En el camino de la vida las almas gemelas siempre se encuentran.
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Dos años y un par de meses después…
El centro comercial de Florida está repleto de gente, me es difícil pasar entre ellas sin que noten mi presencia y eso les cause incertidumbre, pero entre tanta multitud encontrar el punto exacto donde la vida de Marina y Ryan se va a cruzar de nuevo es un poco complicado. Encuentro el punto máximo de las escaleras eléctricas del último piso de la plaza, me quedo junto al ingreso para descender de la escalera y espero.
No lo hago tanto, calculé bien el tiempo. Marina se acerca a donde estoy por mi lado izquierdo, está revisando los recibos del banco que acaba de pagar para que todo esté en orden. Y de mi lado derecho, con la misma velocidad, se acerca Ryan al mismo punto que Marina, sólo que él revisa las bolsas con regalos que acaba de comprar.
Y cuando sus caminos colisionan es como si los planetas se volvieran a alinear, como si las estrellas brillaran al mismo tiempo y la Tierra volviera a hacer un Big Bang.
—Disculpe… —ambos dicen antes de darse cuenta a quién se dirigen.
Se quedan quietos por algunos segundos sin saber qué decir, ambos abren la boca, pero no sale nada. Hay tanta gente queriendo usar las escaleras que la misma corriente los impulsa a bajar (y yo con ellos), así que se quedan viéndose el uno al otro en un espacio reducido después de tanto tiempo.
—Hola —dice ella, para la sorpresa de él—. Ha pasado tanto tiempo ¿No?
—Sí… sí… —es todo lo que logra articular.
—Y ¿Cómo has estado?
—Bien —responde, pero suena más como una pregunta que una respuesta, ya que lo toma tan de sorpresa que no sabe de qué manera debe de actuar—. ¿Y tú? ¿Estás… bien?
—Sí. Estoy bien —responde ella con una seguridad que, nuevamente, sorprende a Ryan.
Él ya no sabe qué decir, mira a Marina y su corazón se enciende y vuelve a latir tan deprisa como las noches en su departamento cuando compartían los momentos de la cena, o cuando la vio en medio del mar con las gotas de agua cayendo de sus pestañas y sus ojos iluminados por los últimos rayos de Sol en una tarde de agosto. Ahora se ve distinta, con un aura diferente, más tranquila, como si el peso de sus hombros se hubiera ido… y él no puede estar más feliz por eso.
El final de las escaleras eléctricas llega, bajan con cuidado, pero se quedan a medio camino estorbando el paso de los demás. Y Marina, no por impulso, no por idiotez, sino porque lo quiere y lo necesita, dice:
— ¿Quieres tomar algo? Estamos frente a una cafetería y… me gustaría hablar contigo. Si quieres. Y tienes tiempo, sé que es un día antes de Navidad así que…
—Puedo —la interrumpe él.
No dicen otra palabra, pero Marina empieza a avanzar a la tienda frente a ellos. Hay unas cuantas mesas vacías y elige la más alejada de la entrada y del bullicio de la gente. Se sientan uno frente al otro y esperan a que la camarera les tome sus sencillas órdenes para comenzar a hablar.
¿Qué es lo que dirá Marina? Se pregunta Ryan. Debajo de la mesa su pie se mueve de arriba a abajo por nerviosismo, tiene miedo de lo que las palabras de ella le puedan causar, sabe que cualquier cosa que diga la tendrá bien merecida, pero eso no evita que le duela.
— ¿Y qué haces aquí? —inicia Marina, su voz es neutral, no hay grandes emociones que se revelen en ella, porque sólo es una frase común para iniciar una conversación.
— ¿Aquí en Florida o aquí en el centro comercial?
—Ambos.
—Mi familia y yo venimos aquí de vacaciones navideñas —comienza a explicarle. Sus bebidas son traídas por su camarera y las deja frente a ellos, Rayn sólo agradece con una sonrisa y continúa—. Mis padres, Clay, su novia y yo.
