El cielo cae, pero el mar se alza.
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Han pasado tres semanas desde la boda, es el tercer jueves que Ryan lleva comida italiana para ambos y juntos cenan en el departamento de Marina. Es como si ese lugar fuera libre de algo más, cuando llegan a él se les olvida que bien podrían ser enemigos, se les olvida el dolor al que se aferran, se les olvida que hay deudas de vida que aún no quedan resueltas; pero ambos disfrutan de la compañía del otro.
En el resto del edificio cuando se ven se saludan y ríen de algo que dijo el otro, Merlín lo nota y aunque no les dice nada sabe que ellos dos serán más que amigos. Se encontraron dos veces en la calle y esas veces ambos regresaron juntos a casa, se cuentan de cómo estuvo su día, cosas simples, ninguno ha explorado en el pasado del otro porque ambos se tienen miedo. Aun así, la simpleza de la vida muchas veces es la que se cuela a través de las grietas de nuestra armadura y hace que le abramos las puertas al mundo.
Cuando están separados se sienten culpables por lo que hacen, de distintas formas, pero con la misma intensidad que el otro. La verdad quiere salir a la luz de la boca de ambos, pero ninguno está listo, sin embargo, al final será algo que no podremos evitar.
Ryan lava los platos de la cena mientras Marina los seca y los pone en su lugar, la música de esta noche es una canción de The kooks.
—Nunca escuché de ellos, pero no suenan mal.
—Sé que no tienen la fama de otras bandas, pero sus letras son buenas —le dice Ryan.
—La verdad es que no pensé que este tipo de música te gustara —le dice ella.
—Mar… que prejuiciosa saliste.
—No, no. Yo no…
La música del teléfono de Ryan se detiene y comienza a vibrar anunciando una llamada entrante, es un número no registrado, pero él sabe la posibilidad que trae una llamada así. Se seca las manos con rapidez y atiende el teléfono mientras Marina sólo lo observa.
—Hola —contesta él. Marina se mantiene callada, pero atenta a todo lo que el otro habla—. Sí, soy yo. Excelente. Si. Muchas gracias. Nos vemos el lunes.
Ryan cuelga el teléfono y Marina solo se queda esperando una gran noticia por la cara de felicidad que tiene su amigo. Y sí, ahora lo puede llamar amigo.
—Bien, ya dilo.
— ¡Tengo trabajo al fin! —le cuenta. Él sonríe y suelta un pequeño grito, Marina celebra con él porque su emoción es tanta que se contagia y, como si fuera lo más normal del mundo, se abrazan—. Creí que nunca encontraría empleo.
Ambos se separan al mismo tiempo, Ryan no piensa en ello porque la felicidad de tener un empleo que lo acepte con su historial es algo bueno; Marina sí piensa en el abrazo, pero lo que más piensa es que no se siente incómoda al hacerlo. El hilo de su destino cada vez los lleva más cerca del otro.
—Me alegro por ti —le dice—. Por eso mismo yo me he ofrecido a pagar la comida, porque no entiendo cómo has sobrevivido —le reclama.
—Tenía otro departamento antes, lo vendí hace unas semanas y me pagaron muy bien por él. No te preocupes por el dinero.
—Tengo una botella de vino por ahí, la sacaré y brindaremos.
—Eh, no… —niega Ryan con lo que ella se extraña—. Es que… no bebo, yo… tengo otra idea —se le ocurre de inmediato, las conchas de mar llaman su atención—. Vamos a la playa este sábado. Los días han estado muy cálidos y creo que hará un buen tiempo.
—Ahora eres meteorólogo —se burla, pero sólo lo hace para ganar tiempo y pensar.
La playa era su lugar favorito en todo el mundo, cualquier playa es buena para ella, creció a la orilla del mar, estudió sus aguas, su flora y su fauna, vivía en el agua salada y no le importaba. Extraña la playa, la arena, el mar y la brisa que trae, pero también ahí fue cuando recibió la noticia de mi muerte, no ha ido desde entonces y hacerlo significa mucho.
—Anda, vamos. Como amigos, claro —le asegura Ryan.
Ryan espera, desea poder saber lo que pasa por la cabeza de la chica, pero aún no logra ponerse completamente en sus zapatos, necesita conocer su historia para eso y Marina aún necesita confiar más en él. Necesitan decirse la verdad, aunque ninguno lo sepa.
—De acuerdo, el sábado.
—Genial. Mission Beach es una de mis playas favoritas, nos podemos ir a las nueve y…
—Mmm no lo creo —dice Marina, sonríe como si ocultara algo y quizá lo que oculta es nerviosismo y curiosidad—. Te enseñaré otra playa y nos iremos a la cinco de la tarde.
— ¿No es demasiado… tarde?
—Para donde vamos es la hora indicada.
—Me gusta esta onda de misterio tuya —Ryan sonríe y la mira detenidamente, al notar que lo hace por mucho tiempo limpia el fregadero de por sí ya limpio y le da la espalda—. Entonces, te veo el sábado.
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La mañana de ese sábado fue la perfecta para estar en la playa, pero nuestros protagonistas se encuentran sólo pensando en esta tarde. Marina después de su turno nocturno durmió buena parte de la mañana y la otra parte se la pasó pensando en por qué iba a llevar a un extraño a su lugar favorito. Ryan, fue a una reunión mañanera con su grupo y evitó pensar a toda costa en su salida con Marina, porque él sabía que no estaba del todo bien, pero también sabía que necesitaba ayudarla a volver a la vida.
Esta tarde, cuando llegar a la costa, Marina le pide al taxista que los deje cerca de una tienda con tablas de surf.
— ¿Vamos a surfear o por qué paramos aquí? —pregunta Ryan.
Ryan baja del auto con la maleta con ropa y mantiene la puerta abierta para Marina, el corazón de ésta comienza a latir rápido al encontrarse ahí.
—Sí, haremos Surf ¿sabes?
—No, para nada.
—Es bastante sencillo. Ven —lo conduce al local donde exhiben las tablas de surf y toca la campanilla.
—Lo siento, ya estamos cerrando —dice un hombre sólo un poco mayor que ellos dos, pero se empieza a reír cuando ve a Marina y sale del otro lado para abrazarla con fuerza—. ¡No puedo creer que seas tú!
—Basta, me pones roja. Entonces ¿Ya vas a cerrar o harás una pequeña excepción?
—Sabes que tú puedes venir a la hora que quieras —se da cuenta que ella no viene sola y le alegra eso—. Hola. Soy Jesse.
—Ryan —le dice el otro, extiende su mano y ambos la aprietan.
—Vengo a rentar dos tablas, Jesse —mira de reojo a Ryan, quien no pone una muy buena cara y eso le divierte a Marina—. También necesito el bote ¿Crees que…?
—Ay, por Dios. Claro. Si es tuyo, yo sólo le echo un ojo. Vamos, síganme acá atrás.
Entra de nuevo a su pequeño local de madera y deja la puerta abierta tras él, en realidad es el inicio de su propia casa junto al muelle.
— ¿A dónde me llevas? —pregunta Ryan, divertido e inquietado.
Está maravillado porque cree que al fin está conociendo lo que ella en verdad es. Marina no le dice nada, sólo sonríe divertida y lo guía. Jesse les da dos de sus mejores tablas según sus cuerpos, Ryan le ayuda con una y se van caminando todo el muelle. Hay varios botes pequeños alrededor, pero uno al final de todos es donde dejan las tablas y se detienen.
— ¿Traes tus llaves? —pregunta Jesse.
—Sí —Marina mete la mano en el bolsillo de su short y saca una pequeña y única llave colgando de un llavero en forma de cangrejo—. ¿A qué hora quieres tus tablas?
—A la hora que tú quieras, toma —le entrega la llave de su propio negocio—. Sólo deja la llave en la mesa y cierra bien. Yo tengo el repuesto.
