Caminaba con lentitud por aquel espeso bosque, el camino lo sabía de memoria aunque pocas veces había ido. Inhaló profundo, absorbiendo la calma que lo envolvía y alejaba de toda la mierda que cada día lo asfixiaba de una manera asquerosa. Miró hacia arriba, en aquel camino invisible y la vio. Su pequeña cabaña se mantenía aún en pie aunque llevaba más de dos años sin visitarla. Bueno, el olor a madera podrida le indicaba que tendría unas buenas horas de trabajo por delante, algo que agradecía porque ya estaba agotado de pensar, de revolver en su mente para encontrar aunque sea una pequeña excusa que lo atara a la poca cordura que lo mantenía con vida. Volvió a inhalar, deleitándose por el aroma de los frutos crecientes en aquellos pinos y la tierra húmeda bajo sus pies. Era hora de llegar a su hogar temporal y tirar a la basura esa carne seca que reposaba en la alacena y ya olía a hongos inmundos.
—Tal vez, la próxima vez, las podamos traer con nosotros — susurró el lobo, anhelando algo que parecía inalcanzable.
—Tal vez — afirmó poniendo sus pies en marcha.
Caminó los pocos metros que le quedaban, deteniéndose en la puerta para buscar la llave de su hogar. Observó a su alrededor, atento a los sonidos y olores, nadie lo vigilaba, estaba solo él, su lobo y aquellas retorcidas ganas de terminar con todo.
Abrió despacio, sintiendo aquellas viejas bisagras crujir. En cuanto levantó la vista de sus zapatos el aire se le atoró de una manera estúpida. Allí estaba ella, sentada sobre la barra, con sus hermosas piernas cruzadas y esa sonrisa arrogante que lo volvía loco. Allí estaba ella, devolviéndole el pedacito de alma que le había arrebatado para custodiar bajo su piel. Allí estaba ella y él jamás supo en qué momento sus pies se pusieron en marcha en su dirección.
—Te olí hace un kilómetro. Tuve que atar a…
Y no pudo terminar la frase porque los labios de Bruno la atraparon sin piedad, devorándola con hambre, apretándola contra su fuerte pecho mientras la obligaba a envolverlo con sus piernas alrededor de la cintura.
—¿Por qué no sentimos tu olor?— gruñó el lobo mientras comía de la piel del delicado cuello de Cló.
—Después te explico — respondió ella justo antes de volver a ser devorada por su exquisito lobo.
Bruno la levantó casi sin esfuerzo, y caminó con ella hasta que su espalda estuvo pegada a la pared. Cló jamás supo en qué momento el cobrizo había quitado sus prendas inferiores junto con las de ella, pero poco le importaba en aquel momento en el que él se hundía con maestría dentro de su carne.
—Necesitamos olerte— pidió el lobo.
—Solo un poco — gimió ella que era embestida una y otra vez con fiereza.
En cuanto su olor llegó a las fosas nasales del lobo, éste comenzó a penetrarla con mayor fuerza, como si necesitara fundirse en su carne, hacerse uno y no separarse jamás.
Llegaron juntos al éxtasis total y esa segunda ola de placer los golpeó con fuerza. En cuanto la castaña sintió a su hermoso lobito crecer dentro de ella lo supo, había vuelto a su hogar.
Bruno, aún navegando en los restos del primer orgasmo, comenzó a ser arrastrado por el segundo, momento exacto en el que decidió volver a clavar sus dientes en el hombro de la hermosa leoncita, provocando que ella respondiera con la misma acción, renovando así su vínculo inquebrantable, su amor eterno, su fe ciega en el otro.
—Ya estoy en casa — susurró la leona acariciando con suavidad el pelito de su hombre. Bruno, con los dientes aún enterrados en su carne, liberó un sonoro suspiro. Sí, ella al fin estaba en casa.
De a poco el lobo se retiro, no porque estuviese satisfecho, sino porque el humano no dejaba de reclamar el salir fuera. Con lentitud, los dientes volvieron a ser pequeños y parejos, saliendo de la castaña, llevando consigo el dulce sabor de su sangre.
—Amor — susurró él con los ojos brillantes de amor y paz.
—Hola, bonito— respondió sonriendo con suavidad, sin dejar de acariciar el pelo con mimo.
—Por fin volviste — suspiró aliviado.
—Casi que no — intentó bromear ella pero solo se ganó una mirada de regaño —. Luego te cuento. Ahora llévame al sillón que debes estar cansado de sostenerme.
—Jamás me cansaría— rebatió él —. Te extrañé demasiado — declaró antes de volver a besarla con suavidad.
Bruno sentía que su alma se volvía a unir, que los pedazos en los que había estallado ahora podrían volver a juntarse. Sentía que respiraba con normalidad y que su cerebro podía funcionar. Sentía que estaba completa y estúpidamente feliz.
