Necesito ver esa mirada viperina. Esas palabras son las primeras que vienen a mi cabeza, todo está confuso, y siento como si una aplanadora me ha pasado por encima. No una, ni dos. Mil veces. Me remuevo, intento abrir los ojos, pero me pesan demasiado. Lo último que recuerdo es estar sobre lirio, el relámpago, la sensación de caer y luego nada. Intento de nuevo abrir los ojos, y esta vez lo consigo. Estoy en una habitación de hospital y la luz se filtra por la ventana. Miro mi brazo y tengo una vía, un dispositivo en mi dedo que mide mis pulsaciones. La puerta se abre, y veo a Alessandro entrar llevando un vaso con lo que supongo en café. Cuando mira hacia la cama, nuestros ojos se encuentran y veo el momento en que su gesto se suaviza. —¿Cuánto llevo aquí? — es lo primero que digo