Capítulo 11: Una traición inesperada

1703 Words
Un fuerte ruido nos sobresalta, y observo para todos lados desconcertada tratando de descubrir qué fue eso. Alessander se levanta con rapidez y se calza las zapatillas, mientras mis nervios vuelven a helarse otra vez. Más golpes fuertes se oyen provenientes de fuera del hotel, y del ala norte, en donde están las demás habitaciones en las que se alojarían los demás. Los gritos comienzan a elevarse y logro distinguir las voces de María y de mi tío por sobre el estruendo. —¿Qué está pasando? —tomo con prisa mis zapatillas y con mis manos temblorosas intento a tirones lograr colocármelas. —Tampoco lo sé, deberíamos haber estado a salvo aquí —corre hasta la puerta de entrada que conecta con el oscuro pasillo y antes de girar el pomo voltea a verme, ya estática a unos pasos detrás de él—. Si te pido que te quedes aquí y te escondas, ¿podrías hacerlo? —Ni pensarlo —aprieto mis manos con fuerza y me interpongo entre su cuerpo y la puerta, sosteniéndole la mirada con toda la falsa valía que puedo demostrar—. Si tú vas, también yo. Somos un equipo ahora, ¿comprendes eso? Pasa con brusquedad su mano por su cabello y suspira intentando calmarse. Cuando abre de nuevo los ojos, observo ese brillo protector tan especial, pero a pesar de lo que él quiere internamente, toma mi mano y termina de abrir la puerta, dejando ver el caos que hay al fondo del pasillo. Vemos a mi tío sacando unas armas de uno de los bolsos dentro de la habitación de frente a la nuestra, y unas gotas de sudor recorren mi nuca ante la idea de lo que puede causar este alboroto. Alessander aprieta mi mano con fuerza y me arrastra hacia delante, dándome cuenta de que mis pies parecen clavados al suelo. James levanta la cabeza en estado alerta y le arroja dos pistolas a mi novio, que instantáneamente guarda una en su cinturón y le quita el seguro a la otra. —¿Qué está pasando allá? —inquiere con actitud firme, mientras su instinto protector sale a flote, junto con todo el aprendizaje de tantos años de entrenamiento para este tipo de situaciones. —Una emboscada, eso es —a mi tío le tiemblan las manos, y no recuerdo haberlo visto nunca tan alterado. —¿Cómo que una emboscada? ¿No se supone que este era, justamente, un lugar seguro? —el ojiverde retrocede unos pasos con el puño apretado y observa con cuidado por el pasillo, hacia el lado en donde el estruendo parece acercarse. —¿Quiénes son? —pregunto con un hilo de voz, abrazándome a mí misma. Y Alessander tiene razón, María Cromwell eligió este lugar precisamente porque estaríamos a salvo, para descansar sin preocuparnos de cuidarnos las espaldas y poder seguir hacia Carvers con las energías completas, para poder ser efectivos en nuestro plan. ¿Quién nos habrá encontrado? ¿Acaso nos siguieron desde Cashmere? —Al parecer son los Errantis, logré escapar por una ventana justo que irrumpieron en la habitación de María y de Margot —suspira apoyándose con las manos en la mesa en donde el bolso aún contiene más armas y más del equipo de curación que María siempre lleva a todos lados. Cuando capto lo que dijo, lo observo con los ojos muy abiertos, espantada de que las haya dejado solas—. No me veas así, ellas me pidieron que me vaya y que viniera a buscar armamento. —¿Y qué hacemos aún aquí? —espeto con terror de que algo les haya pasado, más teniendo en cuenta que si nos enfrentamos a los Errantis… —Juntar armamento —escupe llevando sus manos a la cara, y ahogando un grito cargado de frustración y desespero. —Tío James… —sacude con brusquedad la cabeza, y comprendo que no es momento de preguntas. Cerrando los ojos con fuerzas, tomo todo el coraje que puedo y del bolso tomo una de las pistolas y una cuchilla, guardándolas en el cinturón de mi jeans, así como hizo Alessander. Tomo también una bolsa con vendas y un frasquito que Margot me enseñó hace unas semanas que es un anestésico instantáneo para heridas graves, además de ayudar a frenar el sangrado. Lo observo un corto instante, y cerrando otra vez los ojos, guardo ambas cosas en los bolsillos. ‹‹Espero que no lo tengamos que usar››. Me volteo hacia mi novio, que me observa con los ojos cristalizados y totalmente serio. Le doy un asentimiento de cabeza y una sonrisa que más parece una mueca, y entiende que debemos ir a ayudar, no puede protegerme y ayudar a los demás; debemos ir juntos. —Tío, llama a los refuerzos, vamos a retrasar el ataque, tú cubre la salida para que escapemos por la cocina —él eleva las cejas algo impresionado y desconcertado, por lo que me encojo de hombros, y doy unos pasos a la puerta para que reaccione que debemos darnos prisa—. Intuyo que la cocina debe de tener una salida al patio trasero del hotel, es demasiado grande para no tener una salida de