Deseo ardiente

5257 Words
Abro los ojos con plácida pesadez, fascinada con la superficie mullida debajo. Los primeros haces de luz que recibo al despertar son borrosos, gimo sintiéndome totalmente exhausta. Luego, cuando descubro que no puedo seguir durmiendo, vuelvo a separar los párpados. Me recibe un gran ventanal con las cortinas corridas por completo, frunzo el entrecejo odiando los rayos del sol que me han despertado al darme de lleno contra la cara. Oigo de fondo, lejano, el barullo de la ciudad en pleno apogeo. Debe ser bastante tarde. Aspiro hondo, el aroma a lavanda de las sábanas combina muy bien con su suavidad sobre mi cuerpo… y me acuerdo que mi suavizante no da tan buenos resultados. Como estampida, los recuerdos de la noche anterior se agolpan en mi mente, turbándome toda y avergonzándome al punto del bochorno. Espero un momento, pero no escucho nada más que los sonidos de la calle, tal vez se ha marchado dejándome una nota o hay un taxi esperándome abajo. Tiemblo, porque el pronóstico es aterrador. Me encojo en mi sitio, volviéndome lentamente. Ahí está él. Alejado de mí por unos treinta centímetros, medio recostado contra la cabecera forrada; con un brazo detrás de la nuca, la colcha le cubre de la cintura hacia abajo dejando descubierto su fuerte torso. Si en algún momento de la inconsciencia llegué a pensar que las sombras daban un aspecto favorecedor a cualquiera, ahora admito mi equivocación: Evan realmente tiene los pectorales suaves y los abdominales estrechos. Retengo al aire en silencio para no llamar su atención, dado que él mira hacia algún punto de la habitación con aspecto tan abstraído, que me dan ganas de seguir la dirección de sus ojos. Pero no lo hago, estoy más ocupada en analizar su fuerte perfil de líneas cuadradas, sus ojos brillantes color café, su perfecta barba y su expresión sin un atisbo de burla o soberbia. Siento que se me escapa el aliento al ver tan glorioso espécimen. ¿Acaso existe algo más perfecto? Sigo mi recorrido por sus largos brazos, los músculos y al final, vuelvo la mirada hasta su vientre, debajo del ombligo comienza una fina línea de pequeños vellos oscuros que conducen al cielo... ¡Dios mío! ¿Qué acabo de pensar? Me aprieto debajo de las sábanas, soltando un hondo suspiro. —¿Ya terminaste? —pregunta de pronto. Doy un salto, pero me contengo a tiempo de cubrirme la cara como una niña. No esperaba que estuviera atento. Aun así no sé que decir. Ante mi nervioso mutismo, Evan vuelve el rostro hacia mí a tres cuartos. ¿Cómo es que alguien puede verse así de atractivo al despertar? Sigo sin encontrar el sonido en mi garganta. Él arquea las cejas con expresión autosuficiente. —Me parece que no —se responde. Parpadeo confundida sin comprender—. Si sigues mirándome de ésa forma, comenzaré a creer que piensas lanzarte encima de mi para devorarme. Aparto la mirada de golpe con el rostro ardiéndome, y más importante aún: ¿acaba de hacer una broma? No, de hecho sonó como una burla o un insulto. Voy a abrir la boca aunque no estoy segura de qué decir, voy a arriesgarme para ver que sale, cuando el colchón se agita un momento. Me asusto cuando Evan se acomoda a mi costado, apoyando un codo y acariciando con su mano libre mi mejilla. Su índice recorre mis labios, con sus ojos fijos en ellos. Incapaz de apartar la mirada de su rostro perfecto, sólo puedo hundirme más en el colchón, resintiendo el peligroso cosquilleo que bien conozco, bajar por mi estómago. Desliza sus suaves dedos por mi cuello presionando en el punto donde mi pulso se acelera, sigue su camino por mi pecho. Los brazos se me tensan, aferrando las sábanas que cubren mi desnudez. El aire se me escapa y le digo hola a la taquicardia. Engancha su dedo al borde de la cobija, no opongo