—Muchas gracias, Jesse.
—Fue bueno verte después de tanto tiempo, Marina —Jesse la abraza de nuevo y ella pierde un poco el control en el que había estado trabajando todo el día. Ver a su viejo amigo le recuerda su otra vida, la cual extraña cada vez más y se hace imposible de olvidar—. Un placer conocerte, Ryan. Cuídala mucho.
—El placer es mío —le responde. Ignora su otro comentario porque la mención de que él pueda ser algo de ella los descontrola a ambos. Clayton le había dicho que lo intentara, que era obvio que le gustaba y que él no veía nada de malo si al final terminaban juntos, que tenía que vivir su vida, pero Ryan no está tan seguro de eso—. ¿Sabes manejar esto?
—Suenas un poco sorprendido —se pone a encender el motor y checar que todo esté en orden.
—La verdad es que sí —admite Ryan. Se sienta en uno de los asientos y observa, maravillado, cómo Marina toma el control de todo y la familiaridad con lo que lo hace—. ¿A dónde me llevas? ¿Cómo sabes manejar este bote? ¿Quién eres?
El bote enciende, pero Marina no arranca, toma un respiro para volver a empezar porque eso es lo que ha estado haciendo… continuar.
—Espero que sepas nadar bien porque iremos a mar abierto —le avisa, no responde a sus preguntas porque un nudo se le ha formado en la garganta.
Arranca y comienza a navegar. El silencio entre ellos es roto por el ruido del motor cortar las olas, el mar salpica las caras de ambos, el sol empieza a meterse, pero aún los abriga con su calidez, las olas se alzan con ellos y tambalean el bote, cosa que a Marina no parece inquietarle. Ryan la observa, su cabello se ve más rojo cuando los rayos de luz la alumbran, incluso le parece más largo, sus piernas son extremadamente delgadas y largas, pero le parecen las más hermosas que ha visto, su mirada se frunce con concentración y se le forman dos líneas entre las cejas, sus ojos se ven más cafés y brillantes. Ella en sí le parece más hermosa que nunca antes.
Y se odia por notarlo, porque sabe que en su situación no debería verla de ese modo, pero somos mortales y nos encanta lo prohibido.
Llegan a la playa, que más bien parece una pequeña isla, y Marina baja como una experta. Ryan le ayuda a acercar el bote y amarrarlo a un pequeño poste donde se lee: Coronado Beach. Baja la maleta con las cosas de ambos, se la pasa a ella y él baja las tablas; la sigue, pero sólo se sientan en la arena viendo las olas, empieza a comprender dónde están. Es una playa hermosa, pero menos turística que el resto, se llega a ella por ferry o en coche a través de un puente, la vegetación es poca y no se diga la fauna, aunque en las costas rocosas de esa playa se esconde una maravilla que pocos entienden; hay una o dos personas, el lugar es casi para ellos solos.
—Está es la playa donde hacías tu investigación ¿no?
Ella asiente y su semblante cambia.
—En medio del mar solía haber un barco de la Universidad de San Diego —le cuenta—. Yo llegaba todas las mañanas en mi bote y me anclaba al barco, luego subía y me quedaba toda la tarde hasta que era de noche y podía trabajar aún más. A veces solía hacer surf mientras esperaba.
— ¿Qué esperabas?
—Te mostraré cuando se haga de noche —ella vuelve a sonreír, pero una lágrima se le escapa, la limpia rápidamente—. Perdón. Este solía ser mi lugar favorito, tengo tantos buenos recuerdos aquí.
— ¿Por qué no habías venido? —él pregunta, pero sabe que muy probablemente la respuesta no le guste, sabe que está a punto de cruzar una línea muy delgada en un punto sin retorno. Y ella no aún no está lista para llegar a ese punto—. Bueno, como sea… gracias por traerme aquí.
—Dame las gracias surfeando conmigo, porque lo harás ¿cierto? —lo reta.
