En la noche más oscura, alguien siempre puede encender una luz.
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Dentro de un deportivo rojo una mujer bien vestida y un hombre con expresión agobiada revisan unos estudios médicos tratando de comprender lo que significan.
— ¿Buscas buenas o malas noticias? —le reclama Ryan a su hermana—. Eres abogada, no doctora, Yul.
Yuliana no le contesta, sólo hace un ademán con la mano, como si apartara un mosquito molesto, y sigue con los papeles, los pasa uno tras otro y cada vez más concentrada. Ryan guarda en un sobre grande los estudios que la mujer ya ha visto, así hasta que acaba.
— ¿Contenta? —pregunta Ryan.
El reproche no pasa desapercibido para ninguno de los dos, Ryan se siente mal al instante porque no está seguro de la posición que debe tomar. Triste quizá, avergonzado era lo más cercano a la realidad, pero también no puede evitar tener un pequeño sentimiento de enojo, aunque esto último no es la opción correcta. Intenta relajarse y poner una mejor cara, ama a su hermana y a toda su familia, pero sobretodo está agradecido con ellos por permanecer en este difícil camino.
—Lo siento. Yo confío en ti, todos lo hacemos, pero también tienes que entender que es difícil para nosotros.
—Lo sé, Yul. De verdad que en mi otra vida tuve que ser muy bueno para merecerlos a todos ustedes.
Pobre Ryan, no sabe lo equivocado que está… las otras vidas no importan, porque las acciones que realizamos sólo repercuten en esta. Al final, todo lo que hacemos, bueno o malo, lo pagamos en esta vida de maneras inesperadas; pero lo más importante de todo es saber cuál es nuestro propósito.
Le da un beso a su hermana en la mejilla y sale del auto para entrar a su edificio.
— ¿No me quieres acompañar a elegir las flores para la boda?
—Te quiero, pero no iré a comprar flores contigo —dice a través de la ventana abajo.
—Pero tú ibas a tener la decisión final: lilas o rosas —Yuliana finge tener una cara triste, pero le divierte más que nada.
— ¿Ves? No sería buena compañía, no sé de qué hablas. Gracias por acompañarme.
—Adiós, te quiero —le responde su hermana y enciende el motor del auto, segundos después se va.
Ryan da media vuelta y sube por las escaleras de entrada, al entrar Merlín le sonríe por encima de su periódico.
—Buenas tardes, Merlín. ¿Cómo va todo?
—Buenas tardes, Ryan. Un día tranquilo, los viernes parece que nadie llega a dormir.
Ryan se ríe y recuerda cuando su vida se parecía a la descripción de su portero, pero no extraña eso, o quizá sí; sin embargo, no es algo que necesite vivir de nuevo. Se despide de él y sigue con su camino a través del ascensor, no tarda nada en llegar al cuarto nivel y en cuanto lo pisa algo le parece extraño.
Hay un olor raro que sale de uno de los cuatro departamentos de ese piso, un olor a quemado y no es el de él porque no cocina en ningún momento, pero cuando llega a su puerta el olor se intensifica y sabe con certeza que proviene del departamento de Marina.
Toca la puerta con rapidez, incluso intenta abrir la manija, pero está cerrado con seguro por dentro.
— ¡Marina, abre!
Sigue sin haber respuesta y esto le preocupa cada vez más, insiste en abrir la puerta, pero no pasa nada. Saca las llaves de su propio departamento y abre con rapidez, avienta los resultados médicos de esta mañana y busca entre las cajas que aún no acomoda el bate de béisbol que sabe que tiene en algún lugar. Derribará la puerta si es necesario.
En cuando lo encuentra se va del otro lado del pasillo y va directo a golpear la manija, pero se detiene en seco cuando la puerta se abre de golpe y Marina se asusta con el bate en su mano, pero comprende por qué lo tiene; sin embargo, ese hecho sólo la hace sentir más tonta.
—Estaba cocinando pollo, me quedé dormida y olvidé revisarlo —confiesa.
— ¿Tú estás bien?
—Sí —la respuesta es tan seca que corta el aire entre ellos. Ryan baja su bate lentamente y observa el interior del departamento de su vecina, hay mucho humo dentro, pero le llama más la atención las numerosas fotografías—. Sí, estoy bien, gracias.
