Novata

8463 Words
Luego del almuerzo, recojo mi gafete en el stand autorizado de la Asociación de Médicos que organiza la conferencia. De inmediato lo guardo y me echo a andar por el corredor lo más lento que puedo. Hillary y Marion me alcanzan rápidamente, acoplándose fácilmente al paso que yo impongo: tortuga. La rubia enarca una ceja. —¿Qué rayos te pasa? —pregunta sin quitarme los ojos de encima, ignoro su mirada inquisitiva al dirigirme con paso firme hacia mi siguiente clase. —Nada —me encojo de hombros. —Caminas raro, taruga —hace girar el gafete de Lisa entre sus manos—. ¿Cierto, Marion? La interpelada asiente en silencio, mirándome casi con terror. —He estado haciendo ejercicio —exclamo con indiferencia, esperando que la respuesta las deje conformes. No estoy mintiendo del todo, la actividad física a la que me somete Evan sobrepasa mi condición… y mi, hasta ahora; pobre historial s****l. Él es el motivo de despertar exhausta y con incómodos dolores musculares. —¿Ah sí? ¿A dónde? —Hillary enarca una ceja—. No te he visto en el gimnasio. Me tenso de inmediato, aunque estoy lista con mi coartada. —Voy a correr al parque y eso —finjo un encogimiento de hombros—. Además, tú solo vas al gimnasio cuando está ese instructor paliducho. La distracción funciona. —Tiene un trasero lindo —sonríe malévola y Marion se ruboriza—. ¡Vamos, Marion! —le da un empujoncito en el hombro—, no me digas que no le has visto el trasero a Neil, no digo que tenga uno especialmente bueno, pero al me… —¡Hillary! —interrumpe la chica con los colores subidos al rostro—. N…no…yo no…no le he… —se calla, escondiendo la cara detrás de sus libros. Me río, acordándome que yo sí conozco el trasero de mi rubio hermano, no más por accidente y de hecho la anécdota es tan graciosa, que siempre que lo recordamos nos destornillamos de la risa. Ambas me miran fijamente un momento, Marion todavía ruborizada y Hillary casi acusante. Me aclaro la garganta. —Además, pelos de elote ¿no dijiste que ibas a salir sólo con Marcus? —enarco una ceja. Tratándose de la rubia, eso es motivo de celebración. Ella hace un mohín. —No… nos has contado cómo te fue —interviene Marion. Hillary tuerce los ojos. —Mejor cuéntanos como estuvo tu cita con Neil —comenta como si nada. La miramos durante un momento, conscientes que está evitando el tema. A juzgar por su actitud, su cita no debió salir muy bien, o al menos no como esperaba. Inhalo en silencio, ya sabía yo que ellos no iban a tener química, llevan el “polos opuestos” a un nivel imposible. Tomo nota mental de preguntarle a mi primo. —Bueno… es que… —Marion se muerde el labio, toma aire y continúa—. Yo... —No me digas que te dejó plantada —interrumpe Hillary. —No —responde rápidamente. —¿Lo dejaste plantado tú? —conociendo lo tímida que es, bien pudo haberse quedado debajo de las cobijas, roja como un tomate y sin poder articular ninguna palabra. Marion niega, casi horrorizada. —¿Entonces? —preguntamos la rubia y yo al unísono. Nuestra amiga aprieta los libros contra el pecho. Hillary y yo compartimos una mirada asustada. ¿Será que el idiota de mi hermano se portó como un patán? No lo pensaría de él porque podrá ser despistado, escandaloso e hiperactivo, pero definitivamente no es mala persona. —Él y yo... pues... —¡Ya dilo, Marion! ¿Te besó? —exige Hillary, llamando la atención de varios compañeros. —Él es muy… amable —lo dice tan quedo, que tenemos que acercarnos para descifrarlo. —¿Sí o no? La pelinegra asiente débilmente, con los colores subidos al rostro. La rubia tuerce los ojos, por mi parte sólo suspiro, se ve a leguas que Marion ya ve luces en el cielo por él. —Entonces la pasaste bien —concluyo. Ella asiente, ruborizándose al instante de nuevo. Nota mental dos: interrogar a Neil también. A éste paso terminaré por enterarme de todo a través de los hombres, en vez de mis propias amigas. ¿Dónde queda la confianza femenina? Y hablando de otra cosa, mi cabeza está revuelta ésta vez por la resolución de mis padres de irse a vivir a Kentucky hacía ya unas semanas. Aunque claro, gracias al empleo de mi padre ésa ciudad queda mejor para sus planes de futura campaña, eso no alivia en nada mi pesar en que la casa Ferguson esté ahora temporalmente habitada por mis insoportables tíos de Florida (a los que Neil adora). Resoplo ante mis sombríos pensamientos, volviendo mi atención al frente. Al instante en que diviso a Evan firmar su entrada a la facultad, mis nervios explotan como un montón de fuegos artificiales, desembocando en un estremecimiento por la columna vertebral que rodea mi vientre hasta los muslos. Viste un suéter azul oscuro de cuello tortuga y pantalones café ajustados; estoy segura de no ser la única que nota lo bien que se ajustan a sus piernas, o que el tejido de la tela enmarca los músculos de su espalda. Seguro no lleva nada debajo. Pensar en su fuerte torso me provoca una honda de calor tan potente que pierdo el aliento por un momento, antes de darme cuenta que me estoy humedeciendo. ¡Quiero mandar al diablo la discreción en éste momento! Aprieto las piernas conforme camino sin perderlo de vista, él se lleva una mano a la barbilla mientras lee un par de hojas engrapadas. —El profe se ve muy bien hoy —apunta Hillary, encogiéndose de hombros. ¿Y cuándo no? Sin pensarlo dos veces, le arranco el gafete de Lisa de las manos y me adelanto un par de pasos hasta el escritorio de la oficina principal. Apoyo los codos mirándolo de reojo en una perfecta actuación de indiferencia. Debo admitir que él es un experto en eso: ni siquiera parece notarme. Lucho por no fruncir los labios y me conformo con el aroma de su perfume, notorio incluso a esta distancia. La anciana que atiende el mostrador me reconoce (a mí y al par que viene detrás), y con gesto apático llama a mi amiga pelirroja. En ése momento me pregunto si acaso no frecuentamos demasiado el lugar de trabajo de Lisa. Evan cambia el peso de su cuerpo al otro pie, entrecerrando los ojos ante lo que sea que está leyendo; sonríe de medio lado, alza una ceja y me digo que no puede verse más guapo. Me asalta