En vista de que soy incapaz de objetar absolutamente nada, de lo tonta que me siento y de la desagradable sensación de haber hecho algo malo, me pongo de pie lentamente. Dudo un momento, empero, Evan parece haberse olvidado que estoy en la misma habitación. Trago saliva con dificultad y me doy la vuelta con la mayor dignidad que consigo fingir en ese instante, pero no consigo llegar ni a mitad del camino. —Evan —balbuceo. Oigo un monosílabo irritado que me indica que todavía recuerda que sigo ahí. Me encojo automáticamente y arrugo el comprobante del laboratorio. Me duele su desinterés. Concebir que estoy molestándolo me encoge el corazón e irónicamente me provoca desear un abrazo suyo más que nada en el mundo. Me muerdo los labios antes de obligarme a hablar. —¿Qué… qué pasará si es