resistencia cuando comienza a bajarla; me muerdo el labio, cerrando los ojos al verme expuesta a él. No hace frío ahí dentro, aunque de pronto mis pezones están endurecidos y apuntando en su dirección. Transcurre un momento, en el que lo único que siento es humedad en mis muslos y el pulso acelerado detrás de las orejas. Me aventuro a abrir los ojos, despacio. Veo el techo y dado que su calor inunda mi atmósfera, me atrevo a bajar la mirada, encontrándome con sus penetrantes orbes castaños. Separa sus sensuales labios y pasea su lengua húmeda por uno de mis pechos, me estremezco por completo y casi ahogo el gemido que vibra en mi garganta. Cierro los ojos, ruborizada por completo, mientras su saliva baña la piel de mi pezón y su boca succiona cadenciosamente. Aprieto las sábanas con fuerza, perdiendo el ritmo de mi respiración. Su mano se cuela por mis muslos, rozando con la yema de los dedos mi vientre y sigue bajando... Me muerdo el labio, experimentando choques eléctricos suaves por debajo de la piel, el cosquilleo palpita en todo mi organismo y en ése momento, se me ocurre enredarle las piernas a la cintura. No puedo hacerlo. Evan se abre paso con la palma entre mis piernas, separándome los muslos de un movimiento. Abro los ojos, sintiéndome nerviosa y mojada. Su aliento eriza mis pezones mojados con su saliva, antes de que sus ojos se encuentren conmigo de nuevo. Su expresión altanera se ensancha. Gimo cuando sus dedos presionan mi sexo húmedo, comenzando un masaje circular tardío; una oleada de electricidad me recorre las piernas y se me tensan. Aprieto los muslos, pero su mano me impide cerrarle el paso. El rostro me arde y su sonrisa autosuficiente no ayuda en nada. Cierro los ojos boqueando en busca de aire, su palma se talla ligeramente hasta mi entrada y me tenso un poco. Siento el cuerpo adolorido debido a la actividad nocturna, la entrepierna resentida suavemente… aunque ésas inconveniencias se van al traste, cuando su cadera se remueve sobre la cama y su suave erección choca contra mi cadera. Ansío por él. Lo siento acomodarse sobre mí, una vez que su mano abandona mi entrepierna, separo los muslos inconscientemente. Tengo que abrir los ojos cuando levanta mis piernas, a la altura de mis hombros. Me estremezco al verme tan expuesta. Se conduce dentro con una mano. Me estremezco al sentirlo apretado contra mis paredes internas, el aire se me escapa aunque antes hiperventilaba. Se apoya contra la cama y comienza un agresivo vaivén; sus afiladas caderas chocan contra mi cuerpo, la sensación que presiona contra mi estómago fue sustituida por el placer que me provoca sentirlo enterrado en mí. Gruñe con la respiración completamente agitada. Oigo mis jadeos guturales y más pronto que tarde estoy rompiéndome en mil pedazos. La sensación de placer es tan intensa que siento que voy a desmayarme, pero sólo consigo jadear y gemir con fuerza sin poderme contener. Evan sigue embistiéndome con su alto cuerpo un momento más, antes de morderse los labios –qué sensual visión–, y tensarse entre mis piernas. Se aparta con menos delicadeza, dejo el cuerpo flojo, esponjoso y palpitante en pequeños choques de electricidad que rebotan en mis neuronas también. Oigo el sonido del látex y me pregunto en qué momento se había colocado el condón. Aspiro hondo en busca de recuperar mi ritmo cardiaco y entonces, la cama se agita. Lo veo ponerse de pie y andar hacia la mesa de centro. Hasta este instante, reparo en el interior de la habitación. Como supuse; es amplia, el decorado es en tonos dorados y la alfombra oscura contrasta a la perfección con un aire que refleja: «costoso» por todos lados. La luz entra por los ventanales, iluminando los canapés que hacen las veces de sala de estar, más alejada hay una puerta