—Creí que tu departamento se incendiaba —confiesa Ryan, sintiéndose un poco tonto por la forma en la que había actuado—. Sólo esperaba que no estuvieras adentro. Trabajas en una tienda cerca de aquí ¿no?
—Sí, pero los viernes tengo el turno nocturno —él nota que ella se siente incómoda y eso lo incomoda a él de la misma manera o incluso un poco más—. Bueno… iré a recoger mi desastre.
—Sí, sí, claro. Deberías dejar la puerta abierta, para que salga todo el humo.
—Mmm sí… seguro. Gracias de nuevo.
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Dos semanas han pasado desde el breve encuentro de nuestros vecinos, las palabras que han cruzado en este tiempo han sido escasas. Pocas veces se han encontrado en los pasillos y cuando lo hacen es demasiado vergonzoso para Marina sostener una conversación con Ryan después de confesarle que se había quedado dormida mientras cocinaba, así que en los pasillos o en la recepción finge no verlo y simplemente sigue con su camino.
Sin embargo, la vida es una niña caprichosa que consigue lo que quiere cueste lo que cueste. Los eventos se alinean como fichas de dominó, caen uno tras otro para crear pequeños hechos, pero que al final se convierten en algo muy grande.
Quizá fue insignificante que la hora de reunión de Ryan se retrasara una hora entera en un viernes, día en que Marina había elegido el turno nocturno y tener un pretexto para no salir con Beth. Quizá no tiene nada de especial que Marina salga de su departamento a la misma hora que Ryan y así no poder ignorarlo por completo.
O tal vez sí.
—Hola, Marina —saluda Ryan.
—Hola —responde ella.
Sigue caminando al elevador y agradece que su vecino se retrase más de lo necesario en cerrar su puerta, pero el elevador es tan viejo que cuando sube al cuarto piso Ryan ya está detrás de ella esperando subir también. Ambos entran en la caja de metal y una canción ridícula y exasperante empieza a sonar.
En un punto distinto de la ciudad otra ficha de dominó cae y hace coalición. En la planta eléctrica de San Diego hay una falla por las revisiones anteriores que fueron pasadas por alto gracias a un negligente empleado, dejando así a varios puntos de la ciudad sin energía eléctrica.
El elevador se detiene entre el tercer y segundo piso, no hay nada que puedan hacer. Ryan presiona el botón de pánico varias veces seguidas, sin saber que eso sólo trabará al sistema. Marina quiere darse de golpes en la pared porque no hay nada que desee menos que quedarse atrapada ahí dentro con Ryan.
—Sólo esto me faltaba —masculla Marina.
—No creo que tarden mucho en arreglarlo —dice Ryan para tranquilizarla. Se encuentran en plena oscuridad así que enciende la lámpara de su teléfono y alumbra un poco el lugar—. ¿Ibas al trabajo?
—Sí —fue una pregunta simple con una simple respuesta. Ryan mueve la cabeza en forma afirmativa lentamente y varias veces, se sienta en el suelo y deja su teléfono en medio para que la luz les dé a ambos. Marina piensa que tiene la pinta un niño regañado que no sabe cómo disculparse y eso la hace sentir culpable—. ¿Y tú? —pregunta finalmente, después de tanto tiempo que tiene que aclarar a qué se refiere—. ¿A dónde ibas?
—Ah… iba a ver a unos amigos, espero llegar a tiempo —la chica trata de sonreír, sólo por hacer algo, pero termina sentándose frente a él—. ¿Te gusta la fotografía? —le pregunta Ryan después de un tiempo.
— ¿Qué? —la toma tan de sorpresa que no sabe cómo reaccionar, tampoco lo entiende del todo.
—Lo siento, es que… —busca una manera de explicarse, lo que pone a Marina nerviosa— hace unas semanas con el incidente del pollo, la puerta estaba abierta y pude notar muchas fotografías.
—Ah, no… es... —pero ¿Qué debe responde? Se pregunta ella misma, ni siquiera sabe si quiere hacerlo; esas fotografías son parte de una vida que no sabe si volverá a recuperar.
