Dos negativos suman un positivo.
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Un año después.
Es curioso que la gente cree en las historias de dos personas destinadas a estar juntas y que, en alguna parte del mundo, preferiblemente cerca, existe alguien que encaja contigo, como la pieza única de un rompecabezas, pero nadie cuestiona cómo es que estas dos personas llegarán a encontrarse; lo cierto es que una serie de actos bien planificados hechos pasar por coincidencias o accidentes son los encargados de mover los hilos de tu vida.
Marina es empleada de una tienda de autoservicio 24 horas, en el turno de la mañana le toca acomodar todos los productos que los clientes no tienen la educación de volver a poner en su lugar una vez que deciden que no es lo que buscan, pero esa misma mañana la cajera en turno se había reportado enferma y Marina tuvo que suplirla. Aunque al dueño del lugar no le parece la mejor idea, no quiere que esa chica sea lo primero que ven sus clientes al entrar a su tienda.
Ella es muy linda, tiene un fino rostro decorado con algunas pecas y una sutil belleza, pero desde hacía varios meses atrás esa belleza se ha ocultado bajo la sombra de unas ojeras bien marcadas, una cara demacrada por una mala dieta y la ingesta de varios fármacos para conciliar el sueño, el rojo de su cabello ha perdido el brillo, además, su pérdida de la esperanza y el odio a la vida no hacen nada por mejorar su aspecto. Hasta este momento.
— ¿Desea algo más? —le pregunta Marina al comprador. Éste no le contesta, sólo la mira con lástima y algo más que ella no sabe descifrar; la lástima que ve en sus ojos poco le importa ya que lleva bastante tiempo viendo esa misma mirada todos los días, sólo que en diferentes personas—. ¿Desea algo más?
—No —responde el hombre, incómodo al notar que había visto a la chica con una extraña fijeza—. Gracias.
Toma su paquete de goma de mascar y entrega a la chica varias monedas para pagar. Marina sigue con el cliente de atrás, no le importa lo que ocurra a su alrededor así que no se da cuenta de que Ryan se detiene a mitad de la puerta, abre el paquete de chicles y se lleva uno a la boca como un acto mecánico; su mirada está perdida en la chica porque había notado en sus ojos una sombra... la misma que a él lo acompaña todo el tiempo. La campana se oye cuando cierra la puerta tras de sí y ambos continúan con su día.
Más sorpresas le esperan a Marina, esa misma tarde otra chica se pasea frente a ella y pide que le cobren una blusa bastante bonita que no venden en esa tienda.
— ¿Ahora qué pretendes, Beth?
La chica que es más joven que la primera sonríe con felicidad, es todo lo contrario a la que alguna vez pudo ser su cuñada.
—Te quería pedir un gran favor —le dice Elizabeth James a Marina con una fingida voz de súplica y desesperación—. Esta noche tengo una reunión con mis amigos de la Universidad y no quiero ir sola. Creerán que soy una fracasada ¿Me acompañas?
—Te graduaste hace un año y ya eres la reportera principal del canal de noticias, no creo que te crean una fracasada —le discute Marina.
—Claro que sí, nadie va sola a una fiesta.
—Entonces vas a tener que buscar a alguien más con quién ir —responde Marina a la principal pregunta de Beth, por encima de la caja registradora le pasa la blusa que le había dado y le hace una mueca—. Detienes la fila.
Beth toma la blusa algo molesta por la respuesta de su amiga, pero comprende que en efecto la fila se ha detenido por ella así que pasa del otro lado del mostrador y continúa hablando así parezca que no le hacen caso.
—Por favor, es una pequeña fiesta. Nos regresaremos temprano, lo prometo. Nos vamos a divertir, de hecho, es muy cerca de tu departamento.
Marina escucha las palabras de la otra chica, pero no presta mucha atención a ellas, su respuesta será la misma que la anterior… así como las numerosas veces que Beth intentó invitarla a salir y ella se negó. El segundo cliente está más interesado en la plática de las mujeres que en los comestibles que compró, pero al no poder detenerse más, se va con todas las cosas y las deja solas.
—No tengo ganas.
— ¿Y cuándo vas a tener, Marina? —le pregunta Beth de forma más seria, cruza los brazos sobre su pecho lo que quiere decir que no se viene algo muy bueno, Marina lo sabe, pero no tiene energías suficientes para discutir, todas se han agotado mucho tiempo atrás—. Ya pasó un año. Noah fue quien murió, no tú. Tú sigues viva, pero lo estás desperdiciando.
