Harald se había encargado de darle una habitación a Elizabeth al final del pasillo, donde se encontraban una cantidad considerables de recamaras; la joven sin mucho esfuerzo podía jurar que habían un total de cuarenta habitaciones, en esa área del castillo sin necesidad de tomarse el tiempo para contarlas manualmente, y Harald, o como la pelinegra lo conocía: “Christopher”, cuando dejó a la jovencita en su alejada habitación, le dijo que todo lo que estaba ahí le pertenecía, y que ella podía hacer lo que quisiera siempre y cuando no saliera de ese lugar durante las noches. Por supuesto que Elizabeth accedió a esa extraña orden, viendo a su alrededor el nuevo lugar donde ahora dormiría. La habitación era enorme, sin lugar a dudas esa recamara era del tamaño de un apartamento tipo es