una poderosa urgencia que más bien es impúdica, si se muerde los labios en éste momento, le regalo como ofrenda mi ropa interior. —¿Sabías que es de mala educación ver fijamente a alguien? Doy un respingo volviéndome hacia Lisa, al parecer mi prudencia no es tan buena como había creído. —No miraba a nadie —me defiendo y carraspeo para disimular. —Leilah tiene razón —dice Hillary de pronto, acomodándose a mi lado—. Miraba el horizonte y que el profe de anatomía se atravesara, no tiene nada que ver —ironiza. Le doy un codazo, esperando que Evan no la haya escuchado. En mi posición no puedo darme el lujo de verlo para verificarlo. ¡Bien hecho, Leilah, eres una torpe! —¿Es mío? —Lisa señala el gafete, asiento entregándoselo. —¿Ya sabes cuáles son las ponencias obligatorias? —pregunta Hillary en voz baja, embarrando los pechos en el escritorio. Ruedo los ojos, aunque en el fondo también estoy interesada en saber cuáles conferencistas son los que cuentan para recibir una calificación. Aunque las conferencias son opcionales, la mayoría de los profesores consideran la asistencia a ciertas ponencias como una calificación; sin embargo, nunca se nos avisa cuáles, para obligarnos a presenciar todas. Es jugar sucio, no obstante; sé que todo conocimiento debe ser bienvenido. Pero que para arreglar eso tenemos a Lisa, quien ahora mismo suspira cansinamente al devolverle la mirada a la rubia, luego asiente. —¡Gracias! —se le lanza a los hombros, dándole un sonoro beso en la mejilla. La pelirroja se deja hacer. Marion y yo resoplamos. El único motivo por el cual Hillary está ansiosa es porque podrá saltarse las ponencias que no le interesan y escaparse para arreglarse para la fiesta de bienvenida a nuestro último año.   Los rumores (Marion) dicen que invitará a Marcus. Bueno, al menos está esforzándose por tirar la coraza de mi antipático primo cascarrabias. Un estremecimiento me recorre la espalda de pronto, al instante asomo los ojos a través de la cortina de cabello. Evan concentra su indiferente mirada de nuevo a lo que sostiene, antes de echarse a andar firmemente por el pasillo. Me obligo a no verlo irse. —¿Nos juntamos en tu casa, narizona? —habla Hillary de pronto. —Aunque diga que no, irás —repongo con una sonrisa maliciosa, que espero sea capaz de disimular la turbación que deja Evan en mí cuando me observa. —Yo las alcanzo en la fiesta —dice Lisa con un resoplido de frustración que capta nuestra atención de inmediato, debe darse cuenta de que es el centro de atención porque vuelve a hablar.— Veré a Noah antes. La forma preocupada con la que lo dice nos deja en claro que algo malo ocurre. Lisa vuelve al trabajo, luego de agradecer nuestro ofrecimiento por si necesita cualquier cosa; por ejemplo patear a su novio si le ha hecho algo. *** Soñaré con las luces de neón, aunque no me acuerde del nombre del antro. No es uno de los que frecuento, dada su poco convencional ubicación: la carretera estatal. Mientras que en el exterior se asemeja a un gigantesco cubo n***o, el interior es lo más parecido a la casa de los cristales; inclusive el barandal hacia la desierta zona VIP brilla debajo del juego de luces de neón. Al avanzar, la niebla seca se cuela entre las piernas y pese a que están a punto de dar las once treinta de la noche, el sitio sigue a la mitad de su capacidad. La pista apenas está ocupada por unos cuantos valientes, que brincan al ritmo de la estruendosa música electro, de modo que tenemos perfecta visión de todo el antro. A decir verdad, no espero mucho de un lugar que ha aceptado que se cuelgue una lona con la leyenda “Bienvenidos”, como si fuese un encuentro de secundaria. Además, a este tipo de celebraciones nunca asisten los de nuevo ingreso, sino los fiesteros de años avanzados, como nosotras. Hillary tira de mi mano con insistencia, remolcándome hasta una de los cubos de madera que hacen las veces de mesas. Al costado de los diminutos asientos están mi primo y Félix, ya han pedido una botella. Todavía no hablo con él respecto a mi escapada de la fiesta, a decir verdad, me sorprende que haya aceptado estar en el mismo rango kilométrico que yo. A lo mejor he apresurado conclusiones respecto a su posible relación con Hillary. Marion camina a nuestro lado, bajándose el vestido en el que la rubia prácticamente le obligó a meterse, su rostro bien podía combinar con las luces rojas de neón. —¡Marcus! —Hillary se le cuelga al cuello, plantándole un beso en los labios. Comparto un gesto de expectación con Félix, el cual se acentúa en cuanto la rubia entrelaza sus dedos y, como si no fuera suficiente; le enreda el otro brazo por el codo. La escena es tan melosa que sobrepasa lo que yo soporto como pareja reciente. —Primo —saludo con una sonrisa. Él chasquea la lengua, dedicándome una mirada fastidiada y se vuelve a lo que sea que su rubio amigo le dice. Resoplo al dejarme caer sobre el asiento acojinado, quedando frente a la botella de tequila y los gin-tonic enlatados. Tomo una y sin escuchar lo que me susurra Marion, le doy un trago. Para cuando el reloj digital de mi celular señala las doce cuarenta, me doy cuenta que ha pasado una hora en este antro y que no me he divertido para nada. He charlado con Marion (y además convencido de que dejara de estirar la tela del dobladillo de su vestido), también he sido espectadora en primera fila –junto con Félix–, del flirteo constante de Hillary. No ha logrado arrastrar a Marcus a la pista de baile, no obstante; no ha perdido la sonrisa al sostener su bebida. No es sino hasta que Marion me da un empujoncito en el codo, que decido intervenir antes que Hillary termine borracha y Marcus convierta su gesto impávido en uno de fastidio. En estos momentos me pregunto por qué rayos mi antipático primo acepta invitaciones a beber, si no hace nada por pasarla bien. O quizás él es feliz así. Quién sabe, pero es raro. —¿Leilah? —se queja cuando tiro de ella para apartarla de mi primo, quien al verse liberado se inclina hacia el lado opuesto con una elocuente expresión a su amigo. El rubio asiente con una gran sonrisa socarrona, toma