La Capitán
Bogotá, Colombia
Entro a la discoteca, con mi sensual vestido de lentejuelas plateado dejando muy poco a la imaginación, y con mis altos tacones resonando en el suelo, pero dicho sonido queda oculto con la estridente música que hace retumbar las paredes del antro.
Mido un metro con setenta y cinco, así que mis tacones me hacen ver aún más alta de lo que soy, así que es apenas lógico que la gente voltee a mirarme. Eso, y que de por sí siempre he logrado robar miradas a cualquier lugar a donde voy por mi exótica belleza.
Mis ojos son verdes. Verdes como las esmeraldas que se pueden encontrar en las minas de este país, y se los heredé a mi madre. De hecho, mi mamá se llama Mireya Esmeralda; mis abuelos la llamaron así apenas abrió los ojos unos días después de nacida, mostrando esos ojazos verdes espectaculares que lograron hipnotizar a mi papá unos años después.
Mis ojos son tan hipnotizantes, que logré ascender a capitán del ejército gracias a ellos.
Detesto decir que ascendí por eso, pero una realidad en este y en muchos países es que, si no tienes influencias, no logras ascender en las fuerzas armadas, por mucho que te esfuerces.
Camino hacia la zona VIP de la discoteca, mientras escucho a mi jefe hablándome por el diminuto comunicador que me pusieron en el oído.
─Ya sabe, capitán. Si las cosas se complican, realizaremos la extracción.
─No he fallado en una sola misión, jefe ─le digo a Carlos, esperando que nadie me esté mirando raro al pensar que estoy hablando sola ─. No sé por qué fallaría ahora. Esto es pan comido para mí.
─Nunca dejo de preocuparme por ti, y eso lo sabes muy bien.
─Debería dejar de tutearme, jefe. Estas conversaciones quedan grabadas en el sistema del ejército. La gente que llegue a escucharlas podría pensar cosas que no son.
─Ya de por sí lo piensan ─interrumpe Nicolás, que está en nuestro mismo canal de radio, ya que él está esperando en el edificio de en frente, apuntando desde una ventana con un potente fusil beryl, esperando que yo ubique muy bien al objetivo ─. Mi General asegura que ustedes dos se casarán pronto.
─Eso quisiera ─dice Carlos, mientras que yo me acerco a la puerta que me indicaron ─. Le he propuesto matrimonio dos veces a Caro, pero nada que acepta.
─Silencio, que ya voy a entrar ─murmuro, y entonces llego a la zona en donde está mi objetivo, Braulio Valdez, alias “El Pichi”.
No soy una capitán común y corriente del ejército colombiano. Trabajo en la A.F.E.A.U. Agrupación de Fuerzas Especiales Antiterroristas Urbanas.
Somos la unidad militar mejor preparada en maniobras de antiterrorismo en toda Latinoamérica, dadas las circunstancias de orden público en las que se encuentra Colombia desde hace 60 años, y es que, mientras que los ejércitos de otros países realizan entrenamientos en el campo del antiterrorismo para tal vez jamás enfrentarse a una situación real, en Colombia lamentablemente el terrorismo es el pan de cada día.
La actual misión de mi cuadrilla es la de dar de baja al líder de una de las unidades de la agrupación narco paramilitar conocida como Las Águilas Oscuras. Es una organización criminal con unidades activas en todo el país, pero este tipo, El Pichi, es uno de los cabecillas más importantes, ya que está encargado de la unidad que funciona en la capital, y si le damos de baja a él, las demás unidades empezarán a caer como fichas de dominó.
¿Y cómo fue que logré rastrearlo? Bueno...no fue un trabajo fácil. Jorge, uno de mis amigos e integrante de mi cuadrilla, es el que se encarga del trabajo de inteligencia, y duró todo un año tratando de rastrear a este tipo, hasta que logró dar con él, y yo me encargué del resto.
Soy lo que se le conoce en otros países como una “espía”, aunque aquí preferimos llamarlo “infiltrado”. Aprovecho mi belleza para lograr mis objetivos, como me enseñó mi madre a hacerlo desde muy pequeña. Hipnotizo a los hombres para luego hacerlos caer en mi trampa y, gracias a esta táctica, ya hemos logrado capturar a diez líderes terroristas y dar de baja a tres narcotraficantes en los cinco años que llevo trabajando en las fuerzas especiales.
Con este objetivo, duré un año completo en trabajo de infiltración, asistiendo a los clubes para caballeros en los que Jorge logró rastrearlo, y tuve que meterme completamente en el papel de stripper y tomar clases de pole dance.
No tuve que esforzarme de a mucho. El Pichi se fijó en mí desde el primer instante en que me vio bailando en un tubo.
Cambié completamente mi aspecto físico para mi papel de stripper, obviamente. No puedo comprometer mi verdadera identidad, así que para misiones como esta utilizo peluca rubia y lentes de contacto que hagan ver mis ojos azules, ya que el color verde de mis verdaderos ojos podría delatarme; pero con todo y eso, aun cambiándome el color de los ojos, logro seguir hipnotizando a los hombres.
─Oh, aquí está mi rubia favorita ─dice el Pichi apenas me lo encuentro en la sala VIP, sentado en un sillón de rey y rodeado de varias mujeres voluptuosas, pero ninguna más sensual que yo ─. A ver. Salúdame como tanto me gusta.
─Quiubo pues papasito ─le digo con mi fuerte acento paisa, y él cierra los ojos con placer.
─Ven aquí, reinita ─me señala su regazo, y yo me aguanto la arcada de asco que me causa este hombre.
Es un viejo regordete de 55 años. Por supuesto que no me causa ni pizca de atracción, pero de eso se tratan mis misiones. Aguantarme a estos viejos verdes para así poder matarlos y quitarle un peso de encima al país.
