Para Daven, la vida siempre fue fácil, ya que no debía enfrentarse de ninguna manera a la realidad, ni de pequeño lo hizo, mucho menos de adulto. Una persona que nunca aprendió a tener responsabilidad emocional ni para consigo, ni con los demás, cosa que no funcionaba para nadie bajo ninguna circunstancia. Un ser al cual no le había llegado el primer golpe de realidad. Al menos, no hasta ese día, o eso veían los demás. Su abuelo, de nombre Rupert, le esperaba cerca de un templo que llevaba allí muchas generaciones, casi siempre iban ambos para lanzar sus plegarias a los dioses de la naturaleza, una costumbre que había inculcado el hombre de edad madura en la cabeza de ese pequeño niño inocente que alguna vez fue Daven. El anciano de barba espesa y gris le miraba desde su lugar con una