—Señor Cavanagh, sus maletas ya están listas en el auto —dijo Luna al verme llegar a mi departamento—. También las de la señorita Bouchard. Aunque… no sabía que necesitaría ropa, lo siento. Puedo mandar a que traigan las maletas de nuevo.
—No te preocupes, yo tampoco —respondió Gin.
Reprimí una sonrisa al verla con mi camisa puesta, unos pantalones viejos que encontramos en el yate, el cabello alborotado y una manta encima que nos había prestado Ned al vernos bajar en tal estado.
—Creo que ya vamos demasiado tarde —dijo Gin, mirándome—. Si a ti no te molesta, podemos cambiarnos en el avión. Para que no bajen las maletas.
—Podemos cambiarnos aquí, no importa. Pueden esperar un poco más.
— ¿Qué pasó con el jefe que respeta el tiempo de sus empleados? —preguntó.
—Bueno, hoy se encuentra
