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1439 Words
Liam parpadeó y abrió lentamente sus ojos para que se adaptaran a la luz. Despertó recostado en un cómodo y amplio colchón, cubierto de suaves sábanas blancas y de la arena de la playa. El viento acariciaba deliciosamente su rostro y ondeaba su cabello, y su cuerpo desnudo recibía plenamente el reconfortante calor del sol como nunca antes había podido hacerlo. ¿Dónde se encontraba? Era una playa silenciosa, donde solo se podía escuchar el maravilloso sonido del mar. La puesta del sol era más hermosa que nunca, el lugar estaba completamente solitario y su única compañía era una hermosa rosa roja recostada a su lado. ¿Quién la había colocado allí? ¿Cómo había llegado hasta aquí? Tomó la flor en su mano y la acercó a su nariz para inhalar su delicioso aroma (uno con el que estaba muy familiarizado ya que desde joven se perfumaba con agua de rosas para evitar irritaciones en su piel a causa de químicos). Acarició su mejilla con la delicadeza de sus pétalos y… recordó una mano acariciándolo con la misma suavidad. ¿Qué manos eran esas? ¿De quién se trataba? Apretó inconscientemente sus manos alrededor del tallo, la sangre manchando sus manos y el dolor provocado por el pinchazo de las espinas de la rosa… lo hicieron despertar. Abrió nuevamente sus ojos y, a diferencia de la primera vez, estaba rodeado de oscuridad. El amplio colchón había cambiado por un enorme cuerpo desnudo, el aliento y la respiración de la persona a su lado golpeaban su rostro como la delicia del viento, y el calor del sol no era más que el que manaba de aquel reconfortante cuerpo. Cerró los ojos otra vez con ánimos de perderse nuevamente en ese sueño personificado y se encogió en medio de esos fuertes brazos. De repente, volvió a su memoria la sangre, el dolor, las espinas. ¡Mierda! ¿Qué carajos estaba haciendo? ¿Acurrucándose con un extraño al que ni siquiera había visto? Su cuerpo se tensó y el temor se apoderó de él. Se deslizó suavemente para no despertar al otro hombre, mientras en su mente maldecía, reprendiéndose por abandonarse y entregarse a un desconocido, y sonriendo sin poder evitar recordar lo bien que se había sentido. ¡Joder! ¿Qué le estaba pasando? Se preguntaba mientras tomaba su ropa y se vestía tratando de hacer el mínimo ruido. Luego se acercó a la puerta y, sin mirar atrás, se alejó, dejando un pedazo de su corazón abandonado en aquella oscura habitación. *-*-*-*-* David asesinaba los panqueques con su tenedor, sin percatarse de la mirada atenta que le daban sus padres. —Ya basta, hijo, ya está muerto —la voz de su padre hizo que detuviera la masacre inconsciente. —¿Qué? ¿De qué hablas? —De los panqueques, Dav. Son tus favoritos y ni siquiera los has probado —David resopló. —¿Quieres hablar de ello? ¿A quién quieres matar en realidad? David acababa de llegar esa mañana, después de haber pasado la noche fuera, y encontró a su madre haciendo el desayuno. Se sentó en la mesa del comedor sin pronunciar ninguna palabra, hasta ese momento; sus padres lo observaban desde entonces. —Al destino —apuñaló nuevamente el destrozado panqueque—. Me odia, mamá. El jodido destino me odia —se lamentó David—, y yo estoy empezando a odiarlo también. —No, cariño —habló su madre con ternura—. Tú eres un maravilloso ser de luz, no puedes odiar nada ni a nadie, y el destino no te odia. ¿Por qué dices eso? —Porque es la verdad, mamá. O entonces, ¿cómo más explicaría las cosas que me pasan? —¿Qué pasó, a ver? Cuéntanos. David miró a sus padres que lo veían con mirada atenta, y entonces supo que tenía que contarles todo, o no se levantaría de esa mesa hoy. Ellos lo miraban como siempre, con ojos de amor y comprensión, listos para darle respuesta a sus dudas o para consolarlo si era necesario. No había vuelta atrás; tenía que hacerlo. Empezó a contarles lo que había vivido esa noche, desde que llegó al club, hasta cómo había despertado solo en