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No soy tu esposa

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El día que Hanna descubre quien es su verdadero esposo. Queda sorprendida al reconocer al sujeto que en secreto amaba desde hace años, pero ¿Qué ocurrirá cuando se entere que él ama a otra, y este solo le demuestre a ella su desprecio? 

Bajo un engaño, ambos firmaron papeles que los declaraba como esposos. Hanna,  prácticamente obligada por su familia a casarse, piensa que su esposo es un hombre mucho mayor, pero tras la muerte de este, y llegado el día de leerse parte del testamento. Aparece Edzel Erardi, el hijo del hombre fallecido. Un hombre sumamente apuesto; que al enterarse que esta casado con la joven que no deja mirarlo con ojos de amor, la rechaza de inmediato. Pues él ama a otra mujer. Finalmente, entiende que no puede divorciarse hasta dentro de seis años para obtener la herencia. De modo que él acepta el matrimonio, pero no a ella. Dejándola durante todo este tiempo para vivir su amor con la única mujer que tiene su corazón. 

Transcurrido los seis años, llega el momento de volverse a verse las caras. Hanna ya no es una chiquilla que se deja llevar por sus sentimientos, pues el rencor ha reemplazado su amor, y ya no quiere volver a ser lastimada. Edzel ha vuelto dispuesto a firmarle el divorcio. Sin embargo, sus planes cambian al leerse la otra mitad del testamento. Deberá pasar un año en el que se tendrá que verificar que ambos viven bajo el mismo techo, y con esto sólo recibirá la mitad de la herencia. En cambio, si desea obtener el dinero y propiedades en su totalidad, la condición es sólo una. Un hijo.

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No soy tu esposa
Aún lo tengo muy fresco en mi memoria. Hoy con mis veintiún años, me graduaba de la facultad de ciencias empresariales. Sosteniendo mi título universitario en mis manos, sonreí para la foto que me tomaba mi único amigo, pero mis labios cambiaron a uno de asombro, cuando detrás de él apareció Edzel Erardi. El tipo más odioso y detestable que haya conocido en mi vida. Aquel que amé, pero me dejó durante seis largos años, por el que derramé más de una lágrima, pero que por su ambición se negó a dejarme libre. En otras palabras, mi esposo. Y digo amé, porque ahora todo sentimiento romántico murió. Retirando sus gafas de sol, se acercó con pasó firme. Sus ojos azules profundos seguían siendo igual de hipnotizantes que la mañana con el primer canto del pajaro, su cabello perfectamente peinado y acomodado de lado; es tan oscuro como la noche, y esos labios que me robaron un beso cuando aún yo era una jovencita inocente, seguían mostrándose tan varoniles y delgados. Tenía una incipiente barba; lo que indicaba que recién había llegado y no había tenido tiempo de afeitarse, pero eso no le quitaba lo elegante. Es un hombre muy guapo eso no lo negaba. Parándose frente a mí, noté aún más su belleza masculina. De hombros anchos, brazos fuertes, y cuerpo atlético que una camisa y sacó intentaban ocultar, piernas largas y firmes. Maldición, era más alto que yo. Siempre lo fue, pero esto era ridículo, me sacaba poco más de una cabeza de alto, a pesar de que yo estaba usando tacones. Sus ojos azules me vieron de abajo hacia arriba, fue como si me desnudara con la mirada. Lo que causó un escalofrío que me recorrió desde la nuca hasta las piernas. — ¿Qué es lo que quieres? —dije, rompiendo al fin el hielo. Él levantó una ceja, era seguro que no esperaba esa respuesta de mí. — ¿Así es como recibes a tu esposo? —me preguntó serio. — ¿Esposo? —me reí con sarcasmo—. Por supuesto, que descuido de mi parte. Si sabía que llegabas, hubiera mandado a colocar la alfombra roja para su Majestad. — Hanna, estás exagerando. — Bueno, al menos recuerdas mi nombre ¡Qué halago! — Escucha, déjate