emergencia. —Pero, aunque llamemos a refuerzos, no vendrán a tiempo, los únicos Protectores cercanos son los Danvers, y no sé en dónde están —un frio baja por mi columna, al sabernos solos en esto, como aquel día en la casa Di Lorenzo…— Subieron a la habitación asignada para ellos una media hora antes que nosotros, y cuando llegué… —La puerta estaba abierta —termina Alessander, con el ceño fruncido y señalando una puerta abierta de par en par justo al lado de la nuestra —. Los escuché entrar antes de dormirnos, si ya no están, podrían haberse ido al escuchar llegar a los Errantis. —O quizá fueron a ayudar a las señoras —los excuso, pero algo me dice que no cuadra. ¿No avisaron nada? ¿Nadie más los vio? —Sólo despeja la cocina —digo con firmeza tomando la mano de Alessander y arrastrándolo pasillo adentro, en donde ya todo está completamente oscuro, y sólo logro guiarme por los ruidos a golpes y de objetos romperse. —¿Estás segura de poder pelear? —susurra cuando estamos frente a una puerta cerrada, de la que se escapa la voz de Margot gritando unas palabras en otro idioma. —Pelearé hasta que no deba hacerlo nunca más —suelta una pequeña risa gutural, y puedo imaginarme su sonrisa orgullosa a través de esta oscuridad. Con una patada, abre la puerta haciéndola saltar de sus goznes, y una nube espesa de humo se escapa, obligándonos a retroceder y toser con fuerza. Una potente luz anaranjada brota de un extremo de la habitación, cegándonos por unos instantes y enviando una honda de calor que me da escalofríos; eso no es natural. Dos vampiros vestidos con uniformes azules salen despedidos hacia el pasillo, cayendo cerca de nuestros pies. Alessander los revisa corroborando de que estén desmayados, y los arrastra hacia un costado. De un momento al otro, el humo comienza a retraerse con una velocidad impresionante, acumulándose como una masa espesa alrededor de Margot, quien parece elevarse del suelo por unos centímetros, con sus ojos convertidos en dos esferas violetas brillantes. María Cromwell está detrás de ella, sosteniendo al señor Julio del brazo. El hombre está completamente pálido y recargando su peso en la pequeña anciana, pareciendo desmayado. Tres vampiros más saltan desde la ventana, mientras veo las manos de otros dos que siguen trepando con agilidad. Uno de ellos tres, el más fornido, se nos abalanza encima y Alessander logra dispararle unas cuantas veces, dándole en la cabeza. Rápidamente apunta a los otros dos, mientras la densa niebla grisácea que controla Margot los envuelve, apretándolos y dejándolos inmóviles. Los disparos llegan a ellos en un segundo, y la niebla los suelta dejándolos caer, para ser lanzada como una ola enorme hacia la ventana, haciendo caer a los dos vampiros que estaban a punto de bajar del marco de la ventana. —¡Debemos ir hacia la cocina! —logro elevar la voz para que me oigan, y María asiente hacia mí, agitando su mano para que la ayude. Juntas sacamos a Julio, quien tiembla con fuertes espasmos y balbucea palabras inteligibles. Margot va delante de nosotros, asegurándose de que no haya nadie mientras nos acercamos por el oscuro pasillo hasta las escaleras, y Alessander cuida que nadie nos siga. Caminamos lo más rápido que podemos, evitando caernos por el peso inestable de su primo, pero alcanzamos las escaleras con éxito. El vestíbulo está extrañamente vacío, y la luz de los candelabros oxidados sigue titilante, dejando ver muy poco. Las puertas doble de la cocina están sin llave, y Margot las abre de sopetón manejando la nube de humo compacto que la rodea y que aumenta a cada segundo. Mi tío James está esperándonos en la puerta que lleva hacia el patio trasero del hotel, junto con los Danvers, quienes parecen haber estado peleando también. —¿Todos están bien? —pregunta Esther, acercándose a nosotras y ayudándonos a llegar con el señor Julio hasta la salida. —Sí, sólo hay que darnos prisa para irnos —le contesto con el miedo de que aparezcan más detrás nuestro. La luz exterior me enceguece en cuanto el señor Danvers abre la puerta que anuncia “salida” en palabras rojas y despintadas. Pero cuando mis ojos se adaptan por un instante, una patada detrás de mí rodilla hace que caiga al piso con rudeza, y que un grito ahogado raspe mi garganta. Unos brazos me toman de mis muñecas con fuerza, tirándome hacia adentro de la cocina de nuevo, y golpeándome contra una mesita de metal helado que corta mi brazo con una profundidad alarmante. Y mientras siento mi sangre fluir por mi antebrazo hasta gotear en el frio suelo de azulejos quebrados, observo a Esther Danvers cerrar la puerta de la cocina y trabarla con una gruesa barra de metal. Y al voltearse, caigo en cuenta que esto es parte de un plan mayor.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD