Capítulo 3: Cara a Cara dos Insolentes

3294 Words
Fausto Tengo que lograr levantarme. «¡Vamos, pies mamones, arriba!», fingir alegría en mi cerebro no funciona. No consigo mucha coordinación, intento con el pie izquierdo primero y lo planto en el suelo. La habitación da vueltas, la poca luz que entra por la persiana ataca mis ojos y los cierro. Se supone que tu primer día de trabajo empieces con el pie derecho y para no cambiar mi mierda de vida empiezo con el zurdo. En eso dan un portazo, mierda, el ogro me tragará antes de lograr ponerme en pie. Sus pasos truenan en mi oído y me tapo las orejas. Eso es lo malo de tener casa de madera, se siente todo. Mi día será espantoso, anoche no pensé en las consecuencias. El ogro revienta la puerta, tal vez, los goznes están por el suelo y entreabro mis ojos con la mano de visera. Enseguida unos ojos rabiosos me penetran. En otro momento me hubiera reído, incluso, un comentario irónico iría acorde a mi personalidad. Pero en mi estado actual no es favorable. Me intento levantar, mis manos tiemblan con el esfuerzo y me recuesto de los codos. Mi tío resopla como un toro, sus arrugas alrededor de sus ojos me saludan y su postura es amenazante. —¡Puñeta, Fausto Dionisio, nunca esperé menos de ti! Sus palabras me traspasan mi oxidado corazón. No es que esperara que me abrazara, solo que sus palabras están cargadas de decepción. Nunca en mi vida he sido niño mimado y menos recibido elogio por mis padres. En serio, vuelves a este momento Fausto, tu madre no tenía tiempo para nimiedades y lo has repasado miles de veces en tu cabezota. Así que corta el rollo de niño triste y acepta que has decepcionado a tu tío Demetrio. Él es la única persona que ha dado por ti, aunque sea poco ha apostado por tu deprimente culo. Quizás sea porque la culpa de ver a su hermano impedido lo atormenta. —Al menos tu decepción no fue dolorosa —murmuré sin pensar. «Demonios, porque hablé», me arrepentí. Los ojos marrones de mi tío se humedecen y se gira en el umbral. La tensión se desborda por la habitación. Logré sentarme, ambos pies en el suelo y reuní fuerzas para levantarme. Fue en vano lo único que logré fue caerme encima de mi lámpara de noche. Mi tío rápido llega hacia mí, como todo un gato veloz y me sostiene. Estoy cabizbajo, mis manos puestas en la mesita de noche y la lámpara en el suelo. —¿Estás estable? —asiento y me suelta. —Lamento… —titubeo—. Lamento todo, empezando por mi mierda… —me interrumpe su voz gruesa. —Una ducha ayudará, ¿excusas para qué? —silencio incómodo—. Espero que estés a las ocho en la finca Arken y si no llegas olvídate que existo. Cuando estés hundido como en estos momentos no me pidas ayuda. Se marcha dejándome solo una vez más y con mi conciencia llena de basura. Me enderezo, me tambaleo, pero ignoro la habitación dando vueltas y me encamino al baño. Llegué apenas a casa, no he dormido, la borrachera está presente y ni siquiera sé cómo pude conducir. No fallaré, mi orgullo lastimado y mi culo se niegan. Entro a la ducha con mis pantalones puestos y el agua fría ayuda a despejar mi nebulosa. Ese trabajo será mío, necesito pagar esa deuda de apuesta y continuar con mi estúpida vida. Mi tío arriesga su palabra en su trabajo, abogando por su conflictivo sobrino en la finca. He escuchado que la dueña es una bruja, pero buenota y podrida en dinero. No acepta problemas y por mi tío me contrató. Desde que nací he amado el campo, ensuciarme en las tierras y los caballos los llevo en la sangre. Sin embargo, mi padre borracho arruinó todo y me llevó de por medio. Entrar en esa finca es recordar todo lo que pudo haber sido mi futuro. No puedo culpar a nadie de mis desgracias y en parte fui débil. Necesito cambiar, darle un giro a esta vida de porquería. Saldar, enfocarme y el modelaje me ayudará a conseguir mi sueño y esta vez no importa el método. Quiero tener mi pedazo de tierra, dedicarme en cuerpo y alma a los caballos. He llegado a la finca Arken, me bajo de mi tronca una camioneta “Ford” en buen estado y coloco mi deteriorado sombrero en mi cabeza. Llegué a tiempo, estoy a tan solo cinco minutos antes de la hora indicada. Tengo un dolor de cabeza descomunal, evidencia de la amanecida y por estar metido de cabeza entre medio de las piernas de aquella rubia. Me pasé de tragos y de vodka. Estoy frente