de tonterías, necesito hablar contigo. Vamos a mi auto. Él se giró pensando que lo seguiría, pero de ninguna manera haría eso. Al no oír mis pasos y no sentir mi cercanía, regresó y me apretó la muñeca, llevándome con él. — ¿Qué crees que haces? No soy de tu propiedad para que me trates de esta manera —le di unos golpes en el hombro, pero él siguió sin escuchar mis reclamos. — ¡Hanna! —exclamó Harry, quien quiso intervenir, pero haciéndole una señal con mi mano, le pedí que me esperara. Edzel no me iba a dejar en paz hasta que habláramos. Dos minutos después, estábamos en su auto. Bastante lujoso según mi propio juicio. Al parecer le había ido bien durante estos años fuera del país. — Y bien ¿Ya vas a hablar? Tengo… a mis amigos esperándome —mentí. — ¿Amigos? —arqueó una ceja. — Tengo muchos amigos, y no es de tu incumbencia. — Bien —parpadeó—. tienes razón, no es de mi importancia. De tu vida personal has lo que quieras, pero…—se detuvo para acercar su rostro—. De mi empresa, no te atrevas a cambiar ni una sola piedra. Ahí estaba esa actitud fría y calculadora, al que solo le importaba el dinero. — No tienes ningún derecho a meterte en mis negocios —lo encaré sin atemorizarme como aquella chiquilla de hace seis años. Si bien era verdad que recién me graduaba. He estado vinculada con la empresa Erardi desde que mi apellido pasó de Mariani a la del tipo con el que me casé. Mientras él se largaba con otra, yo me dediqué a estudiar y esforzarme para convertirme en la mujer que era ahora. Con mi corta edad, ya era respetada en la empresa, y muchos reconocían mi potencial para convertirme en la jefa absoluta. — ¿Tus negocios? —se burló regresando a acomodarse en su asiento— ¿Ah si? Entonces debo suponer que el excedente de las 1000 docenas de tela pedida, fue producto de tu increíble negocio. No tenía la menor idea de cómo, pero él ya estaba enterado de ese error que casi costó el despido de mi personal. — Eso fue un error de digitación —respondí. — Bueno, ese error significa dinero perdido, Hanna. — Pero lo recuperé —me defendí —. El excedente fue vendido como material para otras empresas. No soy una ignorante, tengo más tiempo en este negocio que tú. — ¿Qué yo? Por si no lo recuerdas, he estado a cargo de la sede en Inglaterra —él sacó una revista para restregarmela "Erardi, la moda de Italia a Inglaterra" Conozca a Edzel Erardi, el increíble dueño de la marca más grande en el continente Europeo. El titular me hizo rabiar, pero gracias a las veces que he negociado, aprendí a controlar mi caracter. — Pequeña florecilla… — ¡Hanna! —alcé mi voz—. No te he dado la confianza para que te dirijas a mi persona de ese modo. — De acuerdo señora Erardi —dijo con tranquilidad guardando la revista—. Ahora con esto entenderás que el éxito de que la marca sea ampliamente conocida y consumida, sea gracias a mi trabajo. — ¿Qué es lo que quieres exactamente, Edzel? No voy a felicitarte. — Lo tengo claro, pequeña flo… Hanna. Simplemente he venido a tomar las riendas de lo que me pertenece. — ¿Pertenece? ¿De qué hablas? — Me he enterado que planeas vender el 25% de acciones a un hombre en Francia. — Sí ¿Y eso que tiene que ver? — No, nada de malo. No, si ese tipo fuera el hijo del dueño de la empresa rival. — ¿Qué dices? —abrí los ojos con sorpresa. — Es evidente que te falta aún mayor experiencia. — ¡Tengo suficiente experiencia! ¡Seis años! — A ver tranquilízate. Además ese no es el único asunto por el que vine. Bajando mis manos a mis rodillas, le aparté la mirada. Sabía que este día llegaría tarde o temprano, y aunque siempre me lo recordé, se sentía extraño. — Claro que lo sé, es lo que más esperabas ¿Verdad? — El abogado dará la lectura de lo restante del testamento hoy. Luego de eso obtendrás tu libertad. —Libertad que me negaste hace seis años —le recordé. — Ambos