Con Flor en alto giré por toda la habitación. No podía dejar de sonreír esa mañana. Inclusive, dormí con una sonrisa mordida. Me gustaba lo que sentía. Me gustaba mirarlo, parecía como si un imán me atrajera, o como el mercurio de un termómetro buscaba a su igual para unirse y ciertamente a su paso comer todo. Si cerraba los ojos sentía sus manos calientes sobre mi cara y la aprensión de su beso. Su beso, un beso de verdad. Era irremediable no lamentar ahora la muerte de Santos. El solo recuerdo de la presencia de Reynaldo me causaba placer. Tocar mi boca y perderme en la sensación de su lengua me erizaba la piel y convertía mi estadía en la casa Castro, en una alegría. No solamente dormí. También dormí sin peso alguno. me miré al espejo y mis ojos parecían tener luces, mi boca era una