del portón de esta inmensa finca, es imponente de color blanco y de dos pisos. Está llena de verdor, respirar el campo es magnífico y en eso se acerca un Mercedes Benz n***o. Se abre el portón, me parece perfecto y me ahorro tener que llamar por ese intercomunicador. Por la maldita jaqueca olvidé mi celular, no podía llamar a mi tío y tenía que llegar a tiempo. El bonito auto sale y se detiene frente de mí. La ventanilla entintada se desliza y me encuentro cara a cara con la bruja hechizante. Tiene puestas unas gafas enormes, las cuales me vendrían bien en este momento con este sol cegador y desliza sus gafas dejándome embrujado con esos ojos. —¿Qué haces merodeando mi finca? —me hace aterrizar con esa voz altiva y mirada de superior. Le hace honor a su apodo, tanta belleza y desperdiciada, con tanta amargura y frialdad. —No tengo ánimos de merodear, perdería mi tiempo en otros asuntos mejores —me ajusté la hebilla de la correa—. Por ejemplo: con una potra. Me recuesto de mi tronca cruzando mis brazos en mi pecho y sostengo su mirada azulada con toques verdosos. —¿Qué has dicho? —finge sordera. Mujeres, ella escuchó perfecto y quiere confirmar. —Trabajar, cuidar potras, es una finca —con la mano indiqué el área—. Obviamente, hay caballos —alza sus cejas y mira su delicado reloj. —¿Eres el sobrino de Demetrio? No es bruta, bingo por la potra. El sol moliendo mis ojos. —Él mismo en persona —me quito el sombrero y me inclino ante ella. —No tengo tiempo para estúpidas presentaciones, adelante y procura aparecer lo menos posible en mi camino —subió sus gafas con sus dedos finolis hacia arriba—. Eres un insolente. Se marcha acelerando y echando humo por la boca. Semejante potra necesita que la pongan mansita. Al menos no me echó de la finca. Decido no tentar al destino y me subo a mi camioneta. Espero que mi tío esté de mejor ánimo y desaparezca este dolor de cabeza. Kendra Estoy de pie frente al espejo dando los últimos toques a mi maquillaje y me coloco el lápiz labial en tono rojo. El cabello cae sobre los hombros, me encanta el traje con los hombros al descubierto de color blanco y ceñido a mi figura. Tocan a la puerta, dos leves toques y entra sin invitación Sol, no es que le haga falta y con su esbelta figura camina segura hacia mí. Nuestras miradas se encuentran por el espejo y me evalúa con sus ojos oscuros. Sus ojos a la par que su cabello corto hasta la mandíbula y con ondas. Está con un elegante vestido de color gris acampanado, lista para ir a encargarse de la boutique. En muchas ocasiones le he propuesto que esté conmigo en la oficina, no tiene por qué estar siempre en la tienda, pero se niega. Ella camina hacia la cómoda, se detiene frente al marco de nosotras tres con papá y acaricia el cristal. Mis ojos se nublan, me opongo a llorar, esta herida, jamás sanará y el silencio confirma lo mucho que ambas lo extrañamos. —Camillia se quedó en el Penthouse, está bien. Rompí el silencio y me volteo hacia ella. Sol aplaude con una sonrisa hipócrita. —Es bueno saber que mi hija está viva, cada vez sigue tus pasos —se alisó el traje y levantó una ceja—. Siéntete orgullosa, Kendra. Se aleja y se sienta en la cama. Vamos con lo mismo, al menos sus ojos me indican que no está brava como quiere darme a entender y sonrío de oreja a oreja. —Lo estoy, siempre he estado orgullosa de ella. ¿Por qué no estarlo? —camino hacia mi cuarto de armario y ojeo entre mis carteras. —Cierto, la mala en esta escena soy yo —se escucha su tono de sarcasmo y localizo un bolso de color blanco y n***o “Guess”, ideal para mi atuendo. —Nunca de mis labios han salido esas espantosas palabras, Sol de mi vida. Salgo con el bolso, agarro el otro y me acomodo al lado de Sol en la cama. Empiezo a intercambiar las cosas al bolso “Guess”, Sol agarra un lápiz labial de color violeta entre mis cosas y lo admira. —No había visto este color, es llamativo y mate —sostiene el espejo de la polvera y se aplica. Somos siempre de esta manera, un día discutimos, al siguiente sarcasmo y al poco tiempo hablamos normal. Es una relación extraña del odio al amor y nos aceptamos con todos nuestros demonios. —¡Te queda fenomenal! —pone boca de pato y se limpia el borde de los labios—. Volviendo al tema, dejemos que Camil aprenda sola, experimente y meta la pata. —Sabes que odio, pero odio pedir