Par de corazones rotos

1661 Words
Ella no lo sabía aún, pero esa tarde, sería totalmente diferente a las demás, su monótona rutina estaba a una llamada de cambiar, un milagro estaba punto de azotarle en la cara. El día era lluvioso y frio, tanto que sentía que le descalabraba los huesos con su rudeza. Lydia Adams, caminaba despreocupada con una sombrilla en mano, el agua chocaba contra el capo de esta, sus tacones chapoteaban en el suelo húmedo, estaba absorta al mundo que le rodeaba, otra habilidad suya era, perderse en sus pensamientos. De pronto, escuchó el tintineo de su celular, ese endemoniado aparato. Temía con todo su ser que fuera su jefe pidiéndole un asunto de último minuto, o su madre quejándose de algún detalle con respecto a la fantástica boda de su hermanita que estaba muy próxima a concretarse. –¡¿Dónde está?! –se quejó, mientras se arrodillaba sobre el piso mojado y husmeaba con desesperación en su inmenso bolso de mano, ese maldito artefacto siempre se perdía de su alcance en el momento menos indicado. La sombrilla cayó, no podía sostenerla mientras realizaba ajetreadamente su labor de buscar el origen de ese sonido, comenzó a mojarse. –¡Aquí estás pequeño demonio! –vociferó victoriosa. En su apuro por contestar, no revisó el nombre del contacto que le llamaba. Las opciones eran escasas: su jefe o su madre. –¿Sí, hola? –la femenina voz era desesperada, en ella se reflejaba la angustiosa odisea por contestar. – ¿Lydia Adams? –escuchó una varonil voz convocar su nombre. No, estaba lejos de ser el tono aburrido y regañón de su jefe, definitivamente no era su madre, y tampoco era su estúpido exnovio, las alternativas aminoraban. Estúpidas llamadas del banco, le tenían harta, no quería un préstamo, ni mucho menos una estúpida tarjeta de crédito ¿Por qué su celular no la había bloqueado? Tenía esa estúpida aplicación que omitía llamadas de estafadores y de molestos bancos. –¿Quién habla? –se atrevió a cuestionar. Miró el número, era desconocido, había cambiado de celular de manera reciente y aunque había conservado su mismo número, había perdido sus contactos. Tenía una leve idea del dueño de esa voz, pero a veces, su imaginación era muy desalmada. –Soy Trevor Wolf –confirió la voz. – ¿Cómo me decías? –se cuestionó a sí mismo –ah sí, el amargado de tu clase –explicó dando referencias de él mismo. Siempre había sido muy acertada para poner apodos. –Trevor… –murmuró. Claro que lo recordaba, habían sido compañeros y amigos de clase en la universidad, y más que amargado, era un hombre de pocas palabras, inexpresivo, imperturbable, y ya saben lo que sigue: le gustaba, porque era tan inteligente y amable. Le había ayudado a pasar una materia que parecía imposible, habían salvado juntos varias materias y habían concretado de manera exitosa varios proyectos, pero su amor era lejano e imposible, solo se resguardaba la esperanza de una sutil y profunda amistad. –¿Podemos vernos, ahora? ¿Estás disponible? –preguntó de manera directa. –Claro…–balbuceó. –¿En dónde? –cuestionó él. Elevó la vista un segundo, frente a ella había una repetitiva cafetería, de esas que grandes cadenas restauranteras construían de la noche a la mañana, de esas que eran idénticas a una molesta plaga porque se les encontraba en cada esquina como si resultaran ser edificios de primera necesidad. –Estoy en la avenida Bowery, te espero en el “Starlucks” que está aquí –explicó. –Llego en unos minutos –afirmó. –Te espero entonces –asintió ella. –Gracias –exclamó con una suave voz. Un viento sopló alejando su paraguas de sus pies, corrió detrás de su sombrilla. A pesar de ser una fina lluvia ya se había empapado la cabellera y parte de los hombros, su cuerpo estaba frío, pero sentía caliente la sangre que corría a través de sus venas. ¿Aún le agitaba el pulso? Esto parecía una mala broma. Se acomodó en una mesa cerca del ventanal, le gustaba el café, pero si debía escoger, prefería algo dulce, como un chocolate caliente, justamente eso pidió. Rodeaba la taza entre sus pálidas y frías manos, mientras esperaba nerviosa la presencia de ese hombre. Bebió de su taza, la porcelana le bloqueaba el ángulo visual. –Lydia…–la rodeó una voz. Se atragantó al escuchar su canto y tan veloz como pudo, bajó su bebida. Le urgía toparse con esa añil mirada después de varios años de no contemplarla. –¡Trevor! –exclamó impactada, se puso de pie y la mencionada anteriormente taza estuvo al borde de caer derramada en la mesa. Él le sonrió tibiamente, como si se sintiera tan feliz de verla, al fin un gesto amigable que calentaría su frío y quebrado corazón. –Hola Lydia –susurró con un