Capítulo 1: Haremos un pacto.

1534 Words
Doce años después. —De verdad crees que es una buena idea mandarlas tan lejos. –Se interesó César mientras Rodrigo observaba a sus hijos preparándose para despedirse de las mellizas en la entrada de su mansión. – Pensaba que querías tenerlas cerca de ti. —Eso significa tenerlas cerca de ellos y no quiero eso, no puedo arriesgarme. –Respondió Rodrigo apagando el cigarro en el cenicero sin apartar la vista de la ventana. —Tus hijos quieren a las mellizas como si fueran sus hermanas. –Rodrigo miró a César por el rabillo de ojo y este hizo una mueca. –Lo siento, a veces se me olvida lo significa “amor de hermanos” para ti. –Se disculpó y su jefe volvió a mirar sus hijos en la entrada de la mansión, donde había un lujoso auto aparcado preparado para llevarse las niñas al aeropuerto. —Marina y Adriana están creciendo y ellos son hombres, la belleza de una mujer siempre será una tentación para un hombre. No puedo permitir que vivan bajo el mismo techo. —Tampoco podrás mantenerlas alejadas de ti, y menos cuando tienes esa necesidad de tenerlas a tu lado. ¿No estarás pensando en alejarlas para reclamarlas como tus mujeres después verdad? –Indagó César. —No, ellas jamás me verán como un hombre, sino como su padre. Adriana me quiere y no pienso perder su cariño. Lo más puro que tengo es su manera de amarme. –Confesó Rodrigo. –Creo que es la única persona que me ama de verdad. —¿Entonces qué harás con ellas cuando sean mayores? –Las preguntas de su mano derecha empezaban a molestar a Rodrigo, pero sabía que César debía estar al tanto de todo lo que él estaría planeando hacer, por algo era su Asasino, asesino en gallego. Así llamaban a las sombras de los jefes de La Garduña. Una antigua organización secreta que gobernaba los bajos mundo de España. Rodrigo era el líder y Eros algún día sería su sucesor. —A Marina la entregaré al mejor postor, estoy seguro de que con ella conseguiré un buen acuerdo. Un político, alguna familia importante de Europa o algún Capo, no me importa. El que pague mejor se la llevará. –Expuso Rodrigo sus planes como si no estuviera hablando de una persona, Marina parecía una mercancía para él. —En cuanto a Adriana…ella es especial. No será solamente más hermosa que su madre, sino que también es tan pura, dulce y generosa. Ella es perfecta y si yo no puedo tenerla, tampoco permitiré que otro la tenga. —Por eso amenazaste a tus hijos con matar a todos si uno de ellos llegaba a tocarlas, ¿por eso lo hiciste? –Preguntó César recordando la conversación que Rodrigo había tenido con sus hijos la noche anterior, algo que dejó a los mayores escandalizados y a los dos más pequeños sin entender nada. —Mis hijos no la tocarán, prefiero matarlos antes de que eso llegue a suceder. –Declaró Rodrigo dándole la espalda para ir a despedirse de las mellizas. En la entrada Eros daba vueltas de un lado a otro preocupado. Más que un hombre Eros hacía honor a su nombre, pues parecía un dios. Los cabellos oscuros peinados hacia atrás, la barba que marcaba su mandíbula cuadrada y los ojos verdes. Todos decían que el rostro de Eros parecía una obra creada por los mismísimos ángeles, pero su mirada era la de un demonio. Cuando Bah, la mujer que había sido la niñera de todos los hijos de Rodrigo apareció en la entrada de la mansión, Eros se detuvo en seco para verla esperando una respuesta. —¡No está en la mansión Eros, no la he encontrado por ninguna parte! –Comunicó Bastiana y Eros miró a su hermano pequeño de reojo. —¡No me mires Eros, te juro que no sé dónde se habrá metido! –Se defendió Perseo y Eros resopló con cansancio, después miró a Marina, la niña de cabellos cortos rubios, de ojos claros y con cara de enojada, molesta por tener que irse a un internado. Eros se acercó a la niña e hincó la rodilla en el suelo para ponerse a altura de sus ojos. —Dime dónde está Adriana, Marina. –Pidió Eros con delicadeza y la niña hizo una mueca. – Siempre estáis juntas y nadie mejor que tú puede saber dónde está Adriana. —No lo sé Eros, lo único que sé es que Adri tampoco se quiere ir de aquí, pero insisten