Marina.
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La primera vez que salí en una cita con Ryan era domingo, el "Estado del Sol" no decepcionó con su clima invernal porque sus rayos acariciaban mi piel tostada. Él me esperó en el restaurante que habíamos acordado un día antes, vestía una camisa blanca y un gran reloj en su muñeca; creo que hasta que no lo vi esperando por mí fue que me di cuenta de lo guapo que es, del porte erguido que adopta, las miradas de mujeres que atrae y del magnetismo que sentía (y aun siento) hacia él. Y esa también fue la primera vez que sentí el cordón que nos unía tirar con completa libertad. Más cerca, poco a poco, paso a paso, pero siempre tirando.
Se acercó a mí y me ofreció la mano para ayudarme a subir los escalones de madera del lugar. También preparó la silla para mí cuando nos dieron una mesa. Ryan estaba temblando. De verdad, él sonría de la forma en que lo hace un niño pequeño que espera ser regañado por alguna travesura, sus ojos casi no me miraban y sus manos comenzaron a romper una servilleta de papel.
No quise incomodarlo más y hacerle notar su obvio nerviosismo, así que hablé y tomé el mando de la cita. Le conté todos los detalles de mi traslado a Florida y sobre el trabajo que él me había conseguido dos años atrás, al que él me había empujado sin freno alguno. Mientras Ryan me escuchaba hablar y no parar, noté que sus nervios iban disminuyendo y pronto, casi sin darse cuenta, no dejó de mirarme a los ojos en ningún momento después de eso; su sonrisa se volvió cálida y genuina, apartó los trozos de servilleta que había cortado y sus manos se movían sólo para manipular los cuchillos, pero siempre me ponía atención. Intervino en la conversación en varias ocasiones hasta que ésta se hizo bilateral y tardamos una eternidad en terminar nuestros platillos.
Desde esa primera cita me di cuenta que Ryan podía ser un magneto para cualquier mujer, pero sólo yo tenía la carga que a él atraía. Quizá no lo admití en esa ocasión, ni en la que le siguió, pero una mañana al levantarme con él a mi lado… lo supe. Y también supe que siempre lo había sabido.
— ¿Qué hay de ti? ¿Qué has hecho en estos dos años? —le pregunté cuando estuve segura de que él ya no estaba sufriendo.
—No mucho —respondió; y su confianza disminuyó un poco—. Ya sabes… el trabajo, mi familia, las terapias… no tengo grandes cosas que contar.
Sonreí.
—Entonces no estás aprovechando muy bien la segunda oportunidad que te dio la vida —le recordé.
—No he vuelto a recaer —se apresuró a decirme, sin entender a lo que yo me refería—, sigo unido a mi familia y… estoy intentando ser bueno cada día. Te juro que lo hago.
—Y no lo estoy dudando —lo tranquilicé—. Pero… no sólo se trata de ser buenos, Ryan. Creo que deberías permitirte vivir un poco, aprovecha cada día como si fuera el último y disfruta que estás aquí, vivo. Ríe hasta que te duela el estómago, corre hasta que te quedes sin aire, sonríe hasta que se forme una mueca, baila toda la noche, canta terriblemente mal. Y ama, sin ningún miedo.
No dijo nada por varios segundos y su vaso con limonada se volvió en extremo interesante porque no dejó de mirarlo, como si en el fondo del agua encontrara la respuesta.
Lo dejé en paz, principalmente porque no quería retroceder y que se cerrara conmigo o no volviera a verme a los ojos. Así que pregunté por Clay y su novia, fingiendo que todo estaba bien y que no habíamos tenido interrupciones; Ryan habló más tranquilo y me contó todo lo que yo pregunté, también otras cosas que no, pero su mirada se había vuelto a perder un poco.
Paseamos un rato por las calles y comimos un helado en la banca más cercana que encontramos. Cuando llegó la noche… no quería que llegara a su fin.