Todo sea por salvar la patria.
─En realidad, quisiera que fuéramos a un lugar más privado ─le digo con mirada seductora, y él no se puede resistir a mis ojitos.
¿Por qué simplemente la policía no entra en el lugar y hace una redada, si ya en el ejército teníamos información de que este tipo estaría en este lugar esta noche? Las cosas no son tan fáciles como los civiles creen.
En esta discoteca hay muchos civiles. Es una de las discotecas más conocidas de Bogotá, y precisamente los tipos como El Pichi acuden a este tipo de lugares sabiendo que la fuerza pública no se atreverá a tocarles un pelo porque, en caso de que se forme una balacera, habría una tragedia, ya que obviamente morirían muchos civiles en el proceso, y la prensa y la opinión pública nos comería vivos a los del ejército, y ya de por sí la ciudadanía está perdiendo la confianza en nosotros, así que tenemos que recuperarla.
Por eso es que hacemos este tipo de misiones. Tratamos de hacer todo de la manera más silenciosa posible, con las menores bajas posibles tanto de civiles, como de nuestros agentes.
─Carolina, no sobra recordarte que, si esta misión no resulta satisfactoria, pasaría a jurisdicción de la policía, y no queremos que esos tombos se anden pavoneando de que son mejores que nosotros, ¿o sí? ─habla Nicolás por el comunicador, y yo me muerdo un carrillo.
Esa es la forma en que Nicolás suele darme ánimos. Recordándome que soy mucho mejor que un policía, los cuales andan pisándonos los talones en este tipo de misiones, ya que ellos son los que realmente tienen jurisdicción en este tipo de casos, pero ya que el ejército necesita mejorar sus estadísticas, pasamos por encima de toda jurisdicción.
Llevo al Pichi al baño que me indicó Carlos. Por supuesto que estudiamos muy bien el lugar antes de la misión, con mapas de la construcción y toda la cuestión. Carlos es muy perfeccionista.
Nos encerramos en el baño, y el Pichi se abalanza sobre mí para comerme a besos. Le correspondo, aguantándome las ganas de darle un puñetazo, y su esquema de seguridad tarda en darse cuenta en dónde se ha metido, porque, en efecto, ellos saben que es un peligro que su jefe se acerque a alguna ventana, pero nada pueden hacer cuando Nicolás me da la señal de que me aleje, y entonces empujo un poco al hombre, y él sonríe gatunamente, creyendo que hace parte de nuestro jueguito, pero esa horrorosa sonrisa se le borra cuando recibe un silencioso tiro en la cabeza.
─Misión cumplida ─dice Nicolás, y yo me hago a un lado para que mis tacones no queden manchados de sangre.
─Sal de ahí ahora, Carola ─dice Carlos, preocupándose más por mí que del éxito de la misión.
Salgo del baño con toda la tranquilidad del mundo. Me encargué de que mis chicas, también infiltradas, distrajeran a los guardaespaldas del Pichi. La perdición de todos los hombres ─los que son hetero ─ siempre serán unas buenas tetas.
Salgo caminando de la discoteca como siempre lo hago: con la frente en alto, paso firme y mirada imponente.
Soy la mejor en mi trabajo.
Un automóvil de apariencia civil es enviado por el AFEAU a recogerme, y me lleva a la base de operaciones, en donde Carlos, Nicolás y Jorge me están esperando para celebrar con una botella de aguardiente antioqueño. Soy oriunda de la icónica Medellín, así que mis amigos saben cómo es que me gusta celebrar.
─Felicidades, mi capitán ─dice Nico, llenando los pequeños vasos con el fuerte guaro ─. Otra misión que no hubiéramos podido cumplir sin ti.
Carlos se acerca y me cubre con su chaqueta de camuflaje. Claro. Me había olvidado de que este vestido es muy revelador.
─Te mereces recibir una tercera propuesta de matrimonio, capitán ─me dice el jefe, que en realidad es un gran amigo mío y no es tan viejo. Tiene 33 años ─. ¿Qué quieres en esta ocasión? ¿Maquillaje de Chanel? ¿Un bolso de Hermés?
Sonrío ladinamente y me lo pienso muy bien antes de contestar. Necesito que me regale algo muy caro, para yo después poder venderlo y darles el dinero a mis padres.
─En realidad quisiera un reloj Rolex ─digo, y Nicolás y Jorge se atoran con el guaro.
Carlos se queda pensativo por unos segundos. Él me conoce perfectamente y sabe por qué le pido cosas caras cuando él me pregunta qué quiero de regalo por haber completado de manera exitosa una misión.
Él sabe que mi familia es pobre, y que la verdadera razón por la que me uní al ejército fue porque no tenía nada más a que aspirar, ya que una carrera universitaria no es una opción para los que son de mi clase social.
Carlos me acaricia la cara y me mira con esos ojitos enamoradizos que podrían hipnotizar a cualquier mujer pero que en mí no funcionan porque...porque no me gustan los hombres.
Sí. Soy lesbiana, o al menos eso quiero creer.
─Ok. Tendrás tu Rolex mañana ─me dice, viéndome con esos ojos nostálgicos de amor no correspondido ─. Ya se puede ir, capitán.
Le hago el saludo militar, y después me retiro con paso firme, todavía con su chaqueta puesta, oliendo a ese embriagante aroma a macho y Paco Rabanne.
Tal vez, en otra vida, Carlos Orejuela y Carolina Restrepo se casaron y tuvieron hijos, pero en esta vida...en esta vida Carolina resultó odiando el contacto con los hombres porque lamentablemente fue víctima de abuso en su infancia.