disculpas. Lamento haber dicho que no eres su madre… —No importa… —con su mirada severa alza su mano y me detiene. La dejé continuar y mantengo silencio. —Entre tú y yo sabemos que si no hubiera sido por papá Anselmo mi decisión era abortar, sin ustedes jamás hubiera continuado. La cosa es que amaba a ese hombre, solo quería que me correspondiera y si perder al feto era su condición lo aceptaba. Esa noche le propuse hacerlo y, en cambio, tenerlo a él y se sonrió en mi cara —se le quiebra la voz y cierra sus ojos fuertes. Somos iguales, odiamos sentirnos débiles frente a las personas y carraspea. Toma fuerzas y continúa. —Al tenerla en mis brazos intenté cuidarla, pero era idéntica a él —abrió sus ojos oscuros, húmedos—. No podía soportar, verla y amarla. Mi madre murió cuando nací y sobreviví. ¿Por qué ella no lo haría? —su voz es furiosa—. Camillia los tenía a ustedes y me aparté. Su parecido con él me afectaba y al crecer aumentó su similitud. En todo me recordaba a ese desgraciado. No puedo evitar esto que siento —dio un puño en su palma de la mano—. Al estar con ella siento rabia y mucha, incluso, odio verla. No he tenido el privilegio de ser madre, de sentir un cuerpecito en mi vientre y amo con locura a Camillia. No puedo imaginarme odiando a una niña, no quiero juzgarla, pero tampoco lo acepto. Sin darme cuenta me toqué mi plano vientre y vi la rabia en ebullición de Sol. Se levanta con sus manos en puños y me mira con ojos rojos envueltos en furia. —No soporto que me mires así, siempre me reprochas esto —su dedo índice me señala—. ¿No puedes entender a tu amiga? Sostengo mi bolso, me levanto y desconecto el celular que estaba en la mesita de noche. Camino hacia ella, enfrento esos ojos oscuros y respiro profundo. —Jamás entenderé, ni me pidas que lo haga porque amo a esa niña. No puedo odiarla, ni tan siquiera imaginarlo —puse la mano en mi pecho—. Desde que nació me dio tanto. ¿Crees que estaría feliz con tu odio? —me detuve esperando el enfrentamiento por su parte y silenció—. Entiendo lo que es perder a una madre por unos cuantos pesos. Hablar de mi madre me hace rabiar, veo la hora en la pantalla del celular son las 7:50 am y paso de largo dejándola sumida en sus pensamientos. Al llegar a la puerta sus palabras me detienen. —No puedo evitar estos sentimientos, me preocupo por ella y no quiero que arruine su vida. Es una contradicción, cuando la veo no la soporto y quiero lastimarla. Estoy mal lo sé, pero la vida se ha encargado de ayudarme en el proceso. Pensaba que me entenderías… —No pidas lo imposible —la interrumpo porque no puedo seguir escuchando que debo entender su odio. Me giro y nos miramos la una a la otra. Sol se acerca rabiosa y estamos al mismo nivel. Somos de la misma estatura, incluso, en tacones solo le paso por un pelito. —Siempre te he apoyado, estuve cuando se fue tu mamá, Os, papá Anselmo y no puedes entender a tu hermana —con su dedo índice en mi pecho hace presión. —Por eso mismo no entiendo como me pides que entienda que una madre odie a su hija. ¿No sé qué es peor? —me quedo callada y estoy perdiendo la paciencia. —¡Vamos, suéltalo! —con su mano me incita a continuar y con su típico movimiento de auténtica perra taconea el suelo. Ella es imposible, no soporto más y termino de hablar. —¿Tener una madre que te desprecia por el simple hecho de ser idéntica a su padre o que tu madre te abandone por dinero? —Sol da un paso atrás y veo sus ojos húmedos. Hablar de esa mujerzuela me crispa, estoy histérica y debo cortar esta plática. Odio que peleemos, abro la puerta y siento la tensión en el cuarto. —No tengo ni la más mínima idea —me alcanza, me sonríe y me acaricia un mechón de cabello. —¿Almorzamos en “Borin China” las tres juntas? —tengo la certeza al ver su rostro que seguiremos en desacuerdo, pero siempre la tendré a mi lado. Sol asintió y sonreí—. Espero que te hayas desahogado por el día de hoy —con el dedo índice negué—. No quiero más drama en frente de Camillia. Ambas sonreímos como dementes y salimos juntas por el pasillo. En la mesa del pasillo se encuentra su bolso, lo coloca en su hombro y bajamos calmadas. Nadie entenderá nuestra mierda, estamos acostumbradas a discutir y de la nada sonreír como niñas. La vida nos unió y no hay de otra que soportarnos. —Te veo en el restaurante, voy a tomar zumo de