en deshacernos de nosotras. –Reclamó Marina. —Papá está a punto de salir y si no la encuentra aquí se enojará mucho. –Advirtió Eros y Marina se preocupó, entonces contestó. —Está con las bolas de pelos. —¿Antes de viajar? –Cuestionó Eros incrédulo y la niña hizo un gesto positivo con la cabeza. —¡Dionisio, vigila a esta porque la veo capaz de intentar escapar para esconderse también! – Ordenó Eros y su hermano se puso al lado de la niña. –Ahora regreso. En la enorme propiedad de la familia Oliveira al norte de A Coruña, habían dos mansiones. La primera estaba en ruinas después del incendio donde murió la primera esposa de Rodrigo. Después de eso él se negó a abandonar el lugar y construyó otra mansión al otro lado de la propiedad. Eros odiaba tener que ver su primera casa, cada vez que la miraba revivía el infierno de aquella noche. Los gritos de su madre y como tuvo que huir de las llamas con sus hermanos, pero tenía que pasar por allí para llegar al escondite no tan secreto de Adriana. Un enorme criadero de garduñas, pequeños depredadores que la familia llevaba años criando pues eran el símbolo de su Organización secreta. Dentro del criadero Adriana estaba sentada con una garduña muy pequeña en su regazo y la niña parecía triste. —Eres la única a la que ellos no muerden. –Dijo Eros entrando el criadero y la niña de cabellos castaños lo miró con los ojos vidriosos. —No quiero irme Eros. – Soltó la niña con ansiedad y Eros se sentó a su lado. – Por favor habla con papá para que pueda quedarme. —No hay otra opción princesita, papá ha tomado su decisión y estoy seguro de que será lo mejor para ti y para Marina. –Opinó Eros que en el fondo estaba deseando verlas bien lejos de aquel infierno. –Serás una señorita de la alta sociedad y para llegar a eso debes tener una buena educación, en Suiza se encargarán de que sea así. —Me niego a ser una señorita, solo quiero ser tu princesa y quedarme aquí contigo para el resto de nuestras vidas. –Declaró Adriana y Eros la miró con ternura, después metió la mano en el bolsillo para sacar un collar con un pequeño dije, un Nudo Celta incrustado con rubíes. -¡Qué bonito Eros! –Se maravilló la niña. –¿Es para mí? -Sí, es un Nudo Celta que representa la eternidad y el amor. –Contestó Eros viendo como la niña miraba el dije. Eros quería mucho a las dos niñas y las protegía con la misma intensidad, pero por Adriana tenía un cariño especial. Él la consideraba como la joya más delicada de su familia y sabía que para su padre también lo era. —¿Por qué tiene rubíes incrustados? –Cuestionó Adriana con curiosidad mientras que Eros ponía el collar en su cuello. —Simboliza nuestra sangre, considéralo como un pacto de unión para toda la vida. —¿Algun día haremos un pacto de sangre cómo el que tienes con mis hermanos? — Preguntó Adriana con expectación y Eros sonrió mirando la palma de la mano dónde tenía una cicatriz. —Algún día haremos un pacto, solo nuestro y será especial, te lo prometo. —Respondió Eros. —Sé que las despedidas son difíciles, pero recuerda que siempre estaré contigo Adri, jamás lo olvides… -Hoy, mañana y siempre te voy a tener, jamás estaré sola porque tú siempre estarás conmigo para protegerme de todos mis miedos. – Terminó la niña por él, acostumbrada a escuchar desde muy pequeña esa promesa. –Tú siempre estarás en mi corazón Eros. —Y tú en el mío pequeña, nunca dejarás de ser mi princesita. Aquel día Adriana se marchó, dejando a Eros atrás. Para ella fue muy doloroso, pues era como su príncipe azul, su héroe, su ángel de guarda y le partía el corazón tener que estar alejada de su refugio, porque eso era Eros para ella. Eros a su vez se despidió de la niña que él siempre negó a aceptar como su hermana , pues no quería sumar una debilidad más a su vida, pero de todas maneras Adriana había entrado en su frío corazón, adueñándose de una parte que solo ella había logrado llenar de luz. Todo era muy puro, un cariño especial entre dos “hermanos”, pero algún día la niña se convertiría en mujer y ese cariño inocente pasaría a ser algo más.
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