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1179 Words
Joder, ¿quién era este hombre con un cuerpo de oso y olor a jodidas galletas con chispas de chocolate? ¿Dónde diablo se había estado escondiendo todos estos años? ¿Acaso era el Dom que buscaba? No sabía nada de él y en cuanto este momento terminara, volverían cada quien a su camino. Entonces, ¿por qué sentía que no quería dejarlo ir? Por favor, la energía que emanaba de su cuerpo lo tenía al borde del abismo. La forma en que lo tocaba era perfecta, sin miedo de dejar marcas y provocar dolor, pero a la vez con suavidad, ternura y cuidado. Podía sentir cómo se contenía, la forma en que cuidaba milimétricamente la presión. Sus manos eran grandes, fuertes y toscas, un arma peligrosa si no sabían manejarse, y él lo hacía perfectamente. Era perceptivo, había identificado su olor fácilmente. Era gracioso, cuando sonrió, el sonido de su risa retumbó en el centro de su pecho. Era dominante, sabía exigir y dar el tono exacto a su voz, pero a la vez era flexible con su sub. No pedía perfección, ni sumisión completa. ¡Dios! Todo lo que podía hacer con un Dom así. Era inteligente, no solo por la forma de atraerlo con aquella frase en su puerta, sino que también notó fácilmente que daba el título solo por respeto, pero que no lo sentía en realidad, y no quería falsos respetos. No lo había penetrado, solo había tocado su piel, presionado en los lugares exactos con la fuerza exacta. Sentir su barba raspar por su piel sensible, sus besos hambrientos y apasionados, sus grandes manos adueñarse de su cuerpo y masturbando sus miembros juntos, era el jodido éxtasis que necesitaba en la jodida vida. En ese momento, cuando estaba a punto de explotar, se dio cuenta de que se había estado mintiendo a sí mismo todos estos años, cuando decía que no andaba buscando el Dom perfecto, cuando creía que no lo estaba esperando. Ahora que sabía que existía, sentía… miedo. “No se ve bien sino es con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Era imposible que este hombre pudiera hacer viva esta frase, con solo unos minutos y unos cuantos toques, con sus palabras y sus cuidados. No necesitó los ojos, o saber su aspecto, saber su pasado, conocer su vida para verlo… verlo con el corazón. —Vamos, chico… dilo. Había estado tan sumergido en el abismo de su placer y de su mente, había estado jadeando y gimiendo con sus dientes fuertemente enterrados en sus labios, sellando su boca, conteniendo sus palabras, no solo porque así se le había ordenado, sino para no decir algo de lo que se arrepentiría más tarde. Sabía lo que este hombre quería, sabía lo que pedía, pero doblegarse a ello era perderse a sí mismo y había luchado mucho para encontrarse. ¿Acaso no era ese el verdadero sentido de someterse? Lo cuestionó su propio pensamiento, y entonces entendió que nunca había sido un sumiso en realidad, nunca había sentido la necesidad de complacer al extremo. ¡Joder! ¿Qué le estaba haciendo este extraño hombre? Tres largos y fuertes dedos entraban y salían de su anillo, mientras otra mano mantenía sus piernas abiertas de par en par. Estaba totalmente entregado, indefenso, literalmente atado de manos. No podía resistirse, no, la verdad era que no quería hacerlo, aún tenía su palabra de seguridad y aún así no había utilizado. ¿Sunset? Joder, no sabía por qué había dicho aquello, ¿era idiota acaso? ¿Cómo usaba el nombre de su reconocida marca de ropa para esto? Se supone que no hay que revelar o dar signos de tu identidad en el cuarto oscuro, sin nombres, direcciones, teléfonos, sin encuentros posteriores. El misterio, el secreto, el sentir del momento lo era todo. Entonces, ¿por qué quería decirle todo, quería que lo conociera, que supiera de su vida, que cuidara sus heridas, que…? La punta roma y gorda de la v***a de ese hombre se burlaba de su entrada, y su voz lo llamó. —Sabes que lo quieres, chico. No te resistas. Tu cuerpo me dice todo lo que tus palabras no, pero quiero escucharlo —empujó un poco más—. ¡Joder! —dijo—. Dilo, hermoso niño. Al diablo, eso fue todo, estaba perdido. Las palabras inundaron su boca y se peleaban por salir. —Sí, Amo… dámelo, por favor… por favor, Amo. Nunca había llamado Amo a nadie antes, siempre les decía señor, más de los dientes para afuera que otra cosa. La palabra Amo era demasiado grande para él, pero en este momento parecía tan insignificante, no se sentía suficiente. —Buen chico, gracias por eso. Nunca había necesitado que nadie lo aprobara, pero ahora se sentía tan bien. La delicadeza y fuerza con la que su Amo lo embistió después de aquellas palabras fue sublime. La plenitud hizo que su cuerpo se desprendiera haciéndolo entrar en un trance. Estaba flotando en un subespacio, perdiéndose a sí mismo, y confiándose por completo a la otra persona. Sus emociones lo abrumaron y su rostro se humedeció. Las lágrimas no paraban de salir, esas mismas lágrimas que había estado conteniendo por tantos años. El baúl donde había escondido sus sentimientos bajo llave había sido abierto, alguien había traspasado sus espinas. *-*-*-*-* El orgasmo los golpeó al mismo tiempo, en cuanto su chico dijo la palabra que tanto estaba deseando escuchar de manera tan sincera, no lo pudo evitar, explotó en el interior de ese hombre y deseó no tener un preservativo que le impidiera llenarlo con su esencia. Maldijo. La sensación de complementarse, de descubrirse, de encontrarse, fue tan plena para ambos, que en el momento en que el chico se dejó caer completamente en sus brazos y empezó a sollozar, David sintió como se le ponía en sus manos el tesoro más grande del mundo, y él tenía ahora el poder de decidir qué hacía con él. ¿Cómo era posible? David desató al chico y masajeó sus brazos y sus hombros, besó y acarició sus muñecas, mientras la intensidad del llanto de su chico aumentaba. El hombre se acurrucó fuerte en su pecho. David lo tomó entre sus amplios y fuertes brazos, acariciando su espalda y su cabello, mientras su chico se debatía entre la risa y el llanto. Era increíble de sentir, nunca había logrado enviar a una sumisa a un subespacio, se sentía poderoso, pleno, agradecido, lleno y por un momento maldijo la oscuridad que lo privaba de poder ser testigo pleno de semejante regalo. Pero era suficiente verlo con el corazón. Incrustó su nariz en los suaves rizos e inhaló nuevamente ese delicioso olor, "su rosa", dejó besos dulces repartidos por su cabeza y su frente, acarició la suavidad de su piel, contuvo entre sus brazos el estremecimiento de su cuerpo haciéndolo sentir seguro. Los latidos se unieron en uno solo, y al compás constante y apacible de su ritmo, ambos se dejaron arrullar hasta sumergirse en un dulce sueño.
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