Taína volvió a su hogar muy tarde esa noche, abriendo la puerta con cuidado se tropezó con Mikkael quien estaba sentado en el sofá con una copa de alcohol en la mano. Odiaba no poderse emborrachar, de esa forma el dolor mitigaría mucho más de lo que hacía. Ese vaivén de malestar era lo peor que le podía pasar, o eso creía él, hasta que vivió el castigo que su leanna le hizo vivir aquel día.
-¿Estás bien?- fue lo primero que le preguntó, sin embargo, frunció el ceño antes que respondiera- Apestas a alcohol y a cigarrillo- reconoció él y ella se encogió de hombros. Tenían una distancia corporal de un par de metros.
-Mira quien lo dice- replicó ella como una niña.
-No, no es igual- dijo Mikkael con seriedad- No es lo mismo que salgas por horas sin decir nada, y que llegues en la madrugada apestando a alcohol y a cigarrillos a que yo me sirva una copa mientras te espero para calmar mis nervios.
Ella bufó y cruzó los brazos sobre su pecho.
-Mira, Mikkael… No quiero discutir, ¿Entiendes eso? Déjame en paz- pidió y se dió la vuelta. Él la dejó ir, pero no por mucho. Se puso de pie y en lugar de caminar hacia la recámara que compartía con ella fue a su oficina.
Cerrando la puerta a sus espaldas, él cerró los ojos y murmuró algo en la lengua más primitiva, esa que habría su enlace con el inframundo, su reino.
-Señor, debe venir. Hubo un incendio en un hospital, un aparato en Neonatal se prendió fuego y acabó con doce niños recién nacidos- él cerró los ojos con dolor. Esas almas irían directamente al cielo, pero, ¿Y qué con las acciones que ese hecho desencadenaría en esas doce familias, que no son doce realmente sino muchas más?
Él pensó en la tensa relación con su mujer, de inmediato un reflejo de dolor lo embargó. Lo bueno de estar allá abajo, por lo que había visto últimamente, es que no dolía tan seguido, y no tan fuerte.
Recordó las palabras de su padre… La oscuridad ansiaba corromperlo. De eso estaba seguro.
Apretó las manos en puños.
Pero no se lo dejaría tan fácil.
-Voy para allá- aseguró a su asistente y el borde se desintegró.
Sintió deseos de comunicarle a su esposa que saldría a trabajar. No es que la relación estuviese bien entre ambos, sin embargo, él no quería que ella se sintiera como se sintió mientras no supo de su ubicación. Aún no sabía dónde había estado metida y eso le hizo rectificar justo antes de abrir la puerta de su cuarto compartido.
Suspiró y dio media vuelta devolviéndose por donde vino.
Taína vio la sombra parada junto a la puerta y cerró los ojos fingiendo estar dormida. Ella no quería tener que lidiar con un egoísta y narcisista como lo era su esposo. Ella quería ayudarlo, hacer lo mejor para él y Mikkael siempre estaba tratándola como una muñequita de cristal, una niña tonta que no sabe valerse por su cuenta.
Pensó en lo divertida que fue esa noche, conoció a una amiga, una amiga de verdad, humana… Hacía tanto tiempo que no le pasaba que ella estaba feliz, llena de dicha. Diana y ella tenían muchas cosas en común, ella acababa de mudarse a la ciudad y no conoce mucho de el lugar, no es que Taína sea experta, y por ello, habían planeado hacer un tour para conocer más y a la vez pasar tiempo juntas. Ella habría querido contarle a su esposo de su nueva amistad pero estaba casi segura de que a Mikkael, con todas las cosas que actualmente le estaban afectando, terminaría gruñendole por intentar salir de su rutina no-mortal.
Diana y ella se verían al otro día temprano para tomar un café, quizás pudiera hablar con Mikkael si él sólo se calmaba un poco, tampoco era justo que él pretendiera que Taína sólo podía comer, ver y respirar por y para él. Aunque después de todo nació para eso, ¿No? Para sufrir hasta conocer a su amor eterno.
Con ese triste pensamiento de quien sabe nace por un único propósito que a nadie se le hace tan malo como a ella, Taína se durmió, sola en la cama, pensando que en cualquier momento Mikkael se recostaría junto a ella, quizás dándole la espalda porque estaba molesto.
Cuando la verdad era que Mikkael estaba rodeado de dolor, sufrimiento, y llantos de bebés.
A la mañana siguiente Taína se desperezó en la cama, miró alrededor un poco atontada. El lado de Mikkael parecía ni siquiera haber sido tocado. Se sentó. Quizás sólo se había despertado muy temprano.
Caminó por el lugar para dar con la sorpresa de no encontrarlo. Con el ceño un poco fruncido tomó su teléfono.
-No es posible que siga molesto conmigo- dijo para sí misma mientras marcaba su número. La llamada no caía. Ella bufó- Mierda, ¿Tanto le cuesta tomar la puta llamada?- dijo molesta y lanzó el teléfono a la cama. Fue a hacerse un café para tomar fuerzas.
Prendió la televisión que había en la sala para hacer ruido mientras entraba a la cocina. El canal de noticias estaba puesto como casi siempre que Mikka veía televisión.
Cuando la noticia del incendio llegó a oídos de Taína su estómago se revolvió y todo rastro de sueño desapareció. Con una mano sobre la boca y angustiada caminó hacia la pantalla.
“El número de bebés fallecidos pasó de doce a dieciocho desde anoche” decía en letras mayúsculas.
Esos pobres bebés… ¿Cómo podía suceder eso? ¿Cómo podían estar sucediendo tantas desgracias a la vez?
Diabhal estaba jugando sucio, como siempre, pero ¿Y Althair? ¿Qué pasaba con él?
Mikkael debía estar sufriendo muchísimo con todo eso, ella deseó más que nunca estar en el Caisleán, en el Inferno, junto a su esposo, dándole no sólo apoyo moral sino físico, el malestar de La Parca era mucho más allá que la absorción de almas y el traslado entre el bien y el mal como conocíamos la humanidad vagamente todo el asunto, sino que la mancha en su pecho podía ser cada vez más grande hasta el punto de… De que todo él fuera esa mancha. De la forma más literal él sería oscuridad.
Y Taína se negaba a permitir que eso sucediera.
Se levantó cuando la cafetera sonó lista. Su cabeza daba vueltas y pensó de inmediato en cancelar la salida con su reciente amiga, debía averiguar en la oficina de su hombre el cómo ir al Inferno sin que ni siquiera Mikkael pudiera oponerse.