—Perdón por no poder actuar como si nada hubiera pasado, Beth. Perdón por no olvidarlo tan rápido como…
— ¿Como quién? —la reta—. ¿Como yo?
—Yo no dije eso.
—Pero lo piensas, al igual que mi mamá —fue un comentario que más bien pareció un reclamo—. Perdóname tú a mí, pero no pienso disculparme por amar la vida y querer disfrutar el tiempo que esté en ella —el gerente de la tienda sale de su oficina y mira a Marina de forma severa, no hay clientes en todo el lugar, pero como dicen: la ropa sucia se lava en casa. Beth se calma y dice unas últimas palabras—. Nunca dudes de mi amor por Noah, era mi hermano y aunque teníamos diferencias siempre lo voy a extrañar, pero no lloraré por él toda la vida. Te mandaré la dirección a tu teléfono, sigues estando invitada.
La mañana se va y da paso a la tarde, Marina no hace nada trascendental en su día y tampoco le importa, quizá en otros tiempos se hubiera desesperado porque nada nuevo hubiera pasado, pero aquí y en este momento lo prefiere así. Cuando dan las siete de la noche en punto deja el puesto de cajera y se va a su casillero para tomar su bolso e irse a dormir. No les dice adiós a sus pocos compañeros, ni siquiera los mira, simplemente sale del local y se va.
Camina recto durante cinco cuadras, después gira a la derecha y camina otras dos. Anda sin ver y sin prestar atención a lo que la rodea, prefiere desconectarse del mundo porque ya no le parece igual que antes. Su rutina es tan mecánica y tan inconsciente que podría caminar con los ojos cerrados y aun así llegar a su destino, por eso cuando llega a la entrada de su edificio no ve al hombre que carga varias cajas y no tiene una buena visión de ella.
Chocan contra sí y las cajas del hombre caen al suelo; libros, revistas viejas, algunos papeles y cosas simples de decoración caen y se esparcen en todo el lugar. Marina alza la vista a él, no lo reconoce, pero él a ella sí, es el mismo chico que compró el paquete de chicles esta mañana.
—Lo siento —le dice Marina y se agacha con él para recoger las cosas—. Si se rompió algo lo pagaré.
—No te preocupes, no traigo nada de valor —responde él. Guarda todas las cosas sin ningún orden o importancia y después deja una de las cajas sobre el techo de un Audi blanco—. Yo fui quien se cruzó en tu camino después de todo.
Marina no entiende el chiste o lo que incomodó al hombre al decir eso, pero tampoco le sorprende. Su humor no es el mejor. Se quedan viendo por unos segundos cuando todas las cajas están sobre el auto, ninguno de los dos sabe qué decir, pero por motivos diferentes.
— ¿Hay algún problema? —pregunta un segundo hombre bajando por las escaleras de entrada del edificio.
Es muy parecido al primero, pero más bajo, más joven, sin la barba sombreada y sin toda la tensión que emana el otro.
—No, recogimos las cajas —explica. Extiende la mano hacia Marina y saluda—. Soy Ryan.
Marina no quiere ni darle la mano, no porque le hubiera dado una mala impresión o porque quisiera ser maleducada, sólo es que ese simple acto implica una energía que ella no tiene; pero al final, se la da y hace un esfuerzo con su nuevo vecino.
—Soy Marina. Vivo en este edificio, así que somos vecinos. En el 4C.
— ¿En serio? Yo tengo el 4D —por alguna razón Ryan no sonríe, sólo le cuenta, pero eso no es lo extraño sino la imagen que dan ellos dos juntos, como si estuvieran encerrados en una esfera de depresión—. Él es mi hermano Clayton.
Éste baja escaleras por completo y le extiende la mano a la Marina, quien la toma ya un poco más hospitalaria.
—Un placer —le dice él.
—Bienvenidos al edificio, supongo.
—No, yo no me mudo. Sólo Ryan.
—Clay es un parásito que sigue viviendo con mis padres.
—Es porque quiero una casa no un departamento, por eso necesito mucho dinero.
Los tres se quedan viéndose los unos a los otros, el único que encuentra medio divertido el silencio incómodo es Clayton, pero intenta ocultarlo y se va del otro lado del auto para seguir sacando cosas de la parte de atrás.
—Bueno… nos vemos —dice Marina a ninguno en particular, se da media vuelta y sin voltear atrás se dirige a Ryan—. Avísame si se rompió algo.