— ¿Sigue con la misma chica que llevó a la boda de tu hermana?
—Sí, ella. Van… muy en serio.
—Me alegro por Clay.
—Igual yo. Me gusta que él parezca un idiota —al hablar de su hermano y mantener una conversación sin presiones con Marina, él se relaja un poco, casi olvidándose de todas las cosas que aún lo atormentan respecto a ella—. En fin, eh… yo compré regalos de Navidad en San Diego, pero pensé que los daríamos regresando así que no traje nada. Y ayer mi mamá puso uno de esos pequeños árboles artificiales navideños y todo mundo colocó sus regalos. Así que… tuve que venir a comprar otros para no tener las manos vacías mañana.
—Bueno, ya tienes los del siguiente año —bromea Marina.
—Sí —responde entre suspiro y resoplido.
Ryan la mira como si fuera una pregunta capciosa, como si fuera un enigma. Su corazón late con rapidez por el miedo de lo que viene, no olvida las últimas palabras que le dijo y la mirada de odio que tenía en su cara, no puede simplemente pretender que ahora ella lo perdonará y no espera que lo haga, está consciente de eso y duele saberlo.
—Puedes estar tranquilo —dice ella—. No voy a gritarte, insultarte o golpearte —le asegura con un poco de diversión. Ryan toma su taza entre las manos y responde nada, sólo espera; Marina sabe que podría aplastar su corazón si quisiera o elevarlo al cielo y hacerlo sentir mejor, no quiere exactamente ninguna de las dos opciones, solo necesita dejar salir las palabras que tanto ansía decir—. He estado yendo a terapia.
—Oh… ¿Y qué tal? ¿Te sientes… bien?
—No me preguntaste por qué fui.
—Bueno… quizá por todo el dolor que te causé —se aventura él con una sarcástica sorpresa.
—Me causaste más que dolor —dice ella. Y el pecho de Ryan se siente como si alguien te hubiera echado ácido encima—. Pero no es algo malo, ahora lo sé.
—Perdón, pero no estoy entendiendo.
Y es que, a pesar del tiempo que estuvieron separados sin saber nada acerca del otro, los sentimientos de Ryan no desaparecieron, sólo se escondieron en un estado de hibernación, ahora que el Sol ha llegado, han vuelto a salir y es como si despertaran a una bestia, cada vez se hacen más fuertes y no hay forma de pararlos.
—Cuando me enteré de quién eras estaba furiosa, no tienes idea de cuánta furia tenía dentro de mí —conforme habla parece que Ryan se hace más chiquito en su silla, pero Marina no habla para hacerlo sentir mal, simplemente así fueron las cosas y de nada sirve decir algo diferente. Además, ella ahora es un huracán, como siempre debió ser—. Hiciste una estupidez y estaba enojada por eso, un segundo de tu vida cambió todo totalmente. Y no sólo me enojé porque fuera Noah quien murió ahí, pudo ser cualquiera. Me enojé porque me mentiste en la cara y yo creía que sólo jugabas conmigo, incluso una noche llegué a pensar que tú tenías algo contra mí. Estuvo mal, Ryan, la forma en la que te acercaste a mí estuvo muy mal y que no me dijeras la verdad desde un principio sólo lo empeoró.
—Lo sé, yo…
—Espera, déjame terminar, por favor. Sólo escucha —ella luce tan calmada, como si la plática se tratara sólo de saber el clima, incluso le sonríe y eso lo impacta aún más—. Pero también sé que, si sólo te hubieras acercado a mí y me hubieras dicho la verdad, nunca te hubiera escuchado, más o menos como lo hice cuando me enteré de todo, pero sin conocerte como lo hacía ni siquiera hubiera leído tu carta. ¿Sabes por qué la leí? Un mes después de que te fuiste llegó un paquete diciendo que me habían dado la beca, supe de inmediato que fuiste tú y no quería eso, porque me hacía ponerme más furiosa; la verdad es que toda mi furia no era por ti… estaba enojada conmigo, no podía verme al espejo sin reprenderme.
