Daven, ese chico ególatra de cabellos azabaches y perfectamente peinados, no sabía cuándo parar en conseguir lo que quería. Quizá sus caprichos fueran muchos, pero se daba el lujo de disfrutarlos mientras pudiera dárselos. Mientras pudiera tener su felicidad, lo cual era mujeres, un par de tragos y una vida cómoda, todo estaría bien, y él sí que podía costeárselo por sí mismo. Luego de enterarse de que, en efecto, estaban en la quiebra -al menos en lo que respectaba al dinero proveniente de su familia- no había parado de pensar en alguna idea brillante para zafarse de cualquier responsabilidad, sin embargo, pocas ideas se gestaron en su psique. Después de irse así cuando enfrentó a su abuelo, no habían vuelto a hablar, pero tenían intermediarios, tanto los socios de aquel negocio, como