Termina de subir por las escaleras y saluda al portero, Merlín, pero al igual que antes es un mero acto mecánico porque no se da cuenta que él está placenteramente dormido sobre la repisa del recibidor. Sube al ascensor y presiona el botón del cuarto piso, las puertas se comienzan a cerrar casi de inmediato, pero Ryan va al mismo piso que ella cargando las cajas que antes intentaba subir.
—Espera, por favor.
Marina sí aprieta el botón para que se detengan las puertas, pero éstas están a cinco centímetros de cerrarse y no vuelven a abrir. Sin embargo, ese intento por ayudar al desconocido es un acto trascendental, quizá ninguno de ellos lo nota, pero repercutirá en ambos.
—Lo siento —dice ella antes de que las puertas se cierren por completo.
Se queda con una última imagen de él cargando cajas que apenas hacen que se vean, pero Marina lo deja pasar y cuando llega al cuarto piso ya se ha olvidado de él.
Entra a su diminuto departamento y deja las llaves a un lado de su bolsa en la misma mesa de siempre. La comida congelada de su refrigerador la espera como cada noche o cada mañana; come residuos de macarrones y después de una hora de comer, lavar y limpiar un poco, toma una pastilla para dormir y cae rendida en su habitación.
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Del otro lado del pasillo, Clayton se deja caer en el sillón recién acomodado y Ryan saca dos botellas de agua. Los dos se quedan viendo el interior del departamento, a ninguno le convence, pero no hay mucho que puedan hacer. Hay pocos muebles, apenas un sillón y una mesa para comer, además la cocina integrada, la habitación está igual de vacía, una cama y un closet.
—Dile a Yuliana que te ayude a decorarlo, ella es buena con esas cosas, quizá luzca un poco mejor.
—No planeo quedarme mucho tiempo —asegura Ryan—, así que da igual si no está decorado.
—Era mucho mejor tu otro departamento —lamenta Clay—. ¿Qué harás con él?
—No quisiera venderlo, pero… el dinero se me está acabando y aún no tengo trabajo —lamenta Ryan, en su cara de verdad se ve la pena y la angustia—; lo correcto es venderlo. Este lugar es mucho más barato y puedo cubrir los gastos con el dinero del otro.
—Si no lo quieres vender yo puedo ayudarte con los gastos por un tiempo, sabes que no tengo problema con eso.
Ryan sonríe un poco, pero en realidad lamenta que su hermano menor lo cuide más a él, cuando debería de ser lo contrario.
—No, estaré bien. No tienes que ayudarme en todo.
Clay pone los ojos en blanco y se levanta del sillón, la hora del discurso llegó y, por lo tanto, la hora de irse.
—Me voy. No olvides que el viernes tienes cita en el hospital, te acompañará Yuliana.
—Puedo ir solo, no es necesario que a todas mis citas me acompañen —asegura Ryan—. Además, ella tiene que ver las cosas de su boda, ya se atrasó demasiado.
—Sabes que no te dejaremos ir solo, así que ya deja de quejarte. Estaré viniendo por aquí, así que… cuidadito con lo que hagas.
—Ya, ya, déjame en paz.
Clay abrió la puerta, el departamento 4C quedaba justo enfrente de ese, pero no salía luz alguna o un ruido que indicara vida allí dentro.
— ¿Seguro que Marina entró? Apenas son las nueve, no es posible que esté dormida.
Ryan sólo se encoge de hombros y observa cómo sale su hermano menor, desde la puerta lo ve subir al elevador e irse por completo. También pierde un par de segundos observando la puerta de su vecina y la oscuridad que reina en ese pequeño lugar, pero no quiere verse raro así que se mete a su departamento y cierra la puerta. Se sienta en el mismo lugar que un momento atrás estaba su hermano y sólo piensa.
Desde el primer momento en que vio a Marina pudo ver en su mirada que es consumida por la tristeza y el dolor. Ryan es igualmente consumido, pero por diferentes cosas. Ambos son el lado oscuro de algo, están perdidos porque ellos mismos han perdido su camino; por separado son dos cargas negativas que la química repele, pero sólo es cuestión de ver las cosas desde otro enfoque, porque juntos son dos negativos que en las matemáticas nos dan un positivo.
Ninguno de los dos tiene idea de los cambios que vienen en su vida y mucho menos que esos cambios se deben a la persona frente a su puerta.