perdimos esa libertad, Hanna. No creas que fuiste la única afectada. Pero ve el lado positivo, firmado el divorcio tendrás la parte que te corresponde de la herencia. — Herencia —me reí—. Siempre te importó solo eso. Él no me respondió, observó su reloj en la muñeca y salió del auto para abrirme la puerta de mi lado. — Eso no era necesario —dije sin mostrar emociones. — Ve a decirle a tu amigo que te irás conmigo. La lectura al testamento será en una hora y el camino desde aquí es largo. — Pues vete. Tú eres el más interezado ¡Oh, es verdad! También está la mujerzuela de Melody ¿Cierto? Lo vi apretar los puños, en un intento de guardar la compostura. — No la metas en esto. Lo que tenga con ella no te concierne, así que cuida tus palabras al dirigirte a Melody. — Yo hablo como se me de la gana, después de todo ella es la amante. — Estás colmando mi paciencia, Hanna. No soy un estúpido que va aguantar tus insolencias. — Pues mira que a mi me encanta hablar con estupidos. Te escucho. Su mandíbula se tensó y sus ojos me miraron con dureza. Decidida a irme, me levanté intentando alejarme de su presencia, más el no se apartó. De hecho se mantuvo firme parado frente a mí, pero cuando intenté empujarlo, él me retuvo de las muñecas con fuerza. Yo levanté la mirada, exigiendo y moviendo mis brazos para que me soltara. Pero hacerlo era como pelear contra un león. Edzel me superaba ampliamente en tamaño y fuerza. — ¡Tonto, estúpido e idiota! —lo insulté, pero él se quedó en silencio—. Maldita sea, suéltame —ordené, mas entre los movimientos que hice y él acercándose, caí de espaldas al asiento con él sobre mí. Su rodilla se metía en medio de mis piernas, mi falda estaba desacomodada lo que dejaba gran parte de mis muslos al descubierto, y sus brazos presionaban a mis costados, impidiendome cualquier escape. ¡Por Dios! Tenía el cuerpo de Edzel sobre mí. — E-Edzel —murmuré con las mejillas rojas de vergüenza—. ¿Qué Diablos? Él acomodó sus brazos, pensé que se levantaría, pero cuando sus ojos hicieron contacto con los míos, me susurró: Hospital… — ¿Hospital? —pregunté confundida, pero rápidamente logré recordarlo. La primera vez que lo vi, él me confesó de esa condición que sufría, no era mortal, pero si debía tener cuidado con su glucosa de lo contrario está era la consecuencia. Un desmayo. — Edzel ¿Hace cuanto llegaste? —le pregunté. — Está… mañana. — ¿Y has comido algo? Moviendo su cabeza, lo negó. Juro que pensé que la desmayada sería yo ¿Cómo se le ocurría andar por ahí sin haber comido? Y peor manejar, pudo haberse accidentado ¡Este tipo era un completo descuidado! Tan irresponsable como lo recordaba. Entonces, como un simple objeto, quedó sin movimiento. Tenía su rostro en mi cuello y todo su peso casi me dejaba sin aire. Cualquiera que nos viera, pensaría de inmediato que éramos una pareja demostrando su afecto desmedido en plena vía pública. Santo Dios, estaba en gran desventaja ¿Cómo salirme? De repente, escuché los pasos de alguien acercarse. — ¡Harry! —logré exclamar. Él se quedó congelado al ver semejante escena incómoda. Acomodando su cabello castaño largo que le llegaba a los hombros, me miraba con asombro. — Por favor, ayúdame —le pedí, estirando mi mano. Mi amigo de inmediato pensó que estaba siendo atacada. Lo observé subirse las mangas de su saco, pero usando mis pocas fuerzas grité: ¡Esta desmayado, hay que llevarlo al hospital! … Quince minutos después, y con la habilidad que tengo al manejar, llegamos al hospital. Harry me ayudó a llevar a Edzel hasta la entrada del hospital, ahí fuimos atendidos. De inmediato expliqué la situación. — ¿Y usted es…? —quiso saber la enfermera. — Soy la esposa. Casi como un resorte, Harry levantó el rostro con los ojos bien abiertos. — De acuerdo señora, le informaré cuando él paciente despierte. — Gracias —respondí. Estando a solas con Harry, él solo hizo señas con sus manos. — Perdona —le dije, sintiéndome culpable. — Hanna… Me dijiste que te habías divorciado. — Lo sé, de verdad lo sé, y lamento habértelo ocultado. Pero no era algo de lo que estuviera orgullosa. — Pero soy tu amigo, creí que confiabas en mí —su mirada de decepción me dolió, y cuando quise acercarme para explicarle, la enfermera volvió. — Su esposo esta despierto, señora. Ahora mismo le estamos administrando una solución que le ayudará a recuperar sus fuerzas. — Gracias —dije—. Harry, hablaremos después. — Lo entiendo, perfectamente Hanna. Cuida de tu marido —me respondió dándome la espalda. Tenía en mi garganta las ganas de decirle que me disculpara por haberle mentido. Pero la insistencia de la enferma hizo que me quedara. — ¿Cómo está? —pregunté sin mucho entusiasmo. — Estará bien, una vez terminada la administración, se podrá ir. — Bien, siendo ese el caso ¿Puedo irme? —realmente él ya no me importaba. Si lo había traído al hospital fue por un acto solidario. Hace mucho que había superado a Edzel Erardi. — ¿Cómo? ¿No piensa entrar a verlo? —me detuvo con su pregunta. Rodee los ojos, en realidad lo último que quería, era relacionarme con ese sujeto ¿Por qué simplemente no recogió una copia del testamento? Pero no, a él le encantaba hacerme la vida miserable. Solo para no ser tomada como una grosera, asentí. Seguí a la enfermera que me llevó donde el susodicho. — Los dejo a solas —dijo la enfermera antes de irse. Con el brazo conectado a un equipo de venoclisis, Edzel se encontraba sentado sobre la silla donde iba recuperando sus fuerzas. Su brazo libre estaba descansando sobre sus ojos sin prestar atención a mi presencia en la habitación. — Acabo de llamar al abogado —comentó. Yo solo desvíe la mirada a la ventana. Me importaba poco lo que él abogado dijera. Solo ansiaba mi libertad. — Le he dicho que habrá un retraso, y lo entendió. Yo solté una fugaz sonrisa sarcástica—. Que beneficioso para ti ¿Acaso temes que altere el testamento a mi conveniencia? — No lo harás —respondió tranquilo, quitando su brazo para verme—. Antes de que pongas un dedo sobre el testamento, te colocaré unas cadenas. — Atrévete y verás cómo te dejo sin poder tener hijos el resto de tu vida. — Ja, ja, ja —soltándose en una carcajada que sería como un tipo de arma de seducción al ser ronca y masculina para las mujeres "busca-chequeras" se burló de mí. — ¿De qué te ríes? Por si no lo sabes fue una amenaza —le advertí—. Tú me pones un dedo encima, y yo te doy con la punta de mi rodilla — Muy bien pequeña florecilla, pero tus rodillas no llegarían a mi entrepierna ni usando todo tu impulso. Enojada por su burla a la diferencia de altura que había entre nosotros, pero más porque seguía usando ese irritante apodo, lo miré fríamente. — ¡Ya te he dicho que no me llames así! Soy Hanna, además por qué utilizas una palabra redundante. Por si no lo sabes "florecilla" ya está en un término diminutivo y el "pequeña" está fuera de lugar. Edzel volvió a romper en carcajadas ¿Qué demonios tenía? ¿Acaso estoy haciendo chistes? Estoy hechando fuego por los poros y él solo se burla. — De acuerdo ¿Estaría bien entonces, señora Erardi? — Solo dime Hanna ¿Quieres? — Pero tu misma fuiste la que dijo ser mi esposa a la enfermera. — ¡Estabas despierto! —lo apunté con el dedo. — Solo estaba débil, por ninguna circunstancia me desmayo. — Eres… —tomé aire para no exaltarme—. Muy bien, no sé de qué me sorprendo. Contigo se puede esperar cualquier cosa. Pero te lo dejo claro, NO SOY TU ESPOSA. Apretando mis manos al mango de mi bolso, le di la espalda para marcharme, pero tan pronto lo hice, senti sus dedos alrededor de mi brazo. — Lo eres, y aunque te niegues hay un papel que así lo declara.

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