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Un Martes a las Seis

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Todo comenzó con un té verde.

Ally es una chica dulce y de mirada brillante, pero cuando es dejada por su prometido un martes a las seis, parece que su mundo se detiene.

Ideará un plan infalible para vengarse, pero ¿Saldrá bien?

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Capítulo Uno: El Sol.
Ally Barton se encontraba una tarde en la cafetería Wallace, compartiendo con su prometido Daven Arrow una buena velada. Ambos tenían una taza de café instantáneo frente a sí, de la marca favorita del chico. Estaban mirando hacia fuera del local, a través de los grandes ventanales que poseía, había una vista envidiable de la civilización desde allí. El sol bañaba con su luz mortecina a todo ser que se cruzara por esas calles en aquél instante, bendiciendo a cada alma que tocara con su belleza inigualable y cálida. La escena era perfecta, la chica se sentía genuinamente feliz de tener a una pareja tan acorde a ella en tantas maneras, y que también aceptara casarse aún conociendo su manera de ser tan sensible y tímida. Afortunada, era la palabra que encajaba perfecto con su realidad, estaba convencida de que estaban hechos el uno para el otro. No solamente trabajaban juntos, sino que comprendían muchas cosas similares, llegando a desarrollar gustos específicos que compartían, eran una muy buena pareja. Conversaban acerca de la vida cotidiana y de lo que harían la semana siguiente, ya que Ally estaba empeñada en ir de vacaciones a la isla a la cual su padre la había llevado de pequeña, quería revivir sus memorias estando con alguien tan especial como su querido futuro esposo. Daven era un chico que siempre iba a la vanguardia en todo lo que hacía, resaltaba con luz propia y estaba constantemente enseñando a los demás a hacer las cosas a su modo, ayudando en lo que podía. Siempre tan atento.  No importaban mucho los comentarios de odio que recibía a diario de parte de casi todos los empleados que se quejaban de su egocentrismo, simplemente le tenían envidia a su éxito, aún más teniendo una edad tan precisa, puesto que conocía de casos en los que las personas se esforzaban a todo lo que daban y nunca llegaban a sobresalir o a conseguir un ascenso por sus propios medios. Él siempre defendía que la única persona por la cual debería cada quien de preocuparse es por sí mismo, si le conviene o no hacer distintos movimientos, le gustaba ver a la vida como un juego de damas chinas, tan fácil y cuadrado como las matemáticas que resolvían desde siempre en el departamento administrativo. Hablaba con una soltura tremenda sobre sí mismo, cosa que a Ally le agradaba, ella estaba dispuesta a escuchar a quien fuera, y mucho más si se trataba de su prometido. Eran tal para cual, como le habían dicho más de una vez. "Eres la única que lo soporta ¿Cómo lo haces?" y claro, ella lo tomaba todo a modo de cumplido, porque seguro lo decían sabiendo la larga trayectoria que tenían ambos juntos, por todos los obstáculos y peleas que habían superado. La mayoría se preocupaba por ella de manera sincera, o así lo creía la inocente castaña. Lo cierto es que siempre se comportaba de manera amable con todos, como un pequeño ángel que alegraba el día de los demás. De todos, menos de Daven, quien era el único que solía reclamarle por cada mínima cosa. Nunca le dejaba salir con ropa reveladora según él o algo que no le pareciera a la moda para combinar consigo. Salir con amigos era un sueño efímero, compartir tiempo con amigas era de locos, pero Ally estaba tan ensimismada en el moreno de ojos profundos y labios besables, que haría cualquier cosa por complacerle. Hasta el momento le había funcionado, iban a casarse, después de todo. El chico esbozó una sonrisa de las suyas, tan brillante como siempre, adornada por sus bien hidratados labios rosados, y la pequeña chica no pudo controlar el latido de su corazón. Se sentía como en una primera cita, a pesar de que llevaran casi cuatro años juntos. Años en los cuales habían convivido juntos dos.  