— ¿Tú me vas a salvar la vida si me ahogo? Porque ya una vez estuve al borde de la muerte, no estoy seguro de querer repetirlo —es algo que se le escapa, no piensa en lo que dice o con quién habla; pero Marina, aunque lo capta, siendo una experta en historias del pasado… lo deja ir—. Vamos, pero tendrás que enseñarme.
Ryan se pone de pie y ayuda a Marina a hacerlo también. Ella se quita la ropa y queda en traje de baño, él sólo se quita la camisa y, tratando de lucir valiente, toma su tabla y se mete a la orilla del agua. Marina ve la larga cicatriz en su espalda baja, desde que supo de su operación se preguntó una o dos veces qué es lo que tiene, y ahora que mencionó la muerte… tiene aún más curiosidad, sin embargo, no puede preguntar si ella aún no está dispuesta a responder.
Lo sigue mar adentro y comienza a explicarle lo básico y necesario para, al menos, sentarse en la tabla. Le enseña con paciencia, comparte lo que toda su vida ha practicado, se burla de él y le muestra cómo lo hace ella.
Imaginen una película sin sonido, donde lo único que puedes ver son las sonrisas de los protagonistas, las risas y las miradas compartidas, pero aun así sientes el amor que los une. Verlos de esa forma, compartiendo un momento que para Marina era tan especial, no me molesta, al contrario… me gusta, es lo que espero, que ellos al final se puedan encontrar y ser felices a pesar del pasado, de las tragedias y el dolor que envuelve a ambos. No me puedo ir hasta verlos juntos, la vida los necesita y ellos lo requieren.
Marina sube a la tabla y monta la primera ola que ve, lo hace de una forma espectacular y no teme a nada. Ryan sólo nada un par de metros en la tabla, pero cuando intenta ponerse de pie cae brutalmente al agua; ella se ríe, pero espera con ansias que salga y así asegurarse que está bien. Sale y al mismo tiempo una ola lo golpea.
Ryan es como una ola para ella, llegó sin esperarlo y aún no está segura si tomarla o no. ¿Por qué lo llevó ahí en primer lugar? A veces simplemente hay personas que te transmiten una buena vibra, que te divierten y te escuchan, personas que sin ninguna explicación quieres en tu vida. Ryan se está convirtiendo en esa persona para ella. Es un mar de emociones, sin duda, y ella se encuentra en el fondo, pero Ryan le parece un ancla para no perderse… aunque no piensa admitirlo.
—Sólo mantente en la tabla, deja que las olas te lleven. No irás muy lejos.
—Creo que disfrutas verme caer —la acusa.
—No puedo negar que al principio fue divertido, pero ahora se vuelve algo triste.
Ryan se ríe al escuchar eso y la salpica con mucha agua, Marina tiene el sabor salado en la boca y le regresa el acto de aventarle agua. Ambos ríen embriagados de una felicidad que no conocían, una que difícil de plasmar con palabras exactas; mientras observan directo a los ojos del otro… cada litro de agua salada se lleva un poco de su tristeza, limpiándolos para que cuando el momento exacto llegue, ambos puedan ser felices permanentemente.
— ¿Hay algo que no sepas hacer, Mar? —pregunta él, con voz queda porque no quiere romper el momento mágico que viven.
—Muchas cosas. Pero basta de mí, ya sabes cosas mías ¿Qué hay de ti? ¿Cuáles son tus talentos ocultos?
—No tengo —ella pone los ojos en blanco y lo vuelve a rociar con agua—. Mmm… puedo hacer tres taquitos con mi lengua.
Hace que su lengua se doble en tres pequeñas curvas mientras Marina se ríe.
—Ok, ese es un gran talento.
