Ring. Ring. Ring.
Miré hacia mi derecha, donde estaba la pequeña mesita de noche. El despertador se tambaleó de un lado a otro haciendo un ruido infernal. Lo apagué y dejé caer mi cuerpo de nuevo en la cama, llevándome las manos hacia mi colgante.
—¿Podré verla de nuevo algún día...? —apreté mi colgante con más fuerza.
Millones de recuerdos vinieron a mi mente y las lágrimas se me escaparon después de mucho tiempo. Me sentía frustrada y un gran dolor oprimía mi pecho, impidiéndome respirar.
—Sasha Petrova no llora —me levanté de golpe.
Contuve un escalofrío y miré al reloj que descansa sobre el escritorio. Las 6:18 a.m, se me había hecho tarde.
Hice mi cama rápidamente y me puse unos leggins negros cortos, una camiseta roja y una sudadera ancha. Recogí mi cabello en una larga trenza y cogí la daga que me dio Thomas, mi M9 y mi comunicador. Todos aquí teníamos uno, nos conectaba con cualquier parte de la base.
Salí de mi habitación dirigiéndome y me dirigí a las afueras de la base, quería entrenar mi resistencia y de paso aclarar mi cabeza. De camino hacia allí, me encontré con un soldado que hablaba por teléfono en manos libres.
—Sí, sí, estoy bien, tranquila.
—Te echo de menos "mano".
Él suspiró.
—Yo también te echo de menos.
Me paré en seco y recordé.
Estaba en un viaje de estudios con mi clase. Cuando llegué no tenía cobertura, así que esperé a tener la para poder llamar a mi familia. El día pasó hasta que llegó la noche, y mis compañeras comenzaron a llamar a sus familiares. Aproveché para hacerlo también.
—¿Sí? —se oyó una voz femenina al otro lado de la línea.
—Hola mamá —sonreí inconscientemente.
—¡Hola Sasha! ¡Ya pensábamos que te habías olvidado de nosotros!
Me reí.
—¿Cómo voy a olvidarme de vosotros? —que exagerada era—. Estaba sin cobertura y se me pasó.
—Típico de ti —comenzó a reírse de mí, yo le saqué la lengua a sabiendas de que no me veía—. Espera, te pongo en manos libres.
—Hola Sasha —esta vez era una voz masculina—. ¿Qué tal todo allí?
—Todo bien papá, esto es precioso…
No pude continuar la frase porque una tercera voz me interrumpió.
—¡¡¡Sasha!!! —chilló emocionada mi hermana.
Me separé del teléfono unos centímetros con una carcajada.
—¡Natasha! Vas a dejarme sorda —bromeé ante la exageración de mi hermana de cinco años, era idéntica a mi madre en ese sentido.
—¿Estás bien Sasha? ¿Es bonito? ¿Te has comprado algo? Haz muchas fotos que luego tienes que enseñármelas. ¿Hace frío por allí? No te olvides de comprarme algo.
—Frena un poco pequeña —reí—. Estás peor que mamá.
—¡Oye! —escuché a mi madre y volví a reír.
—Sasha —me llamó mi hermana.
—¿Sí?
—Te echo de menos, tata…
Sonrío.
—Y yo a ti, pequeña…
Sacudí la cabeza, tratando de sacar ese recuerdo de mi mente. Tenía que comenzar a entrenar ya. Corrí durante una hora aproximadamente, luego me dirigí a la sala de entrenamiento. Quería pulir mi fuerza.
Dejé el comunicador y el cuchillo en una de las mesas y me fui al primer saco de boxeo que había libre. Mano derecha, izquierda, patada lateral y gancho. Una vez más, mano derecha, izquierda, patada lateral y gancho.
—¿Otra vez aquí?
Suspiré, cansada. Agarré el saco de boxeo.
—¿Es que no piensas darme ni unas horas de tranquilidad? —pregunté, mirando al saco. Era más pesado que una vaca en brazos.
—Sé que realmente no puedes vivir sin mí —dijo, acercándose a mi posición y encogiéndose de hombros.
Di un giro rápido y mi rodilla impactó en su entrepierna. Se arqueó un poco por el dolor, por lo que aproveché para acercarme a su oído:
—No te pases, Brown.
Dejó escapar una suave risa, incorporándose. Pues sí que aguantaba bien el dolor.
