Quien siembra vientos recoge tempestades. Todo lo que nace proviene necesariamente de una causa; pues sin causa nada puede tener origen. Platón.
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Althair meditaba en un campo blanco especialmente creado por y para él.
-Te noto nervioso, majestad- apuntó la deidad a su costado. Él ni siquiera se volteó. Reconocía esa voz.
-Dime, hijo, ¿Qué puedo hacer por ti?
-Dirás, ¿Qué puedo hacer yo por ti?- replicó y sonrió mostrando sus punzantes dientes al creador del universo- ¿Qué es lo que siempre has querido y nunca has tenido?
Althair rió divertido ante esa pregunta.
-Tú no tienes nada que me interese, Diabhal, y mejor dime qué te traes entre manos antes de que te destierre de vuelta al orificio demoníaco al que perteneces.
El ente maligno se rió y su carcajada martilló en la consciencia de Althair.
-¿Quieres jugar un juego conmigo?- preguntó Diabhal con voz inocente.
-¿De qué se trata, hijo?- dijo Althair, no tratándolo con cariño, sino despreciandolo con recordarle lo que era realmente.
-Tú me dejas jugar con tus preciados mortales y yo te muestro lo fácil que pueden rendirse ante la oscuridad que albergan sus sucias almas- sonrió con inocencia y Althair le dio la espalda- ¿Qué?¿Te aterra perder, no es así?
-Me entristece que no tengas conciencia- corrigió Althair y Diabhal se carcajeó mientras se acercaba a él con su túnica negra flotando sobre el impecable suelo del paraíso atemporal de el Padre. - ¿Qué pretendes ganar con esa artimaña tuya?
Diabhal lo miró con obviedad.
-Poder- aseguró- y sumar su presencia a mi compañía en el, como tu llamas, miserable agujero al que me mandaste.
-Yo no te mandé ahí, Diabhal. Tú naciste para pertenecerle al Otro Mundo.
-Sí, para hacer daño, sufrir miseria y condenar perpetuamente a quienes no consideras lo suficientemente buenos como para avanzar- abanicó con su mano con aire aburrido- Pero ya no más. Me cansé de hacer lo mismo hace eones. Quiero un cambio y lo conseguiré.
-Difícilmente suceda, hijo, porque es casi imposible que yo acepté tu propuesta- sonrió con suficiencia- Hasta este momento no me has dicho nada que me beneficie a mi, y eso no es un juego limpio. ¿O es que acaso tienes algo que yo no?
-Lo tengo- aseguró- Pero no te lo mostraré ahora, no cuando puedes simplemente arrebatármelo, no sería justo y es lo que ambos buscamos aquí- dijo irónico- Sólo dime si aceptas o no el juego, y empezará enseguida.
-¿Honestamente te crees capaz de corromper el alma de mis hijos?- se rió Althair- Las guerras han acabado, el hambre es cada vez menos, la Iglesia ha donado el cuarenta por ciento de su riqueza a los países sin recursos, ¿Tú crees que puedes acabar con ello? ¡No me hagas reír, Diabhal!
-Dame diez años- pidió y Althair le miró con desconfianza- Si en diez años nos damos cuenta de que tú tenías la razón, te daré mi arma secreta, y no sólo eso, sino que volveré a mi trabajo en el Infernus. Pero si yo gano, Althair… Si yo gano el mundo y quienes estén en él son míos y yo seré su nuevo Dios.
-No puedes vivir esperando que te traigan flores. Tienes que cultivar tu propio jardín. Y ese jardín es tu alma… Esos humanos son mi alma, Diabhal, y los creé con amor. Confío en ellos porque confío en mí y sé que perderás, pero te dejaré divertirte un poco, a fin de cuentas, eones encerrado en comparación con una década en libertad no hará daño- concilió y Diabhal asintió con una reverencia a su Padre.
“Ya veremos si no” pensó cargado de emoción y listo para desatar un infierno terrenal.