Capítulo Tres.

2064 Words
Capitulo Tres. Ni bien llegó a su casa, hizo lo mismo de todos los días, trabajar un par de horas para adelantar casos, pero esa tarde no sería igual que las de siempre, porque a su correo electrónico llegó un mensaje de ella y no dudó en abrirlo. No tenía que negar que ese sitio le despertaba la curiosidad, después de todo su relación con las mujeres con las que se acostaba era lo más cercano al de amo y esclava, aunque lo que sí le despertaba interés era las cosas que podría ver y aprender allí. “Esta noche, a las 21:00 horas experimentarás el éxtasis de tus sentidos. Adjunto la invitación que debes imprimir y a las nueve de la noche te voy a estar esperando en la puerta dentro de un auto n***o con líneas en dorado. No lo dudes, porque no te arrepentirás. “   Luego de leer aquel mensaje cerró inmediatamente su computadora. Estaba completamente decidido a que no iría a ir y que no le importaba en lo absoluto, es por eso que se preparó una ducha bien caliente y mientras se desvestía frente al gran espejo en su habitación. Él no acostumbraba a llevar mujeres a su casa, de echo no había llevado a ninguna y no pensaba hacerlo. Él sentía y vivía a las mujeres como objetos para su propia satisfacción s****l, por lo que no le importaba herir sus sentimientos. Cada vez que iniciaba algún tipo de relación intima y quería continuarla, les dejaba bien en claro tres cosas. Que ellas no podían decidir nada de aquello que se haga íntimamente. Tenían prohibido estar con alguna pareja y no les permitía, anteponer los sentimientos. Les prohibía sentir cosas por él. Con el tiempo éstas tres clausulas fundamentales forjarían sus relaciones.   Se metió en el baño a dejar que el agua lo relaje, pero lejos de hacer eso le provocaba taquicardia. Mientras el agua caliente le quemaba el cuerpo, y sus ojos cerrados para poder tener una mejor concentración, le juegan una mala pasada. No era el liquido que comenzaba a subir la temperatura de su cuerpo, no era el liquido que hacía que cada centímetro de piel se le estremeciera, que su carne se despertara. No era el agua quemándolo que provocaba que comenzara a experimentar una sensación que no la relacionaba con el acto que ene se momento estaba cometiendo. Ese mismo era el bañarse.   Volvió a esa oficina, a ese momento en el que ella se veía sentada en ese sofá, abierta de piernas para él y disfrutando de cómo le manejaba el control remoto de los consoladores dentro de ella. Santino no podía darse cuenta, pero en su mente se volvió a proyectar aquella escena pasada, mientras que su mano se había encontrado con su erecto y muy duro m*****o. Subía y bajaba con movimientos lentos y cada vez que llegaba al glande lo apretaba lo suficientemente fuerte, pero sin causar dolor, esperando intensificar esa gratificante excitación al mismo tiempo que de sus labios se escapaba un gemido del cual no era consciente. De vez en cuando sus movimientos se aceleraban y su respiración se entrecortaba gracias a los gritos al llegar al éxtasis de Clara que se habían gravado perfectamente en su memoria. De momento a otro, se recarga sobre el frío mosaico de la pared de la regadera y abre bien su boca para dejar escapar uno tras otro aquellos gemidos que, desde esa tarde, al verla, tenía atravesados en lo más hondo de la garganta. -           Ahhh  - el placer que experimentaba era algo diferente, era mucho más intenso porque a diferencia de otras veces donde él usaba el cuerpo de las mujeres para su propio placer, jugaba con sus partes íntimas, las volvía su esclava, esta vez era diferente porque Clara no caía bajo sus encantos, era él quien lo estaba haciendo y eso era algo que no le gustaba en lo absoluto. – ohhh sí…  ohhh síii…. – jadeaba en voz alta mientras los ojos de ella se fijaban en los suyos y al morderse los labios Santino no podía sentir que se derretía de placer. – ohh . . . ohh . . .  mmm . . . – su cuerpo estaba hirviendo de deseo, su m*****o le dolía y su glande no dejaba de latir. Su corazón estaba a mil por horas y los gritos de ella en su cabeza no cesaban. Estaba a punto de eyacular. – ohh, ohh sí…  sigue así Clara. –   No se estaba escuchando, ni tomando consciencia d e lo que estaba haciendo y no era precisamente que estaba masturbándose, sino que estaba haciendo él mismo, lo que obligaba a las mujeres que aceptaban ser sus sumisas, sin ningún tipo de retribución ni conveniencia especial más que estar y disfrutar del sexo duro y salvaje que solo él sabe darles. -          Sigue . . . sigue así . . .  – gemía aún con sus ojos cerrados. – ohh sí .  . . no pares . . .  no pares por favor. – le pedía cegado e inconsciente de éxtasis, cuando de momento a otro su comienza a sentir cómo su cuerpo se prepara para recibir el orgasmo. -  ohh . . .  sí. . .  que caliente me pones . . . que dur ame pones la polla. – y al decir esto se mordió tan fuete el labio que lo obligó a volver en sí, al mismo tiempo que los gemidos y gritos de liberación de ella, golpeaban su cabeza y lo despertaban de ese estado de inconsciencia en el dejándolo desorientado y mirando su mano donde se dejaba “caer” su m*****o completamente pegajoso por ese líquido viscosos que la misma excitación le obligó a liberar. - ¿qué hice? – se preguntó confundido al mismo tiempo que se enjuagaba la mano para luego cerrar torpemente las canillas, ponerse la toalla en su cintura y salir del baño urgentemente.   Como siempre, antes de vestirse se ponía a tomar una copa de vino, para calentar su cuerpo, más aún en una noche de invierno como lo era esa, aunque esta vez el motivo de su bebida no sería esa particularmente. Mientras bebía su vino se quedó mirando la notebook y pensando, aunque no entendía por qué, sobre si ir o no a ese lugar.   