Capítulo 5

1848 Words
Se despertó por esa suave caricia que le recorría la mejilla una y otra vez. Al abrir los ojos suspiró de alivio. No había sido todo producto de su imaginación, ella realmente estaba allí, acariciándolo con ternura, regalándole su delicioso perfume, asombrándolo con su belleza. —Hola — susurró Cló. —Hola, amor — dijo plantándole un beso en la frente —. ¿Ya estás mejor? — indagó sin despegar sus labios de la dulce piel de su leona. —Lo estaré, no te preocupes. Ahora — exclamó antes que le pudieran preguntar algo —, al baño que estamos demasiados sucios — dijo sonriendo. Bruno frunció el entrecejo, pero aquel exquisito beso que la mujer le regaló lo hizo doblegar su voluntad. Bien, si ella quería un baño eso harían, si ella deseaba saltar al río, también lo harían. Todo—lo—que—quisiera. Se levantaron con pereza y caminaron hacia la ducha calentita. —¿Qué hiciste con mi pantalón ayer?. Solo desapareció— cuestionó ella envuelta entre los brazos de su hermoso lobo mientras el agua caía por sus cuerpos arrastrando el jabón. —Se rompieron — decretó—. Lo siento, el lobo estaba a cargo — agregó con una sonrisa de lado. —¡No tenía más ropa que esa!— exclamó golpeando suavemente el pecho del cobrizo. —¿Y cómo para qué quieres ropa?. —No voy a volver en pelotas — declaró ella y Bruno necesitó un momento para procesar esas palabras. ¿Volvería con él?¿A eso se refería?. —¿Volver dónde? — preguntó con cautela. —A tu manada. ¿Acaso no… Y no pudo terminar la frase porque los labios de Bruno se volvieron a adueñar de los suyos. Podía sentir la sonrisa del hombre colándose en aquel gesto, podía sentir la intensidad de su felicidad atravesándole la piel. También podía sentir esa erección clavándose en su vientre. —Es momento de festejar — decretó el cobrizo y la elevó en el aire solo para introducirse en un certero movimiento. Cló se aferró como pudo al costado de aquella pequeña ventana que servía para ventilar el baño. Bruno la estaba llevando demasiado rápido al orgasmo, demasiado intenso, demasiado perfecto. Gimió con fuerza y lo apretó con energía. Él la siguió al momento y ambos respiraron profundo cuando el pene del lobo se inflamó de aquella manera deliciosa. —Amo estos festejos. ¿Podemos tener varios por día? — preguntó entusiasmada. —Todos los que quieras— confirmó—. Pero solo nosotros, nada de tríos o cosas extrañas — exigió. —Aburrido — dijo con ese tonito sarcástico que él tanto amaba. —Te amo — soltó con una deslumbrante sonrisa acompañando sus palabras. —Vamos a la cama y te muestro todo lo que te amo también. Bruno sonrió más amplio, cerró el agua, y salió, envolviéndolos a ambos en un gran toallón. Caminó con ella, arropando su intimidad y llenando su alma, hasta la enorme cama, dejándose caer sobre el mullido colchón, arrastrando a Cló con él, dejándola cómodamente apoyada sobre su pecho. —Ahora es tu turno — dijo él colocando sus manos detrás de la nuca, listo para que su leoncita se luciera como solo ella sabía hacerlo. Cló comenzó a moverse con maestría sobre el hombre, restregando su húmeda intimidad contra la cálida piel del lobo, disfrutando esa delicia de placer que solo él, y nadie más que él, podía regalarle. Bruno no pudo quedarse quieto y comenzó a mordisquear y lamer los senos de su leona, llenos y perfectos, tan apetecibles como un buen vino. Nuevamente llegaron juntos a ese punto donde la realidad se tornaba borrosa y solo podían sentir sus agitadas respiraciones, a la vez que sus gargantas liberaban un gemido tras otro. —Me aprietas tan delicioso — rugió el lobo cuando crecía dentro de ella, sintiendo como llenaba cada parte de esa cálida humedad. —Dios, Bruno. Estoy sin fuerzas — rió dejándose caer sobre su lobito. —No has comido nada. Cuando pueda abandonar este cómodo lugar, te prepararé una buena comida — dijo mirándola con ese brillo tan perfecto. —No me dejes sola — pidió haciendo un puchero que le arrancó una fuerte carcajada a su delicioso hombre. —Nunca más te perderé de vista — decretó él antes de besarla en los labios. Con el almuerzo en sus estómagos, pudieron sentarse a tener aquella conversación habían desplazado por atender primero a sus cuerpos y almas. —¿Dónde estuviste? — preguntó envolviéndola entre sus brazos, ubicándola sobre su regazo aunque en aquel enorme sillón podían caber cómodamente los dos. —Fui a ver a la Primera Guardia, tal como me lo pidieron — respondió seria mientras miraba sus manitos. —¿Qué te dijeron?— preguntó sintiéndose muy tenso y liberando, inconscientemente, algo de su poderosa aura. —Tranquilo. Allí no pasó nada, solo me llevaron ante el Consejo Supremo — relató. —¿El Consejo? — preguntó extrañado. El Consejo casi parecía más una leyenda que un ente que funcionaba, es que nadie, desde hace demasiados años, había estado enfrente de sus miembros. —Sí. Ellos — comenzó poniéndose repentinamente nerviosa, retorciendo sus deditos casi con histeria —... Ellos me hicieron jurar algo, algo a lo que no me podía negar si quería continuar con vida — explicó mirando fugazmente a su enfadado lobo. Aquellos bien podían ser el Consejo Supremo, pero nadie podía amenazar a su gatita con la muerte. —¿Qué te dijeron?