—Sé que te encanta —pasó su mano por mi mejilla.
Agarré su mano y se la retorcí con brusquedad. ¿Había dicho que era más pesado que una vaca en brazos? ¡Era más pesado que un buey!
—No te lo repetiré, Gabriel.
Pero él por lo visto tenía ganas de jugar. Giró sobre sí mismo y me agarró los brazos por detrás de mi espalda inmovilizándome.
—¿Qué harás? —me provocó.
Esto era lo que buscaba ayer y no se lo iba a dar. Me relajé y respiré hondo.
—Nada.
Él me miró confuso y frustrado. Sabía que una vez que algo se me metía en la cabeza, no había quien me lo sacase.
—Esto no es divertido si no me sigues el rollo —me soltó los brazos.
—Es que no es divertido.
Se quedó unos segundos pensativo, observándome. Analizándome detenidamente como si fuera un espécimen que veía por primera vez.
—Sasha.
Le miré con la respiración todavía agitada.
—¿Por qué entrenas tanto? —insistió.
Tragué saliva y aparté la mirada de la suya. No me gustaba que la gente me hiciera este tipo de preguntas, así que repetí esas palabras que tenía grabadas a fuego en mi cabeza y que me habían salvado tanto de tener que dar explicaciones.
—Quiero mejorar…
—Esa no es la verdadera razón —dijo, interrumpiéndome.
—Puede, pero tampoco es asunto tuyo—le eché una última mirada antes de dirigirme a la salida no sin antes coger mis pertenencias.
—¿Por qué no confías en mí? —susurró Gabriel.
Yo ya estaba cruzando la puerta. Me agarré al marco y lo miré.
—No es que no confíe en ti, Gabriel… Es que ya no confío en nadie.
Él abrió la boca para contestarme, pero no le dejé oportunidad y salí de allí corriendo.
No podía olvidar su cara de decepción. Aunque fuera un estúpido, era un gran chico y me ayudó cuando entré en la RNC, sin que yo le pidiera ayuda. Pero así era la nueva Sasha: fría como el hielo.
—Sasha, deja de preocuparte —me dije a mí misma—. Ya se le pasará.
Miré nuevamente el reloj, las tres y media. Vaya, la mañana se había ido volando. Tenía que comer algo. Me fui al comedor tranquilamente. A estas horas no había nadie allí. Mejor, así evitaba momentos incómodos. Comí deprisa, porque después quería entrenar mi elasticidad.
Entré en la sala de entrenamiento y me encontré a Gabriel -otra vez- en el saco de boxeo. Iba sin camiseta y con unos pantalones de chándal. No llevaba los guantes, solo se había vendado las manos. Me lanzó una mirada, y luego siguió descargando su ira en el saco. ¿Estaba enfadado?
—Después dices de mí —dije, comenzando a calentar.
Él solo siguió dando puñetazos a diestro y siniestro. Cuando algo no le cuadraba o se molestaba, se ponía así. Me di la vuelta y me puse la pierna a la altura de la cabeza.
—Intento llegar a ti —golpe de derecha—. Intento ser un buen amigo —golpe de izquierda—. Pero es imposible —derecha, izquierda, derecha y gancho.
Con su último golpe, hizo un agujero en el saco, la arena se derramó lentamente al suelo, creando un contraste con su enfado. Bajé la pierna y me acerqué a él.
—Lo siento —sentía la necesidad de abrazarle—. Pero es mejor así, créeme.
Gabriel se puso tenso.
—¿¡Mejor por qué!? —exclamó, alterado y furioso, mientras avanzaba hacia mí y me cogía por los hombros.
Bajé la mirada.
—No lo entenderías —susurré. Quería protegerlos a todos alejados de la oscuridad que me rodeaba. Ni siquiera el Director Lancer conocía todo mi pasado.
—Prueba —bajó sus manos las mías y las apretó.
No quería seguir hablando del tema.
—Deberíamos seguir entrenando —murmuré, soltándo mis manos de las suyas.
Él me miró con tristeza y apretó los puños.
—Como quieras —me observó unos segundos, para luego girarse y recoger el saco.
—¡Espera! —miré mis manos nerviosa. ¿Qué coño me pasaba? —. Me… Me… —y ahora tartamudeo. GENIAL—. ¿Quieres entrenar conmigo?