los cigarrillos de la mesa y acompaña a Marcus hacia la salida. Dejan sus chaquetas, así que presumo que volverán. —¿Qué te ocurre? —Besaste a Marcus —respondo como si fuese argumento suficiente. Yo creo que sí lo es. La mirada afirmativa de Marion me da la razón. —¿Y qué? —enarca las cejas—. Ya lo he besado otras veces. —¿Es…es tu novio? —Marion me gana la pregunta. Hillary tuerce los ojos. —No todavía —sonríe ampliamente, inflando los pechos. Me quedo sin aliento. ¡Demomios, no puede ser! —Te acostaste con él —musito. La rubia se muerde los labios, incómoda. Repito: ¡Demonios, no puede ser! Durante un instante me quedo sin habla, supongo que Marion también; porque ninguna se atreve a decir nada. La expresión de Hillary sigue confusa, como si no le encontrara nada malo. No es como si lo tenga, sería demasiado hipócrita si la regaño... pero aun así no deja de ser… apresurado. ¡Maldición, sí que suena hipócrita, Leilah! Los grandes ojos de Marion se mueven a nuestro costado, al instante nos volvemos; Lisa termina de cruzar la poco concurrida pista de baile hasta nosotras, sin decir nada toma el shot de alguien y se lo bebe de golpe. ¿Qué rayos les pasa a mis amigas hoy? Ante nuestra perplejidad, la pelirroja repite el procedimiento, a punto de tomar el tercer shot, Marion la detiene; mirándola fijamente. —Noah y yo terminamos —explica. Y ahí ya no puede seguir conteniendo las lágrimas. *** Marion tiene razón: debemos llevarla a casa. Pero no podemos hacerlo, con Lisa negándose a moverse de la banca acolchada dentro del sanitario (siempre me había preguntado por qué acomodaban sillones ahí). Hunde el rostro en las manos y llora a moco tendido. De hecho, no ha parado de llorar desde que llegó hace veinte minutos. Hillary y yo nos turnamos para pasarle toallas de papel, mientras que Marion se ha quedado en la mesa para cuidar los bolsos y las chaquetas de Marcus y Félix. Se supone además, que Neil está por llegar. La larga fila de chicas en espera para usar el servicio nos echa miradas curiosas. —Es un idiota —farfulla Hillary, sosteniéndose las caderas. Estoy de acuerdo con ella, pese a no estar enterada del motivo del rompimiento. Lisa es bastante reservada con esos temas, así que no contamos con ningún avance acerca de sus problemas. No obstante, el odio solidario de amigas se hace presente al instante. Ante la nula respuesta de Lisa ambas fruncimos los labios, intercambiando una mirada. —Hagamos una pijamada en mi casa —ofrezco, acuclillándome frente a Lisa—. Podemos platicar (llorar), ver películas (odiar a Noah), lo que tú quieras. —Comer helado —apunta Hillary. Lisa niega, gimoteando algo ininteligible. A punto estoy de agregarle el sabor al helado, cuando mi celular timbra desde el interior del bolsillo de los leggins. Me pongo de pie, alejándome mecánicamente. Una llamada entrante de Evan. Me muerdo los labios, resintiendo una onda de electricidad bajar por mis piernas e instalarse en mi vientre; seguro que no me llama para desearme buenas noches. Estrujo el aparato entre las manos, mirando a Lisa. El celular deja de sonar. Resoplo sacudiendo los cabellos, rodeo a una chica de la fila para volver con mis amigas y el timbre de mensaje recibido me sobresalta. ¡Por todos los cielos, no puedes tener los nervios así, Leilah! Sólo es un mensaje, me digo. «Esta noche». Ha escrito Evan. Las punzadas de calor se instalan en mi vientre para extenderse luego hasta mi torso, causándome una oleada de calor. Me muerdo el labio otra vez. —Te presentaremos a alguien que valga la pena —está diciendo Hillary. Si no estuviera al borde de un colapso de vacilación, hubiese torcido los ojos; por algún motivo la rubia cree que la solución a todos los problemas de amor es conocer a alguien más. Ya la puedo escuchar mencionar a William. —Hay un chico en mi clase de patología, es lindísimo. Ahí está. Pongo los ojos en blanco, guardándome el celular y volviendo los tacones hasta mi desconsolada amiga. —¿Cuál es tu interés por conseguirle novia a William? —pregunto con fastidio—. No es el momento de sugerir esto, peliteñida. —El hecho de que tú estés empeñada en esperar a Alan Beresford, no significa que Lisa no pueda conocer a nadie —replica duramente. Retrocedo automáticamente, sintiendo la garganta seca. Hay un silencio general en el sanitario de pronto, todas las chicas frente al espejo o esperando el servicio detienen sus chismes para prestarme su nada discreta atención. Aprieto los labios, aguantándome las ganas de arrojarle mi zapato. —Le diré a Marcus que nos lleve —aviso, echándome a andar hacia la salida. —Leilah… —oigo a Hillary en tono conciliador, pero no le presto atención. Me hundo en la oscuridad del antro, fastidiada por el retumbar de la música y dolida por sus palabras. Sobre todo porque parecen ser malditamente ciertas. Me dirijo hacia nuestra mesa para hablar con mi primo. A unos cuantos metros logro notar que el sitio está más concurrido de cuando lo dejé, a tal punto que Marcus y Félix están levemente alejados del nuevo grupo de chicos que rodean la mesita. Neil ya ha llegado y ahora rodea a Marion por los hombros de forma despreocupada (e ignorante al color carmín de las mejillas de mi amiga), para hablar con quién yo recuerdo como Kevin. Al menos la voz de la fiesta de la facultad se ha esparcido a los conocidos de los alumnos, porque ahora la pista está mucho más concurrida. Al lado izquierdo de Neil, Rusell habla animadamente con un chico rechoncho; junto a Kevin, una chica pelirroja con lentes de montura hace aspavientos dirigidos a un aburrido chico de cabello tan rubio que puede ser blanco. Está de más decir que sólo reconozco a los amigos de mi hermano y que solamente a él puedo decir que lo conozco. Retomo mi caminar, pasando entre un grupo de chicos que me echan miradas interesadas. Y entonces, aparece Alan en mi campo de visión. Siento la sonrisa tonta estirarme las mejillas, olvidándome del mensaje de Evan. Soy consciente de que apresuro mi andar hacia él, diciéndome que luce guapo con la camisa blanca desabotonada en los primeros botones. Patea