Él se había mudado con ella, marcando su espacio y a su chica, como todo un macho alfa, eso tenía a Ally con las piernas de gelatina, el solo saber que tenía permiso para observarle sin camisa y deleitar su vista con el bien formado cuerpo de su pareja la hacía sonrojar hasta las orejas. La piel de su chico era un sueño, suave pero firme, brillante y llena de una calidez increíble, digna de derretirse encima. Sin quererlo, soltó un suspiro, mirando sus ojos, sin comprender mucho de lo que estaba hablando, solo le observaba rodar el anillo que tenía en el dedo anular de un lado al otro ¿Estaría estresado por algo? Le preguntó sobre el trabajo y si había algo en específico que le preocupara, a lo que este negó simplemente. Respiró con tranquilidad entonces la chica y tomó un sorbo de su café, deleitando su paladar con el sabor dulce y cremoso del mismo.  Era en días como esos en los que agradecía estar viva, veía lo bueno y hermoso en cada cosa con la que se topara, fuera animada o inanimada. Su facilidad para resolver dudas o conflictos era de admirar, una chica que siempre se esforzaba por dar lo mejor de sí misma en cada ocasión, asemejándose mucho a lo que llamarían perfección. Nunca había sido celosa y comprendía cuando su chico tenía que salir con amigas para distraerse, era necesario, y no se molestaría porque confiaba ciegamente en él. Se pondría una venda en los ojos y caminaría con solo la voz de Daven guiándola, así de fuerte era su amor por él. De fondo, se escuchaban canciones de moda y alrededor habían algunas personas inmersas en su mundo, cada quien ocupado de lo suyo, incluyéndoles. La paz que se respiraba allí dentro no la hallaba en muchos lugares, era su pequeño paraíso luego del trabajo.  Es así como Ally se hallaba detallando a lujo de explicación cómo sería el viaje, a dónde llegarían y por cuánto tiempo se quedarían. Murmuraba acerca de la comida, de la vegetación, de las frutas autóctonas de dicha isla que una vez disfrutó, cuando notó que el chico, de nuevo, la miraba de una forma extraña, como si quisiera decirle algo. Recordó la vez que le propuso matrimonio y sonrió como tonta. ─¿Dave? ¿Estás bien? Parece que has visto un fantasma, amor mío─ comentó de manera airada la chica de largos cabellos ligeramente rizados. El chico no respondió de inmediato, y tampoco rió con ella, solo mantuvo su mirada fija en un punto en blanco tras ella. ─Sucede que ya no puedo más. Es por eso que estoy terminando contigo, Allison Barton─ con eso dicho, zafó el anillo de su dedo, dejándolo encima de la mesa de madera con tonos claros. Sin mirar a otro lado, se levantó, tomó sus cosas y se dirigió a la puerta principal del local, saliendo de allí un martes a las seis de la tarde, rompiendo el corazón y las ilusiones de una buena mujer. La chica lo supo porque a través de sus orbes llenas de lágrimas observó el reloj que había en la pared a unos metros de ella. Desde allí, parece ser que el tiempo se detuvo para ella, debido a que tomó ambos anillos en sus manos y se quedó observándolos con ojos llorosos hasta perder la noción del tiempo. No fue sino hasta pasadas dos horas que el dependiente del local, un chico alto y pálido como él solo, se acercó hasta su mesa, ya que estaba a punto de cerrar el negocio. ─Disculpe, cerramos en unos minutos ¿Ha terminado ya su bebida?─. Ally subió la mirada llena de dolor hasta el rostro del desconocido, ni siquiera sabía qué responder, no tenía ganas de hacer nada más que llorar hasta secarse. No tuvo siquiera la fuerza necesaria para ir tras él cuando la dejó. Siempre siendo tan sensible y poco firme. Siempre tan tonta. Se reprochó a sí misma cada acción que había tenido ese día, quizá algo le había hecho enojar y por eso la dejó, por no ser suficiente. Cerró sus ojos, derramando más lágrimas, por lo que no le respondió al chico. Debió haber lucido patética. Pero nada más lejos de la realidad. El chico pálido le miraba con preocupación, pues parecía en shock. Lo único que se le ocurrió en el momento fue buscar una bebida que pudiera confortarla, ya que el café de la chica estaba frío y ya sin espuma, casi al fondo de la taza. Hizo un especial para subir el ánimo, el famoso té verde con perlas oscuras, leche y espuma, estaba a la temperatura ideal para no ser helado ni tibio.  Lo colocó delante del rostro de la clienta. ─Tenga, es por parte de la casa─ dijo, sonriendo abiertamente ante la mujer. Al ver que no reaccionó mucho, apenas y asintió, se tomó la libertad de sentarse frente a ella. Al hacerlo, notó que sostenía entre sus manos dos anillos de boda, así que no quiso tocar el tema, seguro su tristeza venía de allí. No quería dejarle así. ─Dígame ¿Cuál es su nombre? Yo soy Stev Wallace, el propietario de esta cafetería, y aunque no es mucho, soy feliz en ella─ dijo, buscando sacar conversación, queriendo distraerla de su sufrir. Ally le miró a los ojos, reaccionando segundos después, secando sus ojos. ─...