—Lo sé, soy como un fenómeno —la noche los ha alcanzado, el aire se vuelve más frío, pero parece no importarle a ninguno de los dos. Sólo permanecen sentados en sus tablas dejándose llevar por la suave corriente—. Yo hacía Taekwondo desde los ocho años hasta los veintiuno y no quiero ser arrogante, pero era muy bueno. Gané varias competencias y una a nivel nacional, mi entrenador decía que si quería dedicarme a eso podría llegar incluso a los olímpicos.
— ¿Qué pasó? ¿Por qué lo dejaste?
—Era una vida muy estricta y con sacrificios, aunque no lo creas. No era para mí, así que me enfoqué en terminar la carrera, hice una maestría y me dediqué a trabajar.
—Quizá ahora estaría enseñando a un atleta olímpico.
—Sí, quizá podría estar a tu altura —su vista se va a las orillas rocosas, donde una luz azul resplandece un poco—. ¿Qué es eso?
Las olas brillan de un azul intenso, el agua tiene un resplandor en toda ella, pero en la orilla rocosa donde confluyen todas las olas el color es aún más intenso y permanente.
—Es por lo que te traje, era parte de mi investigación. Ven, nademos a la orilla —ella nada más lento que normalmente y Ryan se pone junto a ella, salen del agua y en la arena él busca la mochila para sacar la toalla, se la pone a Marina y le seca la cabeza con rapidez, aunque al final ella lo hace sola mientras Ryan se aguanta el frío—. No recordaba que en la noche hace muchísimo frío. Toma.
—Estoy bien, sécate —él se pone su camiseta aun estando mojado.
Evita ver a Marina y su cuerpo semidesnudo, así que centra su mirada, sin mucho esfuerzo, en la orilla donde brilla un color azul. Se aleja primero que Marina, pero camina despacio, esperándola. Ella lo alcanza muy rápido, sólo se puso los shorts encima de la parte de abajo del bikini, ella que vivió toda su vida en traje de baño no lo ve como algo malo, pero para él… no es una buena tentación.
—Son algas marinas —le explica Marina, se acercan a la orilla y se sientan en una roca de ahí.
La noche ha llegado y las algas iluminan con gran fluorescencia toda la orilla del mar, es como si estuviera alumbrado por una lámpara de lava azul, la luz se hace más intensa con el movimiento de las olas.
— ¿Cómo… es posible?
—Son algas bioluminiscentes, su nombre es dinoflagelado lingulodinium polyhedra. Emiten el color azul como defensa contra microorganismos que quieren comérselas.
—Tendrás que escribirme el nombre para poder recordarlo. ¿Es seguro?
—Muchos científicos consideran que no —Ryan da un par de pasos hacia atrás y eso le hace reír a Marina—, estas algas están asociadas a la marea roja y tienen una toxina que se adhiere a diferentes mariscos, causan enfermedades no mortales.
— ¿Algunos científicos? —pregunta Ryan, esta maravillado con la vista, pero sobretodo con lo que Marina sabe—. ¿Y tú qué piensas?
—Claro que la marea roja es fatal para el ecosistema de las playas, pero no creo que los dinoflagelados estén directamente relacionados con ella. Estás algas obtienen su… energía, por ponerlo de algún modo, con el Sol y durante la noche es que brillan; pero cuando la marea roja llega estas algas sueltan otro tipo de toxinas que sirven como una capa aislante para ellas. No he podido comprobar nada, o al menos no cuando trabajaba en eso, porque sólo pude presenciar dos mareas rojas. Necesito conseguir muestras de esos tóxicos y después hacer pruebas, pero esa es mi teoría. Que los dinoflagelados en realidad es un plantón protector del mar.
—Supongo que me lo explicaste en términos sencillos, pero aun así suena fabuloso —le asegura Ryan.
Ella sonríe porque está de acuerdo con él, esa investigación era su vida, quería cambiar la visión de todos, pero se ha estancado y aunque desea regresar, no lo hace. Y ¿Por qué? En esa Universidad me conoció, éramos colegas y aunque investigábamos diferentes cosas, compartimos lo que nos apasiona y éramos felices con ello, ahora ella tiene que hacerlo sola y tiene miedo de continuar, que eso le guste y al final... olvidar.
