Al día siguiente
Chicago
Olivia
Dicen que en un abrir y cerrar de ojos, una sola cosa puede arrastrarte de vuelta al pasado como si te hubieran golpeado con un huracán de recuerdos. Es como si todas esas memorias que creías olvidadas regresaran de golpe, como si nunca se hubieran ido del todo. Lo curioso es que te encuentras reviviendo la misma escena una y otra vez en tu mente, como si pudieras cambiar el pasado con solo pensarlo. Pero, por supuesto, la realidad es implacable y sabes que no puedes alterar lo que ya sucedió, sin importar cuánto lo desees.
La verdadera lucha comienza cuando esa escena recurrente comienza a atormentarte, preguntándote una y otra vez qué hubiera pasado si las cosas hubieran tomado un rumbo distinto. Es como tener una espina clavada en el corazón, un constante recordatorio de las decisiones que tomaste y cómo podrían haber sido diferentes. Las dudas empiezan a nublar tu mente, y te encuentras perdido en un laberinto de posibilidades no realizadas.
En mi caso volver a escuchar el nombre de Filippo Santoro fue recordar la noche en que perdí a mi padre, apenas tenía diez años de edad cuando lo vi cruzar la puerta esperando que vuelva con vida, aunque fue todo lo opuesto, lloré al lado de una camilla mientras cerraba sus ojos. Entonces siempre existía la necesidad por conocer los detalles de esa redada y no puede más contener esa impotencia de años que albergaba tras escuchar al soplón. Di media vuelta y caminé a la oficina de Bobby para pedirle explicaciones, claro que antes escuché los reclamos de Colorado por dispararle al sujeto.
–¡Chicago! ¿Qué mierda tienes en la cabeza para dispararle al sujeto? ¿Sabes lo que hiciste? –preguntó con su voz irritada y lo miré con el rostro comprimido.
–Deja de lloriquear como una niña, más bien aprende como ser práctico, porque dándole palmaditas en la espalda nunca iba a hablar el sujeto. Así que gracias a mí nos dio un nombre. ¡Filippo Santoro! –sentencié y frunció el ceño.
–Ese cabrón nos puede complicar la vida con solo delatarnos con su abogado, además no creo que a Bob le gusté tus métodos, ¿Lo averiguamos? –indicó, cuestionó con un tono de sarcasmo y le di una sonrisa forzada.
–Lo que creas me tiene sin cuidado. Obviamente no me conoces lo suficiente para amenazarme, mejor anda a leerle los derechos al soplón y no lo pierdas de vista– repliqué y seguí mi camino.
Avancé por los pasillos a la oficina de mi padrino, respiré hondo y abrí la puerta observándolo charlando por el celular, me acomodé en una de las sillas delante de su escritorio y colgó la llamada, teniendo un rostro lleno de curiosidad.
–¡Chicago! Me parece que quieres comentarme algo, ¿Qué necesitas?
–Sí, tenemos retenido a un sujeto que asegura el retorno de Filippo Santoro al negocio de la droga, pero antes de seguir informándote sobre lo que descubrí, necesito que me charles de esa noche fatídica de la redada a su escondite.
–Chicago, ¿Por qué remueves el pasado? ¿Qué ganas conociendo los detalles? No es bueno para ti, sobre todo pienso que estás obsesionándote con ese hombre– reclamó, señaló y le di una mirada profunda.
–No es una obsesión, sino una necesidad, porque mi padre era un hombre experimentado haciendo redadas, no era su primera vez al frente de un operativo, entonces son lógicas mis dudas de que falló algo o peor aún, alguien lo traiciono.
–Me doy cuenta que no saco nada callando, te contaré, pero nunca más quiero hablar más de este tema– indicó con su voz firme y asenté con la cabeza.
En segundo fue como sentir que vivía esa noche, su relato era muy real y tan revelador que cada palabra me adentraba en lo sucedido de una manera extraña.
Las luces de neón de los bares parpadean a la distancia mientras nosotros estamos aguardando en la camioneta, pese a la lluvia que cubría la noche, esperábamos la señal de nuestro infiltrado para avanzar a la fiesta de Santoro, pero nuestra charla era más como un reclamo.
–George, sigo sin entender, ¿Por qué quieres estar al frente del operativo? Y por favor no me digas la misma frase “Quiero retirarme haciendo una gran hazaña”. Vete y no intentes regresar– dije y sonrió ante mi comentario.