que debe conducir a la ducha. No le presto más atención al cuarto, porque mi concentración se ve absorbida por el alto cuerpo desnudo de Evan. Su espalda ancha cuyos omóplatos se enmarcan al caminar, cómo se estrecha en la cintura sobre las caderas afiladas y su firme trasero. Me sorprendo un poco al ver un tatuaje debajo de su hombro izquierdo, pero no sé qué significa ése simbolo. Sé que no debo inmiscuirme, pero sencillamente quiero saberlo. Me tenso nuevamente, atrayendo las sábanas para cubrirme el cuerpo. Conducta infantil, de acuerdo, pero es mi único mecanismo de defensa contra su sensual presencia. Evan se acerca hasta el armario, saca una toalla blanca con el logotipo de algún hotel (nótese la h y no la m) y se la enreda a la cadera. Al volverse, la tela apenas le cubre su hombría, resbalando por el vientre dividido a los costados. Me encojo en mi lugar, atrayendo las piernas al pecho. —Querrás bañarte —dice. Esperaba que me pidiera que me vistiera y nos fuéramos. En lugar de ello, permanece con los ojos fijos en mí. Siento la sangre subir otra vez a mi rostro, cuando comprendo que está esperándome. —Yo… —Muchas conmociones en un rato —suelta, engreído. La mandíbula me queda colgada unos segundos ante su desplante de arrogancia. Evan me da la espalda y desaparece dentro del cuarto de baño. Me enfurruño de inmediato, con una mezcla de incredulidad también. No sabía que el sexo rompe tantas barreras de respeto en… ¡Un momento! Eso ni siquiera tiene sentido, Leilah. Boqueo, tratando de asimilar la situación: Evan Roberts está en la ducha, con el agua caliente bañando todo su cuerpo de tentación. Sacudo la cabeza, para enfocar mis pensamientos. ¿De verdad he pasado la noche con mi profesor de anatomía? ¿Con Evan Roberts? No fue sino hasta que el agua de la ducha es distinguible a través de las paredes que pude respirar tranquila; me dejo caer de espaldas sobre el colchón, miro el color arena del techo. Y sonrío. Siento las mejillas estiradas, tensas y a punto de dejar escapar la risa que está palpitándome en la garganta. Me cubro la cara con ambas manos, soltando una exclamación todavía indescifrable para mí. En verdad había pasado la noche con Evan Roberts, todo el miedo experimentado se fue convirtiendo en excitación. Un fuego tan intenso, que se extinguió con él enredado entre mis piernas. De pronto la salida prematura de la fiesta de Neil no sonó nada mal, pero tendré que pensar una buena mentira para Marion (que seguro está preocupada) y claro, para… —¡Marcus! —me levanto de golpe buscando mi bolso con la mirada, lo encuentro sobre una de las mesas de adorno. Voy a ponerme de pie, pero me abstengo cuando me acuerdo de las cortinas corridas de los ventanales. No quiero atravesarme para que en la calle puedan apreciarme desnuda. La altura lo hace prácticamente imposible, pero no está de más prevenir. Asomo los ojos hacia la ducha, la puerta sigue cerrada, aspiro hondo y salgo disparada hacia el armario. Una vez enredada en la toalla, recojo el celular. Como es de esperarse; tengo varios mensajes de mis amigas y otros tantos más de Marcus, también unas tres llamadas de su parte. Aspiro hondo, pero no se me ocurre nada así que me decido por avisarles que estoy bien. Ninguna mentira sale decente en un momento de improvisación. Cuando termino de teclear, dejo botado el celular y doy un profundo suspiro. Me vuelvo hacia el tocador del fondo, mi aspecto no es el mejor con todo el cabello revuelto y una ligera capa oscura debajo de mis ojos (nota mental: cambiar de rímel, no es a prueba de… Evan). Analizo mis manos aferrada al nudo de la toalla y lentamente voy descubriendo mi cuerpo, no hay ni una sola marca que revele ningún tipo de actividad. Solamente estoy cansada y adolorida de los