—Ahora que ya viste a Elizabeth, te puedes largar —dice Harald con mala gana. Elizabeth omite por completo las palabras de Harald, acercándose a Octavius para decirle: —¿Eres un maestro, no es así? ¡Enséñame a utilizar debidamente mis habilidades! Todo este tiempo he vivido en la desgracia, porque mi madre nunca me enseñó… quizás tu puedas ayudarme ¡Puedo pagarte! La mitad de la fortuna de Harald me pertenece. Cuando Harald escuchó la forma como Elizabeth le rogaba a Octavius, no le agradó, porque él conocía a la perfección como era ese anciano milenario oculto en el cuerpo de un jovencito de veintitantos años. —Por supuesto que te ayudaré, pero como todo en esta vida tiene un precio, me gustaría algo más valioso que el oro y las riquezas… —¿Qué será? Luego de hacer e