De inmediato retiré mi brazo, ejerciendo mayor fuerza. No toleraría sus manos, ni un solo dedo apretando mi piel. Él tenía a su mujerzuela, con ella podía hacer lo que quisiera, al cabo este matrimonio tenía las horas contadas.
— No por mucho tiempo —fue mi tajante respuesta. Caminé a la puerta, y sólo me detuve unos segundos—. Supongo que podrás venir solo, ya conoces el camino a casa.
Tomé el primer taxi que estaba afuera del hospital. Le di la dirección de donde yo vivo hasta la fecha. Suponía que después de leerse el testamento y solicitar el divorcio inmediato, tendría que marcharme de esa casa, para que él y su amante y entrarán a ocuparla.
Acomodé mi bolso en mis piernas, empecé a buscar en el interior, hasta que di con el objeto que tenía en mente. Encendí mi celular y ¡Oh! curiosidad. No tenía ni una sola llamada de mi madre, ni hermanas. Era de suponerse.
¿Qué importancia era yo en sus vidas? No me dirigían la palabra a menos que necesitarán dinero con urgencia.
Mi padre falleció cuando yo tenía solo ocho años. Era la única hija, por lo tanto pasé mi vida en soledad. Nuestra familia hasta ese momento, era acomodada económicamente, pero tras la muerte de papá. Mi madre y yo quedamos al borde de la quiebra. Las deudas y cuentas se llevaron gran cantidad del dinero que teníamos, dejándonos únicamente con la pequeña fábrica de velas, y un apellido que según mi madre era la puerta a mi destino.
Que gran tontería ¿Verdad? Pues lo único que me trajo ese apellido fueron muchas lagrimas, y vivir en la soledad de una habitación.
«Tú devolverlas el status a los Mariani» Me decía mi madre. Yo no entendía, a esa edad yo solo quería jugar como las otras niñas de mi edad e ir a la escuela. Vivir esa vida que tuve cuando mi papá estaba vivo.
Recuerdo bien que cada tarde una mujer de rostro alargado, cejas marcadas y muy elegante. Venía a casa a enseñarme a comportarme delicadamente. Su ceño fruncido al verme cometer un error y la mirada de decepción de mi madre, me lastimaban. Entonces, en castigo. Mi progenitora metió todas mi muñecas a una caja, incluida aquella de porcelana que fue el último regalo de mi padre. Jamás volví a saber de mis únicos juguetes.
Con el tiempo solo veía desde mi ventana pasar mi infancia hasta volverme una adolescente de doce años. Mi madre… Por supuesto, se casó. El tipo era un señor con dos hijas mayores que yo de su anterior matrimonio. Cuando ellas llegaron pensé que al menos tendría con quien conversar, pero no. Yo solo pasé a ser la invisible.
Con la nueva administración del esposo de mi madre a cargo de la fábrica de velas. Nuestra posición económica bajó incluso más. La señora que me enseñaba el comportamiento de una dama dejó de venir, y por orden de mi padrastro fui a la escuela pública. Debo confesar que ese fue el momento más feliz en los últimos años de mi vida. Ahí conocí a quien hasta hoy era mi mejor amigo. Harry. Su única compañía era mi consuelo para salir de esos días de encierro en mi casa,pero podía tolerarlo. Y digo podía, porque sin saberlo, en casa ya habían decidido mi futuro.
— Señorita llegamos —me anunció el taxista.
Despertando de mis recuerdos, asentí. Pagué y salí encaminándome a la casa donde hasta probablemente hoy era la señora.
— Debo comprar un auto apenas obtenga el divorcio —me dije en mi mente.
— Buenos días señora.
— Buen día saludé al encargado de las rejas—. ¿El abogado ha llegado?
— No señora, aún no ha hecho presencia.
— Comprendo —lo dicho por Edzel fue verdad.
Caminé por el pasaje de rosas que me llevaba a la puerta de la casa, metí mis llaves y entré, siendo saludada por las empleadas que estaban en plena labor.
La mansión era inmensa, por lo tanto el servicio era necesario.
— ¡Qué agradable sorpresa! —Solo escuchar esa voz hizo que mis nervios se pusieran alertas. Después de Edzel. Kyle era el segundo hombre que menos aguantaba.
De piel canela, cabello azabache y alto. Se acercó a mí con las manos en los bolsillos.
— Supe que te graduarte, felicidades —me estiró la mano.
Yo simplemente levanté la mirada y pasé de largo.
— Yo creí que estabas de viaje.
— Lo estaba, pero ya sabes… La princesa me extrañaba, y no podía dejarla mucho tiempo.
Mirandolo de reojo, me preguntaba ¿Cómo diablos era que Iris se había casado con semejante sujeto? Era un vividor que se la pasaba de viaje en viaje con la excusa de "hacer negocios"
— Claro, además vine a darte una calida despedida. Hoy vendrá el abogado y será difícil decirte adiós.
— Calma, podrás saltar de alegría cuando esté fuera de la casa.
— En ese caso esperaré, cuñada.
Era detestable sostener una tranquila conversación con él. Caminé hasta subir las escaleras que llevaban a las distintas habitaciones. Entré a la que me correspondía. Observé mi cama, y sólo me dejé caer sobre ella.
— ¡AH! —grité apretando mi rostro a la almohada.
Sencillamente estaba por volverme loca. Entonces, sintiendo una nariz fría tocar mi pantorrilla, me giré asustada.
— ¡Cerbero! —lo llamé, sentándome en la cama.
