Tocaron al timbre de la puerta un par de veces, Fernanda fue algo molesta a ver quien era. Todavía era temprano para recibir visitas a esa hora. Con su pijama aun puesta y sus cabellos desordenados, decidide abrir.
- Buenos días, señorita. – dijo el hombre tras la puerta, de mediana edad, muy bien vestido de traje azul marino y con un portafolio en sus manos, algo regordete y de cabellos negros. – busco a la Señora Sara Mars, soy el abogado del señor Santiago Mars y he venido para que firme los papeles del divorcio. – su calma era absoluta y eso sorprendió a Fernanda.
Fernanda esbozó una gran sonrisa ante el abogado y le dijo.
- Creo que ha llegado muy tarde, mi amiga Sara acaba de marcharse en la madrugada.
El abogado de Santiago abrió sus grandes ojos color avellanas, su única misión era conseguir el divorcio entre los señores Mars. Tomó un pañuelo cuando sintió que empezó a sudar y le dijo a Fernanda muy apresurado.
- ¿Sabrá dónde la puedo encontrar?
- No y aunque lo supiera no se lo diría. Después de todo Santiago la quería lejos de su vida. – antes de cerrar la puerta le dijo. – dígale al “Señor Mars” que tenga los huevos suficientes para devolverle lo que es de ella porque sabe que le pertenece, buenos días. – cerró la puerta de un golpe, ver al abogado de Santiago o peor aun escuchar su nombre le llenaba el hígado de piedras. Deseaba tenerlo frente a ella y decirle todas las cosas que Sara no pudo decirle en su cara.
Caminó hasta tomar su celular y buscó en su agenda de contactos el nombre de Sara para después llamarla.
- ¿Has llegado ya? – preguntó ella en la llamada dando vueltas por todo el departamento.
- Sí. – respondió Sara melancólica, dejar toda su vida atrás era un duro golpe para ella. - ¿Sucedió algo?
- Ha venido el abogado de Santiago en busca del divorcio, le he dicho que no estas y que no sé tu ubicación. – respiró de frustración y continuó. - lo peor es que enserio no lo sé ¿A dónde fuiste, Sara?
- Voy a renacer, necesito estar fuera del país por un tiempo. – en el fondo se escuchó un llamado para el siguiente viaje en camión. – antes de irme, te pido que elimines mi contacto, voy a dejar atrás toda mi vida. En cuanto tenga un nuevo número te llamo para avisarte como estoy. – se escucharon voces y pasos de personas. – Gracias por tu ayuda y por el dinero, prometo devolvértelo. Nos vemos muy pronto, Fer.
- Te deseo de todo corazón que todo salga como lo esperas, cuídate.
Sara agradeció sus palabras y colgó la llamada. Su camión ya estaba listo, sólo faltaba ella. Observando atrás, caminó hasta un bote de basura y dejó ahí su celular, dejó su pasado, ya todo era eso, era sólo recuerdos. Subió al camión, se sentó junto a la ventana y pidió de todo corazón volver y tener las fuerzas suficientes para enfrentarlos y recuperar toda su fortuna.
…
- ¡¿Cómo que no estaba?! – Santiago dio un golpe seco sobre el escritorio al escuchar la historia de Antonio, su abogado de confianza. – necesito divorciarme de esa mujer en cuanto antes, no puedo estar atado a ese maldito matrimonió. – desamarró su corbata sintiendo que lo asfixiaba, se sentó en el sillón y dijo más calmado. – contrata un detective y ordena su búsqueda, no puede estar muy lejos.
Antonio asentó su mirada ante la petición de Santiago y se retiró del lugar, tan pronto como se fue, entró Cesar haciendo sonar a su paso su viejo bastón.
- ¿Lo consiguió? – preguntó con un semblante serio.
- Se ha marchado. – respondió Santiago con su mirada fija en el suelo.
Cesar caminó hasta estar junto a Santiago, le tocó el hombro como si fuera un gran pesar y le dijo.
- Contrata un detective y que la busque en cuanto antes, pero tienes que divorciarte de ella cueste lo que cueste. Sara es una mala mujer para ti, hijo, te traicionó y sabrá Dios con cuantos hombres se acostó a tus espaldas.
- ¿Y qué crees que estoy haciendo, padre? – preguntó Santiago algo irritado por el comentario de Cesar. Le dolía escuchar a cada rato la traición de Sara que aún no lo podía creer. Se puso de pie molesto y salió del despacho sin mirar atrás.
Cesar lo vio alejarse, llevó un pañuelo a su frente y se sentó en el sillón de su hijo. Entré una ligera risa que salió de la camisura de sus labios dijo.
- Lo siento Sara, pero eras una piedra en mi zapato y tuve que liberarme de ti. – miró su reloj para asegurarse de que ya era la hora, entre ligeras risas y una voz que apenas se escuchó dijo. – las 12 p.m. hora de tu muerte.