A penas íbamos construyendo los cimientos de una relación, incluso ser amigos de nuevo llevaría su tiempo, y Ryan se iría al día siguiente a San Diego. Esa noche comencé a pensar que quizá nosotros nunca dejaríamos de ser intermitentes, que siempre habría una barrera entre los dos, aun cuando ninguno de nosotros la construyera a propósito. Pero también pensé que yo no solía dejar las cosas importantes de mi vida simplemente a la suerte. Estaba pensando en mis próximas vacaciones y cómo podría decirle a Ryan, cuando él preguntó:
— ¿Tienes planeado enseñarme algo más de Florida mañana? —lo hizo con una sonrisa casi tímida, pero también noté algo más en sus ojos: esperanza.
—Creí que tu vuelo salía mañana —recordé, pero no hubo una respuesta inmediata, así que me apresuré a añadir:— Si no es así… creo que podría haber varios puntos en la ciudad que puedo mostrarte.
La noche no se sintió corta a partir de ese momento porque sabíamos que teníamos un poco más de tiempo. Ryan no tenía que regresar a su trabajo hasta dentro de una semana, así que hicimos planes para cada día. Nos conocimos a fondo y sin máscaras por primera vez, pero no con las preguntas clásicas de dos desconocidos, sino con una plática sin rumbo y opiniones reales expresadas en voz alta en una banca en medio de árboles y personas pasando ajenas a nosotros.
Al día siguiente le mostré la ciudad y mis puntos favoritos; si bien no era el lugar donde nací, llevaba bastante tiempo recorriendo esas calles. Ryan seguía mostrándose con reservas cada que me veía, pero luego de unos minutos olvidaba todo lo que lo perseguía y sólo se dejaba llevar. Así fue desde que nos conocimos, sin darnos cuenta ambos fluimos con la corriente del otro, incapaces de luchar contra lo inevitable.
El tercer día, en un viaje de cincuenta minutos hasta Apollo Beach, me di cuenta que Ryan tenía un gusto horrible para la música y también que era un pésimo viajero porque no sabía leer los señalamientos de la carretera. Pero lo que más me gustó fue cuando nos metimos al mar, al término de la puesta del Sol levantó la palma de su mano y su mirada se perdió en los rayos del Sol que se colaban entre sus dedos, la última caricia de la estrella más grande del Universo. Y él lo disfrutaba. Eso fue hace catorce meses y al día de hoy… sigue siendo mi recuerdo favorito mejor guardado.
Hasta el día antes de que partiera de regreso a San Diego nosotros no habíamos cruzado la incómoda línea de la amistad y no estaba segura de querer que ocurriera, Ryan ya parecía más relajado y se reía con fuerza de nuestros momentos compartidos, incluso me alentó en una competencia para ver quién se comía una dona gigante en menos tiempo, él ganó. Pero lo inminente estaba ante nuestra puerta: la separación.
Era 30 de diciembre cuando fuimos al Lake Parker Park y rentamos dos bicicletas para recorrer el parque en medio de los árboles hasta llegar al lago, llevamos una canasta con comida italiana que habíamos pasado a comprar antes para recordar los viejos tiempos y nos sentamos sobre una manta a la orilla del lago. Estábamos hablando sobre por qué los gatos eran mejores que los perros cuando Ryan se quedó callado y tragó saliva visiblemente; se acercó a mí y él dice que me quitó una pestaña que caía en mi mejilla, pero hasta el momento no lo creo. Creo que sólo buscó un pretexto para acercarse a mí y que su olor a roble y cedro entrara a invadir mi sistema nervioso, sólo quería que yo me percatara de las motitas color verde que tenían sus ojos grises, sólo quería que me diera cuenta del diminuto lunar escondido en su poblada ceja izquierda. Sólo quería besarme.
La primera vez que Ryan me besó… todo se sintió correcto. Fue como ir a ciegas todo ese tiempo sin atrevernos a ver el amor que sentíamos, sin atrevernos a abrir los ojos por miedo a que estuviera mal o no fuéramos un perfecto conjunto, pero cuando sus labios (torpemente, debo agregar) tocaron los míos con la misma suavidad de una pluma cayendo… todo estuvo bien. Y supe que todo siempre estaría bien.