una fría cama envuelto en oscuridad, tanto por fuera como por dentro. —… Desperté y simplemente, ya no estaba —se lamentó David—. Se había ido, papá, la segunda persona en este mundo y en todo este tiempo con la que he sentido putos fuegos artificiales, se había ido igual que la primera, sin saber quién es, sin dejar ningún rastro, y sin una pequeña esperanza de que lo pueda encontrar... —Dijiste que era un chico, ¿verdad?" preguntó su padre cuando había terminado la larga historia. —Papá, acabo de contarte tantas cosas y eso es lo único que escuchaste? ¿Acaso importa? —No, hijo, no me malinterpretes. Es solo que... pensé que eras hetero, pero sabes que no tengo nada en contra, ni juzgo la sexualidad de nadie. —Pues yo también lo pensé, papá. Pero esa es otra muestra de cómo juega conmigo el bendito destino. —Y si... no fueran dos personas?" intervino su madre, interrumpiendo la discusión entre padre e hijo. —¿De qué estás hablando, mamá? —Digo que, ¿y si las dos personas que te han hecho sentir 'fuegos artificiales', como tú dices... —“Putos fuegos artificiales"_ recalcó David la primera palabra. —Eso_ continuó su madre, rodando los ojos y sonriendo_ ¿qué tal si fueran la misma persona? —Pero eso es imposible, mujer_ discutió su padre_ Acaba de decir que la persona de anoche era un hombre, y hasta donde sé, la primera fue una chica. —¿Estás seguro de eso? _ preguntó su madre. —Por Dios, mujer, tuvieron sexo. Por mucho que estuviera oscuro, no creo que eso se le pasara por alto_ apuntó su padre con un toque sarcástico. David estaba pensativo. —Me refiero a... _ a la chica_ completó David la frase de su madre. Joder, ¿por qué nunca lo había considerado? ¿Era posible? —Exacto, hijo. ¿Estás seguro de que era una chica la de hace quince años? _ preguntó su madre. —Ya no estoy seguro de nada_ respondió David, revolviéndose el cabello en señal de confusión. —Ya no sé nada, mamá... Su ropa era holgada y su cuerpo era pequeño y delgado. Sus facciones eran delicadas, pero... el chico de anoche también lo era. Así que... —Hay algo más_ interrumpió su madre_ Por favor, hijo, no me odies por esto, pero es que solo hasta este momento lo recuerdo. —Habla ya, mamá, por favor. —Mencionaste que el chico de anoche olía a rosas, ¿cierto? _ David asintió_ Pues esa tarde, la mujer vino a buscar rosas que fueran cultivadas sin tantos químicos ni fertilizantes, para hacerle baños y perfumes a su hijo, ya que sufría de una enfermedad de la piel, no lo recuerdo bien. Así que... tal vez..." —¿Hijo? ¿Acabas de decir 'hijo’? _ David no salía de su confusión_ Mamá, ese día, corrí hacia ti como un loco, para decirte que me había enamorado de una chica que vi en el auto de esa mujer, ¿y tú sabías que era un chico y no me lo dijiste? —No lo sabía, hijo, simplemente... no lo relacioné, hasta ahora. Lo siento"_ dijo su madre compungida. —No, mamá, no te disculpes. No has hecho nada malo. Todo es culpa del bendito destino. ¿Y tú dices que no me odia? —No, no te odia, Dav. Dicen que cuando te encuentras con una persona una vez, es casualidad; dos veces, es coincidencia; y tres veces es el destino_, dijo su madre sonriendo ante la mirada atónita de su hijo_. Si ese chico es tu pareja destinada, te lo volverás a encontrar, solo dale tiempo. —Mamá, la última vez tardó quince años, eso suponiendo que tengas razón. No estoy dispuesto a esperar todo ese tiempo otra vez_, dijo David. Su madre sonrió y lo tomó de la mano sobre la mesa. _Escucha, hijo. Si tengo razón, lo conocerás cuando sea el momento preciso. El destino obra de formas misteriosas. No intentes conseguirle explicación ni forzarlo. Esa conexión que has tenido con esta persona dos veces no es algo que se pueda romper fácilmente. Solo tienes que tener tus sentidos bien atentos, así no lo pasarás por alto cuando te lo vuelvas a encontrar_, le dijo, sonriendo. _Por el momento, come tus panqueques.
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