— ¿No has pensando en volver a la Universidad y continuar con tu investigación? —ella no responde, porque la respuesta es sí. Y él lo sabe, se ve a simple vista como ama este lugar y extraña lo que hace, cuando explica sobre lo que hacía sus ojos se iluminan—. Creo que deberías volver, Mar. Cuando hablas de esto es maravilloso escucharte y desearía que algún día no sólo hablaras de esto conmigo, sino con muchos de tus colegas en una gran conferencia. Los pondrás de pie y van a reconocer la gran investigadora que eres.
—Ni siquiera me conoces como investigadora o me has visto trabajar, sólo lo dices para quedar bien.
—Lo digo porque lo creo —le segura—. Y porque espero que vuelvas a donde perteneces. Mira, Mar, no menosprecio ningún trabajo, pero tú tienes más potencial que el que muestras estando en una tienda.
Ella lo sabe, cada mañana que se levanta para ir a trabajar y atender a sus insoportables clientes, desea ser otra persona con otro empleo. Cada mañana desea poder ser capaz de ir al mar de nuevo, de ir a la Universidad y encerrarse en su oficina por un largo tiempo.
—Ha pasado tanto tiempo que no voy o que no vengo aquí —le confiesa—. Estos lugares tienen mis mejores recuerdos, pero al mismo tiempo son malos.
—Creo que no debemos aferrarnos a los recuerdos ¿Sabes? No a los malos. Obviamente no podemos olvidarlos del todo, pero sí podemos apartarlos, cada día hacemos nuevos y si cargáramos con ellos todo el tiempo no podríamos avanzar de lo pesados que somos ¿Me explico? Lo que quiero decir es que debemos aprender del pasado, de vez en cuando nutrirnos de los buenos momentos, pero vivir creando nuevos.
—Hablas como alguien que también tiene un mal pasado —inquiere.
De hecho, eso ella ya lo sabía, pero se negaba a preguntar algo, ahora que el tema ha salido no puede evitarlo. La mirada de Ryan se ensombrece, las palabras están en la punta de su lengua y está a nada de contarle quién fue, pero algo lo detiene, Marina aún no es feliz completamente y si ella no lo es, su misión no está completa.
—Digamos que tengo una segunda oportunidad en esta vida, quiero hacer cosas buenas. Y una de ellas es que vuelvas a donde eres feliz.
Ambos se quedan de pie en la oscuridad, las olas se alzan frente a ellos y con la luminiscencia de las algas sus facciones de ambos se iluminan; ya no queda nadie más en la playa, han perdido la noción del tiempo, pero saben que es hora de volver. Ryan enfrentará las preguntas de su hermano dentro de poco y Marina enfrentará el interrogatorio de Beth de por qué no estaba en su departamento un sábado por la noche cuando en más de un año no había querido salir de él.
— ¿Quieres conocer el interior de una oficina de investigación? —le pregunta Marina después de pensarlo un poco.
Más bien, en lugar de una propuesta es una petición porque no quiere ir sola y enfrentarse a un montón de pensamientos.
— ¿Bromeas? ¡Siempre he querido conocer un laboratorio científico!
Ella le da un pequeño golpe en el hombro por el falso entusiasmo de él y comienzan a caminar de nuevo a su bote para irse; pero no sabe que él de verdad está entusiasmado por conocer otra parte de la vida de Marina.
— ¿Cuándo iremos?
—¿A qué hora sales el lunes? Ahora que ya tienes trabajo supongo que tendré que hacer cita contigo.
—Sí, muy cierto. Tendré que darte el número de mi secretaria para que te pongas de acuerdo con ella —Marina pone los ojos en blanco y él sólo sonreí, incluso muerde sus mejillas para no sonreír tanto y no demostrar que esta situación le gusta más de lo que debería—. Salgo a las 6. Paso por ti y vamos a recuperar tu empleo.