No me dio un único beso, cuando se dio cuenta de que no le daría una cachetada o lo empujaría al lago, retomó su tarea sin vacilaciones; me besó con fuerza y determinación, se inclinó sobre mí hasta que me recosté sobre mis codos y él puso su mano en mi espalda para que no tocara el suelo. Estoy segura de que quería impresionarme y quitarme el aliento antes de irnos. Y lo logró.
—Yo… ¿Eso estuvo bien? —preguntó, aún sin saber en qué punto nos encontrábamos.
Yo tampoco lo sabía, pero no me importó. Lo tomé de la chaqueta y volví a besarlo.
Así pasaron los minutos, entre besos cortados por las risas y algo galante de su parte, hasta que la oscuridad era tanta en el parque que tuvimos que volver. Curiosamente, el camino de vuelta fue mucho más agradable.
—No puedo quedarme más tiempo en Florida —dijo, varias horas después cuando aparqué el coche frente a su hotel—, quisiera, pero no puedo. Ojalá pudiéramos seguir hablando y así… así… ver qué pasará después.
—Ojalá existiera algo llamado celular para vernos por video a través de él —ironicé.
Él rodó los ojos, pero también se sonrojó.
Acordamos mensajearnos y estar siempre en contacto. Creo que fue lo mejor, Ryan aún tenía problemas propios para superar todo y yo necesitaba estar segura de que eso era lo que quería.
Pasaron dos meses de mensajes, llamadas y videoconferencias por Skype, y en ese tiempo nunca me sentí lejos de él a pesar de los cientos de kilómetros que nos separaban. Ryan estaba más feliz con él mismo cada día que pasaba y yo sabía que se estaba perdonando, trabajaba duro, pero también estaba feliz disfrutando de su vida. Clay en una ocasión vio una película a distancia con nosotros. También, de vez en cuando, Ryan decía cosas lindas para mí y el 14 de febrero mandó flores hasta mi dirección.
Fui a visitarlo durante dos semanas después de dos meses y, cuando sentíamos que las cosas no podrían estar mejor entre nosotros, cuando el dolor se fue y el perdón se embriagó por el amor, me pidió oficialmente salir con él. Y así, pudimos poner una fecha para el inicio de la que espero sea una larga historia de... vida.
Antes de regresar a Florida… nos hicimos parte del otro. La primera vez que pasamos la noche juntos estaba muy nerviosa (y creo que él también lo estaba) porque sabía que ya no habría marcha atrás para ninguno. Cuando las barreras cayeron al mismo tiempo que nuestras ropas y nuestra piel caliente rozaba la del otro, dejamos atrás el pasado completamente. Mientras su boca hacía contacto con la mía y yo lo atraía más hacia mí porque no me era suficiente, su aliento entrecortado me hacía cosquillas y sonreí en medio de la excitación y cansancio, sabiendo que íbamos a hacer que funcionara porque la cuerda que nos une jamás nos soltaría.
Tuve que volver al trabajo en Florida demasiado pronto para mi gusto, pero algo que me gusta de Ryan es que siempre intenta hacerme saber que está ahí conmigo. Meses después, luego de hacernos oficiales, llegó a mi casa un paquete con una almohada rociada con su perfume y una nota muy especial. Ah, eso sí, una vez que Ryan agarró seguridad ni siquiera yo podía hacerlo dudar un poco del amor que siento por él. Me visitó dos fines de semana más y luego fuimos a Disneyland juntos, lo cual fue la peor experiencia de mi vida porque yo odio esos juegos y él los ama; supongo que de eso se trata el amor, pequeños sacrificios para los dos. Fue la mañana del fin de semana del 5 de Julio fue cuando desperté y me di cuenta de que lo amaba más que a nadie jamás, cuando su mano descansaba sobre mi desnuda curva en la cadera y su respiración movía ligeramente mi cabello mientras sus pestañas revoloteaban un par de milímetros, cuando él simplemente estaba dormido… ahí ocurrió mi revelación. Y dejarlo ir se volvió aún más difícil.