los pies de Neil para abrirse paso hacia el espacio libre… y la pelirroja se le lanza al cuello a atacar sus labios. Me freno abruptamente, alguien golpea mi hombro murmurando un insulto pero no me importa. Lo que capta toda mi atención es que Alan le devuelve el beso mecánicamente, sosteniéndola por los brazos delicadamente para devolverla a su sitio. Kristen. La ex novia de Alan. —Su novia —me corrijo. Es bonita. Delgada con largas piernas al descubierto, con el short n***o de lentejuelas que lleva puesto. Luce una perforación en el ombligo, que presume con su blusa abierta hasta la altura de las costillas. El corazón se me apretuja con la sensación que ya conozco a la perfección: desilusión. Suelto el aire, enterándome que he estado reteniéndolo y que ahora me asaltan unas injustificadas ganas de llorar. Injustificadas porque Alan es sólo mi amigo y las lágrimas porque sigo enamorada de él. —¡Leilah! —Rusell me nota en la distancia, alzando su brazo en mi dirección. Marion alza los ojos, dedicándome una mirada de disculpa. —¡Leilah! —ésta vez es Neil el que me llama, deslizando el brazo por los hombros de mi amiga para ponerse de pie. Pese a que estoy consciente de que mi hermano se acerca a mí (y que Marcus parece estar analizándome), mi mente sólo tiene espacio para los ojos de Alan que de pronto están fijos en mí. El labio inferior me tiembla cuando rehuyo el contacto visual. —¡Al fin, creí que nunca saldrían del baño, pequeño saltamontes! —exclama Neil, al plantarse frente a mí—. Hey, ¿Estás bien? —¿Eh? —parpadeo un par de veces, para ordenar mis ideas—. Sí, sólo es… Lisa tuvo un problema y… —asomo los ojos hacia Alan, él ha dejado de abrazar a la pelirroja, aunque ella se le pega al pecho como un maldito chicle. —¿Leilah? —Neil frunce el entrecejo. —¿Qué? La incertidumbre en los ojos azules de mi hermano es evidente, incluso en medio de tanta oscuridad. —¡Noah le llamó! —avisa Hillary alegremente, parándose junto a nosotros—. Hola, Neil. —Hola, Hillary —responde sin dejar de mirarme. —¿Noah? —pregunto estúpidamente. —Vendrá a buscarla —se encoge de hombros con resignación. Supongo que ha tratado de hacer cambiar de parecer a la pelirroja sin éxito—. Ya no tenemos que irnos —dice, antes de dar saltitos hasta mi primo. En cuanto lo tiene cerca le pasa un brazo por la cintura, dedicándole una amplia sonrisa. Félix enarca una ceja con fastidio al dar un trago a su bebida. —¡Oye, Leilah! —Neil sacude su mano delante de mí. Frunzo el ceño, dándole un manotazo. —Acompañaré a Lisa afuera —aviso, encaminándome hacia los asientos. —Te acompaño, saltamontes —ofrece. —¡No! —tal vez soy demasiado brusca porque mi hermano enarca las cejas—. Quédate con Marion —carraspeo—, vuelvo enseguida. Ignoro a Russell cuando comienza una perorata sobre quiensabequé, paso por alto la atención de Marcus depositada en mí (a buen momento de la noche se le ocurre acordarse de que me conoce), y sobre todo, luchando con todas mis fuerzas para no mirar hacia donde está Alan. —¡Amor! —la vocecita chillona me saca un respingo de celos. Sin poder evitarlo, vuelvo los ojos y Kristen le está pasando los dedos por la mandíbula, tratando de volverle el rostro hacia sus labios. Trato de sonreírle a Alan, aunque sospecho que mi intento es muy pobre. Él tuerce los labios. —Leilah —Marion coloca su mano sobre la mía cuando tomo el bolso. —Acompañaré a Lisa afuera —musito. —Ella… —Noah viene a buscarla —parece suficiente explicación porque ella asiente. —Espero que… todo s- se arregle —dice. Asiento, estando de acuerdo. Adiós a nuestro plan para rayarle el auto. Presiento que quiere decirme algo más, pero por fortuna se queda callada. Neil desliza su mano por mi espalda unos segundos y luego va a sentarse junto a Marion, quien vuelve a tensarse con su eterno rubor. —Vuelvo en un rato. Al darme vuelta me encuentro de frente con Alan, automáticamente asomo los ojos detrás de su brazo: su novia discute con el muchacho albino que yo no conozco. Vaya, Leilah. Tan poca amenaza representas que ni siquiera ha reparado en ti. —¿Te vas? Doy un respingo al oír su voz. —No —miento, y como no quiero caer en la humillación pública agrego:—, me… me da gusto que… se hayan arreglado —el nudo en mi garganta apenas me permite hablar. Alan entorna sus bonitos ojos verdes, torciendo los labios de nuevo. —Fue repentino —musita... ¿Incómodo? No, es sólo tu estúpida imaginación, Ferguson. —Salúdame a tu familia —respondo por completo fuera de contexto, pero como mi única salida digna. Alan no tiene por qué justificarse conmigo, es un derecho que no me pertenece y que jamás lo hará. Y el que trate de hacerlo (por una razón que yo desconozco) es todavía más doloroso. *** Mientras esperamos a Noah, me pregunto cómo es que he pasado de deshacerme en excitación esa mañana por Evan Roberts y por la noche, sentirme la mujer más desgraciada del mundo… por mi amor platónico de toda la vida. Algo debe andar mal en mi cabeza. Oigo a Lisa sorber la nariz nuevamente y solo entonces, dejo de frotarme los brazos para entrar en calor. Es increíble que ni siquiera rodeada de algunas personas fuera del antro, pueda respirarse un poco de brisa cálida. Es más, huele a humedad. —¿Estás segura? —Solo vamos a hablar —exclama, presionando con sus dedos debajo de las pestañas para limpiar el rímel corrido. Asiento. De todas formas yo no soy la mejor opción para dar consejos de amor. —Lisa. Ambas nos volvemos hacia la sobria voz de Noah; él, metido en un suéter blanco y vaqueros, solo presta atención a mi amiga. Ella me mira significativamente antes de echarse a andar hacia el muchacho. Es atractivo, es cierto; posee una pose engreída natural (casi tanto como Alan), ojos claros y una espesa cabellera cobriza que hace juego con su piel blanca. Sin embargo, siempre me ha parecido que en la relación Noah es demasiado demandante, su seriedad sobrepasa la madurez de Lisa hasta envolverla en una vorágine de control. Su expresión ahora mismo es de enojo, parece estar conteniéndose cuando Lisa lo pasa de largo hacia el auto rojo, cuyas luces traseras