— ¿Por qué? Tú no tienes la culpa de absolutamente nada.
—Ahora lo sé, pero antes no lo comprendía. Estaba enojada porque te quería, porque me importaba que Beth levantara cargos en tu contra, porque en el fondo sólo podía preguntarme si estarías bien. Mis sentimientos eran la mayor carga que tenía. Fui a terapia por eso. ¿Te imaginas la locura que era para mí saber que me estaba enamorando de una de las personas implicadas en el accidente donde Noah murió? Sabía que las personas que conocieran la historia me juzgarían y, estúpidamente, a mí me importaba. La verdad creí que con la terapia podría superarte, pero ahí me enseñaron que mis sentimientos no eran malos. El dolor nos recuerda que estamos vivos y el amor nos hace vivir. Aprendí a perdonarme —las manos de él están alrededor de su taza, ella duda por un momento, pero Ryan se ve tan desesperado, tan confundido, como si estuviera en un cuarto solitario sin saber qué hacer, que ella toma la decisión de tomar una mano de Ryan y apretarla con fuerza. Y claro, se siente como si el tiempo no hubiera pasado—. Sé que en tu carta no lo pediste de verdad, tampoco lo esperas, pero yo te perdono.
Él intenta retirar su mano, pero Marina la sostiene más fuerte.
—No lo merezco, Marina, no puedo…
—No puedes porque el único enemigo que tienes eres tú mismo. Nadie en tu familia te juzga como tú lo haces, yo ya no lo hago, las personas con las que hablaste no lo hacen, pero tú lo sigues haciendo. Una y otra vez te culpas. Y cuando crees avanzar vuelves a recordar y te autocastigas. No eres una mala persona, sólo eres una persona que tomó malas decisiones.
Ambos se quedan mirando por un largo tiempo, intentan descubrir el ancla en los ojos del otro. Marina ha aprendido a volar sola, puede hacerlo acompañada, pero para eso es necesario que Ryan entienda muchas cosas. Juntos el mundo puede ser de ellos, pueden vencer cualquier obstáculo que se les presente, sus únicos enemigos son ellos mismos. Las almas gemelas existen. En algún rincón del mundo está tu pieza única de rompecabezas, viene a ti y tú a ella hasta que en algún punto de la vida se encuentran y encajan como con ningún otro, sólo se necesita paciencia.
—Creo que debo ir con tu psicóloga, la mía ha estado estafándome —dice Ryan.
—Nadie puede ayudarte si tú no se los permites.
Marina suelta suavemente la mano de Ryan, inmediatamente ambos sienten la falta de calidez del otro, pero no hacen nada al respecto.
—No puedo creer que los dos estemos aquí —dice Ryan, medio divertido y visiblemente más relajado que en un principio—. No quería venir a Florida de vacaciones porque sabía que existía una pequeña posibilidad de que estuvieras aquí. Y mira… si no hubiera sido por los regalos…
—Y porque yo no he pagado el teléfono… —ella ríe y él sólo la observa, feliz—. Siento que somos como imanes.
— ¿Crees que alguna vez dejemos sólo de encontrarnos y podamos… ser constantes?
— ¿Constantes? —repite de forma divertida. Marina sabe a qué se refiere, pero no está segura de saber la respuesta, a pesar de que lo quiere, sabe que es difícil el camino que hay que recorrer—. Creo que sí. No ahora, pero sí. He escuchado que la publicidad es un buen negocio aquí en Florida, no sé… quizá en un futuro se te considere si mandas tu currículum.
—Excelente. Las playas de Florida son mucho más cálidas que las de San Diego —ella sonríe y él cae rendido a sus pies una vez más—. ¿Conoces la leyenda japonesa del hilo rojo?
—No. ¿Qué dice? —pregunta Marina, curiosa.
—Investígala, creo que te parecerá… interesante.
