Miguel clavó su mirada en Davina, apretando su brazo con fuerza, sus ojos oscuros chispeando de rabia contenida.
—¿Qué crees que estás haciendo, Davina?
Ella se zafó con un empujón, desafiándolo con firmeza.
—¡Déjame en paz! Prefiero pudrirme en esta cárcel antes que ser tu amante.
Miguel soltó una carcajada amarga, como si las palabras de Davina fueran una broma mal contada.
Dio un paso hacia ella, y la atmósfera se volvió densa, amenazante.
—Entonces, ¡que así sea! —espetó con voz helada, sus palabras llenas de veneno—. Si no eres mía, Davina, no serás de nadie. Te dejaré aquí, y te aseguro que nadie vendrá a salvarte.
Los ojos de Davina se llenaron de lágrimas de impotencia, un odio profundo invadiendo su pecho.
Con voz rota, se permitió dejar escapar lo que tanto tiempo había reprimido.
—Maldito sea el día en que te conocí, Miguel. Ojalá nunca hubiera cruzado en tu camino.
Sin más que decir, salió de la sala de visitas con el peso de la traición aplastando su pecho.
Mientras los guardias la escoltaban de regreso a la celda, las lágrimas que había reprimido cayeron silenciosamente por su rostro.
En ese momento, Miguel maldijo entre dientes, frustrado y enfurecido.
Se dirigió a la salida de la comisaría, y en el camino, se encontró con Valeria, quien lo enfrentó con una mezcla de ira y desprecio.
—¿Qué demonios haces aquí? —le gritó Valeria, sin disimular su odio.
Miguel sonrió de manera cruel, disfrutando del poder que tenía sobre ambas hermanas.
—Dile a tu hermanita que ceda a mis deseos —respondió con voz sibilante—. De lo contrario, te aseguro que Davina nunca volverá a ver la luz del sol.
Valeria quedó paralizada, su rostro reflejando el horror de aquella amenaza. Miguel salió sin mirar atrás, dejando a Valeria con el alma destrozada.
***
Unas horas más tarde, Valeria logró visitar a su hermana. Al verla, su corazón se encogió; Davina se veía desgastada y frágil, pero aun así trataba de mantener una apariencia fuerte.
—¡Hermana, te prometo que voy a conseguir un abogado! —le aseguró Valeria con convicción, apretando su mano para transmitirle fuerza.
Davina, al borde del llanto, tomó la mano de su hermana con desesperación.
—Usa mis ahorros. Sé que no es mucho, pero es todo lo que tengo. Quizás puedan ayudar un poco.
Valeria asintió, aunque sabía que el dinero de Davina no sería suficiente.
Ambas entendían la situación: los abogados eran caros, y ellas apenas tenían lo necesario para cubrir sus propios gastos. Un peso de angustia se acumuló en el pecho de Valeria. ¿Qué sería de Davina? ¿Y cómo podría sacarla de aquel infierno?
***
Al día siguiente, Valeria acudió a su trabajo, con la esperanza de encontrar algún tipo de ayuda. Se acercó a su jefe, el señor Nevan, y le explicó la situación con toda la dignidad que pudo reunir.
—¿Hay alguna posibilidad de que me otorguen un préstamo en la empresa? —preguntó, con voz temblorosa—. Lo devolveré, lo juro.
El jefe, tras un momento de reflexión, negó con pesar.
—Lamento mucho lo que estás pasando, Valeria. Puedes tomar un adelanto de tus vacaciones, pero en cuanto a los préstamos… ahora no es posible.
Desilusionada, Valeria agradeció de todos modos y se alejó. Mientras abandonaba la oficina, no pudo evitar que unas lágrimas se escaparan. Su situación parecía cada vez más desesperada.
Fue entonces cuando alguien la observó a distancia. Era Nuria Farrel, la dueña de la agencia de talentos donde Valeria trabajaba.
Intrigada por el aspecto de Valeria, Nuria se acercó a su oficina privada y llamó a su asistente.
—¡Niña, espera!
Valeria se dio vuelta, sorprendida, y al ver a la CEO, la saludó respetuosamente.
—Buenos días, señora Farrel.
La mujer esbozó una sonrisa enigmática.
—Ven conmigo, Valeria. Me han dicho que necesitas mucho dinero, ¿es verdad?
Valeria asintió con timidez, sin saber qué esperar. Había escuchado rumores sobre Nuria, acerca de su riqueza y sus métodos poco convencionales, y un escalofrío le recorrió la espalda.
No obstante, siguió a la mujer hasta su oficina, donde la invitó a sentarse.
—He oído sobre tu problema, Valeria —empezó Nuria, acomodándose en su elegante sillón de cuero—. Y me pregunto, ¿qué tan desesperada estás?
La pregunta dejó a Valeria sin aliento.
—Señora Farrel, yo… no quiero hacer nada ilegal…
Nuria soltó una risa ligera y agitó la mano en señal de calma.
—No te preocupes, no es nada ilegal. Verás, soy una mujer estéril. Mi esposo y yo hemos intentado tener hijos durante años, pero no ha sido posible. Necesito un vientre que pueda llevar a nuestro hijo, y mis óvulos tampoco sirven, pero los tuyos sí. —La mujer se inclinó hacia adelante, sus ojos fijos en Valeria—. Te estoy ofreciendo tres millones de euros para que seas nuestra madre de alquiler, y dones tu óvulo. ¿Te interesa?
Valeria la miró, asombrada y aterrada a la vez.
—Esto… no sé si podría hacerlo…
Nuria sonrió suavemente y asintió.
—Es comprensible. Tómate tu tiempo para pensar, pero recuerda, esta es una oportunidad que podría solucionar tus problemas.
Nuria se levantó y salió de la oficina, dejando a Valeria sola, inmersa en sus pensamientos.
Fue entonces cuando recibió una llamada desde un número desconocido. Al contestar, la voz de su hermana la estremeció.
—Valeria, por favor, no gastes el dinero en un abogado, estaré bien.
La voz de Davina sonaba calmada, pero Valeria podía oír el dolor que trataba de disimular.
—¿Cómo puedes decir eso? —replicó Valeria, con lágrimas en los ojos—. No voy a dejarte sola en esto.
Davina soltó un suspiro, y al otro lado de la línea, Valeria escuchó un pequeño sollozo.
—Escúchame bien, hermana. Miguel tiene poder ahora. Está comprometido con una rica heredera y con eso tiene más influencia que nunca. No podremos ganar esta batalla legal. Él me quiere como su amante, y hasta que no lo consiga, no me dejará en paz.
Valeria contuvo un grito de indignación.
—¡Eso nunca sucederá!
—Lo sé, hermana. Preferiría morir antes que caer en sus brazos de nuevo. Lo único que quiero es que vivas tu vida y no te sacrifiques por mí.
Davina colgó, dejando a Valeria con un vacío y una decisión que tomar.
Cuando Nuria Farrel volvió, la misma sonrisa calculadora adornaba su rostro.
—¿Ya tienes una respuesta, querida?
Con los ojos llenos de lágrimas, Valeria asintió con determinación.
—Lo haré, señora Farrel. Acepto ayudarla a tener un hijo, si usted me ayuda a conseguir un abogado para liberar a mi hermana.
Nuria sonrió triunfalmente, acercándose para estrechar la mano de Valeria, como si acabara de cerrar el trato de su vida.
—Has hecho una elección sabia, querida. Todo saldrá bien.
Valeria intentó convencerse a sí misma de que esta decisión realmente ayudaría a Davina, mientras sentía que acababa de tomar una decisión que cambiaría todo para siempre en su vida.