limón. —Te pondrás más ácida, pobres empleadas las compadezco —bromeé. Me lanzó una guiñada, se marchó por el pasillo y caminé hacia fuera. Me recibió el hermoso cielo y aspiré el aire. Esta finca es preciosa, toda de blanco imponente y con su estilo antiguo presente. En el jardín me encuentro a Paquita cuidando unas rosas, me sonrió con el alma y bajo las interminables escaleras. —¡Mi niña que tengas un bonito día! —me lanza un beso y me llena de paz, está vieja. —¿Cuántas veces te tengo que decir que los besos se dan? Niego con la cabeza, me acerco hasta el jardín y ella se ajusta el enorme sombrero que la protege del sol. —Estás tan preciosa e impecable, no quiero ensuciarte mi niña. Ella sabe que no me iré sin su beso y se acerca para que no tenga que entrar a la grama. Me da mi beso y se aleja para no ensuciarme. —Paquita, un beso tuyo, no se puede pasar por alto —su sonrisa me relaja y me dirigí hacia mi Mercedes Benz. Enciendo el carro, envío un mensaje a Peter, quedamos en desayunar juntos y ponernos al día en todo. Saliendo, espero que estés en “IHop” tengo mucho apetito. (Su respuesta llegó de inmediato). ¡Hola tú, buenos días!!!! (Está escribiendo más y espero). Voy de camino, chao (Me coloco el cinturón y escribo de vuelta). Ok Estoy manejando por el largo camino de la finca, en eso veo una camioneta detenida en el portón. Hay un hombre alto con pinta de vaquero al frente. Oprimo el botón de salida y me detengo al frente del extraño. No entiendo por qué la curiosidad en mí y sin darle vueltas a mi mente estoy bajando la ventanilla. En posición de perra, deslizo mis grandes gafas y las dejo abajo de mi nariz. Lo miro con aire de grandeza y sus ojos de color azul complementando el cielo detrás. —¿Qué haces merodeando mi finca? —pregunto arrogante y el vaquero rudo cae en tiempo. —No tengo ánimos de merodear, perdería mi tiempo en otros asuntos mejores —el insolente se ajustó la hebilla del cinturón y por un segundo quiero ser sacudida por esas enormes manos—. Por ejemplo: con una potra. El vaquero es seguro, me enoja que sea un bocón y mi mirada sigue esos apetitosos labios. No estaría mal ponerlo en su sitio, luego ver si esa boca sucia sirve para otros menesteres. «Kendra, detente», me reté. Se recuesta en su vieja camioneta todo cómodo, con sus brazos en el pecho y su relajada postura retándome. Sin ningún pudor enfocó sus ojos en los míos y alimentó a la zorra en mi interior. —¿Qué has dicho? —Vamos a ver si es valiente este potente hombre. —Trabajar, cuidar potras, es una finca —el vaquero recorrió el terreno con la mano—. Obviamente, hay caballos. Alzo mis cejas, sí, Pepe, se cree que soy tonta y se equivoca, esta es la reina de las indirectas. Miro mi reloj “Cartier”, son las 8:05 am y me espera Peter. Claro que olvidadiza, Demetrio me pidió que contratara a su sobrino y accedí. No le veía el punto de traer al sobrino conflictivo. Por su físico debe tener unos veintitantos y se ve todo lo que odio en una persona: es desorganizado. —¿Eres el sobrino de Demetrio? —Él mismo en persona —se quita el sombrero y se inclina cortés. Al menos no es idiota, sabe que soy su jefa. Me excita verlo inclinado ante mí, me imagino ese musculoso cuerpo bronceado sumergido en mi entrepierna y sus manos sosteniendo fuerte mis piernas. «Detente Kendra, eres una enferma». —No tengo tiempo para estúpidas presentaciones, adelante y procura aparecer lo menos posible en mi camino —me puse mis gafas con actitud—. Eres un insolente —aceleré el auto sin esperar respuesta. No puedo perder el tiempo en presentaciones, pero sí para un buen rollo de una noche. Qué vaquero, todo insolente, pero comible. En eso suena mi celular sacándome de mis pensamientos pecaminosos, por la música del Pitbull es Peter. Al responder su voz delicada inunda mi carro y sonrío. —Arpía, no te veo. —Acabo de salir de casa en este instante, se cruzó un semental en mi salida. —¡Perra, egoísta! —Me declaro inocente, Pet. —¡Oh, sí! Me cuentas acá, te dejo que vi algo interesante. Mi amigo desconecta la llamada y me imagino su entretenimiento. Mi enferma mente vuelve al sobrino, vaquero y semental. No sé, pero quiero saber su nombre. No quería cruzarme con él, le exigí no verlo y pienso ahora que será divertido jugar a la vaquera.
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