muslos. El reflejo de la cama es todavía peor y mejor, de diferentes maneras, toda revuelta. Oigo la puerta abrirse y de inmediato me enredo de nuevo en la toalla, mantengo la vista al frente, mientras Evan camina por la alfombra, desprendiendo un delicioso aroma a cítricos y champú. Me tenso cuando pasa detrás de mí, su alto reflejo sigue el camino hacia el buró, la toalla le cae de la misma forma que antes aunque ahora se pega suavemente a su trasero y piernas, gracias al agua. Una ligera capa de humedad baña su desnudez y el liso cabello castaño está empapado, haciéndolo ver tan sexy y ardiente; como si estuviera haciendo un comercial de champú o saliendo de una piscina. Lo veo ladear su rostro hacía mí, sobre el hombro, y huyo hacia la ducha. *** El agua helada sirve mucho más para relajar mi cuerpo por irónico que suene. Cada vez que rememoro algo de lo ocurrido hace unas horas, el cuerpo entero se me sacude y llego al punto en que debo volver a poner la cabeza bajo el chorro de agua fría. Ni siquiera me he enterado del color de los azulejos. Procuro no demorar demasiado, pero lo cierto es que el miedo a que él desaparezca; sigue latente. Con un mejor aspecto luego de un baño me dispongo a salir, rumiando en mi fuero interno por no seguir los consejos de Hillary para llevar conmigo un juego extra de ropa interior. Tardo unos segundos en decidirme abrir la puerta, me muerdo el labio y tras despegar la frente de la madera, me decido a salir. Evan está vestido para cuando piso la alfombra de nuevo. Se está acomodando el puño de la camisa, su cabello todavía está húmedo aunque con más volumen. Se vuelve y por un instante nos miramos, ninguno sonríe; yo porque estoy muerta de nervios y él porque... simplemente mantiene su mismo gesto neutral y altanero. Luego, deja de prestarme atención. Me balanceo sobre mi peso, vacilante; antes de acercarme al lecho donde yace mi vestido, no me acuerdo de haberlo dejado por ahí, tal vez él lo recogió. Le doy la espalda mientras me visto y trato de ignorarlo porque sé que me está mirando. —No hay servicio —habla de pronto. Doy un respingo y me vuelvo a medias, peleándome con el brassier. Debe creer que está con una completa retrasada porque agrega—, tendremos que bajar al bar si quieres comer algo. Al instante me acuerdo de su broma pesada al despertar y la sangre me hierve en las mejillas, bajando por el estómago. Me muerdo el labio y asiento, enfocándome en meterme dentro del vestido. Él se concentra en su celular, guardando una mano dentro del pantalón. Su exceso de caballerosidad está desubicándome por completo, aunque la verdad lo prefiero mil veces a que me deje botada en un taxi sin palabras de por medio. Gimo por lo bajo, sosteniendo el bikini. Dudo, pero al final opto por echarlo dentro del bolso y en enfocarme por terminar de calzarme los tacones. Me siento como toda una mujerzuela haciendo eso, pero aún así me siento divertida. ¡Santos profesores sexys! ¿En qué piensas, Leilah? Me aliso el cabello con las manos, rogando por no tener el aspecto del Tío Cosa, y me vuelvo hacia Evan. Ha esperado en silencio aunque lo he notado impaciente, se aleja hacia la puerta y supongo que debo seguirlo. —No me lo facilites —dice cuando paso a su lado. Frunzo el ceño sin comprender—. Si no usas ropa interior... —agrega, con media sonrisa altanera. Estoy a punto de desmayarme. *** Me siento como una completa tonta. Cuando escucho la palabra “bar”, me imagino algo muy parecido al de la noche anterior, no el restaurante del hotel que más bien tiene pinta de desayunador campestre. Definitivamente no voy vestida para la ocasión, me lo dejan en claro la pareja de ancianos con pinta de turistas y también la anfitriona del sitio; cuya mirada me escanea de pies a cabeza, dejándome