Capítulo 3

535 Words
Kevin se encontraba algo aturdido, preguntándose lo que estaba pasando. Su dibujo yacía inmóvil en el piso, antes de agacharse a recogerlo, unas manos se inclinaron a tomar su libro como si fuese un bebé, y lo llevaron a sus manos, entregándoselo, el roce de las manos suaves de una jovencita hicieron chispa inmediatamente; al levantar la vista, era una chica preciosa de gran sonrisa, era más alta que Kevin, su cabello largo castaño le llegaba hasta su cintura, sus ojos combinaban con su cabello, de piel trigueña. —Eres muy bueno dibujando —le dijo la chica, sacando su voz que penetraron en los tímpanos de Kevin como una sinfonía de ángeles celestiales.   Kevin no entendía porque las palabras se habían marchado de su boca, y solo salían sonidos extraños. Al parecer en el salón de clases, los demás habían desaparecido, todo alrededor de la chica se había vuelto oscuro,  el corazón de Kevin comenzó a latir más rápido de costumbre, se podía escuchar los latidos como tambores, porque en el lugar el silencio había sido ensordecedor. Kevin nunca había tenido esas clases de sentimientos dentro de él, era como si lo hubiesen revuelto todo dentro de su estomago. —Soy Bárbara —dijo estirando la mano. En ese momento que sus manos se unieron en un saludo, él supo que él y ella jamás deberían de separarse. Kevin podía sentir que en su mano también se podía escuchar los latidos de su corazón. —¿Te encuentras bien? Ese día algo paso, pues Kevin se despertó un par de horas después en la enfermería. —¡Hola bello durmiente! —dijo la señorita Abala que se encontraba llenando unas planillas desde su escritorio. —¿Qué pasó? —dijo Kevin tocando su cabeza, sentía un fuerte dolor. —Al parecer te desmayaste —dijo ella no dándole mucha importancia. —No lo recuerdo —dijo él. —Por cierto tienes visitas —dijo la enfermera con un tono de picardía, tapándose la boca con la mano, con una risa tonta. —¿Visita? —preguntó Kevin —Oh, no, le avisaron a mi madre, seguramente dejó el puesto de frutas solo. —Tienes muchas preocupaciones para tu edad —dijo ella, girando el cuello antes de llegar a la puerta —pero no, es solo un jovencita. Kevin, no había hecho amigos nunca en todo el tiempo estudiando, tenía tan mala reputación, que solo acercarse a él, lo haría parte de un grupo de rechazados. —¡Hola! Me alegro que estés mejor, me sentí algo culpable. —¿Culpable porque? —preguntó Kevin. —No sé, como fui la última con quien hablaste. Unos recuerdos algo vergonzosos llegaron a la mente de Kevin en ese momento. —Oh, si ya lo recuerdo —la garganta de Kevin se puso algo seca repentinamente. —Soy Bárbara —dijo ella estirando la mano de nuevo. —Soy Kevin —estiró él también la mano, con un apretón seguro y firme. —Bueno la visita se acabó —dijo la enfermera, con una risa, mirando para otro lado —siempre quise decir eso. Bárbara y Kevin se vieron a los ojos y comenzaron a reírse.
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