38. NACIENTE

1718 Words
Ragnar Nos desplazamos hasta un pequeño apartamento que tenía cerca del muelle, era sencillo, pero muy acogedor y con todo lo necesario, muy propio de él. —¿Qué haces en Nueva York? —Salvando ese increíble trasero que tienes, estos dos años de ausencia te han hecho muy bien —me entrega una botella con agua y nos sentamos en el comedor. —Lo mismo puedo decir de ti, el desierto sin duda te favorece más cada año. Bayek me comenta que un sujeto ha estado traficando en su territorio mientras robaban su mercancía, por designios de la vida resultó ser un socio del sujeto que está compitiendo con nosotros, al parecer desean fabricar autos con armamento peligroso, el comprador final sigue siendo un misterio, pero al menos en este punto podríamos atraparlos y obtener información. Me comentó todo lo que había ocurrido en Marruecos este último mes, los nombres de los involucrados, el poder que tenían y demás información para quedar al tanto de todo. Si ellos pretendían robarnos entonces aprovecharíamos este encuentro para unir fuerzas y atrapar a esos sujetos antes de que las cosas se pusieran peor en sus territorios. —De todas las cosas que pensé haría en esta ciudad, nunca creí que te encontraría y menos en ese mismo punto. —Ya ves, al menos nuestros enemigos tienen buen gusto a la hora de escoger a sus víctimas. Él se acerca quedando de pie frente a mí y extiende su mano para que me levante de la silla, me acorrala entre el estante que está detrás de mí y su increíble cuerpo que sigue haciendo estragos en mi vientre solo con verlo. Rodea mi cadera con sus manos hasta desplazarse a mi trasero y me levanta para que rodee su cintura con mis piernas. —Me hiciste falta, a veces veía espejismos de tu cuerpo desnudo en el desierto mientras tomabas la tela para jugar con ella en tu piel. —Si tanto me extrañabas podías visitarme. —Quise hacerlo, pero tus hombres no quisieron darme tu ubicación por mucho que insistí, ni siquiera Marcus quiso decirme. —¿Qué te puedo decir? Tengo hombres muy leales en mi vida —contesté orgullosa. —Espero que me tengas entre los primeros. —Créeme, no solo estás entre los primeros de los más leales, sino de los que mejor sabe complacerme, o al menos hasta la última vez que te vi ¿Quién sabe cómo estés ahora? Tal vez perdiste ritmo, fuerza o encanto —dije con mucha altivez y descaro. Tensionó su mandíbula con fuerza entrecerrando sus ojos, tenía unas ganas inmensas de asesinarme por mi insolencia, pero ambos sabíamos que el fuego se había encendido al máximo entre nosotros. —Parece que no importa cuántos años pasen, esa lengua tuya sigue siendo osadamente filosa. —Y con mucho veneno Bayek. —Eso no lo dudo. Me acomoda sobre el estante haciéndome sentir el prominente bulto que grita a los cuatro vientos pidiendo salir de esa tela y sus manos retiran mi campera para luego recorrer mi espalda bajo la camiseta, lo hace tan despacio y a la vez tan seductor que mi piel no tarda en erizarse. —Una vez te enseñé a guiarte con las estrellas en el desierto, ahora enséñame lo que tiene de interesante este lugar. —Aquí las estrellas son las mismas del desierto Bayek Kahrel, mejor déjame recorrer tu Sahara para hallar el oro que escondes al mundo. A diferencia de la primera vez que estuvimos juntos, esta ocasión comenzó con un beso suave, se sentía el deseo, pero a su vez era como si quisiera disfrutar de ese trago, incluso sus caricias se sentían diferentes. —No sabía que te habías puesto tan romántico con los años —mencioné sobre sus labios. —No lo soy, pero quiero disfrutarte por completo y sin prisas, ya después hablaremos de cómo vamos a intervenir a esos sujetos. Las palabras se volvieron silencio, nuestras miradas conectaron como esas noches en que nuestros cuerpos se fundían en la arena y nuestras bocas emanaron la calidez del sol naciente. Retiré su camiseta, sonreí al ver de nuevo el Sahara y todos los recuerdos que dejé en él años atrás, él me miró con mucho deseo acompañado de su característico entrecejo fruncido con furia, entonces supe que esto sería solo el comienzo. Nuestros ojos se cerraron dejándonos llevar por este espejismo que convertiríamos en oasis, sus manos recorrieron mi cuerpo con suavidad, era extraño tenerlo de esta forma cuando él siempre fue alguien con un fuego descomunal, pero tampoco era malo. Dejé que mis manos se fundieran en su pecho y su abdomen, abrí su pantalón dejándolo caer, él retira sus zapatos y la prenda quedando solo en bóxer para mí y sonreí al verlo más descubierto mientras que él me observaba hambriento de deseo. —Siempre dije que el n***o y el rojo iba bien con tu desierto —dije con suma excitación. —Creí que lo que te atraía eran mis ojos. —Esos son hipnotizantes al igual que el resto de ti. Me