saber de inmediato lo que piensa de mí y mi escote nocturno. Ni hablar del chiquillo que no me quita la mirada, mientras sus padres desayunan. Seguro que los tacones no van para nada con la delicadeza bucólica del diseño en brillantes tonalidades de paja. Evan tampoco va vestido muy acorde al sitio, (aunque siempre es más sencillo para los hombres) pero a él eso parece no importarle en lo más mínimo, ya que no ha despegado la mirada del celular. Por una parte, me siento aliviada porque puedo enfocarme en calmar mis nervios y por otra, estoy comenzando a fastidiarme por su falta de atención. ¿Qué rayos, Leilah? No es como si estuvieran saliendo. Solamente hubo sexo, claro, eso hacen las parejas pero… Oigo un carraspeo que me saca de mis cavilaciones de pronto, en algún momento me ruborizo. Parpadeo un minuto, tratando de identificar a la chica frente a nosotros hasta que doy con que es la mesera, de inmediato me devano los sesos, tratando de acordarme qué iba a ordenar. —Uno también para ella —dice Evan de pronto. La muchacha asiente, mirándome de forma extraña antes de volverse hacia la cocina. Frunzo el ceño. De acuerdo, estaba distraída pero no es para tanto. —Puedo ordenar por mí misma. Evan enarca una ceja con altivez, luego toma la carta y la deposita frente a mí. —Adelante —suena como un reto. Sujeto el menú y le doy una nueva leída, con mi mejor interpretación de indignación femenina. A punto de abrir la boca, él habla. —La habitación está pagada hasta hoy a la media noche. Puede decirse que me estoy atragantando con mi propia saliva, se me suben los colores al rostro y de inmediato aprieto los muslos. Al verlo, noto que él mira su móvil al hablar, como si nada. —A menos que debas volver con tus padres. ¿Cómo es que habla de “eso” así como así? Ante mi incrédulo silencio Evan alza el rostro, en sus profundos ojos cafés no hay rastro de duda. —¿Padres? —balbuceo. No quiero imaginar lo que dirían mis progenitores si se enteran de que su querida hija y futura doctora, tiene una habitación de hotel rentada con un hombre que casualmente es su profesor de anatomía y además, también conoce al amor de su vida. Eso me recuerda a Alan y sin poderlo evitar, me siento incómoda. Gracias al cielo, la camarera vuelve trayendo consigo un par de tazas con café expreso. Escondo mi respuesta detrás del brebaje amargo. —¿Vas a responder? Doy un brinco al escucharlo. —Yo… —carraspeo para aclararme la garganta—. Debo volver a casa —suspiro, derrotada. Marion debe seguir preocupada y ni que decir de Marcus, él seguramente está molesto por mi desaparición y debo esperar a que se le pase mientras me aparezco viva y coleando, o podría desaparecerme de verdad. De acuerdo, estoy exagerando. Pero sí que debe estar muy molesto conmigo. —Te gusta Alan. No es una pregunta y encima, está fuera de contexto. —Y te gusto. Si con sus primeras palabras me ha dejado sin habla; éstas últimas logran que el calor me sacuda por dentro, trayendo el incómodo hormigueo en el vientre, que está por desembocar en humedad. Mala idea desistir del bikini. Aspiro hondo, evitando su penetrante mirada que me pone los nervios de punta. —Alan y yo —boqueo—, somos amigos. Sospecho que no me cree, pero al final no importa mucho, es la verdad. Alan no está interesado en mí –porque nunca lo ha estado–, y además va a volver con su ex novia, la tal Kristen. —Y usted es… mi profesor —suspiro, dejándome caer contra el respaldo. ¿En qué líos te metes, Leilah? Evan parece meditar al respecto, de pronto sus orbes se pasan por mi escote y al instante lo siento demasiado apretado. —Te deseo. Me estremezco entera, con una explosión de bochorno que se convierte en humedad entre las piernas; me arrepiento al instante de alzar los ojos hacia él, porque está