–Bob está lloviendo y me necesitas para no cagar el operativo, así que no me voy sin capturar a la rata de Filippo Santoro, quiero verle la cara a ese cabrón cuando lo arrestemos…–respondió y sonó la radio dando luz verde para avanzar.
La camioneta rugió y se puso en marcha en cuanto obtuvimos la ubicación de la fiesta de Santoro. En menos de quince minutos estábamos en las afueras de la ciudad, frente a una maldita mansión custodiada por tipos armados hasta los dientes. Pero gracias a nuestro soplón, íbamos a entrar por la puerta de atrás, sin que nadie se diera cuenta. En cuestión de segundos, nuestro equipo se infiltró y, como era de esperarse, estalló el infierno con disparos y los gritos de los que estaban ahí.
El estruendo de las armas era ensordecedor y solo se veía una puta nube de humo blanco mientras la gente corría como ratas asustadas. Pero hubo un instante en el que todo se detuvo, un silencio absoluto que parecía que el mundo aguantaba la respiración. En ese momento, vi a tu padre en la distancia, discutiendo con el criminal de Santoro. El muy cabrón usó a alguien como escudo humano y George, jodido por la situación, soltó el arma. Intenté llegar hasta él, pero todo fue demasiado tarde, los matones de Santoro apretaban el gatillo una y otra vez, dificultando ayudarlo. A pesar de todo, el equipo de asalto se abalanzó sobre esos malditos narcos y finalmente atrapamos a Filippo Santoro, que todavía soltaba amenazas como un perro rabioso mientras lo esposábamos.
–McKeen me vas a pagar con tu sangre lo que me quitaste está noche, no importa el tiempo que deba esperar, cobraré venganza y te daré donde más te duele– dijo el perro de Santoro con su voz enardecida y George guardaba silencio mientras lo observaba.
En verdad no entendía nada, pues George siempre era de responder los insultos de cada criminal, pero espero que los muchachos se llevaran a Santoro y avanzó dos pasos mostrándome sus heridas, las balas habían atravesado el chaleco antibalas y si sobrevivía era un milagro.
Al final tras escuchar el relato de Bobby, me quedé con una mezcla de dolor y melancolía, sentía que faltaba una pieza, pero era inútil seguir ahondado en el tema, más bien debía centrarme en lo importante, atrapar al nuevo jefe de la mafia italiana.
–Bobby gracias por tu sinceridad, no me ayudó mucho y no creo que nada de lo que haga me quite este dolor. Por ahora necesito hacer mi trabajo sin que pienses que tengo una obsesión con Santoro– dije con firmeza y frunció el ceño.
–Entonces no me des motivos y ocúpate de lo importante, sobre todo no pierdas el objetivo, ¿Qué más dijo el soplón? –declaró Bobby muy formal y me dejó con el rostro comprimido.
Si bien, tenía muy claro que debía seguir sus órdenes, esperaba que no me dejé al margen del caso, más bien que sea lo suficientemente profesional para seguir confiando en mí para los próximos operativos, además debíamos confirmar la veracidad de la información y ese era otro tema.
–Así que tenemos un nuevo jefe de la mafia según el soplón, pero primero debemos confirmar es esa información. Hablaré con Texas, tal vez ella pueda tener algún dato valioso– mencionó Bobby con seriedad e hizo una pausa. –Por cierto, Amelia insistió en que vengas a la casa a almorzar mañana, y si quieres puedes traer a alguien. No acepto una negativa como respuesta– dijo y me dejó en jaque.
–¡Perfecto! Aceptaré tu invitación a almorzar, pero te comentó que iré sola, no tengo a nadie que me acompañé, recuerda que apenas me mudé a la ciudad– mentí con descaro y sentí sus ojos escrutadores sobre mí.
Aunque sentí una conexión con Salvatore, era demasiado pronto para que conozca mi mundo, también no era prudente. Además de cierta manera había puesto las reglas al no contestar sus preguntas, entonces debía poner el ejemplo, igual Bobby fue persistente con su invitación.
–Tráelo a casa, porque quiero saber con quién te relacionas, pero quien te habla ahora es tu padrino, no tu jefe– dijo Bobby y me quedé aturdida.
