Siempre le ha gustado meterse con jovencitos. Un día de estos resultará cagado, como dice mi abuela cada vez que sabe de un caso como el de Nico. ─No, no eres mía ─replica Nicolás en tono burlón ─. Siempre has sido de Carlos. Es él el que te da los regalos caros. Yo lamentablemente no pude consentirte como te lo mereces. ─Por supuesto que lo hiciste. A tu manera ─digo, estirándome para darle un beso en la mejilla. Amo con locura a este hombre, pero dentro del ámbito de la amistad. Fue gracias a él que logré superar un poco mi trauma hacia los hombres, y además...fue él el que me hizo el favor de desvirgarme, ya que a mis 22 años yo seguía siendo virgen y necesitaba que alguien se deshiciera de esa incomoda telita de piel que me impedía disfrutar al máximo del sexo con las mujeres, así que él me hizo el favorcito. ─Y hablando de Carlos... ¿ya te habló sobre la propuesta de trabajo que te tiene? ─pregunta Nicolás, y yo lo miro con extrañeza. No, Carlos no me habló sobre nada de eso. Carlos me conoce lo suficientemente bien como para saber que a) la mayoría del dinero que me gané por la misión con los Mancini se la di a mis padres, y b) mi adaptación a la vida como civil no será fácil, así que necesito ocupar mi tiempo y mi mente en algún trabajo que se parezca al que tenía en el ejército, pero menos riesgoso. ─No. No me ha dicho nada. ¿Me lo podrías adelantar? ─le pido, y él entonces tuerce el gesto. ─No te va a gustar. ─¿Qué podría ser peor que el ejército? ─replico, y él suelta una pesada exhalación, para luego soltarlo: ─Carlos quiere que seas la guardaespaldas de su primo Gustavo. Oh, carajo. Eso ni loca.
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