mirándome con la ferocidad que reflejó hace un par de horas, entre mis pantorrillas. Oigo mi corazón golpearse contra mis costillas que de no ser porque es imposible, juraría que está a punto de quebrármelas; el pulso se me acelera y me entero que los labios me vibran cuando los acaricia suavemente con dos dedos. Quiero arrojarme a sus brazos y remolcarlo de vuelta a la habitación. En vez de eso, me limito a buscar sus labios y él me corresponde. Su lengua se introduce de pronto, logrando que me recorra un escalofrío. —No necesito hablarte de la discreción —masculla, luego de morderme el labio. Por un segundo, mientras aspiro su aliento, me pregunto si acabo de concretar alguna especie de acuerdo con él… aunque, en las condiciones en las que está mi cuerpo; podría más bien tratarse de una condena. Me muerdo los labios al alejarme, queriendo saber algo bien vital. —¿Eres casado? Oigo una risotada gutural que me obliga a abrir los ojos. —¿Te parezco del tipo infiel? —se está burlando de mí. Tuerzo los labios. —No quería decir eso. —No lo soy. —¿Infiel o casado? —más vale estar segura. Evan ladea el rostro con sospechosa incredulidad, imagino que está preguntándose si lo digo en serio. Carraspeo, tallando las palmas en el regazo y fingiendo no estar muriendo de nervios en este momento. —Casado —apunta como si nada. Lo miro vivazmente. —¿Infiel? —pregunto alarmada, sin evitar pensar en alguna novia, prometida o lo que fuera que estuviese esperándolo. —Según mi abogado, no puedo ser infiel sin un compromiso de por medio —exclama, encogiéndose de hombros con divertida soberbia. Frunzo el ceño. —¿Qué hay del compromiso de un noviazgo? Enarca una ceja, fastidiado con el tema. —Lo que quieres saber es si fuiste mi sexo de desahogo. Los hombros se me tensan –doy gracias al cielo que estamos lo suficientemente lejos de otros comensales que puedan escucharnos–, al instante en que dijo la palabra “sexo”. —No tiene que ser tan directo —murmuro, incómoda. —Ser directo es parte de madurar, Leilah —acota, dando un sorbo a su café. Me siento como una niñata frente a su profesor de… sexología. ¡Santo Cristo de la papaya! —Y no —habla de nuevo—, no lo fuiste. Inclina el rostro ligeramente, dedicándome el gesto rompe corazones que tan bien le sale. Es increíble cómo puede hacerlo sin emitir más que una ladeada sonrisa altanera. Me muerdo el labio, resintiendo un temblor en las rodillas apretadas entre ellas. —Entonces… —dudo, jugando con el dobladillo de mi vestido—. No tienes novia. Evan niega en silencio sin apartar la mirada de mí. Siento que mis mejillas se estiran en una sonrisa triunfal. —Tampoco yo —musito, escondiendo mi rubor en un trago al café. *** La brisa helada que entra por la ventanilla me refresca, a pesar de despeinarme. Evan conduce en silencio de vuelta al centro de la ciudad, el sonido del motor está ahogado por una pieza instrumental que no conozco pero que, por algún motivo, no desentona con el diseño deportivo del auto. Salimos de la autopista de modo que se ve obligado a disminuir la velocidad, ahí me doy cuenta que he perdido mi oportunidad para tentarlo a unos arrancones. ¡Cómo si fuese a aceptar! O peor, como si yo; Leilah Ferguson, tuviera la osadía de proponérselo. La incomodidad se ha disipado por completo, sustituida por un placentero nerviosismo, instalado como cosquilleos en mi estómago. Marion me había respondido el mensaje con demasiada preocupación, Marcus... era otro tema. Agradezco que mi primo no sea nervioso ni bocazas, aunque ya me imagino su sentencia al respecto: no volverá a aceptar otra invitación mía. Mucho menos a una fiesta. Y por último: Alan. Su imagen me golpea la mente de pronto, aunque no estoy segura por qué, pero todavía estoy preocupada por él, eso es un