parpadean en medio de la noche. Cuando la sigue, la escena no me puede parecer más peliaguda. No pinta nada bien. Pero, ¿quién soy yo para decir algo al respecto? Aspiro hondo girándome de vuelta al antro, sin ganas realmente; la sensación de dejavú me asalta y por automático vuelo los ojos hacia los taxis estacionados a lo largo de la calle. El celular me pesa cual concreto dentro del bolsillo; me muerdo los labios porque es demasiado sencillo seguir la corriente, dejarme llevar por mis impulsos urgentes y saltar a los fuertes brazos de mi profesor de anatomía. Aspiro hondo el aire helado, eligiendo que no es correcto responder el mensaje para conseguir sexo de consuelo. Todavía tengo dignidad. Con ése pensamiento en la cabeza, giro sobre los talones de vuelta al antro; será una noche larga. *** Nunca aprendo de mis errores ni suelo hacerle caso a mis presentimientos sobre arrepentirme de algo más tarde. Ésta es una de esas veces. Anoche, al volver a la mesa, supe que la pasaría mal y que debí haber huido cuando tuve la oportunidad, empero, permanecí. Neil hizo lo posible por levantarme el ánimo con alguna broma pesada dirigida a Alan, pero él apenas le devolvió los insultos. Estuvo ocupado lanzándome miradas atentas que no supe calificar. Aunque en realidad, tampoco tenía cabeza para hacerlo. Me sentía incómoda y fuera de lugar. Mantuve mi nivel de alcohol lo suficientemente bajo como para no cometer ninguna idiotez y por fin, arrastré a Marcus para que me acompañara a casa. No dije nada durante el trayecto porque en realidad no tenía nada que decir, jugué con el celular repasando mentalmente el mensaje de Evan, el cual no respondí. Ese es el principal motivo por el cual ahora me debato entre cruzar las puertas de cristal del hospital Saint Jonh's o volver a casa. Ésa mañana muchas de las clases de cancelaron debido a la falta de alumnos. Por primera vez en mucho tiempo, comparto la indignación de los profesores sobre la poca responsabilidad a la hora de elegir sufrir una resaca brutal o asistir a clases luego de la borrachera. Empero, no todo es culpa suya ¿quién hace una fiesta de bienvenida un miércoles? Es hasta ridículo. Como fuera, con compañeros de clase o sin ellos, ahora tengo tiempo libre que no quiero ocupar espiando el f*******: de Alan o atosigando a Neil con información sobre Kristen. En lugar de eso, me enfoco en releer el mensaje de Evan pensando en una excusa convincente para ignorarlo. Puedo recurrir al miedo, pero ese está superado desde que convenimos exclusividad, así que jugar a echarme para atrás no es una opción. Mis piernas tampoco quieren hacerlo. ¡Qué confuso! Me estoy enredado yo sola. Por esto, opto por una exagerada indignación femenina que consiste en que al mensaje de Evan le hicieron falta signos de interrogación, puesto que se hubo limitado a enviar un imperativo: «Esta noche». No estoy mintiendo del todo. Me aferro a la bata que cuelga de mi bolso de asa cruzada, porque es mi excusa ideal para pasarme por ahí a buscarlo sin crear sospechas sobre nosotros. «Nosotros». La palabra es tan rimbombante dentro de mi cabeza, que explota con piquetes de adrenalina. Me siento como una chiquilla en medio de una aventura prohibida. A lo mejor no estoy tan equivocada. Mientras subo por el ascensor me pregunto; no sin asombro, el motivo abrupto por el cual he pasado de sufrir la desilusión de siempre (llamada Alan Beresford) a la expectación insana por su doctor. Definitivamente la historia de la fiesta de Neil se repitió, sólo que sin el mismo final feliz. Vamos, Leilah, que tu amor platónico siempre ha sido sólo eso. Seguramente sólo tuvo un bajón emocional en su relación con ésa invasiva pelirroja y yo sólo estuve ahí como la buena amiga a la que puede recurrir para salir del atolladero con las obligaciones familiares. Qué triste. Las puertas de metal se abren y siento que las piernas se me hacen de goma conforme avanzo por el largo pasillo; es mediodía (hora de las clases de anatomía en la escuela), así que el sitio está concurrido. Cuando me planto frente a la puerta de su despacho, sufro un fugaz acceso de arrepentimiento y pánico. ¿Qué voy a decir? No logro recordarlo. Aspiro hondo, ignorando los chillidos del celular anunciándome mensajes nuevos, me aliso el suéter tejido blanco, y espero que no haga ninguna alusión a su largo; porque me hace parecer como un fantasma. En éste momento cuestiono mi decisión para combinarlo con unos leggins grises. Tal vez el macro cinturón (falda, dice mi prima Janella) fuera más convincente para lo que sea que hago aquí. Inhalo hondo y llamo a la puerta, cuento exactos diez segundos antes de oír su voz amortiguada por las paredes; el corazón se me detiene un instante antes de abrir la puerta. —Hola, soy yo —me anuncio. ¿En serio, Leilah? Evan gira el rostro en mi dirección –está sentado de lado jugando con algo en las manos–, su mirada deja en claro que no he elegido la mejor frase de entrada. Y entonces noto que no está solo. Peter me mira sobre el hombro, aunque lo correcto es decir que está asesinándome en su mente. —Ferguson —saluda con voz indiferente. Me doy cuenta que espera que diga algo, obligo a mi mente a apartar la mirada de lo bien que se ve Evan y de olvidar mi molestia por su insistencia en llamarme por mi apellido. ¿Qué puede ser? ¿Un examen? ¿Una tarea? ¿Un trabajo extra? Maldita sea, odio no ser buena mentirosa. —¿Más clases particulares, hermano? —habla Peter, volviendo la mirada hacia Evan. Me siento aliviada cuando me libera del peso acusador de sus ojos. —Me pidió que viera los análisis de su madre —habla Evan con naturalidad—. Requiere una segunda opinión. Casi arqueo las cejas ante sus calmados embustes. Evan vuelve a enfocar su mirada en mí. —Sí —balbuceo, volviéndome hacia mi maleta y fingiendo que la estoy hurgando. Puedo darle ese examen de pediatría que cargo todavía. Si lo hago rápido, puede que Peter no lo note siquiera. Oigo un suspiro que debe ser del hermano menor, así que prefiero salir de allí. —Pero no es buen momento —exclamo, retrocediendo—, puedo esperar afue… —Peter