¿Bromeas? Es mi cafetería favorita de la ciudad─ confesó con voz entrecortada y un tanto baja, aspirando fuerte por la nariz después, ya que al llorar tanto, se había congestionado un poco. Stev le brindó una de las servilletas del dispensador. ─¿De verdad le gusta tanto? Es apenas un punto en esta gran selva de concreto─ respondió el chico, encogiéndose de hombros. ─Las cafeterías no deben tener límite de construcción, y si es así, entonces nadie sabe apreciar el sentimiento cálido que brinda un hogar acogedor...─ dijo la chica mirando a un punto fijo entre sus manos. ─¿Le parece esto un hogar, señorita...?─ estiró la frase unos segundos a ver si obtenía algo de ello. ─Ally... Allison Barton...─. ─Señorita Allison─ habló, con una pequeña sonrisa triunfadora en sus labios. ─Me parece que tiene un aura única, eso es todo...─ dijo, comenzando a beber del vaso que le ofreció el chico, dándole las gracias por lo bajo, puesto que no quería parecer grosera, a pesar de que se sentía de lo peor en ese momento. Stev le hizo saber que no debía preocuparse por nada, que entendía perfectamente que a veces los días no salían según lo planeado, y eso no estaba mal en absoluto, así que ya no se sintió tan incómoda como en minutos anteriores. La chica se preguntó por qué estaría siendo así de amable con alguien que ni siquiera conocía, pero no se quejó en ningún momento. ─ Disculpa por no contestarte antes, ya debes cerrar ¿No es así?─. ─Sí, pero no hay problema, solo pensé que estaba distraída, que no había visto la hora y tal vez tenía algún compromiso─. ─Compromiso... Una palabra tan importante y tan frágil a la vez ¿No crees?─. Ally se daba la libertad de tutear al chico no porque fuera maleducada, sino porque este lucía bastante joven, incluso mucho como para entender su dolencia en ese momento. ─Por favor, discúlpeme si dije algo que no debía─ habló Stev con aura de consternación, temía haberla hecho sentir mal. Casi siempre tenía una gran bocota y no se daba cuenta de lo que salía de ella, a veces ni siquiera pensaba en lo siguiente que daría a conocer de sí, solo salía sin filtro, pero estaba aprendiendo a controlar esa parte de sí mismo. A prestarle atención a lo que decía. ─No, para nada, solo que hoy no es mi día...─ admitió Ally, soltando un suspiro después. Stev asintió, en silencio aún, pero le dijo que podían hablar cada vez que fuera allí, dejando abierta la posibilidad de entablar más conversaciones.  Se levantó de su asiento para no molestar más tiempo a la chica y fue a terminar de arreglar todo para el cierre.  Cuando volvió minutos después, la castaña ya no estaba en el lugar, por lo que miró hacia afuera, tratando de ubicarla, pero no lo logró, entonces simplemente se limitó a dar el cierre oficial por esa jornada. Esperaba volver a verla. ... Pasada una semana desde el primer encuentro, Stev no podía conciliar el sueño, sentía que si algo le sucedía a la chica iba a ser su culpa, ella estaba demasiado triste cuando la dejó en la mesa por su cuenta. Había escuchado tantas historias acerca de suicidios inesperados cerca de sí, que le asustaba en demasía que eso pudiera ocurrir una vez más, sabiendo que él pudo haberlo evitado de alguna forma. Daba vueltas en la cama en plena madrugada, no pudo dormir desde las cuatro de la mañana. Siendo que cuando se levantó a arreglarse para el trabajo ya estaba bastante activo, yéndose más temprano de casa que de costumbre. Se puso una camisa semiformal de color azul cielo y unos pantalones color crema, las zapatillas eran casuales color gris claro.  Cuando llegó esa mañana a trabajar, abrió el local lo más rápido que le dieron los brazos, por si acaso alguien quería entrar a esas horas. Colocó su delantal de barista, uno de cuero sintético marrón con argollas de acero plateado.  Se dispuso detrás del mostrador, con la misma energía de siempre, habiendo ya vertido los granos de café frescos en la máquina extractora y haber puesto a hervir las primeras perlas de tapioca del día. En ese momento recibió un mensaje de su compañera de universidad, Serena, quien le dejaba saber que pasaría por allí en minutos escasos. Sonrió automáticamente, había gustado de ella el último año completo, así que no se negaba a que fuera a verlo. Habiendo atendido alrededor de cinco clientes, llegó la chica, una morena de iris verdes y curvas de infarto, ataviada en un vestido ceñido al cuerpo completamente color lavanda pastel, le quedaba perfecto, como todo lo que usaba.  