Al final sigo pensando en la invitación de Bobby mientras contemplo con malicia a Salvatore, porque este hombre me tiene como una tonta suspirando por él, no es solo por su cuerpo de adonis, su abdomen bien trabajado, sino esa manera de ser conmigo y siendo sincera a este paso será imposible no enamorarme. La cuestión es que no debo, entonces, ¿cómo protejo mi corazón? ¿cómo no caigo en sus redes? La única forma seria olvidarme de estos encuentros salvajes y ardientes. Lo malo es que no quiero, ni puedo alejarme de él. Como tal dejemos que todo siga su curso y tal vez el tiempo me ayude a tomar una decisión sin sentir que estoy cometiendo un error al involucrarme con alguien.
No obstante, una parte de mí quisiera quedarse con Salvatore el resto del día en el motel y escapar de ese almuerzo, pero sin esperármelo en medio de mis pensamientos me encuentro con sus ojos marrones soñolientos que me miran con picardía y escuchó su voz áspera resonar en la habitación.
–Buenos días mi traviesa, al parecer te gusta madrugar incluso un domingo, pero quisiera aprovechar el día a tu lado, podemos quedarnos metidos en la habitación, claro debemos alimentarnos primero, otra opción es salir a desayunar donde prefieras y seguiríamos con un pequeño paseo por la ciudad, lo que tu quieras– propone mientras acaricia mi espalda con sus dedos.
–Buenos días guapo, siendo honesta se me fue el sueño, más bien detesto madrugar y cuando puedo me quedo en la cama como un oso invernando, pero hoy no puedo hacerlo, tengo un compromiso– digo con mi voz inquieta y asoma su sonrisa picará.
–¡Claro conmigo! Porque la celda está cerrada y no puedes marcharte dejándome a pan y agua, no es justo con tu esclavo. Entonces dime ¿Qué quieres hacer? –indica y sonrió ante su comentario.
–En serio no puedo quedarme, tengo un compromiso de esos impostergables– aseguro mientras me desenredo de él.
–¡Mierda! Eres de esas hijas que almuerzan con sus padres todos los domingos, sino viven metiendo sus narices en tu vida, ¿Acerté? –dice en tono burlón y le doy una mirada de reproche mientras me siento sobre mis rodillas.
–No es como dices, es un compromiso y no puedo faltar, pero te compensaré desayunando juntos, así no te mueres de hambre– propongo y jala con delicadeza de mi brazo devolviéndome a la cama, quedándome debajo de su cuerpo.
–Tengo una contrapuesta, desayunamos juntos y después te dejo en casa de tus padres, ¿Sí? –negocia prendido en mis ojos y me deja arrinconada.
Una hora más tarde
Luciano
El precio que muchos pagamos por la vida que llevamos varía; algunos lo hacen de manera inadvertida, mientras que otros se ven obligados por circunstancias adversas. Pero en última instancia, todos compartimos una característica en común: vamos a contracorriente. Detestamos nuestra suerte, somos rebeldes que desafían el destino. En mi caso, desde que tengo uso de razón, he estado atrapado viviendo una vida que nunca elegí. He llevado el peso de los errores cometidos por mi familia, y llegó el momento de romper esas cadenas. Quiero tomar las riendas de mi vida, hacer lo que realmente deseo y no tener que justificar cada paso que doy. Sobre todo, no estoy dispuesto a reprimir mis aspiraciones de construir algo significativo con Emily.
Aunque admito que las palabras de Salvatore se clavaron en mí como cuchillas, cortando mis ilusiones en pedazos, pero no estaba dispuesto a concederle el placer de tener razón. Con la voz ronca, respondí a su sugerencia, decidido a enfrentar lo que viniera.
–No haré tal cosa Salvatore, sí me quiebro, si me rompen el corazón al menos por una vez quiero saber lo que se siente ser amado por quien soy, no quiero personas temiéndome o respetándome por llevar un apellido que representa miedo, muerte y destrucción. ¿Puedes entenderme? –expuse con mi voz irritada y miré su rostro comprimido.
–Ese es el precio que pagamos por estar en este negocio, no hay cabida para el amor, menos para soñar con tener una vida normal y tú lo sabes desde hace mucho tiempo, entonces no busques problemas por una mujer– argumentó Salvatore y arqueé la ceja.
–No quiero tus reproches Salvatore, menos tus consejos, el tal caso ocúpate de hacer lo que te pedí con mucha discreción y ahora hablemos de los negocios, ¿Dónde está el perro de Mateo? –repliqué y soltó un suspiro de frustración.
–Mateo está en las bodegas, alardeando sobre el nuevo producto y si quieres el respeto de los peces gordos del negocio ponle límites al cabrón, antes que quiera apuñalarte por la espalda– advirtió y me dejo inquieto.
