Oigo a Evan suspirar pesadamente, y a través de las pestañas lo veo recargarse en el espaldar del sofá y cruzarse de brazos. No me mira tampoco, aunque me doy cuenta de la tensión en sus hombros y la fuerza que imprime en sus brazos.
—La inyección es prácticamente infalible, Leilah —se refiere a mí como si fuera una retrasada mental. Tampoco me ha llamado “niña”.
—Su efectividad es del noventa y nueve por ciento por mucho —replico.
—Hablas como si no supieras de qué va esto.
—¿De qué va? —entonces si levanto la cara, confundida.
Evan entorna los gélidos ojos cafés, su mueca es totalmente altiva y severa, logrando intimidarme. No obstante, no tiene derecho a portarse de esa manera, no luego de recibir una noticia así.
Su autocontrol sobrepasa cualquier indicio de humanidad en éste pre