hecho; sin embargo, dudo que vaya a estar interesado en hablar conmigo. Me muerdo el labio. La mano de Evan se posa sobre mi rodilla; acariciando con rumbo al muslo, doy un respingo y me vuelvo hacia él. Sigue con los ojos fijos al frente, sin enterarse que el oxígeno me ha abandonado. Justo cuando creo que invadirá por debajo del vestido, aparta la mano para colocarla en la palanca de velocidades. Me recuesto contra el espaldar, inhalando profundo. —¿Y... te gusta la ciudad? —lo admito, es una pésima pregunta, pero en las condiciones actuales no se me ha ocurrido nada más. Evan me echa una ojeada desinteresada, volviendo casi de inmediato su atención en el camino. —Es soleado —dice con una mueca. Es claro que está quejándose, miro confundida el ambiente airoso, sólo unos cuantos rayos de sol que apenas y se asoman entre las nubes. —Un poco más de sol y estaríamos en el infierno —me río. Evan suelta el aire, divertido. —Eres bromista ¿eh? No entiendo cómo es que cada palabra que dice, suena con superioridad. El Audi se detiene de pronto, a una calle de mi casa. Tardo un momento en dar con el motivo: a ninguno nos conviene que mis compañeras de posada se enteren que mi profesor llega a dejarme, luego de no dormir en casa. —¿Entonces? —lo miro discretamente—. ¿Por qué estás en una ciudad que no te gusta? Él se vuelve a mí, apoyando el brazo sobre el volante. Me mira fijamente con una resolución adusta en sus ojos cafés, tal como la primera vez que cruzamos miradas en el salón de clases. —No tenemos que conocernos —zanja de manera seca. Retrocedo el cuerpo automáticamente, incómoda. Debe ver mi gesto de duda, porque agrega: —No seré un patán contigo —apunta, con ese tono altanero que está comenzando a sacarme de mis casillas—, pero tampoco soy tu novio, Leilah —creo que hace lo posible por sonar amable. —Entiendo —miento. La voz me sale débil. —Piénsalo —sonríe ahora con franqueza, permanezco embelesada mirándolo—. Y si insistes en conocerme… —lo medita, bajando la mirada—, tendré que hacerlo yo también —me mira a través de las pestañas. ¡Maldita sea! ¡Qué guapo es! —Conocerme —murmuro más para mí y luego me echo a reír, macabramente divertida con lo ridículo del asunto. —Elige la opción que te vaya más —se encoge de hombros, altanero. Aspiro hondo y me vuelvo para despedirme, Evan ya ha salido del vehículo. Muevo las manos torpemente hacia la manija aunque él es mucho más rápido y capaz, porque abre la portazuela desde afuera. Me bajo de la cabina jalando del vestido en el camino, siento sus ojos fijos en mis piernas mientras me ayuda. Nos miramos durante un momento, mientras trato de controlar los hormigueos insistentes en mi vientre ante el peso de sus ojos. —Bueno yo… —carraspeo, insegura en qué decir. Me atrae suavemente por la cintura, deslizando la palma hasta mi cadera. —No elijas ahora, niña —ronronea la última palabra con un tono tan sensual, que estoy a punto de sufrir una crisis de calor—. No apresures lo que no puedes dar aún. Me estremezco entre sus brazos, estirándome para alcanzar sus labios. Él aleja el rostro para evitar el contacto; no obstante, hinca los dedos en mi cuerpo, aún sobre la tela del vestido siento el calor de su cuerpo. Me asalta una urgencia por colgarme de su cuello y tal vez, rodearle la cintura con las pantorrillas. Las rodillas me tiemblan, reconociendo la humedad entre mis muslos y cómo me moja la piel, al no tener ropa interior que disimule. Me pego a su cuerpo y él se aparta por fin. Hubiese podido tambalearme, de no ser porque sigo cerca del auto. Desliza una sonrisa socarrona dando un paso atrás, guardando las manos dentro de los bolsillos del pantalón, las solapas de la camisa se le abren por el pecho y tengo un acceso de hiperventilación. Me mira durante