Marina arquea sus cejas y él ríe. Ambos beben un trago, pero sus miradas no dejan la del otro.
— ¿Cuándo regresas a San Diego? —pregunta Marina bajando la taza.
—El domingo.
— ¿Quieres salir conmigo el sábado? La mejor forma de conocer Florida es con alguien nativa de aquí.
— ¿A las doce está bien?
—Es una cita —ella se levanta y él hace lo mismo, sólo para despedirla. Los dos sonríen de manera inocente, como si todo fuera una broma privada, incluso parecen más jóvenes. No se abrazan ni siquiera se tocan, pero el amor está ahí entre ellos, nadie lo podría negar. Ella le entrega su teléfono—. Pon tu número, te mandaré una dirección.
— ¿Siempre fuiste tan mandona? —pregunta, pero obedece.
—No sabes en lo que te metiste, Jacob Ryan Montgomery. Soy tu mayor penitencia y te llevaré al infierno.
—Si así es el infierno no quiero conocer el cielo —le asegura y ambos se regalan las sonrisas más mágicas que puedan existir, esas sonrisas que están hechas de amor—. Toma, no esperes tres días para llamarme, eso ya no se usa —le entrega su teléfono con la misma sonrisa, pero no realiza ningún otro movimiento. Él teme ir muy deprisa o hacer algo que a ella le incomode, así que sólo se deja guiar por lo que Marina le da—. Gracias por… todo.
—Feliz cumpleaños, Ryan.
Y así… vivieron felices por siempre. Que ¿Cómo lo sé? Porque lo único que se necesita para ser feliz, son las personas que nos hacen vivir.
Y si se resisten a permanecer juntos, tendré que volver a intervenir.
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Esta historia está basada en una leyenda japonesa, no quiere decir que sea verdadera, pero para eso son las historias… para soñar e imaginar mejores posibilidades que la realidad.
"Leyenda japonesa del hilo rojo."
Cuenta una leyenda oriental que las personas destinadas a conocerse están conectadas por un hilo rojo invisible. Este hilo nunca desaparece y permanece constantemente atado a sus dedos, a pesar del tiempo y la distancia.
No importa lo que tardes en conocer a esa persona, ni importa el tiempo que pases sin verla, ni siquiera importa si vives en la otra punta del mundo: el hilo se estirará hasta el infinito, pero nunca se romperá. Su dueño es el destino.
La leyenda dice así...
“Hace mucho, mucho tiempo, un joven emperador se enteró de que en una de las provincias de su reino vivía una bruja muy poderosa, quien tenía la capacidad de poder ver el hilo rojo del destino y la mandó traer ante su presencia.
Cuando la bruja llegó, el emperador le ordenó que buscara el otro extremo del hilo que llevaba atado al meñique y lo llevara ante la que sería su esposa. La bruja accedió a esta petición y comenzó a seguir y seguir el hilo. Esta búsqueda los llevó hasta un mercado, en donde una pobre campesina con una bebé en los brazos ofrecía sus productos. Al llegar hasta donde estaba esta campesina, se detuvo frente a ella y la invitó a ponerse de pie. Hizo que el joven emperador se acercara y le dijo: «Aquí termina tu hilo», pero al escuchar esto el emperador enfureció, creyendo que era una burla de la bruja. Éste empujó a la campesina que aún llevaba a su pequeña bebé en brazos y la hizo caer, haciendo que la bebé se hiciera una gran herida en la frente. Luego, ordenó a sus guardias que detuvieran a la bruja y le cortaran la cabeza.
Muchos años después, llegó el momento en que este emperador debía casarse y su corte le recomendó que lo mejor era que desposara a la hija de un general muy poderoso. Aceptó y llegó el día de la boda. Y en el momento de ver por primera vez la cara de su esposa, la cual entró al templo con un hermoso vestido y un velo que la cubría totalmente… Al levantárselo, vio que ese hermoso rostro tenía una cicatriz muy peculiar en la frente.”