Pero pasé gran parte de las vacaciones de verano con él en San Diego, conocí a su familia y, aunque su hermana siempre tuvo reservas conmigo, creo que ahora lo hemos solucionado y ha aceptado el inevitable hecho: Ryan y yo permaneceremos juntos.
— ¿Estás bien? —me preguntó una tarde cuando pasamos cerca de mi antigua Universidad, el lugar donde conocí a Noah.
Y con toda seguridad, respondí:
—Estoy bien.
Noah fue un gran capítulo en mi vida, soy sincera cuando digo que lo amé de verdad y que una parte de mi corazón siempre lo amará, pero la muerte de Noah fue como un huracán llegando a la costa de una ciudad. Deja su marca y destroza el lugar, tarda mucho tiempo en volver a construirse, pero al final… todo vuelve a la normalidad, las personas de la ciudad lo recuerdan, pero no quedan vestigios del fenómeno. Siempre recordaré a Noah, pero no lo llevaré en mi espalda.
No cuando Ryan me miraba de esa forma.
Mis vacaciones de verano llegaron a su fin y nuevamente tuve que dejar ir a Ryan hasta la noche de Halloween cuando llegó de sorpresa por mi cumpleaños y montó toda una cena privada sólo para nosotros dos. ¿Cómo lo hizo desde San Diego? No he logrado que me cuente el secreto. Acción de Gracias la pasamos a la distancia, pero fue el primer año en que agradecí de corazón lo que tenía en mi vida y tuve cierta cantidad de fe filtrándose en mí. Hace dos meses pasamos la Navidad y el Año Nuevo esquiando en Aspen, aunque la mayor parte del tiempo estuvimos en el cuarto de hotel porque una chica que ha vivido siempre en las playas no puede soportar tanta nieve por primera vez.
Ahora, después de ocho semanas sin él, mi pecho se siente lleno de emoción por verlo bajar del avión. Por eso corro a sus brazos apenas cruza la puerta de seguridad. Ryan me levanta del suelo y me abraza con fuerza, su barba me hace cosquillas en la mejilla y me es tan familiar que me alegra aún más.
—Te extrañé —dice.
Y me besa de una forma conocida, cómoda y anhelada. Me deja de nuevo con los pies sobre el piso, pero no me suelta.
—Antes de que vayamos a vivir juntos tengo que advertirte algo: no sé lavar ropa —me besa otra vez, aunque dura muy poco—. p**o para que me laven la ropa y tampoco sé cocinar, Clay a veces cocina para mí.
—Pagar para que te laven la ropa es un desperdicio de dinero —digo, incrédula porque gaste en algo tan sencillo.
—Sabía que dirías eso, por eso te lo advertí.
Me abrazo a su tórax y no lo suelo mientras digo:
—Yo te advierto que soy una anciana, tengo que estar dormida a las diez y media de la noche o estaré de mal humor a la mañana siguiente.
—Eso ya lo sé —siento un beso en mi cabeza y me despego un poco para mirarlo a los ojos—. Cuando nos desvelábamos juntos siempre tenías una cara de bebé adormilado.
— ¿Y por qué si lo notaste, no me decías: mi amor, vete a dormir, no necesito de ti a altas horas de noche, mejor descansa?
—Quería ver cuánto soportabas —me separo de él por completo y él suelta varias risas; me toma de la camiseta y no me suelta—. Vamos, no te enojes el día de mi mudanza.
—No te dejaré mudarte conmigo —bromeo.
—Es demasiado tarde, Mar. Ya he firmado contrato en la nueva empresa y ya están bajando mis veinte maletas del avión, por favor… no hagas perder su tiempo a tan buenos trabajadores.
No puedo más, vuelvo a soltar un gritito y brinco para que me cargue. Estoy emocionada y feliz de por fin vivir juntos, y cuando él esconde su risa en mi cuello sé que se siente del mismo modo que yo. No sé qué nos traiga el destino, pero sí sé que estoy dispuesta a enfrentarlo todo, caerme y equivocarme una y otra vez hasta obtener mi felices por siempre.