gesto melancólico. –¡¿Por qué estás herido?! –cuestionó con desespero, mientras intentaba acercarse a él. –¿Te asaltaron? ¿Qué pasó? –estaba sumamente preocupada. Un moretón adornaba su mejilla, su cabello estaba hecho un enredo, tenía el labio roto, la ropa ligeramente rasgada y mal abrochada, aparentaba estar saliendo de una riña o un asalto. Lydia sacó un pañuelo de su bolsa, parte de las trivialidades de ese gran bolso que cargaba es que, siempre guardaba alguna cosa bastante diligente a cualquier emergencia, padecía de alergia severa así que, siempre trataba de andar con medicamentos y servilletas. –Tuve una pelea –contestó, no sonaba muy orgulloso de esa confesión. –Tranquila… –susurró con una serena voz, mientras la observaba acercar el pañuelo a su rostro para ayudarle con los raspones, él cerró los ojos un segundo, ella siempre era como un respiro de aire fresco después de contener por mucho tiempo el aliento. –¿Qué pasó? –se atrevió a cuestionar. –Te escucho…– entendió que eso buscaba, alguien que oyera sus lamentaciones y por la expresión de su rostro, sabía de antemano que había una mujer tras ese combate. –Mi novia me engañó –afirmó. Lydia dio un respingo, tenía años de no verlo, había olvidado lo directo y sincero que era. –Con mi mejor amigo –tragó duro, era obvio que esa plática lo estaba torturando. Se tapó la cara con las manos. –Me lo llevan ocultando desde hace mucho…–expresó el hombre. Ella estaba pasmada ante su historia. –Soy adicto al trabajo y nunca llego temprano a casa, pero hoy fue la excepción, hay algunos problemas en el trabajo y hoy salí antes, llegué cansado, mi único consuelo era ver la sonrisa de Maddison al llegar –su voz comenzaba a quebrarse. –Entonces pasó…–apretó la mandíbula, la “manzana de Adán” en su garganta temblaba ante la explicación de su infortunada historia. –Los encontré en nuestra cama, al parecer, la compartíamos los tres y yo no lo sabía…–su apuesto rostro se desfiguró. –Me entró la rabia y me abalancé sobre él, algo se apropió de mi cuerpo, estaba fuera de mis cabales, lo golpeé, él apenas y podía defenderse de mi ataque porque obviamente los había tomado en total sorpresa –no sonaba para nada orgulloso de lo que estaba contando. –Y Maddison solo gritaba: ¡Suéltalo, Trevor! Mientras lloraba. Entonces lo entendí… yo le importaba un carajo, le importaba una mierda como me estaba sintiendo, yo era el villano en este estúpido drama –bajo las manos que ocultaban su rostro ligeras lágrimas se deslizaron. –Solté a ese malnacido y traidor hombre, y salí de ahí. Hubiera dado mi alma al diablo porque me siguiera… ¿Crees que corrió detrás de mí? No lo hizo. Lo ama, enserio lo ama, por sobre mí –sus ojos azules eran cristalinos, su alma estaba destrozada. –Lydia, he estado en una falsa relación y no sé desde hace cuánto tiempo ha sido así…–afirmó, sus labios tiritaban. –Trevor…–susurró con el tono más dulce que encontró. Repentinamente ese angustiado caballero sacó un objeto brillante del bolsillo de su pantalón y lo asentó con brusquedad sobre la mesa, como si lo odiara con toda su alma. –Este fin de semana planeaba pedirle matrimonio…–confesó con un gesto sombrío. Estaba sangrando, y no exactamente de sus heridas expuestas en su cuerpo, su alma, su interior se vaciaba. La amaba lo suficiente para sellar su vida con esa mujer. Lydia sintió tristeza por él. –Le perdonaría cualquier cosa…–se revolvió su cabello castaño claro, su cabello era tono miel. Ella lo sujetó deprisa de las manos, sus grandes y masculinas manos, él pareció sorprenderse a ese contacto, ella le sonrió con tibieza. –Tus manos están tibias…–le aseguró él. –Y las tuyas necesitan calentarse –asintió ella. –Gracias Lydia, sino me hubieras contestado justo ahora estaría borracho en algún bar de mala muerte –afirmó, se veía un poco más tranquilo. –¿Dónde pasarás la noche? –cuestionó, porque entendió que no deseaba regresar a su departamento. –No lo sé, quizás en un hotel, o en mi auto –se encogió de hombros, eso le tenía sin cuidado en esos momentos. –Si quieres… puedes quedarte en mi departamento –sugirió ella con suavidad. –¿Y tú novio? ¿no se enojará? –cuestionó un poco intrigado. Echó un bufido. –Se hartó de mí, también me engañó y me dejó, pero eso fue hace cuatro meses atrás – hizo un mohín. –Aunque yo no iba a pedirle matrimonio –Trevor sonrió ante ese comentario irónico. – Siempre lo has sabido Trevor, soy un fracaso en el amor –Se encogió de hombros. Tener el corazón roto, como dije antes, era parte de sus trivialidades. –Entonces, la idea suena bien –sonrió levemente.
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