Le cortó la respiración por unos segundos, pero logró reponerse. ─Hey, Sere ¿Todo bien?─ saludó alegre ─¿Qué vas a querer hoy?─. ─Hola, Stev, me vendría bien un americano─ contestó la chica amablemente. El rubio asintió, pasando a preparar lo que le indicó, un pedido bastante rápido y fácil. Al tener lista la bebida, se la entregó en las manos, observando más tiempo del necesario su rostro siempre bien presentable y de belleza única. La chica le hizo señas para que fuera junto a ella, cosa que hizo segundos después sin protestar. Cuando estuvieron frente a frente, Serena tomó un sorbo de su café. ─Quería hablar contigo en persona acerca de algo importante─. ─¿De verdad? ¿Qué es?─ formuló el más alto, curioso. ─Bueno... Me voy al extranjero en unos días...─ dijo ella con tono bajo. ─¿Qué? ¿Cómo harás con los estudios?─. ─Me tomaré un año sabático, no te preocupes, volveré─ habló la chica de cabellos negros, pero Stev no pudo creerle, pues sonaba a despedida. Su corazón dolió al pensar en no ver más a la morena, pero supo que no estaba en sus manos. ─De acuerdo... ¿A dónde irás?─ apenas pudo responder él. ─No puedo decirte, no le he dicho a nadie, pero será bastante lejos─ contestó ella, riendo luego. Stev asintió, deseándole buena suerte en su aventura, pasando luego a hablar sobre recuerdos mutuos y cosas banales, el chico estaba allí, pero a la vez no. La tristeza se había instalado en su ser, por lo que la sonrisa que adornaba siempre sus labios dejó de aparecer durante esos minutos, sin embargo disfrutó de la conversación. Pasada media hora, la ojiverde miró su reloj de mano, diciendo que ya era tarde para lo que tenía planeado hacer en el día. Así que de ese modo, se despidieron amigablemente con un abrazo. En este contacto, Stev se quedó unos instantes más de los requeridos, pues lo sentía como algo definitivo. No tuvo la oportunidad de hablar sobre sus sentimientos. Había tardado mucho. Tragó saliva con fuerza cuando la vio alejarse sin más del local, pero no pudo quedarse más tiempo así, ya que llegaron varios clientes juntos. Tras atender al grupo de personas, se tomó un pequeño descanso para almorzar. Al día siguiente le tocaría el turno a la persona que había contratado para ayudarle. La tarde transcuyó tan tranquila que la quietud y el silencio le abrumaban. Subió el volumen de la música de fondo, comenzando a limpiar impulsivamente, quería distraer a su mente. Un mensaje llegó a su móvil, era su hermana, quien le dio aviso de que esa noche habría una cena familiar, invitándole a ir, más como una orden. Seguro era una velada más para hablar de negocios y presumir sobre sus vidas de millonarios. Soltó un suspiro que no sabía que tenía retenido. No podría escapar de esa cena aunque quisiera.  Recordó que previamente ese tipo de encuentros no habían sido demasiado gratos, su padre solamente se encargaba de echarle cosas en cara y de hacerle ver cuánto lo había superado a él y su hermana ese año. Las cenas se daban con poca frecuencia entre la familia, sus tíos solo sabía beber y reír de acuerdo a lo que dijeran sus padres, lo que no los hacía muy originales ni independientes. Todos querían regalos o necesitaban préstamos urgentes, casualmente cada año. Obtenían lo que querían y luego lo gastaban en la vida loca hasta quedar en quiebra el resto de los meses. Nunca le vio sentido a ese modo de vivir, pero suponía que no sabían administrarse, no juzgaba a nadie. En años anteriores solía pensar que si no tenían dinero era porque no querían trabajar y producir, pero supo luego que estaba equivocado, que no todo era tan simple. La vida en sí no era tan simple como desear algo y obtenerlo al segundo después. En eso estaba pensando, dejando su mente volar entre pedidos resueltos y limpiezas compulsivas, hasta que de nuevo, siendo martes a las seis, observó a la chica de larga cabellera castaña cruzar las puertas del local con aire angelical. Por un momento, olvidó toda la tristeza que tenía retenida, y si se convirtiera en una rutina el ver a la chica de ojos curiosos, no se quejaría.

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