Capitulo 11

891 Words
Kevin se encontraba en el puesto de frutas un sábado por la tarde. Su madre había salido a llevarle algo de comer al señor Terrent que no se había sentido bien los últimos días, el puesto vecino había estado cerrado los últimos días. —¡Hola Kevin! —saludó la señora Susana, cliente habitual.. —Hola señora Davels —respondió él amablemente al saludo —¿Qué se le ofrece el día de hoy? Tenemos fruta fresca; las papayas están muy jugosas. —Gracias, dame una canasta, para escoger —dijo ella estirando la mano. —¡Buenos días! —dijo la señora Thomson que había llegado con su marido. Kevin de inmediato perdió la emoción, y solo agachó la cabeza. —Buenos días —dijo con un susurro apenas audible. La señora Thomson barrió con la mirada de una forma muy desagradable, viendo los zapatos de Kevin, luego fue subiendo poco a poco, viendo la contrastada ropa desgastada. Kevin se sintió muy mal, y trató de tapar sus zapatos, pero no podía, Ya los Thomson habían cumplido su propósito, de hacer sentir mal al muchacho. —¿Podrías vendernos algo de fruta? —dijo el señor Thomson con una voz que indicaba más una orden que una pregunta. —Si enseguida —dijo Kevin —que clase de frutas. —Vamos hacer un ponche de frutas, que vienen unos amigos a la casa —respondió la señora Thomson. —Si los padres de Jeremy vendrán esta noche, pasaremos una velada en familia —bramó el señor Thomson sin miramientos lanzando una aguja de veneno al corazón del chico. —¿Esta noche? —preguntó el chico. —Si ¿podrías vendernos está lista? —dijo la señora Thomson dándole un trozo de papel al muchacho. —Si lo tengo todo —respondió él repasando la lista con los ojos y devolviendo el papel a su dueña. —¿Acaso te grabaste todo? —Si —dijo el chico. —¡Hola! Kevin ¿Dónde está tu madre —dijo la señora Taylor, una anciana de unos setenta años, también cliente habitual. —No se encuentra, pero seguro viene enseguida. —¿Puedes venderme esto? —preguntó enseñándole una nueva lista a Kevin que la puso frente a sus ojos por dos segundos y luego la cerró metiéndola en su bolso. —Si claro. —¡Estoy lista hijo! —dijo la señora Davels, que había llenado cuatro cestas de fruta —¿puedes pesarme esto? —preguntó ella con mucha calma en su voz y amabilidad. —Si está bien —dijo. Kevin se puso a recoger frutas de aquí para allá y lleno varias cestas en cuestión de dos minutos. —¡Listo! Son ,diecisiete dólares con veintisiete centavos. —¡Esta bien! —dijo ella sacando de su bolso un billete de veinte dólares y entregándolo al muchacho —déjalo así. La señora Thomson veía la forma de trabajar de Kevin algo irregular, pero la cliente no se había quejado para nada. Un señor alto había llegado al puesto y estaba viendo las fresas con algo de fascinación. —¿Puedo atenderlo señor? —preguntó Kevin. —No, tranquilo, yo espero. —Como usted desee —dijo Kevin. —son nueve dólares y veinticuatro centavos señora Taylor. —Muy bien Kevin —dijo la anciana abriendo su bolso pagando. Kevin tomo un billete de un dólar y se lo entregó a la anciana —Tome, lo dejamos todo en nueve dólares. —Gracias muchacho —respondió y luego comenzó a guardar las frutas, dentro de una bolsa gigante que llevaba. —A mí no me vas a cobrar así —bramó la señora Thomson —quiero que me peses todo. —Este muchacho no se equivoca, el es muy famoso por hacer los cálculos exactos de las cosas, solo con sentir su peso, es como un don —dijo ella guiñando un ojo. —exacto nunca es, siempre hay un margen de error, pero no se preocupe, igual no le iba a cobrar —dijo el entregándole las bolsas de las comprar al padre de Bárbara. —No, por supuesto que no podemos recibirlo, debes cobrarnos, pero de la forma tradicional. Muy bien, son ocho dólares y cuarenta y cinco centavos. —¿Puedes pesarlo muchacho? —preguntó el señor Thomson con algo de interés. —Claro —respondió Kevin, sacando un peso de una bolsa y limpiándolo. —¿No usas el peso muy a menudo? —preguntó el señor Thomson arrugando el entrecejo. —No señor, la mayoría que vienen son clientes, y ya saben que yo cálculo muy bien los pesos, si tengo que redondear, siempre lo hago hacia abajo. Kevin empezó a montar las frutas encima del peso y a darle a los números, cuando finalizó la suma había sido correcta, sin embargo el señor Thomson no estaba completamente satisfecho o asombrado, era muy difícil para Kevin demostrarle a los Thomson su enorme potencial. —Ya lo había visto antes, no es algo del otro mundo —dijo el señor Thomson. Pagaron la suma y se fueron del lugar. —¿Ya puedes atenderme Kevin? —dijo el hombre de traje n***o. Kevin arrugó las cejas recordando el rostro, la voz familiar que hasta el momento no había percatado. —Es usted —dijo.
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