tomó de nuevo entre sus brazos y me llevó a la habitación, retiró prenda a prenda dejando esos besos que me provocaban cada vez más. Quedó solo mi braga puesta y su mirada se tornó más oscura, se deslizó entre mis piernas y con su boca la fue retirando lentamente, de nuevo dejó un camino de besos hasta llegar a mi centro y su lengua se desliza con tiento. —Esto es cruel Bayek —solté entre jadeos al sentirlo tan lentamente placentero entre mis pliegues. —Lo sé mi diosa y agradece que aun sigues libre. Esa maquiavélica sonrisa hizo que me mordiera el labio y zigzagueante volvió a tomar mis labios verticales, era tan exquisito, el recorrido de sus manos se volvía más intenso, de pronto se detiene y sube quedando muy cerca de mis labios. —No recuerdo cuándo fue la última vez que fui suave con una mujer, pero creo que hoy tampoco será el día. Bajó su bóxer n***o ingresando en mí de un solo golpe y arremetiendo con ímpetu, sus mordidas en mi escote, clavícula y hombros fue despiadado, de nuevo era él, ahí estaba esa bestia desértica mostrándome su fuerza en cada vaivén. Mis manos quedaron sobre mi cabeza atrapadas por su agarre, su boca volvió a la mía con necesidad, levantó una de mis piernas y la otra la corrió hacia un lado para tener mayor profundidad, sus embestidas fueron más fuertes, era la gloria estar de nuevo con él. Salió de mí y quedé sentada sobre él rodeándolo con mis piernas, me levanté un poco a lo que él aprovechó para besar mis senos, entonces bajó mi cadera al sentir la punta de su m*****o en mi entrada y me moví sobre él en círculos, nuestros gemidos se intensificaron, contraje mis paredes internas para aprisionar más ese magnífico cetro y él tomó mi cabello tirando hacia atrás, se apoderó de mi cuello, mis uñas de su pecho y espalda. —No sabía que estaba tan sediento de ti. Esa voz tan ronca y esa mirada tan profunda aumentaron mi éxtasis al igual que mis movimientos, su agarre en mi cintura era el borde del colapso, las olas del mar golpeaban la arena con furia. —Sigue, no vayas a detenerte —demandó. Obedecí a sus palabras, el orgasmo se aproximó en ambos y un último gemido inundó la habitación, nuestras respiraciones estaban agitadas, contraje más y otro gemido ahogado salió de él acompañado de una risa en ambos, su cabeza descansó en mi pecho y la mía en su hombro acompañada de una caricia en su cabello. Su mirada se alzó conectando con la mía y con esa sonrisa desatamos con furia la segunda ronda, esta vez sin provocaciones suaves, solo seríamos dos tornados en esas paredes. Después de algunas horas quedé en la cama acostada con su cabeza sobre mi abdomen, dejaba caricias suaves en mi vientre y el silencio era acogedor, acariciaba su cabello haciendo que se estremeciera un poco hasta erizar su piel, era hermoso verlo así. Entonces un sonido proveniente de mi estómago se hizo presente haciendo que levantara su rostro. —Me tienes muy descuidada mi Medjay. —Eso no fue lo que dijiste en las últimas horas. Mordí mi labio con picardía y él dejó un beso en mi vientre, otro en mi abdomen, otro más en cada seno y el último en el mentón. —¿Qué quieres comer? —Pide lo que quieras y luego te devoraré otra vez. —Entonces te devoraré mientras llega la comida y después lo harás tú. Y así fue. Luego de dos sesiones más de sexo con una intervención de la cena; nos quedamos en la sala planeando el ataque, revisamos los planos de la zona, preparamos el equipo y pedí un refuerzo de algunos de mis hombres por si las cosas se complicaban para nosotros. Dormimos algunas horas y luego nos levantamos para darnos un baño con agua fría, pero parece que estábamos con ganas de usar el calentador de nuestros cuerpos. Él ingresa a la ducha pegando su cuerpo a mi espalda, nos inclina un poco y el agua cae entre nosotros, su lengua recorre mi cuello hasta el lóbulo, su m*****o despierta entre mis nalgas pidiendo entrar ¿y quién soy yo para negar una invitación tan candente de un guerrero del desierto? Toma mis brazos colocándolos a la altura de mi cabeza e inclina mi cadera más hacia él, mis piernas se abren un poco y su mano despierta mi cuerpo al hacer fricción en ese botón que me hace enloquecer. Al tenerme en su red arremete con profundidad, las nalgadas que deja en mí resuenan con fuerza, mordí mi brazo ahogando mis gemidos y él toma mi rostro para separarme. —No me prives de ellos mi diosa o tendré que castigarte —murmuró jodidamente sensual en mi oído. Su agarre fue más fuerte al igual que su penetración, de nuevo esa ola de placer nos invadió y nos dejamos llevar por ella hasta saciarnos por completo, bueno, al menos por ahora, porque es imposible quedar completamente satisfecho con él al tener un cuerpo como arma mortal.
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