ya se va. El interpelado frunce el entrecejo, poniéndose de pie con un resoplido de fastidio y me encojo ligeramente cuando pasa a mi lado. —¿Sabes que es lo mejor de visitar la oficina de mi hermano? —pregunta de pronto. —Peter —el tono es de advertencia. El muchacho sonríe de lado, con una mezcla entre burla y descontento. —Que los condones son gratis. Cierro los puños, aguantándome las ganas de arrojarle algo a la cabeza. Sé que ya ha quedado claro pero quiero repetirlo: no me cae bien Peter Roberts. El tío Frank tiene razón; es grosero y además raro. —Hermano, te avisaré mi decisión —dice por último. Me quedo en mi sitio incluso luego de escuchar la puerta cerrarse. Al volverme de vuelta a la oficina, descubro la profunda mirada de Evan fija en mí, ha devuelto su silla a la posición correcta y apoya el codo sobre el escritorio. Su mejilla se aplasta contra su mano, acentuando sus perfectos labios de forma tan desganada como sensual. Sonríe de lado además, con esa mueca rompecorazones que evidencia que esta burlándose de mí. Estoy pensando en señalar la puerta, exigiéndole una explicación al comportamiento de su hermano, pero me abstengo a tiempo porque Evan no tiene obligación de defenderme de nadie. Ni él, ni Alan, ni nadie. Maldición. —No sé qué debería decir al respecto —admito, con un resoplido mal disimulado—, si sobre el comentario de tu berrinchudo hermano o tus deseos para la salud de mi mamá —a saber de dónde saco la bravuconería, pero ahí está. —Puedo comentarle el verdadero motivo de tu visita —repone con un arrogante encogimiento de hombros. Los míos se me tensan y no sé cómo responder a eso. Evan se da cuenta de mi ineptitud, porque ensancha la sonrisa autosuficiente; se recuesta en el respaldo de su silla y me señala con el mentón la que antes ha ocupado Peter. Me muerdo el labio ante la nada discreta invitación, miles de ideas pasan por mi cabeza que tienen que ver con los ardientes recuerdos de su cuerpo y el mío fusionados; por lo que el consultorio se hace caluroso. —El seguro —ordena.  El tono seductor debajo de la capa de sentencia me estremece. Retrocedo los escasos dos pasos que he dado y aseguro la puerta. Cuando lo hago, mis nervios inician una especie de fiesta culposa. Fuerzo a mis piernas a volverse firmes (porque parecen de algodón), para caminar hacia el asiento. Evan estira la mano a un lado y supongo que está pidiéndome la hoja de papel que alcanzo a sacar de mi maleta, en mis ansias por justificar mi mentira. Aprieto los labios con una mueca pero cedo, rodeo el escritorio y estiro la mano para que alcance mi examen de pediatría. Gracias al cielo que lo aprobé con sobresaliente. Evan sujeta mi muñeca, tirando de mí con la solidez suficiente para atraerme, mis pies tropiezan entre ellos, se me escapa un gemido y de pronto estoy sentada sobre una de sus piernas. Una corriente eléctrica recorre mi espina dorsal al tiempo que los colores me llenan el rostro, pintándomelo del color de los tomates. Aprieto las rodillas, apenas su aroma a cítricos acaricia mi nariz. Evan me sonríe de lado, aunque sus ojos siguen ferozmente lascivos. Frota su palma por mi espalda, mientras reposa la otra mano en mi muslo izquierdo, introduciendo sutilmente los dedos en medio de mis piernas. Me olvido de cómo respirar, y el sueter comienza a apretarme también. —Peter… —balbuceo. —No volverá —asegura, acariciando suavemente el interior de mis muslos por encima de la ropa. Me pierdo en su mirada soberbia, él debe interpretarlo como desconfianza porque agrega:—, ni siquiera ha decidido cuál cabaña quiere —me lo dice como si yo supiera de qué está hablando. Parpadeo confundida, él sube la palma hacia mi entrepierna provocándome un nuevo espasmo de nerviosismo y humedad. —Yo… —trago saliva—. Tu… tu… mensaje de ayer... —¡Dios, sueno como Marion! Contrólate, Leilah. —Sabía que vendrías —habla, pegando su torso al mío. La parte racional que me queda se molesta por su tono de suficiencia. —Creí que estarías molesto —admito. —¿Te parece que lo estoy? —enarca una ceja. La respuesta obvia es no. Aprieta mi muslo con firmeza, pasando su palma detrás de mi nuca y acercándome a su rostro, pierdo el hilo de mis pensamientos cuando comienza a besarme. Le paso los brazos alrededor del cuello, permitiéndole a su lengua abrirse paso. Me sacudo entera, resintiendo las punzadas de excitación convertirse en humedad. Se me escapa un jadeo, porque deseo liberarme de todo el bochorno que hierve en cada centímetro de mi cuerpo. —Aquí no, niña —gruñe, apartándose. Tengo que aprender de su autocontrol, porque yo no me acuerdo bien dónde nos encontramos. —Te pueden despedir —musito, halando oxígeno. Evan suelta una carcajada prepotente. —No lo harán. Los tuve mucho tiempo en lista de espera. Pese a que la frase encierra soberbia pura, el tono es natural; sólo lo ha dicho y ya. Bueno, ya sé algo más sobre él. *** Creo que el número doce es su favorito, porque otra vez elige ésa habitación aunque es de otro hotel. Lo sé porque la ruta es distinta, no porque le he prestado atención al decorado. Mientras Evan me besa, cruza por mi mente el rostro de Alan, estoy a punto de apartarme sintiéndome ridículamente como una traidora; cuando junto con su imagen aparece la de Kristen. Tiemblo gracias al revoltijo que tengo en la cabeza, por una parte con el corazón martilleándome dentro del pecho porque no puedo dejar de pensar en mi eterna desilusión por Alan… y la otra porque estoy por autoproclamarme una hipócrita al dejarme llevar por la piel de Evan. Por un acuerdo poco convencional. Prohibido, emocionante, sensual y... excitante. Evan me pega a su firme torso y es suficiente para que Alan y Kristen despejen mi mente. Si él es feliz así, está bien. Me pongo de puntitas para alcanzar de nuevo sus labios, haciendo lo posible por controlar la respiración; que pierde ritmo conforme sus grandes manos bajan por mi espalda hasta las caderas. Muevo las manos por su firme pecho, tirando del nudo de la corbata para deshacerme de ella. Baja los labios por mi cuello, provocándome espasmos de