Caminó hasta el sillón con calma, dejando que ella le terminará de sacar sus prendas superiores y quitándose las propias en el camino. Cuando los perfectos senos de la muchacha se aplastaron contra él, ambos suspiraron de alivio y paz, tal cual había sucedido hace tanto tiempo atrás.
Cló enterró su nariz en el huequito del cuello del lobo y aspiró con fuerza su masculino olor. Todos esos meses sin tenerlo, todas esas horas lejos de él, habían sido una jodida tortura que por fin llegaba a a su fin. Lo había decidido, la próxima vez que tuviese que desaparecer secuestraría al lobo para llevarlo con ella. Sonrió con los labios pegados a la perfecta piel de su hombre y sintió como él la acomodaba mejor sobre su fuerte regazo. Ella levantó la vista sólo por el gusto de poder contemplarlo, de poder volver a analizar en detalle cada facción, cada lunar de su hermoso rostro.
—Te amo — le dijo sin poder, ni querer, evitar que aquellas palabras abandonarán sus labios.
—Te amo — respondió él volviéndola a besar con ganas —. Aunque debemos aclarar el asunto de una tal Alma Johnson, ¿te suena?— preguntó elevando una ceja. La cara de niña que acababa de cometer una travesura, que hizo su hermosa leona fue todo lo que necesitó para verse obligado a dar de nuevo el mando al animal.
Otra vez el lobo se endureció dentro de la mujer y comenzó a mecerse con maestría debajo de ella. Ahora que el humano le había permitido salir no dejaría su puesto hasta no asegurarse que la leona quedara satisfecha, al igual que él.
Con delicadeza tomó las caderas de Cló para dejarlas fijas en un punto en el aire y él, con los días acumulados de añoranza y desesperación, se enterró en ella una y otra vez, acercándolos a ambos a ese lugar en el cielo que solo le correspondía a ellos. De a poco el orgasmo se comenzó a formar en sus vientres hasta que explotó con fuerza, dejando que sus mentes navegaran en ese mar de placer que los envolvía y unía al mismo tiempo.
—Te extrañamos tanto — susurró él apretándose contra el bonito pecho de ella y dejando que ese nuevo orgasmo lo transportara a otro mundo.
—Yo también— respondió una vez recompuesta.
El lobo levantó su oscura mirada hacia ella y clavó sus ojos, llenos de amor y ternura, en los de su hermosa leona. Cló sonrió y se acercó despacio para besarlo, para degustarlo con tranquilidad, aquella que la había abandonado desde que dejó ese horrible lugar donde el idiota de Arton la emboscó como a una inexperta. ¡Dios, dos veces se había salido con la suya el muy mierda!.
—La leona, ¿ella está bien? — susurró el lobo acariciándole el pelito —. Nosotros estamos preocupados por las dos — aclaró sin dejar de regalarle aquel bonito mimo.
—Está un poco alterada. Ya sé tranquilizará — respondió suavemente.
—Déjenla salir. Queremos verla — pidió.
—Bueno, pero no te aterres, todo está bien — susurró antes de volver a besarlo con necesidad.
Bruno se dejó degustar nuevamente, sintiendo al mismo tiempo el delicioso sabor de su leona, sabor que comenzó a mezclarse con un gusto salado. Abrió los ojos y encontró a su bella compañera llorando. Con suavidad se apartó, obligándola a abrir sus amarillos ojos y a observarlo por primera vez en días.
—Lo sentimos — Simplemente susurró en un llanto lastimero—. Hicimos cosas que no queríamos. Lo sentimos mucho — volvió a decir hundiéndose en el pecho de su hermoso hombre dejando que él la reconfortara con tiernas palabras susurradas al oído.
Bruno notó el momento exacto en que cayó dormida, ya que su respiración se hizo más pausada y los sollozos más distanciados. Suspiró mirando al techo, apretando a Cló entre sus fuertes brazos y tratando de unir aquellas piezas que ella le arrojaba sin explicaciones.
—No es momento de pedir que nos diga todo. Solo espera — pidió el humano desde el fondo de la conciencia.
—Si alguien las dañó, si alguien les tocó uno de sus pelos…
—Sí— interrumpió el humano— lo buscaremos y lo colgaremos de las pelotas. Pero ahora ella no necesita eso, solo necesita cariño — explicó con paciencia.
Lentamente se puso de pie y caminó con ella hasta la enorme cama. Sonrió al notar que Cló ya se había tomado la molestia de dejarla armada con sábanas limpias. Depositó con suavidad a su compañera y luego se acostó a su lado, atrayéndola a sus brazos y dejándose llevar al mundo de los sueños, aquel que no visitaba desde la partida de su leoncita.