Salvatore había soltado una verdad incómoda. El perro de Mateo podría fácilmente convertirse en un dolor de cabeza, un enemigo astuto con un ego sobredimensionado. Era crucial que le cortara las alas y dejara claro mi liderazgo al hacerme presente en las bodegas. Así que, sin más, di media vuelta y subí a la camioneta, mi cabeza aún en un caos mientras intentaba anticipar la reacción de ese bastardo por arrebatarle su posición. Aunque mis dudas se aclararon cuando llegué al lugar, enfrentando las miradas inquietas de los hombres de Mateo. En cuestión de segundos, ahí estaba él: el perro, revisando la mercancía y dando órdenes como si fuera el jefe. La tensión creció en el ambiente hasta que finalmente se quedó en un silencio cargado de hostilidad. Manteniendo los brazos cruzados, lo observé mientras clavaba un cuchillo en una mesa. En ese momento, rompió el silencio con su voz amargada.
–Luciano creí que seguirías escondido en Nápoles, inclusive me sorprendió escuchar que vendrías a Chicago, pensé que era una exageración de los hombres, aunque no estoy seguro si hiciste bien– replicó mientras su mirada escrutadora se posaba sobre mi figura y tensé el rostro.
–¡Mateo! Te guste o no el viejo me quiere al frente de los negocios, soy su sangre y tú siempre serás su perro fiel, el imbécil que limpia sus cagadas, ¿Te quedo claro? –exclamé con mi voz irritada y me dio una sonrisa burlona.
–El hecho que lleves su apellido no basta para ganarte el respeto de sus rivales, necesitas ensuciarte las manos para lograrlo y sobre todo ser fuerte, un león en esta selva de cemento y no un tierno minino asustado como lo has demostrado siempre– se burló y apreté mis puños con ganas de romperle la cara mientras anulaba la distancia para enfrentarlo.
–Te equivocas, ese es tu deber, limpias la mierda, eliminas a nuestros rivales, más que todo me obedeces sin protestar, porque yo soy tu jefe lo quieras o no, así que por tu bien no cometas errores, no te atrevas a traicionarme o voy a tirar del gatillo si me provocas– sentencié con firmeza y emergió una risa burlona en su rostro.
–El minino quiere ser un león, pero te contaré un secreto, el apellido Santoro te queda grande, no tienes las agallas de viejo para ocupar su lugar. ¡Suerte en el intento por ser el nuevo capo! –murmuro a mi rostro con un tono de maldad y dio media vuelta dejándome con la sangre hirviendo por mis venas.
Supongo que no podía cambiar lo que era de la noche a la mañana, pero tampoco podía soportar las burlas del perro de Mateo, menos que me expusiera como si fuera un bufón delante de los hombres, entonces era hora de enfocarme en el nuevo cargamento y hablar con los contactos para lograr el éxito de la operación. Aunque por más que buscaba centrarme en el trabajo mis pensamientos tenían un solo nombre, Emily y mi agonía solo terminó cuando nos volvimos a encontrar.
Ella tiene el poder para calmarme, de hacerme sentir que respiro con libertad y sobre todo miro las cosas tan diferentes a su lado. Sin embargo, necesitaba más que solo unas horas junto a ella y propuse un día como pareja, pero lo que conseguí fue solo un triste desayuno y ahora miró con frustración como el taxi estaciona delante de una propiedad en un barrio del norte de la ciudad, hasta que antes de que baje mi chica, sujeto su brazo con delicadeza.
–Mi traviesa, no es necesario que acabe aquí nuestra cita, ¿Por qué no me dejas acompañarte? –propongo y abre los ojos de par en par.
¡Mierda! ¿Por qué no puedo comportarme como alguien normal? ¿Qué rayos acabo de hacer? Tranquilízate Luciano y actúa normal, solo fuiste espontaneo, pero no vuelvas a presionarla sino saldrá corriendo nuestra chica, ¡Comportante idiota! Gracias consciencia.
–¿Sabes lo que me propones? ¿Quieres lidiar con “mis padres”? –cuestiona con su voz inquieta y me quedo aturdido.
–¡Sí! Si quieres presentarme a tu familia, pero depende de ti, sobre todo no quiero presionarte, menos cambiar nuestras reglas o tal vez sí, ¿Quieres que te acompañe a tu compromiso impostergable? –respondo con recelo y sus ojos me confunden.