excitación que se expanden por todo el cuerpo, concentrándose en mi vientre para bajar luego hasta mi entrepierna. Estoy nadando en mi ropa interior. Evan me ayuda a deshacerse de su camisa; la hubiese arrojado lejos empero, él da unos pasos atrás para acomodarla suavemente sobre el tocador. Supongo que no quiere que se arrugue. Su piel arde contra las palmas de mis manos, no me resisto a la tentación e hinco los dedos por los relieves de su abdomen, fascinada por las pequeñas palpitaciones que responden contra la yema de mis dedos. Oigo un gruñido ahogado cuando, accidentalmente; presiono las hendiduras de su vientre. Baja las palmas hasta mi trasero, pegándome con brusquedad a su entrepierna, abultada debajo de los pantalones. Tiemblo sintiéndome vergonzosamente urgente, los pechos se me endurecen con el paso de los segundos, atraídos por su imponente presencia. Introduce las palmas por debajo del suéter sacándomelo de golpe. Me estremezco con el cambio de temperatura y me vuelvo a sentir pequeña frente a él. Jadeo contra sus labios, pero él no vuelve a besarme. Me muerdo los labios al atreverme a abrir los ojos. Evan me devuelve la mirada con ferocidad, presionando mis hombros y bajando luego las manos por mi torso, dejando una estela de calor. —¿Polvo vainilla o sin manos? —pregunta. Su tono grave está ligeramente más ronco debido a la excitación. Debe leer el signo de interrogación en mi cara, porque en sus ojos cafés destella un brillo de malévola burla. Casi de satisfacción. Curioso, yo creí que mi ignorancia s****l iba a fastidiarlo. —Novata —susurra con un dejo burlón. Me levanta en vilo, por inercia me aferro a sus hombros y con las piernas a su cintura. Cuando me deposita sobre el colchón, de nuevo me asalta una especie de intimidación porque él es grande y fuerte. Yo, pequeña y delgaducha. Engarza los dedos al borde de mis leggins y va bajándolos sin dejar de mirarme directo a los ojos, siento la sangre inundarme las mejillas y cierro los ojos automáticamente. El sujetador me aprieta los senos. Cuando la prenda termina de deslizarse fuera de mis piernas, sus manos suben de vuelta a mi cintura; acariciándola. Su aliento golpea mi vientre, obligándome a abrir los ojos. Me asomo casi con miedo e hiperventilando, Evan me devuelve la mirada entre las espesas pestañas marrones. Su gesto lobuno me hace pensar que yo soy la víctima. Vuelve a soplar contra mi piel, dejando un camino de piel erizada al esparcir chupetones húmedos por todo mi estómago. Aprieto los ojos avergonzada por seguir mirándolo, me estremezco y se me escapa un gemido urgente. La suavidad de sus manos me va despojando del bikini, llevándose en la tela retazos de humedad. Me tenso por completo, porque sé que es lo que vendrá a continuación y me asusta, nunca antes he hecho –o más bien me han hecho–, algo como eso. —Evan… —alcanzo a musitar, removiéndome incómoda y haciendo lo posible por cerrar las piernas, pero sus fuertes manos no me lo permiten al sujetarme la cara interna de los muslos—. Yo… Evan… —gimo de nuevo, temblando. Lleva su índice a los labios, indicándome silencio. —Me detendré si lo pides —avisa con tono ronco, excitado—. No voy a lastimarte —agrega y aunque el tono y la mueca feroz no le ayudan mucho… le creo. Acerca los labios a mi parte femenina, retengo el aliento enfocándome en mi pulso acelerado. Gimo automáticamente. Sus tersos belfos se mueven cadenciosamente contra la humedad de mi entrepierna, besándola como si lo hiciera con mi boca; succionando en el pequeño puntito de carne, que manda vibraciones por todo mi cuerpo y lamiendo el borde de la entrada hasta el monte. Moviendo su lengua suavemente y presionando la punta contra la sensible piel. Me muerdo los labios, aprieto la cobija y contengo mis gimoteos guturales que pugnan por desahogar el placer que rebota por mi cuerpo, extendiéndose como cardenales por debajo de mi dermis. Uno de sus dedos se introduce de pronto; lento pero firme, las piernas se me tensan como consecuencia, arqueo la espalda porque lo mueve levemente presionando mis paredes internas, ardientes y ansiosas. Le sigue un segundo dedo, ahora la presión es más dura pero recompensada con una delicada succión que me hace olvidarme de mi apellido. Unos instantes más, su impúdico beso que juega con mi sensibilidad y la lengua que no para de presionar en círculos mi clítoris; me llevan al cielo, explotando con miles de espasmos de placer que tensan cada parte de mi cuerpo. Todo se nubla. No logro ahogar el gemido que surge desde lo más profundo de mi libido saciada. El corazón martillea con tanta fuerza que lo oigo hasta en mi cabeza y siento las manos entumidas, debido a la presión ejercida contra las mantas. Separo los párpados, recuperando de a poco la consciencia de mi olvidada vergüenza, como si nunca hubiese estado ahí. Evan se desliza de vuelta a mí, acariciándome el costado en un extraño abrazo posesivo, me atraviesa con la feroz mirada oscura; besándome después. El sabor no es precisamente desagradable, pero sí fuera de lo común.Extraño. Todavía me da vueltas la cabeza, cuando él se separa y deja frente a mis ojos el cuadrito de plástico que bien conozco. Tiemblo ante mis ideas encontradas, una parte alegre cual cascabel y la otra; temerosa y agotada. Tomo el condón descendiendo los ojos a su cadera, su erección es evidente debajo de los pantalones. La onda de urgencia me asalta de nuevo, así que me deshago de su cinturón, el botón y le bajo el cierre. La respiración se convierte de nuevo en hiperventilación porque no he “visto” literalmente ésa parte de su cuerpo, pese a que ya antes me ha obsequiado orgasmos que obnubilan la mente. Sacudo los cabellos y me muerdo los labios. Introduzco la mano por entre su ropa, me estremezco entera al palpar el firme falo atrapado; tan absorta, que no me doy cuenta cuando Evan afloja los ganchillos de mi brasier. Demandante, él se baja los pantalones junto con los bóxers, su erección da un ligero sobresalto al verse liberado, abro mucho los ojos porque mi mano se ve pequeña al rodear el largo falo. Mis dedos