—A mí me gusta la poesía ¿sabes? —le cuenta Ryan al ver que ella no quería hablar, lo que Marina agradece internamente y lo escucha con atención—. Es reciente y sólo he ido un par de veces a esos lugares donde leen sus poemas en voz alta, pero me gusta, aunque yo jamás escribiría algo o lo leería en voz alta. En realidad, me dedico a la publicidad… o al menos eso hacía, llevo un tiempo sin empleo… entonces, si sabes de algún lugar que necesite algo, avísame —ella piensa que hay dos razones por las que él le cuenta todo eso: quiere que ella sienta más confianza o sólo es por decir algo, ya que estarán ahí y no saben cuánto tiempo.
— ¿Qué clase de publicidad? —decide preguntar.
La lámpara del teléfono no es suficiente para iluminar a la perfección las facciones de ambos, pero eso les da valor para hablar abiertamente y con franqueza. Marina sabe que no puede ser bien vista así que observa al hombre con detenimiento quizá por primera vez: es alto aún sentado, una barba sombreada le enmarca una gran sonrisa, el cabello oscuro un poco largo, pero bien peinado, sin embargo, el color de los ojos no se ve en tal oscuridad. A la tenue luz de esa lámpara las facciones del hombre le parecen de una belleza estereotipada, pero aun así le parecen bellas.
—Hacía comerciales, casi de todo, pero mi campo era bebidas alcohólicas —Marina cree ver una rara expresión en su rostro—. Ahora estoy buscando algo más, aún no sé bien qué exactamente, pero… he ido a varias entrevistas. Aunque no he tenido mucha suerte o su teléfono no sirve.
Las razones por las que nos abrimos a las personas pueden ser muy diversas, nos sentimos identificados, queremos que nos den la misma confianza o nos sentimos comprometidos a hablar con alguien. Pero en ese momento Marina no está segura de por qué lo hace ¿por qué un perfecto desconocido la lleva a hablar más en unos minutos que en un año entero?
—Yo trabajaba en la Universidad de San Diego —le cuenta después de resoplar divertida por su sentido del humor. Y le empieza a contar una pequeña parte de su vida—. Soy bióloga marina y estaba haciendo una investigación en Coronado Beach. Las fotografías que viste las tomé de algunos trabajos que he hecho.
—Vaya, eso es asombroso. ¿Qué hacías exactamente?
Y de la nada, le empieza a hablar a grandes rasgos lo que a una bióloga marina le interesa y cómo trabaja con ello, de los lugares, de las fotografías y las maravillas que había encontrado. Le cuenta que estudió la Universidad en Florida, su lugar natal, y que llegó a San Diego por una beca para la maestría y cuando lo consiguió se quedó como investigadora de planta.
— ¿Lo dejaste? —y son las palabras correctas las que usa Ryan, en cambio, si le hubiera preguntado por qué, ella hubiera dejado de hablar.
—No en realidad —su voz es tan ausente, tan perdida en los recuerdos y tan aferrada al pasado—. Primero tomé una licencia de dos meses y después tomé un año sabático, me quedan dos meses para regresar.
— ¿Lo harás? —se queda pensando, pero ni siquiera ella tiene la respuesta a esa pregunta—. Creo que deberías ¿Sabes? Vi tus fotografías y si eso es lo que investigas creo tienes que seguir haciéndolo.
La pila del celular de Ryan se acaba y el lugar deja de estar iluminado, Marina agradece eso porque no quiere que su vecino vea la tristeza en sus ojos y la añoranza que siente.
—En New York no pasaba esto —le cuenta él, cambiando de tema—. Estudié ahí la Universidad —aclara—. Pero soy de aquí en realidad.
—Si no pasaba esto en New York ¿Por qué volviste?
—Trabajé un tiempo allá, pero es un mundo de locos, San Diego es como una versión más pequeña.
De ahí en adelante hablan de las ciudades, las que conocían y las que quieren conocer (o al menos él), cosas que hablas con una persona sólo por hablar, el momento privado ya ha acabado y aunque ninguno de los dos tuvo problema, tampoco son viejos amigos hablando de sus penas.
Tardan veinte minutos más en arreglar la luz, bajan del elevador y al salir del edificio ambos toman caminos distintos a sus respectivos lugares. El mundo parece el mismo de siempre, quizá nada ha cambiado, pero yo sé que todo está dando comienzo a algo. Esa noche, después de tres semanas desde que se había mudado Ryan, han hablado más que unas simples palabras y cuando se encuentren por el corredor o incluso en la calle ella dejará de fingir que no lo vio y él no tendrá que romperse la cabeza por encontrar algo de qué hablar.