Llegaron al mediano y ordenado departamento, tenía un acomodado trabajo, pero vivía sola y no pasaba mucho tiempo en casa así que, se limitaba a un departamento de tamaño moderado. Le dio un recorrido por el lugar.
–Tu sofá luce cómodo –exclamó con ironía porque sabía que ahí pasaría la noche.
–Es transformable –afirmó con la cabeza y lo desplegó.
–Justo lo que andaba buscando hoy para dormir –afirmó con la cabeza, mientras emitía una pequeña sonrisa.
–Ponte cómodo, vuelvo en un segundo –Lydia se metió al cuarto de baño.
Trevor se sentó en el sofá. Su cabeza estaba agitada, aún estaba asimilando la situación. Estaba posicionado en un mueble transformable en vez de pasar la noche en su casa, con su novia. Todo estaba transitando de manera tan repentina y abrupta.
Vio a esa menuda chica de cabello castaño liso acercarse a él con una caja entre sus manos.
–Habrá que curar esas heridas…–sonrió tibiamente mientras ponía un pequeño botiquín en su regazo y lo abría con sutileza, observaba con la mirada que había en esa cajita que pudiera ayudarle, no era experta en primeros auxilios, pero definitivamente sabía lo básico.
–No tengo nada grave –afirmó él, al notar que rompía la distancia entre ellos.
Ella negó con la cabeza de manera suave y sonriente.
–Creo que por la euforia no te has percatado, pero tu camisa tiene una mancha de sangre justo en el costado –lo señaló.
–Maldición, es verdad –afirmó mientras se observaba esa zona mencionada.
Ella ya se había dado a la tarea de recorrer ese furtivo cuerpo.
–Quítate la camisa –Lydia, era una chica directa y torpe, a veces, no media su falta de tacto. –Es decir, es necesario curar esas heridas…–echó una risita.
Trevor se exaltó un poco por la manera tan inmediata en la que hizo esa petición; sin embargo, solo obedeció. Se terminó de deshacer el nudo de la corbata mal ajustada y con cierta brusquedad comenzó a desabrocharse la camisa blanca de manga larga, se despojó de ella. Lydia contempló ese masculino torso, intentó disipar los pensamientos de sus bajas pasiones y se enfocó mejor en los moretones y rasguños que cubrían su torso, lo curó con cuidado y amabilidad.
–Auch –se quejó él, al sentir el ardor del alcohol en una herida que tenía en la cara. El rostro es una zona más sensible al ardor, debido a que es un área con más terminaciones nerviosas.
–Vamos, no seas llorón –le regañó con burla.
La tenía justo frente a él, tenía tanto tiempo de no visualizarla, había olvidado las pecas que emergían en su rostro de manera sutil y encantadora, esas leves sombras cubrían su nariz y atravesaban a través de sus pronunciados pómulos. Recordaba que ella tenía una obsesión con esas “manchas”. Blasfemaba odiarlas y siempre las ocultaba bajo increíbles maniobras de maquillaje, a él siempre le habían parecido un detalle muy encantador, no entendía porque las maldecía tanto, si solo resaltaban de manera delicada su encantadora belleza.
–Ya no te maquillas las pecas…–afirmó con un tono suave, porque la distancia era lo suficientemente estrecha para que ella le escuchara sin la necesidad de elevar mucho el tono de su varonil voz.
Lydia echó un pequeño saltillo ante esa afirmación, alguien le había hecho amar sus pecas en el pasado, a veces, no recordaba quien había sido, pero ahora, lo tenía claro, era él; Trevor siempre le afirmaba que eran lindas y ella entonces un día, dejó de ensañarse tanto en la tarea de ocultarlas bajo montones de costosos polvos.
–A veces lo hago, cuando tengo esas tontas juntas con la mesa directiva…–exclamó un poco nerviosa.
–Nunca hubo necesidad de ocultarlas…–le sonrió con suavidad. Un segundo después, el robusto hombre echó una risita.
–¿Qué es tan gracioso? –rezongo con un mohín.
Ahora recordaba que, él siempre se burlaba de ella en clase cuando hacía una pregunta estúpida al profesor por no haber puesto atención a la asignatura. Ella siempre era el hazmerreír de su generación, pero había dejado de importarle, porque cuando conoció a Trevor Wolf, ella descubrió que debajo de ese rostro serio y reservado se escondía una encantadora sonrisa, y ella, con sus banalidades y estupideces tenía la receta exacta para hacer emerger de las sombras ese gesto curvo en sus labios.
–¿Aún te sonrojas, Lydia? –le cuestionó con ligero tono de mofa.
¿Aún lo hacía? ¿Aún aparecía ese tono carmesí en sus mejillas? Tenía años de no verlo. ¿Qué estaba pasando en sus emociones?
–No sé de qué hablas –exclamó poniéndose de pie de manera nerviosa. –Ya estás –añadió intentando salir de ahí.
Él la sujetó de la muñeca y ella tragó duro ante esa profunda mirada azul que amenazaba con hundirla bajo el mar de su belleza.
–Gracias.
–No hay de qué –se acaloró.
Se fue acostar su habitación y apagó las luces quedándose totalmente a penumbras, entonces, miró hacia su ventana, a lo lejos y a través de ella, se alzaban edificios similares al que habitaba, se perdió un largo momento en esa quietud. Se había acostumbrado a estar sola porque todas sus relaciones amorosas se tornaban al fracaso, pasaba más tiempo sola que acompañada, la cantidad de patanes con los que se topaba eran, una infinidad. Había tenido mil y uno más “cierre de ciclos”, se había cortado el cabello al menos diez veces, había entrado al gym, a clases de salsa e incluso había intentando aprender a tejer, la desesperada idea de no tener que lidiar con su soledad era abrumadora, no le gustaba sentirse así, pero estaba harta de iniciar una relación que iría directo al fracaso, un amorío en donde no la tomarían enserio por su personalidad espontánea y juguetona, donde no se sentiría especial, ni donde fuera valorada como mujer, trataba ya de no ser tan enamoradiza, ni dejarse llevar por palabras bonitas, y justo ahora que había puesto en práctica esta nueva fórmula y que parecía estar dando resultado, se asomaba su amigo del que se había enamorada en la universidad.
Echó un quejido de lamentación y procedió a arrebujarse entre sus sábanas. Odiaba ver como todos sus avances se iban directo a la borda. Le gustaba sentirse acompañada y más amaba que fuera Trevor Wolf, porque él era el único hombre que no la había lastimado –Al menos por voluntad propia – porque la única vez que la destrozó fue cuando le dijo que se había emparejado con Maddison White. No la odiaba, pero si debía opinar sobre su relación, consideraba que ella misma era más apropiada para él, pero ese solo era su corazón hablando. Nunca se atrevió a decirle cómo se sentía, se graduaron y perdieron contacto, sabía de antemano que no le agradaba a Maddison, y Lydia supo que era cuestión de tiempo para que esa mujer lo alejara en su totalidad de ella.