— gruñó. —Trabajo para ellos — afirmó—. Nadie debe saberlo, jamás. Ellos… Dios, Bruno, perdóname— dijo comenzando a sentir las lágrimas picar en sus ojos —. Ellos… —Tranquila — susurró acariciándola con cuidado —.¿Qué te dijeron?. —No es lo que me dijeron — afirmó—, es lo que me obligaron a aceptar — dijo clavando sus ojos llenos de lágrimas en él. —¿Qué cosa fue?— cuestionó sintiendo el miedo colarse en el interior de su pecho. —Debo cumplir ciertos trabajos que nadie quiere — explicó sin mirarlo —, y ellos necesitan que siempre esté disponible, siempre — reafirmó mirándolo a los ojos —. Por lo tanto no puedo enfermar, no puedo hacer viajes sin su autorización y no puedo… El sollozo le atravesó la garganta y le abrió el pecho de una manera dolorosa. Bruno lo comprendió… —No puedes quedar embarazada — dedujo. Ella simplemente asintió sin poder mirarlo, pero sintiendo las lágrimas brotar con fuerza en sus ojitos —. ¿Qué te hicieron? — preguntó en un susurro, casi con temor a la respuesta. —Me quitaron todo. Absolutamente todo — confesó sin poder evitar el llanto. Adiós a su sueño de tener una barriguita bien crecida. -- —Basta, Luca. Debes trabajar igual con ella — ordenó Aly buscando su camisa blanca en aquel amplio vestidor. —No quiero— respondió cruzando sus fuertes brazos por el pecho —. Es peor que tu hermana — argumentó. —Bueno, pero es la Beta. Te guste o no son compañeros y tú, siendo un Beta tan respetable, estás obligado a mostrar tu buen comportamiento para con tus pares. —Odio que seas tan bonita. Siempre termino haciendo lo que deseas — se rindió atrayéndola a su cuerpo —.¿Por qué hueles distinto? — preguntó clavando su nariz en el cuello de su bella leona. —Ah, eso — respondió poniéndose realmente nerviosa. Luca levantó la mirada y la contempló con extraña seriedad. Su leoncita ya no olía igual que antes y no podía dar con la razón de aquello, por lo tanto estaba inquieto y nervioso al mismo tiempo. —Te digo, pero no debes enloquecer — dijo con calma, clavando sus tiernos ojitos en él, esperando esa señal silenciosa de su compañero para poder continuar hablando. Luca la evaluó unos instantes y miles de opciones se cruzaron por su mente, opciones en donde se vería obligado a cortar unas cuantas cabezas y que le comenzaron a doler en el cuerpo. Asintió con firmeza, con toda su autoridad desplegada de manera gloriosa. —Yo… es muy posible.. bueno, casi es seguro… —Solo dilo, Aly — exigió demasiado serio. Aly frunció el entrecejo, analizó las expresiones faciales de su compañero y lo comprendió. Él pensaba que lo había engañado y de allí que tenía un olor extraño en su piel. —No te engañé— escupió enojada —. Sé que los felinos bromeamos con eso todo el tiempo, pero no lo haría nunca — dijo soltándose de los brazos de su lobo. —Aly… —No, Luca. No puedo creer que realmente pensaras que te he engañado. Nunca te podría hacer eso, aunque es claro que piensas que sí— dijo dolida y enfadada. —No, cariño, no es así— trató miserablemente de defenderse. —Sí lo piensas. Eres un imbécil — masculló con rabia, girando sobre sus talones para abandonar la habitación—. Ah — dijo antes de salir —, estoy embarazada, por eso el cambio de olor — soltó antes de cerrar con demasiada fuerza aquella puerta. Luca se quedó unos instantes procesando, analizando las palabras que le acaban de lanzar a la cara. Su Aly, su preciosa, maravillosa y deliciosa Aly, estaba esperando un hijo suyo. ¡Un hijo de ambos!. —Debemos correr — ordenó el lobo al notar al humano plantado en aquella habitación. —Mierda — susurró Luca antes de poner sus pies en movimiento y salir en busca de Aly. Por supuesto la castaña había abandonado el hogar y tomó la precaución de hacerlo en la camioneta del Beta, de esa forma él quedaba impedido de encontrarla con rapidez. —¡Mierda!— gritó sacando su teléfono del bolsillo. —No las podemos llamar mientras conduce, se pueden lastimar y dañar a nuestro cachorrito— aconsejó el lobo. —No la voy a llamar. Voy a hablar con los ejecutores que custodian hoy la ciudad. Quiero que la detengan si la ven — explicó con el mal humor creciendo dentro. Con evidente enfado escupió las órdenes a sus hombres, exigiendo que no dejen a Aly continuar al frente del vehículo. Ella, enfadada y lastimada por su culpa, podía terminar teniendo un accidente. En cuanto cortó pidió un taxi que tardó demasiado tiempo en llegar. Luca sentía que los segundos pasaban a una velocidad demasiado lenta, demasiado horrible para lo que su pobre ser podía soportar, y su lobo no paraba de regañarlo por haber sido tan estúpido que terminó desconfiando de su preciada leoncita. —No lo digas más— le gruñó al lobo —. Ya sé que fui un idiota. Solo… solo quédate callado— pidió en un suspiro doloroso. Miró por la ventanilla al cielo y rogó, a todos los dioses de todas las religiones, que Aly estuviese a salvo, aunque lo quisiera golpear y arrancarle las pelotas, solo esperaba que estuviese a salvo.
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