De inmediato, mi amigo de cuatro patas se abalanzó sobre mí. Era sorprendente lo rápido que crecían los de su r**a. Hacía solo dos años que lo adopté en un refugio. Recuerdo que ese día lloré hasta el cansancio, porque discutí con mi madre. Ya no quise darle dinero, pero ella me sacó en cara cada cosa que había hecho por mí. Entonces Harry me había contado que los animales solían ser mejor compañía que otra persona, y vaya que lo son. Justo en el momento que tomé a Cerbero en mis manos, una familia adoptaba un gatito. La mujer que cargaba a un bebé, me miró con compasión. Se dice que alguien que ha sufrido tanto, puede reconocer a otro.
Y desde ese día, tengo a Cerbero haciéndome compañía.
— Eres el único que hoy me ha recibido con alegría —comenté—. Cuando me vaya de esta casa, al menos te tendré conmigo.
A pesar de su tamaño, se podía decir que Cerbero se comportaba como un cachorro, por lo tanto adoraba jugar. Claro que sus juguetes favoritos eran mis pobres zapatos, que entre mordidas y enterrados en el patio, mi colección había disminuido.
Con la habitación ancha, corrimos y jugamos un rato. Era agradable saber que alguien te miraba con la admiración que tu deseabas.
Finalimente, debido al cansancio, terminé exhausta sobre mi cama, con Cerbero durmiendo en pie de esta. No sé cuántas horas pasaron, pero los golpes a la puerta y el ladrido de Cerbero a la puerta me despertaron.
— ¿Señora? —me llamaba la ama de llaves.
— Ah…¿sí? —respondí apenas siendo consciente del día y la hora que era.
— Señora Hanna, el abogado acaba de llegar.
Y como si escuchara el nombre del diablo ser pronunciado, me levanté más veloz de lo que pensé.
— ¿Y alguien más llegó? —pregunté aún del otro lado de la puerta.
— No, señora.
— Está bien, gracias. Bajaré a recibirlo ahora mismo.
Me dirigí al baño, ya no tenía tiempo para cambiarme, simplemente me eché agua en el rostro para refrescarme.
— Bien Cerbero, la hora está cada vez más cerca. —dije antes de abrir la puerta y dirigirme a la sala para recibir al abogado—. Andando amigo.
…
Ya eran años que no lo había visto en la casa, así que cuando me vio bajar con Cerbero, retrocedió temeroso.
— ¿Eh…? ¿No muerde? —dijo desconfiado.
— No, solo a los que me causan malestar.
— Ay, pero…
— Ja, ja, ja Descuide, solo bromeaba. Cerbero es muy cariñoso.
— Sí eso es verdad ¿Por qué no deja mirarme como a su presa?
— Es porque no lo conoce, está percibiendo su aroma y trata de reconocerlo, o puede que esté aburrido.
Me acerqué para abrir la puerta que llevaba al jardín. Le encantaba correr junto a los aspersores, y efectivamente. Cerbero salió como una bala.
— Bueno, ahora si me siento más tranquilo. Supongo que sabe el motivo de mi visita.
— Por supuesto, incluso lo tengo anotado en mi agenda desde hace seis años, cuando usted aún no asumía el cargo —en mi expresión hacía notar aún la mirada de aquella chiquilla—. La otra parte llegará en cualquier momento. Por favor siéntase en su casa.
Los minutos pasaron, y el abogado que en principio estaba cómodamente esperando, se le veía tenso ¿Dónde demonios estaba Edzel?
No tenía su número, así que tampoco podía llamarlo. No había otra opción más que esperar a su "Majestad".
En total fueron los cuarenta minutos más largos de mi vida. Cuando la voz del mayordomo avisó su esperada presencia.
— Señora Hanna, el señor Edzel Erardi acaba de llegar.
Me levanté del sofá para verlo entrar como si nada le perturbara. Su semblante de relajado, cuando detrás de esa máscara ocultaba a un hombre frío, era lo que más detestaba.
— ¿Sabías que la puntualidad es sinónimo de responsabilidad? Pero claro, no puedo exigirle naranjas al manzano.
— No voy a discutir contigo. El abogado está aquí, sólo quiero que esto se acabe de una vez.
—Pues es la primera vez que comparto la opinión contigo —respondí.
Nuestras miradas se matuvieron fijas por más de cinco segundos, hasta que la delicada voz de una mujer nos sorprendió.
— ¡Edzel! —con la sonrisa en sus labios, y dando pasos con cuidado. Iris apareció.
Rápidamente me apresuré en acercarme para ayudarla.
— Hermano —dijo jovial, siendo recibida por la única sonrisa sincera que vi en Edzel en lo que yo recordaba.
Iris Erardi, es la hermana melliza menor de Edzel, y la esposa de Kyle. Una mujer dulce y buena en dar consejos, pero no para seguirlos. Dentro de esta casa, es la única que me agrada. Ella era la única que veía a su hermano como un buen hombre. Y bueno, en su caso tal vez yo diría lo mismo. La persona más importante para Edzel es su hermana, sobre todo después de que ella sufriera un accidente, que la obligaba a usar zapatos ortopédicos, evidenciándose en su andar pausado.
— La última vez que te vi fue hace seis meses cuando te visité en Inglaterra, me alegra que ahora estés aquí.
— Lo mismo digo, hermana.
— Bueno, teniendo a ambas partes unidas, podemos dar por inicio a la lectura del testamento —anunció el abogado, sacando el documento.
Este era el momento que tanto esperamos desde que se supo del matrimonio de Edzel conmigo. Una trampa que nos llevó a un odio desmedido.