Sus ojos viajaban del reloj, que marcaban las siete y cuarenta y cinco de la tarde y la computadora donde estaba ese mensaje y esa invitación. Se puso a pensar en el tiempo en el que demoraría en ir hacía ese sitio, pero si quiera sabía su dirección, por lo que instintivamente tomó su celular, aun sabiendo que no solo dejó su email abierto, sino que la computadora misma estaba encendida, solo era cuestión de abrirla y volver a iniciar. Abrió el mensaje nuevamente para descargar la invitación y leer la ubicación. Al hacerlo pudo notar que estaba a solo cuarenta minutos, por lo que considerando en que era viernes y que a las veintiún horas no hay mucho movimiento en el tránsito, con salir media hora, veinticinco minutos antes iría a estar bien. Por alguna extraña razón sintió ansiedad, esa misma que en rara ocasión experimenta cada vez que se veía llegar tarde a un evento muy importante. Exactamente así es como se sentía ¿será que había decidido ir a encontrarse con Clara en la puerta del The Clímax para enseñarle el mundo oscuro y exótico y sin ningún tipo de tabúes que se esconde tras esas puertas inmensas de madera. -          Al demonio. – dijo para comenzar a cambiarse ¿Qué perdía con ir?  Se puso una camisa blanca y un traje de Etiqueta Negra, una de sus marcas preferidas. Unos zapatos a tono y unas gotas de perfume que podía derretir hasta el glaciar más helado del universo. El solo salir de su departamento era ver a sus vecinas salir de los propios por algún motivo en particular. Pese a tener cerca de veinticuatro años, no había mujer que no se derrita por lo imponente de su hombría, por “lo macho” que se podía mirar. pero él era tan arrogante que no les respondía un saludo si quiera y pese a creer que esa actitud llegaría a cansarlas algún día, ya habían pasado cuatro años, desde que se fue a vivir allí, que actuaba de igual manera y no cambiaban con él. Verlo pasar era todo un espectáculo. Miró su reloj de mano y notó que ya eran las veinte horas ¿tanto tardó en decidirse y luego cambiarse? Tenía dos opciones para ir y llegar a tiempo. Por supuesto que no podía usar Remis ni taxi dado que aquel sitio era exclusivo y nadie, mas que los miembros sabían de su ubicación, por lo que tenía que decidir si ir en su auto o en su moto. Ésta última era una mejor opción para llegar a tiempo. Se montó en su vehículo de dos ruedas de color blanca, negra y naranja. Se colocó su casco de seguridad y arrancó. A Santino le gustaba la velocidad, aunque sabía que nada justificaba violar las normas de tránsito, por eso de vez en cuando pagaba para usar la velocidad que quisiera en un sitio especial para ello. Peroe sta vez era diferente. Si no aceleraba hasta diez quilómetros por hora por encima de la velocidad permitida no podría llegar y aunque se preguntaba, sin comprender, el por qué sentía la necesidad de conocer ese mundo aceleró sin mirar atrás.   Cuando Clara lo ve llegar en ese monstruo de motocicleta, sintió una punzada en su entre piernas que no veía la hora de poder estrenar con él una de las habitaciones negras en el The Clímax. -          Llegaste. – le dice ella con una amplia sonrisa antes de que pudiera sacarse el casco. -          No sé por qué estoy aquí. – dijo sincero mirándola a los ojos. -          Porque tienes curiosidad y quieres experimentar estar del otro lado. – suelta como si nada y él sonríe de lado, no de nervios, no de coquetería sino de “sarcasmo” al escucharla decir y afirmar que se muere por estar a sus pies. Aunque no tiene ni idea de lo que allí dentro y en sus brazos viviría. – entremos. – le dice extendiendo su brazo frexionando el codo, él ve ese gesto y eleva una ceja. -          ¿quieres que te tome e ingresemos como una pareja? – realmente quería saberlo. -          Por cortesía. No somos pareja. – le explicó ella, pero él negó. -          Yo entro solo. – dijo tajante y siguió sin esperarla. -          Veremos que tan “solo” te dejo entrar esta noche. – murmuro por lo bajo justo antes de morderse el labio inferior y alcanzarlo para abrir la puerta. - ¿seguro que quieres entrar? – le pregunta ella antes de adentrarse en ese universo s****l obsesivo. -          ¿acaso no era eso por lo que tanto me insistías? – ella asintió, pero no era eso lo que estaba intentando que él comprenda. -          Me refiero a que este es un lugar exclusivo y oculto del mundo, solo quienes en verdad tenemos una membresía podemos usar sus instalaciones y aquellos que son ¿cómo decirlo? Sumisos de sus amos, vip en este mundo, deben firmar un contrato de confidencialidad. – esto le hizo ruido, por lo que se giró sobre su propio eje y la miró fijamente. -          ¿sumiso? ¿amo? ¿contrato? ¿intentas explicarme que debo firmar un contrato y admitir que soy tu sumiso? – le dijo sin vueltas y ella asiente. Esto provoca que él suelte una carcajada.   -          Sí. – dice ella. – solo así puedes entrar y estar en este mundo. – entonces el lo pensó por un segundo. Ya estaba allí y sentía mucha intriga, no sabía por qué, pero sentía necesidad de conocer, pero no se veía en ese papel de sumiso, tampoco firmando un contrato de qué sabe qué para hacer quién sabe qué, pero tampoco se veía haciendo lo que hizo esa tarde con ella y mientras se bañaba. Quizás es momento de darle un giro interesante . . .  más interesante a su vida. -          Entremos. – dice él y las puertas del The Clímax, se abren para recibirlos. 
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