no se juntan entre ellos. ¿"Eso" ha entrado en mí? A lo mejor la descripción es desatinada pero el pene de Evan es elegante como él, imponente y voraz (admito que suena atolondrado). El glande es ligeramente rosado y está embarrado de pre-seminal; casi no tiene vello púbico por lo que supongo que tiene mucho cuidado con su estética. ¡Cómo si lo necesitara! Inconscientemente, me relamo los labios. —Yo no sé… —me avergüenzo—, nunca he… —admito, esperando que comprenda mi gesto de disculpa. Evan me sujeta la garganta con una mano de pronto, aunque no logra hacerme daño sí que me sobresalta. —Si tuviera más tiempo te enseñaría ahora mismo —susurra contra mis labios, con su grave voz rota por la excitación. Suena a amenaza. De pronto pierdo el aliento. Se ha desesperado, lo sé; porque me arrebata el condón y en un segundo, estoy de cara contra el colchón. Pierdo de vista a Evan, la cama se agita cuando se incorpora, tira de mí hasta el borde del lecho. Me rodea la cintura con un brazo, levantándome la cadera hasta que mis rodillas se clavan sobre la cama. Tiemblo, llena de expectación. Me sujeta por las caderas y ahoga mi intento por apoyar las palmas, aplastándome el pecho contra el mullido colchón. La punta roza mi entrada y me estremezco a punto de perder otra vez el hilo de mis ideas, de pronto urgente por sentirlo dentro. Se talla tortuosamente por mi entrada húmeda, me muerdo los labios y cada poro de mi cuerpo despierta de nuevo; erizándose con excitación. Evan se empuja de una sola vez, la presión recorre mi vientre pero es sobrepasada por la estrechez que ahoga su sexo. Oigo un gruñido de satisfacción que me contagia. Las piernas me tiemblan y pierdo el aliento. Él permite que me acostumbre a la abrupta invasión que pese a la basta humedad, se ha abierto paso bruscamente. Casi de inmediato inicia las certeras embestidas, empujándose cada vez más adentro, hasta que la penetración es tan profunda que puedo sentirlo. Vuelvo a separar los labios para que los gemidos salgan, aunque me esfuerzo porque sean discretos. Escondo la cara en las mantas, resintiendo su fuerza contra mi espina dorsal, no obstante la incomodidad y el vergonzoso chicoteo húmedo del choque de nuestra carne, los espasmos vienen de vuelta. Me recorren entera mientras él acelera el ritmo. No sé cuánto dura el idilio antes del éxtasis, sólo soy consciente del estallido de fuegos artificiales de mi cuerpo, naciendo en la fusión de nuestros cuerpos y avanzando por todo mi sistema. Pierdo el aliento, me tenso… pero no se detiene, siento otro estallido que le sigue con más fuerza. Estoy perdiendo por completo la cabeza. Oigo la maldición que disimula su último gemido, me aprieta la cadera contra él y lo siento tensarse. De inmediato se retira. Me encojo en un ovillo, dejándome caer pesadamente sobre el colchón. No respiro correctamente, el pulso me palpita detrás de las orejas, estoy cansada y ahora también incómoda. Lo curioso del asunto es que, ¡no me importa! Siento deslizarse una sonrisa por mis labios y agradezco que el cabello la esconda. La cama se agita cuando él se sienta en ella (una vez se deshace del condón usado), recuesta la espalda y se cubre los ojos con el brazo. Es la segunda vez que lo veo hacer eso. ¿Será manía? Su pecho varonil sube y baja agitadamente. Por algún motivo me siento sensible a nivel más allá del físico, como un piquete dentro del pecho; una especie de indefensión. Me cubro con los brazos, como si alcanzara para cubrir ése desnudo emocional que me ha sorprendido. No estoy segura si tomará a mal que me acerque a él, no tengo planeado acurrucarme ni nada, solo quizás... aproximarme. Evan asoma la mirada  por debajo del brazo y nuestras miradas se cruzan. No estoy segura de lo que ve en la mía, porque se descubre el rostro y se incorpora abruptamente. Instintivamente, me encojo buscando las mantas para enredarme en ellas; de pronto me siento apenada, no me opondré si él se levanta y se marcha. Estoy segura que debe volver al trabajo y esta vez no habrá almuerzo ni comida para disimular el trato s****l. Las piernas me tiemblan, además. Le he dado la espalda, así que ya no puedo enterarme si se viste. No encuentro ninguna palabra, sigo rebuscando en el embrollo que tengo en la cabeza; el motivo de mi repentina  inseguridad. —¿Te lastimé? —pregunta de pronto con dureza, casi brusco. Parpadeo desconcertada. —No —musito. Supongo que el malestar en mis caderas es normal. Lo siento subirse a horcajadas sobre mí así que, infantilmente; me cubro la cara con las mantas. —Niña inmadura —dice. Indignada, me destapo. Él me analiza durante un segundo, que me hace sentir acalorada otra vez. Sonríe de lado, soberbio. De acuerdo, no le estoy siguiendo y eso parece satisfacerlo de algún modo. —Tengo trabajo —avisa al levantarse. Se me desinfla la expresión irritada, siendo relevada por una nueva especie de desilusión. Evan lleva su perfecta corporeidad rumbo a la puerta del fondo, la que supongo que conduce al cuarto de baño. Comienzo a deshacerme de las cobijas al escuchar el sonido del agua cayendo contra el piso. Siento un ligero temblor en el labio, ya he descubierto que el contrato de sexo puede ser un tanto frívolo y que si quiero continuar con él, voy a tener que acostumbrarme. Me siento observada al experimentar la reacción que sólo Evan provoca: un escalofrío por la espalda. Alzó los ojos a tiempo para apenas retroceder el torso; pero a él no le importa, me rodea con un solo brazo por la espalda. Pierdo la cama pero no toco el piso. Me pega a su fuerte pecho para soportar mi peso, al llevar en la otra mano una toalla. No parece hacer mucho esfuerzo al cargarme, no me sorprende: yo peso cincuenta y cinco kilos, y Evan es un hombre que mide uno noventa y uno, de espalda ancha y brazos musculosos. Me gusta cómo me rodean. Por instinto me he abrazado a su cuello, aunque no me he atrevido a apartar la mirada de su perfil. Antes de que entremos a la ducha juntos, me atrevo a besarle la mandíbula. La sensación de vacío se ha ido.
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