Un olor la despertó, su nariz se agitó conmocionada ante ese aroma tan particular. Abrió los ojos con dificultad. Su alarma había sonado y ella no se había inmutado. Al dormir, Lydia Adams era más dura que una roca, había rodado tanto tiempo sobre su cama que había logrado conciliar el sueño muy tarde, por esa razón, le había costado tanta dificultad abrir los ojos ante un nuevo día.
“¿Qué huele así?” se cuestionó mientras intentaba conectar sus neuronas. ¿Al fin su edificio se estaba incendiando? Miró su celular.
–Maldición, ve la hora –chilló y forzó a sus despistadas neuronas a despabilar de una maldita vez o su jefe la mataría si llegaba tarde.
Se levantó a increíble velocidad, ella ya era experta en arreglarse en cuestión de minutos. No era nada fuera de otro mundo que Lydia tuviera problemas para reincorporarse a su realidad por la profundidad de su sueño.
–Buenos días –exclamó Trevor viéndola atravesar con desesperación la cocina.
–Trevor, buenos días –le sonrió con amabilidad.
–Espero que no te moleste, usé tu cocina y algunos ingredientes de tu despensa –exclamó y ella negó con la cabeza.
¡Qué sorpresa tan maravillosa! Qué hermoso ejemplar masculino se había topado tan temprano. Había olvidado por un breve instante tan intrépida y espontánea compañía que se había concretado una noche antes.
En la mañana, Trevor Wolf estaba en su punto culminen de atractivo. No, blasfemias, él no perdía semejante galanura ni por un instante.
Se veía mejor que el día anterior, definitivamente lucía mucho mejor. Tenía una camisa azul grisáceo de manga larga y una corbata negra con unos pantalones de vestir que se ajustaban de manera increíble a su cuerpo. Bueno, ella era una mujer muy enamorada de la anatomía humana de los hombres, sabía apreciar a uno cuando era atractivo, y no perdía la oportunidad de deleitarse si un perfecto espécimen varonil se atravesaba en su atolondrada mirada.
–Pensé que no tenías ropa –exclamó al cruzar la cocina y abrir con fuerza el refrigerador.
–Siempre dejo un traje en mi auto. Una vez tuve un accidente con un café a unos minutos de una junta importante, aprendí la lección –afirmó bebiendo de una taza.
–Siempre has sido precavido –exclamó sujetando un yogurt embotellado, mientras jalaba con desespero una rebanada de pan tostado.
–Te hice el desayuno, ven aquí –le sonrió incitándola a sentarse.
–¿Enserio? –exclamó sorprendida. Él afirmó con la cabeza. Ella sintió que no debía perder ese maravilloso gesto de amabilidad. ¿Cuándo había sido la última vez que alguien le preparaba el desayuno? No quería pensar algo tan banal. Soltó el envase lácteo y tiró el pan tostado en alguna parte. Se sentó velozmente en el comedor, porque él se había tomado la molestia de servirle su plato.
–¿Ibas a desayunar solamente un yogurt? –le cuestionó antes de verla dar un inmenso bocado a su omelet. Lydia parecía disfrutar mucho ese delicioso guiso con hierbas frescas, jamón y queso bajo en grasa.
Se encogió de hombros y asintió con la cabeza mientras mascaba el enorme cacho de comida que se había metido a las fauces.
–Por eso has adelgazado tanto…–añadió y sintió que él la recorrió con la mirada. Lydia tosió y de prisa tomó de su café o moriría atragantada.
–Es por el gym –afirmó nerviosa mientras se daba de topes en el pecho para hacer transitar su comida atorada.
–¿Vas al gimnasio? No recordaba que te gustara hacer ejercicio…–alzó la ceja y puso una mano en el mentón.
–No me gustaba, pero mi último exnovio se quejaba de mis gordos muslos. Me dejó por una chica más esbelta –se atrevió a confesar, mientras se metía otro bocado a la boca, ese omelet estaba muy bueno, no lograba discernir que le gustaba más, el exquisito platillo o la compañía de esos tibios y amables ojos azules. –Tenía la esperanza de que volvería, pero no pasó, iba enserio con su nuevo romance–tragó con dureza su bolo alimenticio, su rostro se oscureció un poco. Había cambiado algo en ella misma que no le molestaba solo para obtener la aceptación de alguien que no la merecía.
–¿Y le hiciste caso a ese idiota? ¡Ja! –hecho una burla al aire –Qué suerte que no regresó. Es un imbécil. Espero no topármelo jamás porque le diría algunas cosas. Eres fantástica, no hay ningún detalle que modificarte –le sonrió con dulzura.
¿Se lo decía porque ella había sido amable con él al haberlo dejado pasar la noche ahí? O ¿enserio lo pensaba? Se quedó con lo último.
No recordaba un solo novio que no le criticara su físico: sus muslos; que no criticara sus modales: esa voraz desesperación al comer; su intelecto: esa confusión con las sílabas por su dislexia leve; su forma de vestir: esa maldita obsesión por los colores agudos y vivaces, y las formas extravagantes; sus gustos: esa manía por las películas románticas y las novelas coreanas; su naturaleza en sí: esa característica torpeza y efusividad al gritar, cuando se topaba con algo que le encantaba. Con el paso de cada uno de ellos, cambiaba más y más, cada uno de esos detalles en sí misma, preparándose, teniendo la esperanza de que el siguiente chico no la dejaría por el mismo molesto error, pero solo se entristecía al darse cuenta de que le notaban nuevas equivocaciones, infinidad, no se acababan nunca. Estaba harta, se había perdido así misma, su esencia y su entidad por caber en un molde, cuando ella tenía otra forma. Estando sola no era criticada ni juzgada, pero también le pesaba y abrumaba.
–Gracias Trevor, siempre has sido muy dulce…–le afirmó a los ojos. –El desayuno estuvo exquisito –aduló. –Tengo que irme o mi jefe enloquecerá –aclaró poniéndose de pie a tremenda velocidad. Sujetó su inmenso bolso.
–Lydia –susurró él. Ella se detuvo en seco ante el llamado de ese gladiador. –Date la vuelta…–le pidió con un tono tan encantador que fue hipnotizante. Ella solo obedeció y cerró los ojos. Sintió su tibio aliento con aroma a café revolver levemente su cabello, su hálito quedaba a la altura de su cabeza, incluso con tacones él era más alto que ella. Percibió la rudeza de sus manos aproximarse al cierre de su vestido, tragó duro, pero no se opuso, su corazón echó una tremenda carrera, el cierre se deslizó con suavidad, sus sentidos se pusieron alerta, a su disposición. –Ya está –afirmó. –Estaba un poco abierto –aclaró.
–Ah, oh sí, gracias –se puso nerviosa y frunció los labios. Odiaba su romántica imaginación y también, su parte lasciva.
–Lydia –le llamó. –¿Me puedo quedar otra noche? –le cuestionó Trevor mientras la sujetaba levemente de la cintura. Lydia sintió su espalda pegarse un poco a su fornido pecho, que deslumbrante sensación.
Solo asintió con la cabeza y salió del departamento apurada o se daría la vuelta y le plantaría un beso contra su voluntad.