un eterno momento, antes de que le ordene a mis piernas moverse hacia la casa. Me detengo y vuelvo el rostro, al instante sus ojos se elevan desde mi cadera hacia mi rostro, me ruborizo al pensar que me estuvo mirando mientras me alejaba. Alzo la mano tímidamente para despedirme, Evan ensancha la expresión soberbia pero no dice nada. Mordiéndome el labio recorro la acera hacia la casa, sintiendo el peso lascivo de sus orbes cafés siguiéndome al andar. Me detengo frente al portón, mientras busco las llaves en mi bolso, asomo los ojos por entre el cabello, él sigue en su sitio; firme e imponente. Me sacude otra onda de nerviosismo y por fin, entro a la casa. Me pego al muro aspirando hondo, sufriendo hormigueos curiosos extenderse por mis palmas y peor, la humedad palpitante en mi cuerpo. La piel me vibra al acordarme de Evan, sus labios suaves, su musculoso cuerpo… la fuerza con la que estuvo en mí… La situación general… —¿Leilah? —la vocecita vacilante de Marion me distrae. Abro los ojos de golpe, sintiéndome acalorada. Mi amiga me mira fijamente, con la duda vibrando en sus pupilas. —¿Estás bien? —pregunta alarmada, analizando mi atuendo. —¿Yo? —toso, alisándome la falda—. Sí, si estoy bien —quiero quitarle importancia al asunto, caminando hacia la habitación. Me sigue de cerca mirándome con duda, y aunque debo deshacerme en disculpas (y agradecer su preocupación), la verdad estoy frenética todavía. Extrañamente alegre. Me gustaría contárselo, las palabras se me agolpan en la boca, rogándome por salir; por fortuna, me contengo. Tendré que conformarme sólo con mis recuerdos. Bastante ardientes, dicho sea de paso. Me dejo caer sobre mi cama y a poco estoy de revolcarme en ella, soltando grititos de exaltación. Al mirar el techo cuarteado de mi habitación, me pregunto si en verdad ha ocurrido; si he pasado la noche debajo del calor de mi profesor de anatomía, si en serio he tenido relaciones con Evan Roberts. —Leilah —musita Marion, sentándose al borde de la cama. Sus ojos siguen preocupados. —Lamento haberlas dejado ayer —miento porque es lo correcto. —¿Qué… qué pasó? Suspiro. —Hablé con Alan —digo, torciendo los labios—. Creo que volverá con su novia —musito, acordándome de su actitud evasiva. —Lo… siento —murmura mi amiga, tomándome de la mano. —No quise preocuparlos —agrego rápidamente—. Sólo necesitaba pensar y no quería molestarte con mis lloriqueos —para no haber pensado la mentira larga y tendidamente, me sale bastante bien. Ella ensombrece el gesto, aunque luego sonríe suavemente. —Pe…pero ya estás... mejor —concluye. Supongo que mi gesto triunfal todavía no ha abandonado mi rostro, así que sólo asiento y decido cambiar el tema de conversación antes de que Marion indague más al respecto. —¿Y tú? ¿Qué tal la pasaste? —me levanto sobre la cama, interesada genuinamente—. ¿Neil te dijo algo? Los colores inundan su rostro y balbucea antes de lograr formular una oración coherente. —Pu…pues Neil —juega con los dedos—, me invitó al cine… —su rostro es tan rojo como un tomate maduro—. Pe…pero creo que…se le…olvidó. ¡Ay! Ese idiota. —¿Bebió mucho? Marion asiente tímidamente, aunque sonríe. Ahí hay algo más. —¿Y? —¿Tú… piensas que debería...recordárselo? —creo que Marion está temblando. No necesito mucho para responderle. —Sí —me pongo de pie, acordándome del correo electrónico que provocó la noche interior. Nunca había sido tan osada, solamente un tanto atenta con Alan pero… lo de ayer simplemente fue increíble. Fuera de mí y al mismo tiempo, una experiencia de deliciosa adrenalina. Mientras me saco el vestido, una oleada de aroma a cítricos golpea mi nariz, al instante me estremezco porque en mi ropa se haya impregnado el aroma de Evan Roberts.
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